Vano oficio

Sobre el blog

Este blog se plantea hacer comentarios de actualidad sobre libros, autores y lecturas en menos de 1.000 palabras. Se trata de un blog personal, obsesivamente literario, enfermo de literatosis, como diría JC Onetti, según la regla que la literatura es un vano oficio, pero jamás un oficio en vano.

Sobre el autor

Ivan Thays

Ivan Thays. (Lima, 1968) Autor del libro de cuentos Las fotografías de Frances Farmer y las novelas Escena de caza, El viaje interior, La disciplina de la vanidad, Un lugar llamado Oreja de Perro, Un sueño fugaz y El orden de las cosas. Ganó en el 2001 el Premio Principe Claus. Fue finalista del premio Herralde 2008. Fue considerado dentro del grupo Bogotá39 por el Hay Festival. Sus novelas han sido traducidas al francés, italiano y portugués. Dirigió durante siete años el programa televisivo Vano Oficio. Actualmente administra el comentado blog Moleskine Literario.

"Escribir es una revolución"

Por: | 23 de mayo de 2012

4345861561_5c6aaae3fd_z

Salman Rushdie sin guardaespaldas en el 2007. Foto: canada2020

El 6 de mayo pasado, Salman Rushdie cerró el PEN World Voices Festival de Nueva York con una exposición sobre el dramaturgo Arthur Miller. Entonces habló sobre la censura. Dijo: los escritores están dispuestos a hablar sobre editores y críticos, sobre cuánto ganan, sobre chismes de otros escritores, sobre política y sobre amor, incluso sobre literatura, pero jamás sobre la censura. Discuten sobre la creación sin percatarse de que la censura es la anti-creación, la energía negativa, lo increado o, en un juego de palabras: "the bringing into being of non-being" (lo que podría traducirse como la puesta en ser del no-ser). No hay que quedarse callados sobre eso.

Pocos escritores tienen la autoridad moral para hablar de la censura como Salman Rushdie. Todos recordamos cómo a raíz de su novela Los versos satánicos fue perseguido, amenazado por una fatwa dictada por el ayatolá Jomeini, el líder iraní, en febrero de 1989. Se le acusaba de haber insultado a Mahoma al hacerlo aparecer como personaje en la novela, y de apostasía contra el Islam por declarar que ya no creía en la religión. La condena por ambos cargos era la pena de muerte. Una recompensa de tres millones de dólares (que luego se doblaría) por ejecutarlo sellaba el pacto. Rushdie debió vivir escondido y custodiado por la policía británica durante años. Muchas personas vinculadas al libro fueron amenazadas, extorsionadas, baleadas e incluso asesinadas. Recién en 1998, casi diez años después de vivir a salto de mata, el gobierno iraní declaró que no perseguiría al escritor (aunque la fatwa no pudo ser retirada porque el único capacitado para hacerlo, es decir el propio ayatolá, había muerto años atrás). Ahora Rushdie se mueve sin mayores problemas, aunque siempre existe la posibilidad de que algún fundamentalista ejecute la condena. De hecho, a principios de este año dejó de asistir al Festival Literario más importante de India, en Jaipur, ante la posibilidad de que dos asesinos a sueldo hubieran sido contratados para matarlo.

Salman Rushdie menciona en su texto varios casos de escritores acosados por la censura: desde Ovidio hasta García Lorca, pasando por el ruso Mandelstam. También mencionó libros censurados, como Lolita, El amante de Lady Chaterley, Trópico de cáncer. En realidad, afirma, las razones para censurar un libro pueden ser tan subjetivas y disparatadas que lo mismo pueden recaer contra autores como Kurt Vonnegut o J. K. Rowling, la autora de Harry Potter (acusada de diabólica por extremistas cristianos).

A las causas políticas, morales o religiosas que menciona Rushdie hay que sumar otras que, de manera más sutil pero con igual contundencia, actúan como entes censores en la actualidad. La primera causa es el mercado. Como dice La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa, la publicidad ha reemplazado a la crítica y el mercado es quien dicta la norma. Nada se puede publicar si no ha sido aprobado antes por el mercado. Ninguna editorial, librería o agente literario podría sobrevivir si no logra una ecuación equilibrada entre autores que el mercado exige y autores que le dan prestigio, aunque representan pérdidas. Y si las pérdidas son mayores que las ganancias, editoriales, librerías y agencias (y autores) quiebran indudablemente. Es casi imposible escapar del mercado, que no censura directamente sino que lo hace a través de sus reglas invisibles. Copar las mesas de novedades y las páginas culturales, hundir en el olvido las obras que no participan del espectáculo y mimar hasta el disparate a los autores best-sellers son algunas de esas reglas. La ley general es la frivolidad y hacia eso apunta. Incluso los libros que no son fáciles o superficiales sino incluso complejos, tienen cabida si el mercado ha sabido adoptarlos a sus reglas que todo lo frivoliza. Hace unos años, por ejemplo, en España se dio un fenómeno interesante: uno de los libros más vendidos del año fue Vida y Destino de Vasili Grossman. Un monumento histórico y meticuloso de más de 1,100 páginas sobre el cerco de Stalingrado, escrito en la década de los 40, publicado póstumamente a fines de los 70 en inglés y francés, traducido en el 2007 (versión íntegra) al castellano. Un éxito de ventas y de crítica. Pero ¿cuántos lectores están capacitados en realidad para leer un libro semejante? Poquísimos. Bajo las reglas del mercado, comprar un ejemplar complejo es adquirir un bien prestigioso, engalanar tu biblioteca con el libro del que todos hablan, pero no es una exigencia leerlo. Basta con poseerlo.

Otro factor de censura es el patrioterismo. Como sucedía con los comisarios estalinistas (aquellos que nunca hubieran dejado publicarse, justamente, Vida y Destino), el patrioterismo crea una exigencia en los escritores: mostrar una realidad positiva, no provocar la duda o el cuestionamiento, dar vivas a la patria y a sus protagonistas contemporáneos (escritores, artistas, chefs, deportistas, lo que sea). En pocas palabras: no ser un aguafiestas. Cuando en el 2010 se le otorgó el Premio Nacional de Chile a Isabel Allende, sus defensores subrayaron que ella había "puesto en el mapa" literario a Chile. No se discutía la calidad de sus obras, y menos en comparación con la de otros autores propuestos para el premio, sino el que gracias a ella Chile tenía una autora de bandera. Los críticos de Isabel Allende eran envidiosos, malagradecidos o antipatriotas. No se puede criticar a ningún personaje sobre el cual reposa la autoestima nacional. Recordemos que hace un año se intentó, en la Feria de Libro de Buenos Aires, que el recién galardonado con el Nobel Mario Vargas Llosa no inaugure la Feria porque "insultó" a Cristina Kirchner al criticar su gobierno. ¿No es eso censura? Si se mantiene esa idea patriotera que obliga a todos a apoyar ciegamente la causa nacional, y se suma a ello la mentalidad positiva de los empresarios embrutecidos por cursos de coaching, pronto tendremos comisarios de un nuevo estalinismo liberal: aquel que solo acepta a los autores que consiguen triunfos internacionales, más allá de su calidad literaria, y cuyas obras logran posicionar al país como un lugar de ganadores.

Como dice Salman Rushdie en su intervención: "El arte no es entretenimiento. Cuando el arte es muy bueno, es una revolución". Y ninguna revolución se logra siguiéndole el ritmo a un discurso hegemónico, a un slogan patriótico o a las pretensiones del mercado. Defender los libros de la censura, como pide Rushdie, implica no solo defender el derecho a escribir, sino el derecho a escribir sobre -o contra- lo que uno quiera.

Una corbata que era una llamarada

Por: | 16 de mayo de 2012

2126231271_79c1de0865_z

Foto: Luis Ramírez

En una encuesta que, hace unos años, realicé en mi blog Moleskine Literario pregunté por la novela del Boom que peor había resistido al paso del tiempo. La ganadora fue Terra nostra de Carlos Fuentes. No me resulta extraño sino, al contrario, bastante consecuente que uno de los primeros narradores contemporáneos de América Latina, quien revolucionó la novela en su país y quien de algún modo diseñó la idea del escritor-boom, un profesional dedicado a escribir a tiempo completo y comprometido políticamente, se convierta unas décadas después en un anacronismo.

Lo resume muy bien el escritor mexicano Alvaro Enrigue en el Twitter: "Nadie más se va a atrever a escribir un libro como Terra Nostra, y nadie se atrevería a publicarlo."

Ahora que leo incontables necrológicas, en diversos países y medios, y veo en casi todas ellas la edad del escritor (83 años) me parece imposible. No solo porque se le veía más joven que esa edad, sino porque era tremendamente inquieto. Estuvo en Madrid presentando su ensayo sobre la nueva narrativa latinoamericana, a principios de año fue al Hay Festival de Cartagena y hace unas semanas en la Feria del Libro de Buenos Aires. Y en una entrevista que se publicó hace un par de días en "El País", comentaba que había entregado una novela a sus editores y que el lunes (un ahora improbable lunes) iba a empezar a redactar una nueva obra, para la que había tomado ya suficientes notas. 

Ha pasado muy rápido el tiempo, desde aquellos años en que su vitalidad fue fundamental para unir al Boom como un grupo de amigos con proyectos comunes (acogía amigos en su casa, como José Donoso; presentaba agentes literarios a sus pares y vinculaba a unos con otros; y luego, cuando era un escritor consagrado, apoyó a muchos jóvenes y comentó sus obras con una curiosidad insaciable, aunque no exenta de fobias, como Roberto Bolaño, a quien sabe dios por qué nunca quiso leer) hasta este momento en que lamentamos su muerte. El único gesto, que no pasó desapercibido para mí, fue que en la Feria del Libro de Buenos Aires se presentó sin corbata. ¿Carlos Fuentes sin corbata? Eso era imposible. Fuentes y las corbatas de seda italiana eran un clásico del Boom literario. Incluso fue motivo de una divertida parodia de César Aira en El congreso de literatura. Y Vargas Llosa, en un temprano artículo de 1967 en la revista Caretas, dijo: "(...) llevaba barba y un paraguas, botas, una larga casaca de terciopelo verde con cuatro pares de botones, y una corbata que era una llamarada."

Pero ahora, en Buenos Aires, no llevaba corbata. Debí entender que eso significaba algo, un anuncio, una señal de que la llamarada se estaba apagando. Los años, nuestros años, no eran más los de corbatas de seda. Las corbatas son otro anacronismo. Aquello que representaba Carlos Fuentes (un escritor cosmopolita, intelectual, elegante, hijo de diplomáticos, cultísimo, interesado en la política mundial y en el futuro de México -frente al cual se mostraba apocalíptico en sus novelas- y con una vida pública donde se barajaban los amores con actrices, las muertes trágicas de sus hijos y el amor incondicional de su última esposa Silvia Lemus) parecía instalado en el pasado, un protagonista viviente del museo de cera donde los escritores tenían fe en la novela total, escribían novelas complejas donde intentaba resumir lo mitológico, lo actual, lo interior y lo exterior, el lenguaje de vanguardia con el relato fantástico clásico, el amor y la ideología, la Historia con el arte pop, y donde siglos podían transcurrir en pocas páginas.

Ningún escritor latinoamericano era tan versátil y, además, tenía tanta ambición. Una ambición desmedida, que establecía alambicadas relaciones entre sus libros, como si en realidad no quisiera redactar obras literarias sino construir un complejo mosaico sin límites ni bordes, donde todo debía encajar, donde novelas como la temprana La región más transparente engarzaba con el cuento más olvidado, y obras históricas con novelas autobiográficas.

No, ya no hay escritores así. Cada uno de sus rasgos se han atomizado y dispersado y el cosmopolita ya no es ambicioso, el ambicioso no es elegante, el elegante no es tan culto, el culto no tiene historias de amor con actrices. Pero uno que reúna todas esas condiciones en sí mismo, de esos no hay más.

Alguna vez leí que Fuentes se decepcionaba cuando alguien le decía que había terminado de leer Terra nostra. Era un libro para vencer a sus lectores, para superarlos, no para apañarlos y entretenerlos. Y pienso que sí, en efecto, era un libro para darse por vencido. Por ello me pregunto: ¿cuántos de aquellos que votaron en la encuesta de mi blog contra él habían terminado de leerlo? Muy pocos.

Tengo ante mis ojos mi vieja edición de Cambio de piel, de letra minúscula, en la que empecé subrayando párrafos y terminé destacando páginas enteras. Tengo esa nouvelle perfecta llamado "Aura". Tengo La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Terra nostra, Zona sagrada. Tengo la novela que le dedicó a su amante, la frágil Jean Seberg, Diana o la cazadora solitaria. Y estoy seguro de que tengo más libros de Carlos Fuentes en mi caótica biblioteca. Libros llenos de polvo, que compré y no leí, o que leí y no pensé en volver a leer más.

Es un uso común decir, cuando muere un escritor, que el mejor homenaje es leer sus libros. Pero esta vez, pienso, no deberíamos apresurarnos en asfaltar el infierno ya bastante empedarado. Pasemos mejor al hecho. Es decir, leamos o releamos esos libros ambiciosos que Carlos Fuentes escribió para retarnos y, sobre todo, para retar al tiempo.

Lo que falta es una rosa bien puesta

Por: | 09 de mayo de 2012

3386118030_59ab5ff55c_z

One red rose. Foto: Nicola Jones

En junio de 1981 Mario Vargas Llosa entrevistó a la exitosa autora de novelas rosas Corín Tellado para un programa peruano de TV. Luego hubo un intercambio de piropos: doña Corín dijo que se había sentido muy cómoda con el escritor peruano, a quien había leído y admiraba, porque este la tomó en serio y la entrevistó "sin esas ironías y sarcasmos de las que ya estoy harta". Por su parte, Vargas Llosa, terminada la emisión, declaró que ella: "(...) para bien o para mal, durante treinta años ha sido la encargada de satisfacer nuestro hambre de irrealidad."

No debería extrañarnos que el autor de La tía Julia y el escribidor, donde se parodia a los folletines amorosos, haya sentido curiosidad por Corín Tellado (una suerte de Pedro Camacho, además, en su rapidez para escribir) y decidiese entrevistarla en su programa cultural, tiñéndola de un prestigio que entonces le era esquivo. Sin embargo, a la luz del libro La civilización del espectáculo que acaba de publicar, parece una contradicción flagrante. Si está en contra de la democratización de la cultura y exige que el hombre culto oriente la sensibilidad de los espectadores hacia obras que los conmuevan y no que solo los entretengan ¿por qué no aprovechó su espacio televisivo para explicar, digamos, cómo leer el Ulises, en vez de mostrarnos la intimidad de una escritora que en esos años era el paradigma de la literatura light contra la que denosta en su nuevo ensayo?

Acusar a Vargas Llosa de contradictorio no es la única ni la más punzante de las opiniones en contra del polémico ensayo, algunas muy atendibles, que han surgido durante estas semanas. Pese a ello, La civilización del espectáculo dista mucho de ser un libro desdeñable. Al contrario, al leerlo nos deja la sensación de que antes que su menosprecio al ciberespacio o la tecnología, o su añoranza por un ideal de cultura ya extinto, lo más resaltante es la exposición contundente de una irrefutable verdad: la banalización de la cultura. Es decir, el desdén e incluso la censura contra cualquier actividad cultural que no pueda ser trivializada o popularizada, sino que insista en su afán hermético y auténticamente transgresor.

¿Censura? Sí, esa es la palabra correcta. En la reseña aparecida en El País Jorge Volpi concluye: "La solución frente al imperio de la banalidad, que tan minuciosamente describe, no pasa por un regreso al modelo previo de autoridad, sino por el reconocimiento de una libertad que, por vertiginosa, inasible y móvil que nos parezca, se deriva de aquella por la que Vargas Llosa siempre luchó." ¿A qué libertad se refiere Volpi? ¿Quizá a la supuesta libertad que brindan los nuevos medios de comunicación, el internet, las redes sociales? Aunque en principio pareciera que el no tener necesidad de pasar por el control de un editor, un curador de arte o la necesidad de un medio impreso o espacio físico, los autores, los críticos y los artistas gozarían de una libertad mayor, en la práctica lo que vemos es que, en inmensa mayoría, internet repite lo mismo que se ofrece por otros medios. E incluso muchos usan las plataformas virtuales como trampolín para conseguir la aprobación de quienes pertenecen a medios tradicionales y así poder integrarse a ellos. Son libres, digamos, porque el acceso de los medios virtuales es sencillo y gratuito, pero no porque busquen librarse del espectáculo ni cuestionarlo sino, al contrario, voluntariamente lo reafirman (basta dar un vistazo a la mayoría de opiniones que se manifiestan en Twitter o en Facebook para comprobarlo).

Puede pensarse que los principios de autoridad anteriores, desde los comisarios estalinistas hasta los mandarines culturales, han sido derrocados por esta cultura del "vale todo". Tampoco es cierto. Sobre los escombros de esas dictaduras se ha fundado un totalitarismo más poderoso: el mercado, que actúa exactamente igual que esos añejos comisarios o mandarines. Le dice al artista qué debe hacer, le dice al crítico cómo debe interpretar, le dice al espectador qué debe consumir. No lo hace, obviamente, a través de opiniones en revistas prestigiosas ni decretos de estado, sino copando todo el espacio hasta arrinconar a aquel que no está alineado con su idea de divertimento. Una distribuidora de cine o de libros obliga a los dueños de las cadenas a promover sus productos más vendedores en el mayor espacio disponible y la mejor exposición, a cambio de primicias o mejores precios al por mayor. Las obras que no participan de ese mercado mueren ignoradas. En América Latina no es extraño que solo la ilegalidad (la piratería cinematográfica o de libros) puede hacerle frente al totalitarismo. Como parte de esta trama hegemónica, las páginas culturales son reemplazadas por páginas de espectáculos (que incluyen moda y gastronomía cada vez con mayor frecuencia pues son activos culturales muy rentables), y evitan la crítica por "aguafiestas" y pretenciosa. Después de todo, quién necesita crítica si existe la publicidad.

De eso trata sobre todo La civilización del espectáculo y Vargas Llosa no es el último ni el único en lamentar la situación. Quien alguna vez ha intentado difundir cultura sin duda ha sido víctima de la dictadura del mercado. Cuando tenía un programa literario de televisión el gerente de ese entonces era un fotógrafo cuyo mayor orgullo era haber insertado el largo tallo de una rosa entre las nalgas de una vedette desnuda. Previsiblemente, aquel curioso florero humano fue muy comentado y la revista donde trabajaba vendió mucho. Un día me llamó a su oficina para evaluar mi programa. Dijo que era aburrido, demasiado intelectual, muchos escritores y libros que nadie quiere leer. "¿Por qué hablas tanto de ese Nabokov por ejemplo?" me preguntó a bocajarro, luego de proponerme que le dedicase quince minutos, en cada emisión, a Harry Potter. Y al final, dándome unas amistosas palmadas en la espalda (aunque en ese momento ya había redactado un documento donde le pedía al presidente del canal que clausurase mi programa) me despidió de su despacho aconsejándome: "A tu programa lo que le falta es una rosa bien puesta".

Algunos muertos gozan de buena salud

Por: | 02 de mayo de 2012

4789318603_1250a1bd0f_z
Foto: Mark Hunter

En una entrevista en el Hay Festival Xalapa 2011 me preguntaron sobre la importancia de los blogs. Declaré entonces que los blogs estaban muriendo. Así lo creo, honestamente. Entonces, ¿vale la pena seguir administrando o creando nuevos blogs? Creo que sí, aunque bajo ciertas condiciones. La primera, asociar el blog a otras herramientas de comunicación (como el Facebook o el Twitter). Y luego, la más importante, ser muy exigente con el contenido. Considero que ya no es el medio sino la calidad de las entradas el tanque de oxígeno que permite que algunos blogs continúen con vida y tengan aún impacto en los lectores y en la sociedad. Esto incluye a los blogs literarios y a los que no lo son. Ahora no es suficiente abrir una cuenta y ponerse a postear. Hay que ser muy conscientes de lo que se escribe y el modo de hacerlo para repercutir en los lectores contemporáneos, la mayoría de ellos habituados a leer frases de 140 caracteres.

Aquí les dejo una lista, incompleta desde luego, de los blogs literarios que considero que aún gozan de buena salud.

The Literary Saloon.- The Complete Review es una página de reseñas que no solo pone interés en la literatura norteamericana sino en todos los idiomas y continentes. La cantidad de información que contiene su blog, "The Literary Saloon", es impresionante. Siempre está actualizado y sus entradas nos conducen desde Ferias Literarias en Teherán hasta traducciones de libros del árabe, pasando por discusiones candentes, listas de libros, noticias literarias, etc. Imprescindible leerlo todos los días.

Arts Beat.- Es el blog donde escriben los críticos de arte y literatura de The New York Times, y aunque su calidad y actualización ha decaído en los últimos años (sobre todo cuando el blog Paper Cuts desapareció y se creó este blog general sobre arte), aún tiene muchos apuntes interesantes sobre novedades literarias y estupendos podcasts.

Books Blogs.- Con una gran cantidad de colaboradores y puntos de vista inusuales (muchas veces polémicos) sobre temas literarios de actualidad, el "Books Blogs" del diario británico The Guardian es el ejemplo de cómo los blogs de los diarios más célebres sirven no solo para complementar la información que ofrecen las ediciones impresas sino para fomentar la discusión, de manera tal que la edición on-line del diario resulta mejor y más atractiva que la impresa.

Papeles Perdidos.- Al estilo del extinto "Paper Cuts" o del mencionado "Books Blogs", el diario El País inauguró el blog "Papeles Perdidos" donde colaboran miembros de la redacción del diario y también invitados. Aunque su contenido abarca todos los ámbitos de la cultura, lo literario ocupa mayor espacio. Mi sección favorita es Letras en 360º, que lleva Virgina Collera, donde hace un repaso de las noticias literarias más curiosas de la semana en diversos países. Nunca me decepciona.

Gustavo Faverón.- La sólida capacidad argumentativa en cada uno de sus post volvió imprescindible a "Puente Aéreo" del crítico y escritor peruano Gustavo Faverón, que trascendió la frontera nacional. Asimismo, la virulencia con la que defendía sus posiciones, sin discriminar enemigos, lo hizo también el blanco de los ataques de muchos blogueros, incluso no literarios (su estupenda novela, El Anticuario, no tuvo en el país la recepción merecida, creo, como daño colateral de esas peleas). Faverón cerró hace unos meses "Puente Aéreo", pero ha abierto el blog "Gustavo Faverón", dedicado no solo a lo literario, que ya empezó a poner temas y discusiones en la agenda periodística peruana. Sin duda Faverón, pese a vivir en el extranjero y tener una presencia mediática limitada a su blog, es un referente en la opinión cultural y política del país.

El lamento de Portnoy.- Gran amante de la literatura norteamericana, el español Javier Avilés no deja de lado lecturas de autores en castellano y en otros idiomas. Lo más resaltante del blog, además de la frescura y la inteligencia de cada uno de sus post, es que no se dedica a la actualidad literaria sino a comentar los libros mientras los va leyendo. No teme ocupar seis o más entradas en un libro. Avilés no  hace concesiones a su interés en los detalles pues, como explica su autor y el título de su blog (que viene de una novela de Roth), esta es una bitácora para onanistas literarios.

Eterna Cadencia.- La librería Eterna Cadencia es uno de mis lugares favoritos en Buenos Aires. Ha conseguido hacer acogedor el acto de ir a comprar libros (que para lectores adictos como yo suele ser solo un acto compulsivo). Esa calidez se transmite a través del blog de la librería que dirige de manera extraordinaria Patricio Zunini. En contra de lo que uno puede pensar sobre un blog de una librería, dedicado a hacer listas de los más vendidos o de ofertas literarias en su local, el blog de Eterna Cadencia pide textos a colaboradores, genera textos propios a partir de los conversatorios en su librería y hace entrevistas exclusivas para el blog, convirtiéndose en una excepcional revista de libros de lectura obligatoria para estar actualizados en lo que sucede literariamente en Argentina.

Linkillo.- Daniel Link es un crítico cultural y narrador argentino y su blog "Linkillo (cosas mías)" no solo recupera artículos suyos publicados en diversos medios, sino que propone reflexiones, opiniones, discusiones o resalta algunas frases curiosa de la cultura o política argentina que editorializa en el título de la entrada. La clave del éxito de Daniel Link es su gran sentido del humor, que nunca es hiriente ni cínico, sino el modo como un autor de sólida formación académica asume la administración de un blog: más que un lugar para teorizar es un sitio para pensar en voz alta esas "cosas mías" que suelen afectarnos a todos.

Fragmentos.- De los diversos blogs de Letras Libres, "Fragmentos" de Christopher Domínguez Michael es mi favorito pues, a diferencia de la mayoría de blogs aquí mencionados, en este el autor escribe sobre temas que difícilmente tendrían cabida en otro espacio. "Fragmentos" suele tratar sobre autores o libros anacrónicos, comentados con una erudición también anacrónica para el mundo de los blogs. Ahí radica su fortaleza: ser el depósito de textos exigentes, escritos con solvencia y con auténtica pasión literaria, que no tienen lugar en las redacciones de los diarios o las revistas de divulgación ni en otros blogs.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal