Vano oficio

Sobre el blog

Este blog se plantea hacer comentarios de actualidad sobre libros, autores y lecturas en menos de 1.000 palabras. Se trata de un blog personal, obsesivamente literario, enfermo de literatosis, como diría JC Onetti, según la regla que la literatura es un vano oficio, pero jamás un oficio en vano.

Sobre el autor

Ivan Thays

Ivan Thays. (Lima, 1968) Autor del libro de cuentos Las fotografías de Frances Farmer y las novelas Escena de caza, El viaje interior, La disciplina de la vanidad, Un lugar llamado Oreja de Perro, Un sueño fugaz y El orden de las cosas. Ganó en el 2001 el Premio Principe Claus. Fue finalista del premio Herralde 2008. Fue considerado dentro del grupo Bogotá39 por el Hay Festival. Sus novelas han sido traducidas al francés, italiano y portugués. Dirigió durante siete años el programa televisivo Vano Oficio. Actualmente administra el comentado blog Moleskine Literario.

Como un saco de boxeador

Por: | 25 de abril de 2012

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Foto: K0P

"Recuerdo una anécdota de Ezra Pound cuando era niño. Su padre trabajaba acuñando monedas en un Banco y lo dejaba entrar a la bóveda repleta de sacos con monedas de oro. Los colegas de su padre le decían: "si puedes levantar uno de los sacos, te lo llevas". El pequeño Ezra siempre lo intentaba pero jamás logró llevárselo. La ambición literaria es eso mismo. Mientras esté la promesa de llevarnos el saco de oro si podemos ponérnoslo en nuestros hombros, y mientras vayamos todos los días a internarnos en la bóveda a hacer el intento, habrá literatura."

Esa es la respuesta que di, en 1993, ante la pregunta por la ambición literaria, a un grupo de jóvenes que editaban un periódico universitario. Yo acababa de publicar mi primer libro de cuentos, Las fotografías de Frances Farmer, y estaba seguro de que con esa anécdota me estaba refiriendo a la persistencia. Ahora, casi veinte años después, me doy cuenta de que también me estaba refiriendo al oro.

Hace poco hice un ejercicio para una revista argentina, al estilo Je me souviens de George Perec, en el que citaba sin mayor conexión decenas de frases y anécdotas referidas a escritores y dinero. O más precisamente, escritores y problemas monetarios. Escribir para hacerse millonario puede parecer una ambición bastante extravagante, aunque válida, tan válida como estar dispuesto a morirse de hambre por culpa de la literatura o aceptar ser un mil oficios para poderse mantener sobre la línea de flotación.

Al respecto, siempre me ha parecido tremendo el comienzo de A salto de mata, las memorias de Paul Auster: "Cuando llegué a la treintena, pasé unos años en los cuales todo lo que tocaba se convertía en fracaso. Mi matrimonio terminó en divorcio, mi trabajo como escritor se hundía y estaba abrumado por problemas de dinero. No me refiero simplemente a una escasez ocasional, ni a tener que apretarme el cinturón de cuando en cuando, sino a una falta de dinero continua, opresiva, casi agobiante, que me envenenaba el alma y me mantenía en un inacabable estado de pánico."

El alma envenenada. El inacabable estado de pánico. El hambre ha resultado ser un buen consejero literario para algunos, pero eso no signfica que el escritor sea necesariamente un hambriento. Alguna vez me despidieron de un trabajo argumentando, muy felizmente, que me estaban haciendo un favor: un escritor verdadero tenía que ser pobre. ¿Cómo me atrevía a defender un sueldo y, en el colmo de la incoherencia, también pretender ser un escritor auténtico? Al final, pude mantener mi puesto pero solo si aceptaba trabajar ad-honorem. Y acepté, cómo no. Las penurias económicas y los ingresos modestos deben agradecerse pues son alicientes para escribir libros geniales llenos de hambre.

En un excelente texto, la escritora croata Dubravka Ugresic ha diagnosticado a los escritores: son seres que sufren de autoestima baja. ¿Dicen por ahí que tenemos egos revueltos? Pues no. Yo diría más bien egos disueltos. Ugresic lo explica así: "Cuando un escritor no está seguro de serlo (y los escritores de verdad nunca lo están) su sentido de la profesión no puede ser real. Así pues ¿cómo pueden cobrar esos escritores por sus esfuerzos literarios? (...) Un escritor de verdad tiene problemas de autoestima, vive permanentemente consumido por la duda, aunque haya sido reconocido públicamente (...) Una persona con la autoestima baja es como un saco de boxeador a disposición de cualquiera; el primero que pase por ahí puede encajarle un puñetazo. Un escritor de verdad se siente culpable y cree que lo que hace no tiene importancia ni utilidad, o se siente un privilegiado (aunque no cobre un céntimo), mientras que la gente seria trabaja (...) Tan pronto como se hace un llamamiento a su humanismo, el escritor con baja autoestima se olvida por completo de sus emolumentos. Cuando la gente se queja en cualquier país del precario estado de la literatura, el escritor acepta publicar gratis sin rechistar. Para este tipo de personas, el dinero es como un regalo. Viven de lo que escriben, pero no de lo que ganan. Por eso es frecuente dar con los escritores con la autoestima baja en encuentros y retiros literarios. Allí, mimado por la soledad, con ayuda de una beca miserable y alojado en un cuartucho gratis, el escritor con baja autoestima escribe su "obra maestra". Al terminar recibe un pago que nunca supera el salario mensual de su editor."

El ensayo de Ugresic se titula "Escritores con ingresos modestos" y aparece en el libro Gracias por no leer (La Fábrica). Lo leo en un taxi rumbo a una conferencia en un colegio muy distante de mi casa. Me han ofrecido pagarme la movilidad y unos emolumentos por presentarme. Hablaré de cómo la literatura nos cambia la vida. Citaré a Shakespeare. Llevo un saco de vestir azul marino. Y en el bolsillo del saco me incomoda un objeto indigno para un escritor auténtico como yo: mi talón de recibos por honorarios profesionales.

(Pero aún queda, en esa bóveda del banco del padre de Pound, un saco de oro y algunas oportunidades más para levantarlo. Me refiero al oro, pero también a la persistencia).

Moleskine Literario en "La noche de los libros"

Por: | 23 de abril de 2012

Foto: murphyeppoon

Comenzar una historia.- Para abrir la puerta a los libros debemos fijarnos primero en el rellano, en las primeras frases con que comienzan las historias. ¡Anímate a enviar vuestros comienzos favoritos!

Hoy 23 de Abril, Moleskine Literario se une a La Noche de los Libros colgando el comienzo de un relato cada 15 minutos. Si tienes un comienzo que te guste, pues envíalo a Moleskine Literario o a Vano Oficio y colaborarás con esta ceremonia en homenaje a lo que tanto amamos.

Puedes seguir la actividad en Moleskine Literario.

Aquí un nuevo enlace en Moleskine Literario con más comienzos.

Las mujeres del Boom

Por: | 18 de abril de 2012

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Clarice Lispector. Foto: Michelle Cunha

Este 23 de Abril en Casa de América se reunirán Rodrigo Fresán, Edmundo Paz Soldán y Jorge Volpi en un ciclo literario denominado "Los olvidados del Boom". Fresán hablará de Juan Carlos Onetti, Volpi de Jorge Ibargüengoitia y Paz Soldán de Clarice Lispector. Aunque es cierto que el Boom, propiamente dicho, incluye solo a cuatro autores (Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez y Fuentes), en realidad su radio abarca una circunferencia más extensa, que contiene a precursores y autores posteriores. Sin duda, Juan Carlos Onetti pertenece al grupo de los precursores, como Alejo Carpentier, Ernesto Sabato o Juan Rulfo. No es un olvidado sino, como dice Fresán, más bien un "olvidadizo" o un escurridizo que nunca hizo suya la agenda del Boom y la novela total. El caso de Jorge Ibargüengoitia es distinto. Simplemente, no le alcanzó la obra, la suerte o las ganas, como le sucedió a tantos (pienso en Julio Ramón Ribeyro).  Murió en el célebre accidente aéreo en Madrid en 1983, rumbo a un encuentro de escritores en Colombia, antes de cumplir los 60 años. En ese avión también viajaba otro eterno aspirante al Boom, el escritor peruano Manuel Scorza. Considerando el año de su muerte, es obvio que Ibargüengoitia (así como Scorza) no podía ya aspirar a pertenecer al Boom, aunque vivía en la periferia de este. Autores como Manuel Puig, José Donoso, Guillermo Cabrera Infante o Alfredo Bryce Echenique consiguieron un resquicio para introducirse y sentarse al lado de los 4FAB, pero a inicios de los 80 ese espacio se había cerrado definitivamente e Ibargüengoitia no logró cupo pese a que sus novelas compartían muchos de los rasgos del llamado post-boom.

De las tres conferencias previstas, la que pone el dedo en la llaga es la dedicada a Clarice Lispector. La extraordinaria autora brasileña merecía largamente formar parte del Boom. Sin embargo, no sucedió y la única explicación posible es que el Boom fue siempre un club donde no se admitían mujeres. En realidad, sí, se permitían, pero como esposas, agentes literarias, lectoras, estudiosas, gruppies o secretarias. Pero como escritoras, jamás. Tal parece que una cualidad de la ambición totalizante era la virilidad. Cuando Julio Cortázar acuñó el inadecuado término de "Lector Hembra" para aquellos lectores pasivos y convencionales que no aceptaban los retos literarios ¿fue un lapsus personal o estaba delatando una mentalidad machista compartida por los demás?

Recuerdo unas líneas que la biógrafa Stacy Schiff le dedica a Vera, la esposa de Vladímir Nabokov: "A partir de las muchas cosas que Nabokov se jactaba de no haber aprendido jamás -escribir a máquina, conducir, hablar alemán, encontrar un objeto perdido, cerrar un paraguas, contestar el teléfono, cortar las páginas de un libro o dar la hora a un ignorante-, resulta fácil deducir a qué dedicó Vera su vida." La cita me conduce al emotivo agradecimiento público que hizo Vargas Llosa a su esposa Patricia, la que incluso al reprenderlo por su inutilidad para la vida práctica lo alaba diciéndole "tú solo sirves para escribir". Cuando nos referimos a las mujeres del Boom, más allá de Carmen Balcells, no debemos olvidar el aporte de las esposas de los 4FAB. Aunque ellas, como la misma Vera Nabokov (quien se negó a dar entrevistas y demandó a Martin Amis por fingir una crónica sobre ella), prefieren pasar desapercibidas, su presencia invisible queda grabada como marca de agua en las páginas de los libros de sus esposos. La única que rompió el pacto silencioso fue Pilar, la esposa de Donoso, autora de un entretenido texto llamado El Boom doméstico, que al sumarse al libro que escribió la hija adoptiva de ambos, recientemente fallecida, Correr el tupido velo, traza una trayectoria tan desgraciada que nos advierte que aquella frase de Tolstoi sobre las familias (en la felicidad idénticas, pero infelices cada una a su manera) puede encajar en la vida de los demás autores del Boom.

Esta semana en el FB de Andrea Jeftanovic, estupenda escritora chilena, se discutió el tema. Ella, además del nombre de Clarice Lispector, soltó el de la mexicana Elena Garro como otra olvidada del Boom. Sostuvo además que "siempre hay redes de poder en la legitimación y visibilidad" cuando se elabora un canon. Y por supuesto, el Boom es un canon absolutamente masculino por más que sus autores (pienso en las colaboraciones de Julio Cortázar con Carol Dunlop o en la admiración que siente Vargas Llosa por Nélida Piñón, a quien le dedicó La guerra del fin del mundo) no desprecien necesariamente a las escritoras. Más que el machismo de los autores, la ausencia de mujeres en el Boom es producto de la ideología de esos años en los que la escritura femenina ocupaba en América Latina un lugar marginal y opacado por una imagen del escritor masculino, comprometido, seguro de sí mismo, hegemónico. Cuando veo la serie Mad Men identifico a Don Draper con la imagen del escritor latinoamericano del Boom, exitoso, convincente, trajeado y encorbatado, fumando o bebiendo whisky, hablando de negocios, de arte o de política, mientras a su alrededor orbitan mujeres vulnerables.

El Boom fue un fenómeno comercial y un hito histórico instalado en su tiempo. Pero ajeno a este, la literatura latinoamericana permanece en movimiento y en discusión constante. Una prueba innegable de ello es la importancia que ha adquirido un autor que logró ingresar al Boom, aunque nunca fue muy bien considerado por sus pares, como Manuel Puig, quien en las últimas décadas se ha convertido en el principal referente de la literatura latinoamericana. El brillo de algunos nombre y libros concretos del Boom, en cambio, ha ido desluciéndose con el paso de los años. Todo puede ser replanteado a través de nuevas lecturas y, en especial, siguiendo el rastro que los escritores dejan en la obra de los autores posteriores. Por ello, Clarice Lispector (como quizá algún día Elena Garro) ocupa hoy un lugar excepcional en la literatura latinoamericana, más allá del detalle anecdótico de si perteneció o no al Boom.

Cómo me convertí en anti-capitalista

Por: | 11 de abril de 2012

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Jornada de huelga general en Madrid. Foto: gaelx

Nunca he votado por la extrema izquierda ni la extrema derecha; considero que  la mayoría de escritores latinoamericanos de izquierda han sido escandalosamente sobrevalorados; los gobiernos de Fidel Castro o Hugo Chávez me causan repulsión y al Che Guevara no lo soporto ni como tatuaje de Maradona; sin embargo, hace unos días me di con la sorpresa de que me había convertido en anti-capitalista. ¿Cómo así sufrí tal metamorfosis? Simplemente, volví a ver "Avatar" y reconfirmé que era un pastiche mediocre de efectos especiales al servicio de un mensaje ecológico de cuarta. Y al parecer, según una columna publicada por el abogado Alfredo Bullard, criticar una película taquillera es un acto anti-capitalista equivalente a hacer pintas en las calles o lanzar una molotov desde una motocicleta en movimiento.

Bullard sostiene que la mayoría de escritores e intelectuales son izquierdistas aunque, irónicamente, desprecian el gusto de las "mayorías" que dicen representar porque disfrutan de los blockbuster y los bestsellers. En mi defensa, debo añadir que no todas las películas taquilleras ni todos los bestsellers me parecen malos, así como tampoco todos los fracasos mercantiles cinematográficos o literarios me parecen buenos. No sé si esta confesión será suficiente para ser eximido de ese insulto tan de moda en la prensa (que Bullard califica de "cariñoso") que es ser considerado caviar. Por otra parte, la última vez que he reído a carcajadas no ha sido con una de esas porquerías del disforzado Adam Sandler sino con el libro descatalogado La maleta de Sergéi Dovlátov, autor ruso casi desconocido y publicado por una editorial independiente española, que quebró porque su maravilloso catálogo de autores de Europa del Este no pudo competir contra las sagas de magos escolares o vampiros teenegers. Sí pues, así de caviar y anti-imperialista resulté siendo. Quién lo iba a decir.

Alfredo Bullard como antes Diego de la Torre (a quien le dediqué un post anterior) son representantes de la llamada "cultura del éxito", una mentalización que brotó de la cabeza de los creyentes en las bondades de la aromaterapia y ha colonizado, con evidente éxito, los cerebros de empresarios, banqueros y abogados de EEUU y todo el mundo. Este efluvio de positivismo que envuelve al país y a sus ciudadanos se explica en centenares de libros, todos ellos superventas (para ira de mi recién estrenado "anti-capitalismo"), y fundamentalmente se refiere a tener una actitud positiva ante la vida, encerrando a todos en una burbuja de buenas vibraciones donde una duda es equivalente a ser pesimista y criticar algo exitoso (léase "vendedor") es un síntoma de negatividad que debe ser extirpado antes de que infecte la burbuja.

Como lo ha explicado muy bien Bárbara Ehrenreich en el libro Sonríe o muere (2011. Turner) cuando el mercado asume el "pensamiento positivo" y los empresarios se convierten en animadores agitando pompones, el pensar positivo no es un asunto ingenuo. En primer lugar, nunca fue tan fácil reducir personal porque ahora despedir a alguien no es dejarlo sin empleo sino darle la posibilidad de encontrar el éxito (se recomienda leer Me botaron de la empresa y ahora soy millonario) y, además, convencen al despedido de que no es una víctima del recorte presupuestal sino el culpable de su propia desgracia porque ya no se expulsa a la gente por su falta de profesionalismo o talento sino por esa carencia de optimismo que le impide atraer prosperidad y dinero a su familia y a la empresa. Otro efecto benéfico del pensamiento positivo es que el consumismo crece en sociedades lobotomizadas por libros como El secreto y las leyes de atracción. Compra lo que no puedes pagar, consume lo que quieras consumir, endéudate y sobregira tu tarjeta de crédito porque al final tu mente puede traer el millón de dólares que necesitarás para no declararte en quiebra. Obviamente, EEUU terminó en bancarrota por una suma de factores donde el pensamiento positivo fue determinante, no solo porque embaucó a los norteamericanos con la mentira de la bonanza económica y los préstamos fáciles, sino porque censuró a cualquier voz disidente. Ehrenreich comenta cómo antes de que se desate la crisis económica eran despedidos, bajo la acusación de tener pensamientos negativos, los agentes financieros que anunciaron el peligro del sobre endeudamiento.

La cultura del éxito y el pensamiento positivo crea una sensación de bienestar ilusorio cuyo fin es propiciar el consumismo, el lucro y hacer crecer el mercado (sin que eso redunde necesariamente en una distribución equitativa) de manera desmesurada y sin regulación, pues cualquier duda o crítica es considerada pesimismo, negativismo y aguafiestismo. No es de extrañar, entonces, que los intelectuales y críticos que no participan de la celebración mercantilista sean llamados "socialistones", "caviares" o anti-capitalistas. Y es que ahora criticar o reseñar negativamente una película o un libro exitoso no tiene como objeto discutir el valor de una obra artística: es un ataque comunista que busca impedir el crecimiento del capital. 

Siempre pensé que la falta de revistas dedicadas a la crítica cultural, y los cada vez más exiguos espacios dedicados a la reseña de libros, se debía a que "la cultura no vende". Pero empiezo a sospechar que, en realidad, se trata de un plan estratégico para impedir que exista crítica literaria, cinematográfica o artística (salvo que sea elogiosa o inofensiva) que arremeta contra las obras que generan ganancias. No es que la gente le haga mucho caso a un crítico, claro está, "Avatar" seguirá consiguiendo espectadores y Paulo Coelho lectores por más que los reseñistas los manden a parir. Pero el asunto aquí es de principios: es un deber cerrarle el paso a esa negatividad obtusa, esa crítica rastrera, esos intelectuales izquierdistas que osan atacar al mercado con su tufillo de superioridad y, sobre todo, su envidia malsana por ser incapaces de generar dinero pese a su talento. O mejor dicho, de atraer hacia ellos prosperidad pensando positivamente en vez de andar de criticones.

"Tenemos e-books en papel"

Por: | 04 de abril de 2012

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Foto: Constance Wiebrands

Mario Vargas Llosa celebró sus 76 años donando su biblioteca personal a Arequipa, su ciudad natal. Son 30,000 ejemplares repartidos entre Lima, Madrid y París. Me pregunto: ¿cuántos GB de memoria serán suficientes para almacenar esa cantidad de información? ¿Entrarían todos en un solo aparato que no ocupa ni 10 cms? Estoy seguro de que la respuesta me sorprendería. Y también a Vargas Llosa.

El día de la donación declaró: "Una biblioteca es más que una acumulación de libros, es un acto de amor que se va construyendo en el tiempo y el que la reúne va volcando sus afectos, experiencias, estableciendo una relación de amistad y cariño con los libros, como la que tiene uno con sus hijos y nietos". Luego, bromeó diciendo: “Algunos secretos míos muy profundos se revelarán”.

Pero no es una broma. Lo cierto es que esos libros, adquiridos desde épocas universitarias, están llenos de anotaciones e incluso han sido calificados del 0 al 20, según el sistema de evaluación peruano. Son los libros de alguien que aconsejó a los escritores jóvenes leer con "lápiz en mano". Mario Vargas Llosa es un lector épico, uno de aquellos que se enamoran de las heroínas y se identifican con los héroes. Puede decirse que su vida está constituida por los libros que leyó tanto como por las situaciones que ha vivido, y sin duda muchos personajes de sus novelas favoritas son más trascendentes para él que la mayoría de seres humanos que ha conocido en la realidad. Lo que ha donado no es la biblioteca de alguien a quien le gusta leer, sino la de un hombre que desde su infancia siente que el libro es un objeto mágico.

En otra entrevista Vargas Llosa aseguró que le parece un horror adquirir un celular, una notebook o un tablet. Escribe a mano y usa la computadora como procesador de texto. Desde luego, la posibilidad de leer un e-book está completamente fuera de orden. A los e-books no se les puede subrayar, ni garabatear anotaciones en las páginas que sobran al final, ni calificarlos con una nota y un "insuficiente" al costado. Los e-books no guardan secretos, solo sirven para leerse. No hay heroicidad en un e-book como tampoco en un archivo de Word que contiene una novela. Alguna vez, los militares peruanos quemaron ejemplares de la novela La ciudad y los perros por considerarla ofensiva. Malcolm Lowry solía incinerar sus manuscritos -y las casas que los albergaban- cuando no estaba conforme con ellos y se había excedido de ginebra. Vladímir Nabokov cuenta cómo Vera Nabokov sacó del fuego, con sus delgadas pero firmes manos, el primer manuscrito de Lolita que el autor había arrojado a la chimenea. Ninguno de esos gestos románticos son posibles en la era del e-book ni de las computadoras. ¿No está contento con su texto? Pues arrastre el archivo al ícono del tacho de basura, luego haga clic en "vaciar papelera" y rece porque un Max Brod geek logre rescatar algo en el futuro. ¿Desea quemar libros ajenos? Pues primero imprima los PDF o lance tablets al fuego, pero no olvide que si el libro está en iCloud o Dropbox, o se vende en una tienda virtual, el gesto será ridículo. Cero dramatismo. Es como aquella broma de Seinfeld según la cual los teléfonos celulares impiden las buenas peleas entre parejas. Ya nadie pueda tirarle el teléfono al otro. Ahora, por más molesto que uno esté, debe pulsar con el dedito la tecla de llamada terminada para colgar al otro destempladamente.

Mientras que en Estados Unidos la industria de los e-books parece boyante, en España aún no se enteran para qué sirve un libro electrónico. Casi podría decirse que hay más tablets vendidos que descargas realizadas. Los compradores de gadgets se lanzan sobre el Kindle o el último iPad. Pero de ahí a hacer una descarga y pagarla con la tarjeta de crédito... eso es otro cantar. Hace unos meses se lanzó, con bombos y platillos, la nueva novela de Paul Auster en edición digital antes que impresa. No sé cuántas descargas obtuvo, pero si es cierto que los e-books solo representan el 2% del mercado editorial español (según me informaron) me imagino que muchos prefirieron esperar el libro impreso.

El auténtico mercado del libro electrónico en castellano está en América Latina, donde las librerías no están abarrotadas de novedades (hay que esperar varios meses o un amigo de maleta generosa para leer algo reciente) pese a que, incluso antes del Boom, el lector latinoamericano se ha mostrado más cosmopolita y curioso que el español. Sin embargo, mi experiencia como comprador de e-books es desastrosa. La mayoría de libros que he querido descargar o no están digitalizados o, si lo están, no están a la venta en Latinoamérica por un tema de derechos de autor. Pude comprar, eso sí, el último libro de Michael Ondaatje en Alfaguara, pero no sirve en mi iPad y me parece absurdo comprarme otro e-reader para leerlo; así que está ahí, un link yacente en mi correo.

Insistir en el libro impreso sobre el digital, más que un anacronismo, es una limitación. ¿Por qué el ingreso del e-book al mercado en castellano está resultando tan lento, trabado, complejo, burocrático? Por una cuestión de confianza y de old fashion, a lo Vargas Llosa. En vez de propiciar al libro electrónico (que beneficiaría a libreros grandes y pequeños, a editoriales transnacionales e independientes) los libreros y las editoriales invierten mucho en librerías donde la adquisición del libro se ofrece como una experiencia sensorial: se palpa el libro, se olfatea el café pasado del restaurante, se observa a un escritor autografiando ejemplares, se oye una conferencia en el auditorio. Cosas que, desde luego, no consigues con una insensible descarga.

"Tenemos e-books en papel" reza una pizarra en la puerta de una librería española. La foto circula por Facebook y centenares ponen "Me Gusta". Parece una broma. Pero no lo es.

El País

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