Amazon y dos tragos amargos. Fuente: MJ/TR
Dos noticias recientes aparecidas en El País, que tienen que ver con la tienda virtual de libros más importante del mundo, Amazon, me han llamado la atención porque las considero señales de cómo el internet y la interactividad está modificando la forma de entender la literatura.
La primera se trata del descubrimiento -porque se trata de eso, algo que se supone que todos debíamos saber pero de lo que no nos habíamos enterado por no leer "las letras pequeñas"- de que al comprar un libro en Amazon estamos adquiriendo no un bien sino un permiso para usarlo. Eso quiere decir que prestar un libro electrónico o incluso heredarlo constituye un delito. Además, lo que resulta casi una pesadilla de ciencia ficción, Amazon tiene la forma de ingresar en tu aparato electrónico y llevarse el libro que adquiriste, como ya ha ocurrido en un caso anterior. Todo está explicado en esta nota de Daniel Verdú.
Mi padre no era un gran lector pero sí un gran coleccionista de libros. Pude leer su biblioteca de joven y ahora la he heredado. Hace una semana, con un grupo de amigos conversábamos sobre aquellas joyas que encontramos en las bibliotecas familiares. No solo estupendos libros sino grandes traducciones. Nunca me iba a imaginar que un día heredar un libro pudiera ser considerado un delito; Amazon ha redifinido la frase "lo que se hereda no se hurta" y nos convierte en potenciales delincuentes ¿Qué es lo que debemos hacer ahora? ¿Dar de baja a nuestros familiares muertos para que Amazon se lleve los libros almacenados en su Kindle? ¿Y cuál es el criterio por el que existe esa regla? ¿Por qué comprar un libro impreso sí es comprar un bien y uno electrónico es solo adquirir un derecho de uso? Ninguna respuesta. Como muchas cosas en el mundo virtual, las reglas son así y no hay más que decir. Las personas que ingresamos a la virtualidad esperando que se respeten, por analogía, las reglas éticas del mundo real nos vemos una y otra vez equivocados. Lo único cierto es que este tipo de reglas arbitrarias solo conseguirán asustar al lector dispuesto a cambiarse al mundo electrónico, o lanzarlo a la piratería sin remedio.
El otro tema es el que Virginia Collera, en el blog Papeles Perdidos, comenta según informaciones en The Guardian y The Telegraph. Se trata del escritor de novelas policiales R.J. Ellory, quien firmó bajo seudónimos reseñas muy positivas de sus novelas, y negativas contra novelas de sus "enemigos" literarios. La historia no es nueva, muchos autores han usado antes seudónimos para alabarse a sí mismos y, sobre todo, para hundir a los demás, pero ese acto resultaba infantil, frívolo incluso, y nada dañino. ¿Por qué entonces lo que ha hecho por Ellory ha concluido en un escándalo con decenas de escritores (entre ellos algunos super ventas como Michael Connelly y Jo Nesbo) condenándolo en una carta abierta a The Telegraph?
Pues porque las reseñas que escribía Ellory con seudónimo las colgaba en Amazon. ¿Y eso qué significa? Pues las reseñas de Amazon no son inocentes. Amazon se guía de esas reseñas para posicionar los libros, para recomendarlos a sus lectores, para venderlos mejor. Un libro con buenas reseñas-Amazon, incluso si no las ha obtenido por otros medios, puede terminar convertido en un bestseller merced a un algoritmo. Debe entenderse, como lo comenté en un post anterior, que detrás de las recomendaciones de Amazon no existen libreros ni críticos literarios, sino lectores (y muchas veces, como se deduce del caso Ellory, agentes de publicidad, editores inescrupulosos y los propios autores) que poco o nada saben de libros y se dejan guiar por el gusto.
Al parecer, "democratizar" la venta de libros al estilo Amazon en vez de traer beneficios implica líos. No sirve de nada conseguir a precios más baratos, y de manera más rápida, libros on-line desde cualquier parte del mundo (rompiendo con el elitismo de los libros impresos, que solo se consiguen viajando y llenando las maletas de sobrepeso) si lo que adquirimos no es el libro sino solo su derecho de uso. Y por otro lado, darle a los lectores la posibilidad democrática de opinar sobre un libro en poco ayuda al proceso creativo pues crea la generación I LIKE, es decir, cada vez hay más personas dispuestas a demostrar su empatía con un libro o un autor, pero no tiene ninguna capacidad crítica para justificar con argumentos esa simpatía. Le basta un RT o un clic en "me gusta" y es suficiente. Y los autores aprenden que esos clics son más poderosos que una reseña positiva y los buscan como sea (cuando no los compran en agencias que se encargan de eso, los provocan ellos mismos como Ellory). Como daño colateral, cada vez hay menos revistas especializadas y menos críticas serias. Ahora, los críticos son vistos como aguafiestas o eruditos que se creen mejor que un lector anónimo por el "simple" hecho de haber estudiado. Y en realidad en el mundo virtual da lo mismo pues una crítica bien razonada tiene el mismo valor -en el mejor de los casos- para Amazon que cualquier "me gusta" o reseña sin mayor argumento.
No nos debe sorprender, pues, que los especialistas, los críticos literarios serios y con nombre propio (es decir, con un prestigio que deben mantener) sean considerados "pedantes", "apestados" y ridiculizados en el mundo del Twitter o el Facebook. Al igual que los coleccionistas de libros, que luego donaban sus colecciones a escuelas o provincias, y aquellos libreros que sabían qué estaban vendiendo y podían hacer recomendaciones (porque, entre otras cosas, leían), los críticos literarios serios son también ahora un anacronismo. Estamos en el nuevo mundo, el mundo Amazon, donde compramos cosas que no nos pertenecen y la crítica anónima, desinformada y con intereses mercantilistas, resulta más poderosa que la crítica de un "sabihondo" que, por cierto, ha estudiado años para poder poner en palabras lo que muchos resuelven solo dándole clic a un botón.