Un oficio en vías de extinción

Por: | 06 de junio de 2012

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Librería Eterna Cadencia. Foto:  Laura Brunow Miner

Pueden considerarme dentro del grupo de “plañideras” que lloran por la desaparición de las librerías independientes. Y no es que le haga ascos a los e-books (tengo uno y lo disfruto bastante) ni tampoco que desconfíe de los envíos de Amazon, aunque me crea ansiedad esperar el paquete tantos meses; sucede, simplemente, que para mí no existe mejor lugar para comprar libros que una librería independiente.

Me refiero al artículo “Libros y salchichas” de Alfredo Peláez Rojas, que apareció en la revista colombiana “El Malpensante” hace varios años y que, creo, cobra mucha actualidad ahora que pende sobre las librerías una espada en medio de la crisis que afecta a España y, por tanto, al mundo del libro en castellano.

Hace unos años cerraron tres librerías independientes en Bogotá (una de ellas llegué a conocerla: “La Caja de Herramientas”) y muchos escritores e intelectuales lloraron esas clausuras. Peláez Rojas recogió esas lágrimas y las arrojó al fango: “Las plañideras señalarán que estas librerías muertas eran más que expendios de libros, que eran sinagogas culturales donde los lectores se congregaban alrededor del conocimiento empastado. Y tendrían razón, si fuera verdad que los compradores armaban tertulias espontáneas para debatir los títulos a la venta, o si los libros de sus anaqueles gozaran de la extraña facultad de irradiar cultura como si fueran barras de uranio enriquecido. Pero no, las librerías muertas eran sólo expendios de libros comunes y corrientes al lado de otros negocios comunes y corrientes.”

Agregó que se considera un consumidor de libros y, como tal, no necesita de una librería independiente para comprarlos: los consigue en cualquier librería, ya sea una mega-tienda, una pequeña de aeropuerto o en las góndolas de los supermercados. Si quiero ser más exquisito, dijo, lo mando a pedir a Amazon.

Pienso ahora en las librerías independientes que aún dan batalla como “El Virrey” de Lima, “Eterna Cadencia” en Buenos Aires o “Metales Pesados” en Santiago de Chile. ¿Cuál es la diferencia entre estas librerías y aquellas más grandes, dirigidas no por libreros sino por administradores? ¿Y cuál es la diferencia entre estas y las librerías virtuales como Amazon?

El librero. Detalle crucial que le faltó considerar a Peláez Rojas. Cuando muere una librería independiente, muere con ella un oficio que se convertirá pronto en un anacronismo: el buen oficio del librero. Porque, seamos honestos, ¿cuántas librerías cuentan con un librero entre su personal? Lo que los supermercados-librerías y los cubiles de aeropuerto contratan son empleados que saben dar el vuelto, no recomendar libros. Estos chicos uniformados, que lo mismo podrían estar vendiendo salchichas o libros, teclean en las computadoras los títulos o los autores que uno les pide. A veces, hay que explicarles que Kafka lleva dos k. Si se les pide una recomendación, recitarán qué libro es el más vendido de la semana. Exactamente lo mismo que hace Amazon y sus libreros virtuales. Cuando uno compra un libro, la web sugiere otros que podrían gustarte. Las sugerencias se guían por país, por editorial, por idioma, por tema. En ningún caso derivan de la lectura comparada de los libros, como haría un librero real.

Ser librero no es un oficio sencillo. Primero, hay que saber pedir a las distribuidoras y estar atentos para que nunca falte el libro que alguien podría querer. Qué triste es una librería donde las existencias dependen del ritmo –casi siempre caótico o arbitrario- de las distribuidoras. Un buen librero se da cuenta de que falta poco para que se agote un libro que no puede faltar en su estante, se anticipa y lo pide. Un buen librero también se da cuenta de qué libro, de todo el catálogo de una distribuidora, es interesante. El olfato para reconocer los best-sellers, los libros que tendrán buenas reseñas y aquellos que pasarán desapercibidos para todos menos para él, es condición indispensable para llevar una librería independiente.

El segundo requisito es saber recomendar. Hacer un perfil rápido del comprador y cuando este le pide ayuda (o cuando no se la ha pedido, pero da vueltas por el local como por un problema matemático que no puede resolver) ir a su encuentro, conversar con él unos minutos y de inmediato tener en mente dos o tres libros que seguro encajarán con su gusto. El auténtico librero será incluso más agresivo. Podrá quitarle de las manos al lector un libro que no vale la pena, pero que se lo han recomendado erróneamente, y ofrecerle uno que sí vale. Recuerdo cuando era estudiante, ahorrando mis propinas para ir los fines de semana a "El Virrey", donde Sanseviero jugaba ajedrez y me recomendaba libros. También recuerdo a Parra, de "Metales Pesados", metiéndome en la bolsa un libro que no le pedí, seguro de que me gustaría, y no se equivocó: Vías Revolucionarias de Richard Yates, que gracias a él descubrí antes de que se hiciera la película. Recuerdo hace poco mis tardes en "Eterna Cadencia", en medio de centenares de novedades sin saber elegir. Gracias a un librero me llevé solo algunas, no más de una decena, todas buenas.

Ese tipo de anécdotas son imposibles con los motores de búsqueda por similitudes de Amazon o con los empleados que ordenan pilas de best-sellers. Estas aventuras literarias tienen un protagonista, el librero, que solo existe en su hábitat natural: la librería independiente. La muerte de una implica la desaparición del otro. Y yo, agradecido comprador de libros recomendados por gente que sabe lo que vende, haciendo honor a que Peláez Rojas me llama “plañidera”, lloro desconsoladamente al pensar que un día no existirán librerías para estos libreros.

Hay 7 Comentarios

Esas librerias son el inicio del new escritor, un pequeña inquietud en mi tours en sudamerica he visto que la selva se esta convirtiendo en arrena sin vida esto esta pasando en el rio madre de dios millones de mineros foraneos de sudamerica lo han invadido por la fiebre del oro lo estan dejando un desierto y si mas recuerdo es uno de los pulmones del mundo sin mencionar la contaminacion del rio amazonas esto es mas visible via satelite esto es preocupante para nuestra sobrevivencia. thannz.

No te falta verdad, Iván, pero yo confío en la capacidad inventiva y recicladora que tienen muchos libreros. Y pongo de ejemplo esa especie tan anunciada como extinta: los libreros casi-casi ambulantes, de la Calle Quilca, o de los precarios puestos del bulevar Amazonas, en Lima. Opciones como comprar un libro de segunda, y luego dejarlo como parte de pago para uno nuevo es una de las tantas estrategias comerciales que han ensayado con los mejores resultados. No mejoran sus puestos, quizá tampoco sus vidas ni sus oficios, pero sí los títulos, las ediciones y los consejos para todo lector que se inicia o se consagra.
He recorrido librerías en varios países -y tengo los mejores recuerdos de ello-, pero si tuviera que prescindir de visitar a mis amigos libreros, los pobres, los buenos consejeros, los casi ambulantes, me limito a los museos. El librero, como buen fogonero de la fantasía, encontrará las formas, sostenibles, de prevalecer. El tiempo está a su favor.

Hoy pensaba en lo mismo, después de visitar una pequeña librería en la Calle José Gálvez 124 (Miraflores, Lima) y de conversar con su maravilloso librero, quien me consiguió en pocas horas un libro de arte que en las típicas librerías ni siquiera se habrían molestado en hacerlo. Su pasión por los libros es un imán.

Me ha pasado...

Generalizar siempre es malo porque al generalizado se le priva de su identidad. Entre esos chicos de supermercado me he encontrado a quienes amaban los libros y entre los libreros me he encontrado a los que habían sufrido su propia metamorfosis... a cucaracha. Maltratamos con frecuencia al producto, a quien lo vende, a como lo vende (que si la tele basura, que si el libro de supermercado)... maltratemos al lector que ya no lee, al que prefiere algo fácil, al que prefiere la tele, o al iluminado que ha decidido que leer no le vale para nada - y a veces me pregunto si no tendrá razón -, total, no dejará de ser una rabieta.

El único comentario que añadiríamos a esta magnífica columna es que lamentablemente en las provincias de Chile (es decir, todas las ciudades que no son la capital), no basta pedir con antelación el libro que no puede faltar, ya que las distribuidoras relegan hasta por semanas los envíos. Los libreros hoy en día somos movidos por la pasión más que por la razón, no hay otra explicación...¡y nos encanta!

Excelente artículo, felicidades.

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Sobre el blog

Este blog se plantea hacer comentarios de actualidad sobre libros, autores y lecturas en menos de 1.000 palabras. Se trata de un blog personal, obsesivamente literario, enfermo de literatosis, como diría JC Onetti, según la regla que la literatura es un vano oficio, pero jamás un oficio en vano.

Sobre el autor

Ivan Thays

Ivan Thays. (Lima, 1968) Autor del libro de cuentos Las fotografías de Frances Farmer y las novelas Escena de caza, El viaje interior, La disciplina de la vanidad, Un lugar llamado Oreja de Perro, Un sueño fugaz y El orden de las cosas. Ganó en el 2001 el Premio Principe Claus. Fue finalista del premio Herralde 2008. Fue considerado dentro del grupo Bogotá39 por el Hay Festival. Sus novelas han sido traducidas al francés, italiano y portugués. Dirigió durante siete años el programa televisivo Vano Oficio. Actualmente administra el comentado blog Moleskine Literario.

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