"La mejor liga del mundo" es como suelen calificar una buena parte de los comentaristas deportivos a la liga de fútbol española. Naturalmente es una frase sin la menor justificación salvo el de un patrioterismo de andar por casa entremezclado con los derechos de retransmisión de las respectivas cadenas de televisión. Todo vale si sirve para satisfacción del consejo de administración o de los espectadores. Luego viene la realidad: la pasada final de la Champions Ligue tuvo en dos equipos británicos a sus protagonistas. No importa, seguimos siendo la mejor liga de fútbol del mundo, porque sí.
El canal Teledeporte, por su parte, retransmitió el Campeonato Europeo de Atletismo por Naciones en el que, naturalmente, participa España. En este caso, al patrioterismo de los comentaristas se une a una delirante confusión entre la realidad y el deseo. Es casi hasta entrañable escucharles como animan a nuestros/as atletas al comienzo de sus carreras, como van creando unas expectativas positivas, generalmente falsas, sobre sus esfuerzos. Si toman la primera curva del tartán en un buen lugar, se desatan las loas, o si están a punto de iniciar su primer salto las alabanzas surgen en cascada. Naturalmente, como indica el sentido común, aquella primera curva en buena posición suele finalizar en un quinto o sexto lugar, y el saltador o la saltadora, lo mismo.
España no es una potencia europea en atletismo. Es un hecho y lo cierto es que tampoco es una ofensa. Hay individualidades deportivas extraordinarias, incluso en deportes de equipo, pero eso tampoco debería de ser motivo de orgullo patrio. Convendría valorar en su justa medida los éxitos de los profesionales con talento en lugar de dejar rienda suelta a un nacionalismo trasnochado que, como bien señaló José Luis Cuerda en su día: "El nacionalismo, en el mejor de los casos, es infantilismo y en el peor, nacionalsocialismo".
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