Vano oficio

Sobre el blog

Este blog se plantea hacer comentarios de actualidad sobre libros, autores y lecturas en menos de 1.000 palabras. Se trata de un blog personal, obsesivamente literario, enfermo de literatosis, como diría JC Onetti, según la regla que la literatura es un vano oficio, pero jamás un oficio en vano.

Sobre el autor

Ivan Thays

Ivan Thays. (Lima, 1968) Autor del libro de cuentos Las fotografías de Frances Farmer y las novelas Escena de caza, El viaje interior, La disciplina de la vanidad, Un lugar llamado Oreja de Perro, Un sueño fugaz y El orden de las cosas. Ganó en el 2001 el Premio Principe Claus. Fue finalista del premio Herralde 2008. Fue considerado dentro del grupo Bogotá39 por el Hay Festival. Sus novelas han sido traducidas al francés, italiano y portugués. Dirigió durante siete años el programa televisivo Vano Oficio. Actualmente administra el comentado blog Moleskine Literario.

Contra la tolerancia

Por: | 28 de febrero de 2012

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La suerte está echada. Foto: Iñaki Mateos

Hay palabras que parecen correctas en ciertos contextos pero que, cuando uno las analiza, se da cuenta de que resultan equívocas. La palabra "tolerancia", por ejemplo. "Tolerancia" significa aceptar la diferencias, asumir que otras personas pueden pensar o actuar bajo reglas distintas a las de uno, que suelen ser las reglas de la mayoría, y tolerar esa opinión. Pero esa palabra oculta un concepto esencial: tarde o temprano todos nos daremos cuenta de que nosotros somos, en realidad, ese "otro". Es decir, no es a mí a quien corresponde tolerar a los demás, dando por hecho que mi idea es la correcta, sino asumir que mi opinión, mi estética o mi gusto es solo uno dentro un abanico de posibilidades; uno más en medio del océano de distintas opiniones y posturas de valor equivalente. No se trata, pues, de tolerancia, sino de pluralidad.

Hace unas semanas, un par de escritores peruanos pusieron sobre el tapete la idea de que el gremio de los escritores (se referían al Perú, pero sin duda puede extenderse a todo el mundo y a distintas épocas) está desunido, es mezquino y gusta de meter cabe o ningunear al otro. El "gremio machetero", lo calificó uno, refiriéndose a los machetazos que reciben unos escritores de parte de los otros. Ambos proponían que, por el bien de la literatura nacional, los escritores deberían conformar un gremio mucho más homogéneo, que se auxiliase entre ellos, que se repartieran elogios y abrazos, una especie de cooperativa literaria empujando el carro de la literatura peruana hacia la misma dirección (es decir, el éxito en el exterior), sin discordia, sin "machete", sin oposición.

¿Se han preguntado qué ocurriría en ese escenario ideal? El gremio literario (que implica no solo a los escritores sino también a los editores, la crítica, los agentes y los libreros) se apoyaría mutuamente y se anularía la voz discordante, por considerarla antigremial. Una vez fortalecidos como gremio y enrumbados hacia una patriótica dirección única, por impulso natural terminaría apareciendo un autor (el más emprendedor, el más carismático, el más vendedor o quizá, con suerte, el que tuviese más talento) que se alzaría sobre los demás como la voz canónica que representa al gremio. En ausencia de cualquier voz crítica o disidente, ese autor pasaría a ser un "intocable" para beneficio económico de sí mismo, de sus editores, del agente que lo representa y las librerías que lo venden y, por supuesto, de los medios de comunicación que lo solventan y se enriquecen poniéndolo en todas sus carátulas e imprimiendo todas sus notas de prensa. El resto de autores y críticos ocuparían la posición de agradecida comparsa, avanzando a pasos pequeños pero seguros bajo la sombra de ese autor canónico o, quién sabe, esperando ocupar su lugar si es posible.

¿De qué estamos hablando? ¿De una pesadilla de Orwell?

A diferencia de esos autores, creo que un gremio literario que trata al compañero con condescendencia, que se autocensura, que alaba o calla para no quedar mal o para evitar ser acusado de aguafiestas o envidioso, está condenado a crear una literatura mediocre y complaciente. Una literatura que celebra triunfos inventados, que diseña cánones literarios dictatoriales y que tolera con generosidad, aunque siempre con el rabillo del ojo, al autor "raro" que no está en ese canon porque ha dejado de ser dañino. Es decir, el horror.

Si hay algo que lamentar, en todo caso, en la literatura peruana actual no es la ausencia de ese gremio unido, sino la falta de crítica literaria seria, responsable, formada académicamente, que pueda interpretar, valorar y juzgar las obras. Una crítica creativa, dinámica, capaz de entender la diversidad y que sepa retratar el complejo tramado que implica una literatura diversa, plural, anticanónica. Una crítica que puede ser inquietante o polémica, pero siempre basada en argumentos y no en prejuicios, que se gane el respeto de los lectores y haga entender a los autores que una opinión negativa no es un insulto ni un intento de dividir al gremio, sino, al contrario, una muestra de interés y respeto por la obra literaria.

¿Quiénes saldrían ganando si existiese un gremio literario unido como un puño? En primer lugar, los escritores que lo conforman y las instancias que los apoyan para beneficiarse económicamente. ¿Quiénes saldrían ganando, por otra parte, con la existencia de voces discordantes, en discusión permanente? Los lectores y los futuros escritores, que habrán nacido no bajo el signo único del Debe-Ser-De-Nuestra-Literatura sino en el de la pluralidad que reemplaza, por obsoleta, a la tolerancia.

Partamos desde el comienzo: quizá el error no esté en considerar al gremio literario como un grupo de barras bravas que andan con machetes en las esquinas para coger a machetazos al contrario, ni como un grupo de gentiles y amistosos compañeros dispuestos a cooperar por el bienestar general; el error es, simplemente, considerar a los escritores como parte de un "gremio". Dejémonos de gremios. Se trata de individuos, escritores y criticos literarios, que hacen lo suyo como quieren y pueden, como les sale de las entrañas, y desde el momento que publican sus ficciones, o sus reseñas, son susceptibles a la crítica e incluso al ataque abyecto (pero es de personas maduras saber poner cada cosa en su lugar).

"Lo raro es ser un escritor raro" dice Mario Bellatin. Una frase absolutamente cierta. Bajo las equívocas reglas de la tolerancia, los cánones nacionales y los gremios literarios es que existen los llamados escritores "raros". En la pluralidad, en cambio, todos los escritores son raros y, simultáneamente, protagonistas de su propio y luminoso canon individual.

La vana tarea de las palabras

Por: | 22 de febrero de 2012

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Vanitas. Foto: sibileishons

En el 2000 había publicado un libro titulado La disciplina de la vanidad (intento de hacer un retrato del artista adolescente, pero con agentes literarios y encuentros de escritores) cuando recibí la llamada del gerente de TV del canal de Estado ofreciéndome una entrevista. Ya había sido entrevistado varias veces, en ese canal y en otros, así que no me sorprendí tanto, pedí la hora y el día y estuve puntual. Pero esta vez, en lugar de conducirme hacia el set o pasar por maquillaje, me llevaron a la sala del presidente del canal y entre él y el gerente me tuvieron sentado y hablándome unos diez minutos antes de que pudiera darme cuenta de que, en realidad, era una entrevista de trabajo.

Fue así que me ofrecieron conducir un programa de TV sobre literatura. No tenía ninguna experiencia en TV, más allá de esporádicas entrevistas, pero sí bastante arrojo, así que acepté. Antes tenía que pasar por una prueba, que en televisión se llama "programa piloto", y me preguntaron a quién podía entrevistar. Por coincidencia, el escritor secreto menos secreto de América Latina, Mario Bellatin, estaba alojado en mi casa por esos días así que lo propuse y les pareció estupenda la idea. Ahora solo faltaba pensar en un nombre para el programa. Me propusieron uno malísimo: "El Aleph". Les advertí que de ninguna manera aceptaría un nombre que tuviese que ver con escritores, libros o letras. ¿Entonces cuál? El primero que vino a mi mente fue "Vano Oficio".

No era la primera vez que intentaba colocar el nombre de "Vano Oficio" sobre mi firma. Mucho antes, a fines de los años 80, propuse tener una columna cultural con ese nombre en un suplemento dominical. La columna pretendía ser un ensamblaje arbitrario de ideas y noticias literarias, algo así como un blog antes de que los blogs existieran, que al editor no le hizo gracia. Pero habían pasado varios años de eso y había llegado el momento de desempolvar el nombre que tanto me gustaba (y que, además, se había reactivado con la escritura de La disciplina de la vanidad) y así lo hice.

Desde luego, muchos de los escritores que pasaron por mi set durante los siete años que duró el programa me preguntaron, algunos con suspicacia, otros con curiosidad y varios con bastante rudeza, por qué se llamaba así el programa y si yo, realmente, era un snob que pensaba que la literatura era una hoguera de vanidades. A todo aquel que quisiera escucharme le explicaba el origen del nombre y lo que significaba para mí. No creo haber sido muy convincente; los veía retirarse con la sospecha de que el título del programa era, más bien, un pretexto para camuflar mi cabalgante vanidad.

Ahora intento explicarlo otra vez.

El nombre surge de un poema de Luis Cernuda titulado "La gloria del poeta" y, más precisamente, de unos versos de ese poema: "Porque me cansa la vana tarea de las palabras,/Como al niño las dulces piedrecillas,/ Que arroja a un lago, para ver estremecer su calma/Con el reflejo de un gran ala misteriosa". Siempre me gustó que el poeta representase la "tarea de las palabras" como un niño arrojando piedras para ver estremecerse al lago, aunque sea solo por unos segundos. El niño y el poeta saben que luego el lago volverá a su habitual calma y ni las piedrecillas ni las palabras habrán logrado dejar huella. Es decir, una tarea "vana" no por vanidosa sino por inútil. Como decía Gustave Flaubert : los escritores intentan hacer una música celestial capaz de estremecer a las estrellas, pero su musiquita apenas basta para hacer bailar a los osos. Pero si la palabra "vana" implica la inutilidad del esfuerzo, el sin sentido de querer lograr más sin conseguirlo, dejándonos al final con la sensación de vacío, de vacuidad o carencia, la palabra "tarea" (que yo cambié por "oficio" para hacer más eufónico y también más visual el título, con esas "o" enlazadas que esperaba que un diseñador supiera aprovechar) me remite al esfuerzo con que realizamos nuestro trabajo. Es cierto, los escritores estamos condenados a, con suerte, apenas estremecer unos segundos el agua de un quieto lago antes de desaparecer. Pero ponemos en ese esfuerzo todo nuestro oficio, nuestras herramientas adquiridas en cada lectura y cada jornada de trabajo, nuestro aprendizaje vital, nuestro conocimiento. Un escritor digno jamás dejaría nada al azar. O, mejor dicho, incluso el azar debe estar contemplado en lo que Vladímir Nabokov llamaba el "arte superior".

Leo Pulso, el libro de cuento de Julian Barnes (quien antes mencionó el tema de la vanidad literaria en El loro de Flaubert) y me encuentro con la siguiente reflexión debida a una escritora que tuvo ya sus quince minutos de fama: "Cualquiera que entendiese un poco sobre arte sabía que jamás alcanzaba aquello con lo que su creador había soñado. El arte siempre quedaba corto, y el artista, lejos de rescatar algo del desastre de la vida, estaba condenado por lo tanto a un doble fracaso".

Es vana la tarea de las palabras. Es un vano oficio, qué duda cabe. Pero no nos apresuremos en llamar "vanidoso", por petulante o soberbio, al escritor, sino más bien consideremos que todo esfuerzo literario es vano porque está llamado a terminar en derrota. Incluso los más grandes triunfos no son sino doradas medianías o espléndidos fracasos. Pero una derrota a priori jamás ha detenido a nadie. Probablemente, el arte siempre se quedará corto para cumplir con nuestros sueños, pero es lo único que tenemos para bucear hacia el interior de las cosas y de nosotros mismos. De eso se trata este vano oficio: siempre intentar ir hasta el fondo, sabiendo que llegar hasta donde podamos, aunque quedemos lejos de la meta, siempre será mejor que no intentarlo.

PD.- Quiero comentar a los lectores que no hago comentarios ni escribo nada en este blog, fuera de los post. Cuidado con los suplantadores.

Seis segundos con César Vallejo

Por: | 15 de febrero de 2012

  Vallejo

Vallejo en primer plano

La primera toma muestra a un grupo de personas descendiendo de un autobús; destaca un hombre con el saco en el brazo. En la segunda toma, las mismas personas están almorzando y el hombre del saco, ahora en mangas de camisa, bastante delgado y con el cuello largo, mira hacia la cámara. En la tercera toma están reunidos en lo que parece ser un auditorio: el hombre del cuello largo vuelve a mirar a la cámara. Sumados los tres momentos no alcanzan ni seis segundos de filmación. Y se trata de la única grabación que tenemos de César Vallejo, el vanguardista peruano, el gran revolucionario del castellano, uno de los poetas fundamentales del siglo XX.

La grabación ha sido levantada en YouTube de un programa en Televisión Nacional del Perú. Fue filmado en Julio de 1937, durante el II Congreso de Escritores Antifascista en la ciudad de Valencia (España). Las imágenes impactan por lo poco que muestran y la extrañeza de que existan. Ocurrió hace poco más de setenta años, pero lo mismo podrían ser quinientos. César Vallejo vivió en una época en la que las cámaras no apuntaban hacia los escritores. O, mejor dicho, una época en la que los autores no hablaban para las cámaras.

Es cierto que detrás de todo escritor se esconde un narcisista. Lo dijo de manera insuperable James Joyce al declarar que escribir era mantener una correspondencia con un hombre que estaba sentado al otro lado de la mesa y que era uno mismo. La frase tiene de notable, además del narcisismo, el resaltar que la literatura no es un acto de comunicación tanto como sí lo es de aprendizaje. El escritor escribe para aprender y sus libros son un instrumento de conocimiento. El primer discípulo es el propio autor. Conócete a ti mismo recomendaba el frontis del Templo de Apolo en Delfos. Escribir es meditar.

Desde luego, vivimos en otros tiempos. Son los tiempos del triunfo de las redes sociales. Y con ello, el narcisismo ha dado paso al exhibicionismo. Antes uno se tomaba bastante en serio escribir un artículo para un diario. Luego, cuando aparecieron los blogs, la mayoría de sus administradores no se tomaron tan en serio el trabajo (insisto, la mayoría, pero hay valiosas excepciones) y los post dejaron la seriedad de la tinta impresa para convertirse en una exhibición poco pudorosa de opiniones mal argumentadas y pésima ortografía. Luego vendrá el Facebook que aumenta exponencialmente las posibilidades del exhibicionismo. Ya no se trata, ni siquiera, de escribir posts o de comentarlos sino de filtrarse en el muro de cualquiera que no tenga política de privacidad, o al que logró añadir como amigo, y comentar lo que sea y como sea, sin sentir la menor vergüenza por redactar un rebuzno o cometer una injuria. Lo importante no es el contenido, sino que su comentario quede grabado en la mayor cantidad de muros de Facebook. Y como el narcisismo no es tan importante como el exhibicionismo, estos comentarios en blogs o esos perfiles en Facebook pueden perfectamente ser anónimos.

Al fin, llegamos al Twitter. Podemos parafrasear a Andy Warhol y decir que todos tendrán no su cuarto de hora, sino sus 140 caracteres de fama. Una frase exitosa puede llevar a centenares de retweets, que a su vez pueden convertirse en miles. Solo hay que encajarla en el momento preciso. No tiene que ser inteligente ni divertida, solo aprovechar el momento y que sea suficientemente agresiva o ingeniosa para que los demás la repitan. Una narradora colombiana (una que sí se toma el trabajo de escribir bien en sus columnas de opinión y de saber de lo que habla) definió así a los twiteros: "esas astutas figuritas cuya vida adquirió sentido cuando se dieron cuenta de que, para llamar la atención de sus iguales, no hacía falta saber nada ni hacer nada ni preguntarse nada ni pensar nada; que sólo hacía falta que otros descubrieran el mismo canal y el mismo oficio de redactar injurias "de actualidad", de diez palabras cada una, con el único propósito de intercambiarlas para la celebración mutua de la incompetencia."

Lo bueno es que, con la aparición del Twitter y su inmediatez, el territorio de los blogs (con cada vez menos lectores y, por tanto, menos interesante para los exhibicionistas) ha quedado en manos de autores que se fijan más en el contenido. Ya no hay tantos blogs como antes, pero los que quedan son mejores. Esos contenidos sí quedarán, habrá valido la pena el esfuerzo. En cambio, los tweets serán sepultados en el olvido con la misma frecuencia con que se actualizan. Salvo que surja una nueva forma de exhibicionismo y el Twitter sea abandonado en mano de los pocos capaces de lograr la proeza de un aforismo en 140 caracteres (pienso en Oscar Wilde, en Gesualdo Bufalino).

Como sea, la lección de esos seis segundos filmados de César Vallejo es tremenda. Hace solo unas décadas, era posible cambiar el mundo sin tener que contabilizar tu número de seguidores. Y creo, honestamente, que aún es posible.

Un lugar para descansar

Por: | 08 de febrero de 2012

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Foto: Ramona Franz

Voy a hablar de un libro invisible. Es un libro que existe y está publicado, pero es invisible pues ha pasado inadvertido para la prensa y, por consiguiente, para las librerías, quienes le permiten dejar pocos ejemplares o, simplemente, no aceptan ninguno dado que no apareció en los medios. Y es una lástima porque ese libro es, para mí, el mejor que se publicó en el Perú en el 2011 y, por consiguiente, uno de los mejores libros latinoamericanos de estos años. 

Se trata del libro de Ulises Gutiérrez Ojos de pez abisal. Él es alumno mío en los talleres de narrativa, lo que ha resultado ser una enorme fortuna para mí antes que para él, pues gracias a ese hecho anecdótico he podido enterarme de la existencia de su obra. Ha sido publicado por una editorial alternativa provinciana llamada Bisagra Editores y no es el modelo de escritor con glamour que uno suele esperar: es provinciano en Lima, más bien discreto y callado, ingeniero sanitario de profesión y de casi 40 años. Eso también ha contribuido, qué duda cabe, a su invisibilidad. Sin embargo, su talento y su voz asoma con firmeza en esta novela extraordinaria.

Ojos de pez abisal comienza en un bosque artificial en la estación de trenes de Kioto y termina en un retorno a Samaylla, el pueblo andino donde nació el protagonista, apodado Zancudo. Es una novela de aprendizaje donde se recorre, en retrospectiva, la vida de Zancudo, mientras narra en simultáneo el reencuentro con su amigo de la infancia en Kioto y su vida como becario en Japón. La amistad es un tema fundamental, pero también el amor. Encontramos un warma kuyay (amor de niño) hacia Celina, una muchacha tan dulce e ingenua como una paloma de campo, y termina con la detallada relación con una japonesa, experta en peces, de bellos ojos verdes y  que se hace entender en un castellano aprendido en México. 

Durante toda la novela, la sensación del protagonista es la desarraigo. No encuentra paz ni lugar de descanso en el exterior (huye de Samaylla hacia Huancayo, luego a Lima, después a Kioto) ni en el interior, porque su vida está signada por la muerte de su hermano a manos de un patrulla senderista. Una asesinato que él está decidido a vengar. El destino le da la oportunidad de cumplir con su amenza al encontrarse por casualidad con el asesino. La novela, que hasta entonces era amplia, de múltiples voces y escenarios abiertos, hace un close up sobre estos dos personajes, un contrapunto maravilloso donde la "verdad" (es decir, las distintas versiones de un mismo hecho) muestra su pluralidad y cada uno se presenta como víctima. Y es que fue eso lo que ocurrió, aunque ninguna novela lo haya dicho con tanta solvencia como la de Ulises Gutiérrez, en la década de los 80: los peruanos fuimos rehenes de una espiral de violencia cuyas consecuencias aún las pagamos como país.  

La novela es una exploración sobre esos años, pero en todo momento evita el sesgo ideológico y más bien se vale de diferentes discursos (oralidad, cartas, emails) para dejar libre la interpretación. Zancudo es un personaje que vive en la confusión perpetua, que incluso piensa en el suicidio porque no pertenece a ningún mundo. O, mejor dicho, porque ha extraviado su mundo. Aquí el autor se muestra como un heredero directo de José María Arguedas y aquello que Mario Vargas Llosa calificó como la utopía arcaica; el lugar idílico perdido, ubicado en el mundo andino, y que es un espejo del mundo incaico, honesto y puro. Desvanecida la utopía, las escenas de Zancudo y su amigo reunidos en un Japón lleno de turistas y agitado por la proximidad del Mundial de fútbol del 2002 solo fortalece la sensación de desarraigo.

Ulises Gutiérrez no necesita dramatizar el escenario de la violencia política. Al contrario, los personajes de Ojos de pez abisal están instalados en un mundo fracturado pero, al mismo tiempo, global, que lo mismo cantan un huayno como "Porfía" o son fanáticos del rock progresivo. En una de las primeras escenas, un comandante de la policía libera a Zancudo de la leva porque puede reconocer en la radio de un camión "Breakfast in America" de Supertramp. La escena puede parecer frívola o poco creíble para quien espera una novela andina clásica. Pero aunque algunos capítulos son muy dolorosos y explícitos (como el del asesinato de su hermano), no hay en Ojos de pez abisal un sometimiento al molde de la novela política o indigenista sino la lectura que hace de esos años un testigo privilegiado.  

Un pez abisal es una especie de la fauna marina, de aspecto monstruoso, que habita a partir de los 2,000 metros de profundidad. Como a esa profundidad no existe la luz, algunas especies han conseguido hacerse de una bolsa encima de los ojos, a manera de linterna, cargada de bacterias que brillan en la oscuridad. Es decir, los peces abisales en vez de renunciar a sus ojos han decidido generar su propia luz sometidos al abismo. No encuentro mejor manera de definir a Zancudo y la oscuridad donde está sumergido, pero ante la que no se rinde. El protagonista es un errante, pero también un superviviente. El regreso a Samaylla (que implica el traslado de la artificialidad del bosque de la estación de Kioto hacia el campo real, el de su infancia idílica) viene con un regalo. Samaylla, informa el narrador en las últimas líneas, significa un lugar para descansar.

Al igual que el mexicano Yuri Herrera, por poner solo un ejemplo, Ulises Gutiérrez es una de esas voces del interior que, al mismo tiempo, reafirman y desafían la tradición literaria de sus países. No es de extrañar que pronto esa invisibilidad aparente que sufre su novela se transforme en una justa visibilidad en las librerías peruanas y, por qué no, latinoamericanas y españolas. Lo vale.

Actualización:

La página de Facebook del libro se encuentra en este enlace.  

¿Por qué hacen tanta bulla?

Por: | 03 de febrero de 2012

Diego

Pinchando el orgullo nacional. Foto: Guido Asis

Recuerdo que Julian Barnes se mostró sorprendido de que le otorgasen un premio nacional en Francia por haber escrito El loro de Flaubert. Si a un francés se le hubiera ocurrido escribir un libro llamado "El loro de Dickens", dijo, en Inglaterra lo hubieran lapidado. La anécdota retrata la susceptibilidad y vulnerabilidad con que algunos países asumen su identidad nacional. Ayer, de un momento a otro, me volví en la persona más buscada por la prensa nacional; en protagonista de las primeras planas digitales de todos los periódicos del país; en trending topic del Twitter limeño; en el blogger peruano con más comentarios en un día, casi 800 hasta donde conté; y en la persona más odiada del país. ¿Qué hice para merecer tanta bulla? ¿Maté a alguien, robé un banco, me ficharon para el Barcelona FC, me fotografiaron con Britney Spears? Peor que eso. Dije que la comida peruana era indigesta y que abusaba de los carbohidratos. Y encima no solo lo afirmé sino que cometí el pecado de ser "categórico" al decirlo. Y ya para echar más leña al fuego, lo hice en un blog en España. ¡Vaya desmadre el que armé! Al parecer, la autoestima peruana solventada por el discurso gastronómico es un globo tan frágil que hasta un comentario menos filoso que una cuchara de bebé la hace estallar en mil pedazos. Y claro, después solo queda insultar hasta hundir al que osó destruir la zona de confort, convocar a los chefs del país para que declaren en mi contra, escribir miles de tweets y comentarios en FB para declarar que soy un Don Nadie, un escritor fracasado y un traidor a la patria. Mucha bulla para alguien sin importancia, digo yo.

Me pregunto: ¿En ningún momento, en medio del fragor de los tweets, tomaron consciencia de que estaban haciendo el ridículo tomando como tema de interés nacional que a un peruano no le guste la Inca-Kola? ¿Se han enterado, por ejemplo, de que la mayoría de veinteañeros peruanos no saben lo que fue Sendero Luminoso y no reconocen las siglas MRTA? ¿No se les ocurre decir algo al respecto o mejor seguimos con el linchamiento contra Thays, que es más divertido?

Si hay algo más indigesto que la comida peruana es el patriotismo de parroquia. Esta bulla mediática demuestra que el llamado "boom" gastronómico peruano no es ese elemento unificador de halo místico, generoso, sentimental y mestizo que se nos ha querido vender sino, al contrario, un elemento marginador, que exacerba el peor nacionalismo y las reacciones intolerantes, machistas, homofóbicas y chauvinistas de los peruanos que firman sus comentarios como "cholo soy". Disentir de ese símbolo patrio recién parido que es la comida peruana merece el repudio y el amedrentamiento verbal, como solo se supone que debería ocurrir cuando uno arremete contra los símbolos patrios o religiosos en las dictaduras fascistas o el islamismo. ¿Es de eso de lo que los peruanos se sienten orgullosos? ¿De haber convertido al anticucho en nuestra esvástica? 

Hace poco me preguntaron qué importancia tenía para el Perú el que Mario Vargas Llosa hubiese ganado el premio Nobel. No supe qué responder. ¿Qué importancia puede tener ese premio en un país donde no hay suficientes bibliotecas ni librerías, donde impera la piratería libresca, donde no existen suplementos literarios y donde subsiste el índice más bajo de comprensión de lectura en América Latina? ¿Cambia en algo ese panorama el que Vargas Llosa gane el Nobel? Lo mismo pienso de otros orgullos nacionales epidérmicos. Aplauden a Kina Malpartida, a Sofía Mulanovich y a los hermanos Ccori, pero el Instituto Peruano del Deporte vive precariamente y todos ellos tienen que bregar duro para conseguir auspicios que les permitan participar de sus eventos; se enamoran de las portadas dedicadas al tenor Juan Diego Flórez, pero son incapaces de cambiar una asistencia a la ópera por una noche de "hora loca" y 2x1 en la discoteca de su barrio; se ilusionan con que La Teta Asustada sea candidata al Oscar, pero olvidan que la mayor parte de películas peruanas se financia con capital extranjero y que los directores tienen que llorar lágrimas de sangre para evitar que los cines quiten sus películas luego de una semana de ser exhibidas, porque esos peruanos patrioteros han preferido ir a ver el blockbuster de turno. Esperan con banderitas peruanas en el aeropuerto a las estrellas de Hollywood que visitan Macchu Picchu para alinear sus chakras, pero desconocen casi todo de la cultura incaica que originó la fortaleza.

Ese es el retrato del peruano snob y chauvinista que se siente afectado con mis comentarios y se ve llamado a defender el orgullo patrio insultándome, llamándome traidor a la patria o gay, lo mismo da, un marginado. Perdonen los esforzados comentaristas si les digo que me siento orgulloso de sus insultos. Si he sido capaz de poner patas arriba ese discurso hegemónico en torno a la cocina tan solo con decir que el Suspiro Limeño es demasiado dulce, y aglutinar a toda la horda de nacionalistas trasnochados e intolerantes en torno a un post que ni siquiera trata sobre la identidad nacional, creo que le he hecho un bien al país desnudando su talón de aquiles. Ningún peruano necesita de ese tipo de discurso facho-gastronómico para encontrar su identidad, sino discutir sobre ella basándose en hechos concretos, en ideas y argumentos, y no en histerias colectivas en Twitter ni en tacu tacus de 70 euros ni en la santísima virginidad de los chefs peruanos y sus fogones que hacen "patria". Seamos serios ¿realmente es la cocina peruana la única posibilidad de identificarnos como peruanos? Pues entonces hagamos a Gastón Acurio (y no a Rafael Osterling, claro, que es muy "cosmopolita" para un tema tan sensible como este) Presidente, Premier y General del Ejército Peruano. Todo en uno. O quizá podríamos empezar por discutir, por ejemplo, qué implica para la imagen que proyectamos de nosotros mismos que el 2011, el año en que se cumplieron cien años del nacimiento José María Arguedas, uno de los más grandes forjadores de la identidad nacional y conocedor de primera mano de sus hondas fracturas, se prefirió celebrar el aniversario de cuando un gringo descubrió Macchu Picchu gracias a unos guías indígenas cuyos nombres se han evaporado de los libros de historia.

Finalmente, quiero dejar en claro que de todo lo que han dicho sobre mí, lo más ridículo es la acusación de haber reseñado un libro que no he leído. Se nota que los lectores de El País adolecen de mala vista o de mala leche. En mi post afirmo tajantemente que no he leído el libro y, por tanto, mi comentario está dedicado a la nota de prensa y el blurb publicitario. Asimismo, aunque me permito dudar sobre la posibilidad de que una novela sospechosa de oportunismo sea buena, jamás niego que pueda resultar al fin una obra notable. Nunca he reseñado una novela que no haya leído atentamente y si algún día me decido a reseñar la novela de Gustavo Rodríguez lo haré y uds. se enterarán, entre otras cosas, porque debajo del post encontrarán la palabra "Reseñas" dentro del rubro Categorías. Si no aparece esa palabra, no estoy reseñando un libro. Así de sencillo

Gracias, saludos y buena digestión. 

Actualización:

Psicoculinaria (por Fietta Jarque)

Ataques de patriotismo gastronómicos (por Mikel López Iturriaga) 

El locro filantrópico (por Fernando Iwasaki)

Con la tinta aún húmeda

Por: | 01 de febrero de 2012

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Foto: LRde Chile

Cocinero en su tinta es la cuarta novela del escritor peruano Gustavo Rodríguez (nacido en 1968). La editorial Planeta anuncia que su protagonista de nombre estrafalario, Rembrandt Bedoya, es un chef peruano que debe preparar un plato digno del boom gastronómico que vive el Perú en el evento Madrid Fusión. Dice que la novela ha sido escrita, además, siguiendo los "consejos culinarios" del chef Pedro Miguel Schiaffino y aparecen mencionados otros chefs auténticos, como el español Ferrán Adriá o el peruano Gastón Acurio. El blurb del libro cita con orgullo: "Se trata de la primera novela sobre la gastronomía peruana".

Keith Gessen, editor de la revista literaria N+1, declaró que harían falta 50 años, por lo menos, para que apareciese la primera gran novela sobre el 11S. Claro está, eso no ha detenido a los escritores norteamericanos, que se han volcado a escribir sobre el tema golosamente. Pero no solo el 11S sino que también la crisis financiera internacional ha empezado a asomar en las contratapas de las nuevas novelas norteamericanas. ¿Quién puede resistirse al momento?

Uno de los primeros libros que se escribió sobre el 11S -ocurrido en el 2001- no salió de manos de un norteamericano sino de un francés. Se trata del sensiblero Window of The World de Fréderic Beigbeder, publicada en el 2003. No debe ser casual que Beigbeder llegase a la literatura desde la publicidad, al igual que Gustavo Rodríguez, uno de los mejores y más reconocidos publicistas del país. Es cuestión de olfato o, mejor aún, de timing. Como aquel chiste del alcalde analfabeto obligado a ser jurado de un concurso de matemáticas en un colegio de su región. Ante la pregunta: "¿Cuánto es 100 + 300?" un niño levanta rápido la mano y grita "600". El alcalde lo felicita y le da la medalla. Tras él, un segundo niño corrige: "Pero si suma 400". El alcalde, incapaz de aceptar el ridículo, anuncia: "En este pueblo gana el primero que habla".

En literatura, desde luego, no es el primero que habla el que gana (si acaso hay algo que ganar) aunque los editores -y algunos autores- se precien de ser los primeros que escribieron sobre la fontanería en las zonas urbano marginales o que introdujeron la técnica del monólogo interior en segunda persona. Lo cierto es que logros tan paupérrimos como esos han solventado carreras literarias bastantes largas en el Perú y en América Latina. No he leído aun la novela de Gustavo Rodríguez, que acaba de aparecer, pero sin duda, de dejar una huella en la literatura peruana, no será por ser la primera en hablar del "boom" gastronómico peruano sino por méritos que, espero, puedan sostener una trama tan coyuntural e incluso frívola.

Hablando de coyunturas, confieso que el motivo de este post, más que literario, es una pataleta, porque soy de esos pocos peruanos que detestan la burbuja de aire que llaman el boom de la gastronomía peruana y que no consideran que nuestra comida es la mejor de Latinoamérica y quizá -para no caer en falsas modestias- del Mundo. Soy un pésimo anfitrión: no conozco restaurantes, huariques ni chiringuitos donde preparan el mejor cebiche o el ají de gallina con la receta de la abuela (mi abuela, por cierto, no cocinaba). No pretendo obligar a ningún turista a beber Inka Kola ("la bebida del sabor nacional" en un país donde el concepto "nación" es una incógnita), ni a deglutir los dulces más empalagosos que he comido jamás (bajo nombres estrafalarios como Supiro Limeño), y menos aún hago proselitismo a favor del pisco peruano en contra del pisco chileno. Mis restaurantes favoritos son de los de pasta y creo, honestamente, que la comida peruana es indigesta y poco saludable. Casi sin excepción se trata de un petardo de carbohidratos al cubo, una mezcla inexplicable de ingredientes (muchos de ellos deliciosos en sí mismos, hay que decirlo, pues los insumos son de primera calidad) que cualquier nutricionista calificado debería prohibir. Cada vez que alguien habla de la fama de la comida peruana en el mundo, pienso en las carencias de un país necesitado del reconocimiento extranjero para sentir respeto por sí mismo. Me imagino que el día en que en una película de Woody Allen, en vez de pedir comida china pidan comida peruana de un delivery de Manhattan, por fin podremos sentirnos parte de un país con marca registrada.

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