Vano oficio

Sobre el blog

Este blog se plantea hacer comentarios de actualidad sobre libros, autores y lecturas en menos de 1.000 palabras. Se trata de un blog personal, obsesivamente literario, enfermo de literatosis, como diría JC Onetti, según la regla que la literatura es un vano oficio, pero jamás un oficio en vano.

Sobre el autor

Ivan Thays

Ivan Thays. (Lima, 1968) Autor del libro de cuentos Las fotografías de Frances Farmer y las novelas Escena de caza, El viaje interior, La disciplina de la vanidad, Un lugar llamado Oreja de Perro, Un sueño fugaz y El orden de las cosas. Ganó en el 2001 el Premio Principe Claus. Fue finalista del premio Herralde 2008. Fue considerado dentro del grupo Bogotá39 por el Hay Festival. Sus novelas han sido traducidas al francés, italiano y portugués. Dirigió durante siete años el programa televisivo Vano Oficio. Actualmente administra el comentado blog Moleskine Literario.

Un mundo para Amazon

Por: | 11 de septiembre de 2012

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Amazon y dos tragos amargos. Fuente: MJ/TR

Dos noticias recientes aparecidas en El País, que tienen que ver con la tienda virtual de libros más importante del mundo, Amazon, me han llamado la atención porque las considero señales de cómo el internet y la interactividad está modificando la forma de entender la literatura.

La primera se trata del descubrimiento -porque se trata de eso, algo que se supone que todos debíamos saber pero de lo que no nos habíamos enterado por no leer "las letras pequeñas"- de que al comprar un libro en Amazon estamos adquiriendo no un bien sino un permiso para usarlo. Eso quiere decir que prestar un libro electrónico o incluso heredarlo constituye un delito. Además, lo que resulta casi una pesadilla de ciencia ficción, Amazon tiene la forma de ingresar en tu aparato electrónico y llevarse el libro que adquiriste, como ya ha ocurrido en un caso anterior. Todo está explicado en esta nota de Daniel Verdú.

Mi padre no era un gran lector pero sí un gran coleccionista de libros. Pude leer su biblioteca de joven y ahora la he heredado. Hace una semana, con un grupo de amigos conversábamos sobre aquellas joyas que encontramos en las bibliotecas familiares. No solo estupendos libros sino grandes traducciones. Nunca me iba a imaginar que un día heredar un libro pudiera ser considerado un delito; Amazon ha redifinido la frase "lo que se hereda no se hurta" y nos convierte en potenciales delincuentes ¿Qué es lo que debemos hacer ahora? ¿Dar de baja a nuestros familiares muertos para que Amazon se lleve los libros almacenados en su Kindle? ¿Y cuál es el criterio por el que existe esa regla? ¿Por qué comprar un libro impreso sí es comprar un bien y uno electrónico es solo adquirir un derecho de uso? Ninguna respuesta. Como muchas cosas en el mundo virtual, las reglas son así y no hay más que decir. Las personas que ingresamos a la virtualidad esperando que se respeten, por analogía, las reglas éticas del mundo real nos vemos una y otra vez equivocados. Lo único cierto es que este tipo de reglas arbitrarias solo conseguirán asustar al lector dispuesto a cambiarse al mundo electrónico, o lanzarlo a la piratería sin remedio.

El otro tema es el que Virginia Collera, en el blog Papeles Perdidos, comenta según informaciones en The Guardian y The Telegraph. Se trata del escritor de novelas policiales R.J. Ellory, quien firmó bajo seudónimos reseñas muy positivas de sus novelas, y negativas contra novelas de sus "enemigos" literarios. La historia no es nueva, muchos autores han usado antes seudónimos para alabarse a sí mismos y, sobre todo, para hundir a los demás, pero ese acto resultaba infantil, frívolo incluso, y nada dañino. ¿Por qué entonces lo que ha hecho por Ellory ha concluido en un escándalo con decenas de escritores (entre ellos algunos super ventas como Michael Connelly y Jo Nesbo) condenándolo en una carta abierta a The Telegraph?

Pues porque las reseñas que escribía Ellory con seudónimo las colgaba en Amazon. ¿Y eso qué significa? Pues las reseñas de Amazon no son inocentes. Amazon se guía de esas reseñas para posicionar los libros, para recomendarlos a sus lectores, para venderlos mejor. Un libro con buenas reseñas-Amazon, incluso si no las ha obtenido por otros medios, puede terminar convertido en un bestseller merced a un algoritmo. Debe entenderse, como lo comenté en un post anterior, que detrás de las recomendaciones de Amazon no existen libreros ni críticos literarios, sino lectores (y muchas veces, como se deduce del caso Ellory, agentes de publicidad, editores inescrupulosos y los propios autores) que poco o nada saben de libros y se dejan guiar por el gusto.

Al parecer, "democratizar" la venta de libros al estilo Amazon en vez de traer beneficios implica líos. No sirve de nada conseguir a precios más baratos, y de manera más rápida, libros on-line desde cualquier parte del mundo (rompiendo con el elitismo de los libros impresos, que solo se consiguen viajando y llenando las maletas de sobrepeso) si lo que adquirimos no es el libro sino solo su derecho de uso. Y por otro lado, darle a los lectores la posibilidad democrática de opinar sobre un libro en poco ayuda al proceso creativo pues crea la generación I LIKE, es decir, cada vez hay más personas dispuestas a demostrar su empatía con un libro o un autor, pero no tiene ninguna capacidad crítica para justificar con argumentos esa simpatía. Le basta un RT o un clic en "me gusta" y es suficiente. Y los autores aprenden que esos clics son más poderosos que una reseña positiva y los buscan como sea (cuando no los compran en agencias que se encargan de eso, los provocan ellos mismos como Ellory). Como daño colateral, cada vez hay menos revistas especializadas y menos críticas serias. Ahora, los críticos son vistos como aguafiestas o eruditos que se creen mejor que un lector anónimo por el "simple" hecho de haber estudiado. Y en realidad en el mundo virtual da lo mismo pues una crítica bien razonada tiene el mismo valor -en el mejor de los casos- para Amazon que cualquier "me gusta" o reseña sin mayor argumento. 

No nos debe sorprender, pues, que los especialistas, los críticos literarios serios y con nombre propio (es decir, con un prestigio que deben mantener) sean considerados "pedantes", "apestados" y ridiculizados en el mundo del Twitter o el Facebook. Al igual que los coleccionistas de libros, que luego donaban sus colecciones a escuelas o provincias, y aquellos libreros que sabían qué estaban vendiendo y podían hacer recomendaciones (porque, entre otras cosas, leían), los críticos literarios serios son también ahora un anacronismo. Estamos en el nuevo mundo, el mundo Amazon, donde compramos cosas que no nos pertenecen y la crítica anónima, desinformada y con intereses mercantilistas, resulta más poderosa que la crítica de un "sabihondo" que, por cierto, ha estudiado años para poder poner en palabras lo que muchos resuelven solo dándole clic a un botón. 

Permiso para celebrar

Por: | 04 de septiembre de 2012

Bryce

Alfredo Bryce Echenique. Fotografía: Casa de América.

Siempre me pareció asombrosa, extraordinaria, la capacidad de Alfredo Bryce Echenique para convencerme de que las mujeres que a sus personajes les parecen hermosas, son realmente hermosas. Soy de los lectores que suelen enamorarse de las protagonistas de las novelas, y por eso mismo resulto muy exigente cuando las describen, las hacen hablar o actuar (no caí seducido ante las mujeres del Boom: ni la Maga, ni Talita, ni Alejandra, ni Teresita Arrarte, ni siquiera las mulatas de Cabrera Infante). Pero en ello Bryce Echenique es un mago. Cuando algunos de sus personajes sostienen que una mujer es bella (y suelen decirlo con frecuencia) yo le creo. Me he enamorado sistemáticamente de casi todas sus protagonistas. De Susan, por supuesto. Cecilia (del cuento "Con una mano en las cuerdas") fue algo así como mi primer amor. Fui el Taquito Carrillo de Baby Schiaffino. Fui el profesor perdido en París preocupado por la fragilidad de Florence. Me enamoré de cada una de las mujeres de Pedro Balbuena en Tantas veces Pedro (y utilicé su famosa fábula del sabio zen y los caballitos salvajes en la vida real, sin demasiado éxito). Decidí que solo podía enamorarme de mujeres con minifalda como Inés en La vida exagerada de Martín Romaña, hasta el punto que hasta hoy cada vez que veo unas piernas hermosas y una minifalda recito en mi mente Inés "luz de donde el sol la toma". Por supuesto, Octavia de Cádiz, inalcanzable y buena, dulce y perfecta, fue mi amor imposible. Y me enamoré platónicamente por sus cartas preciosas de Fernanda en La amigdalitis de Tarzán. Y podría seguir con más relatos y más novelas.

Un día, sin embargo, descubrí el truco de Alfredo Bryce Echenique para retratar mujeres hermosas. Era un truco simple, obvio, pero muy difícil de conseguir. Se trataba de enamorarse perdidamente de sus mujeres (las reales y las literarias), de entregarse a ellas y de dejar en claro, desde el principio, que las mujeres de las que nos enamoramos siempre son mejores que nosotros.

Para lograr ese efecto, Alfredo Bryce Echenique debió conseguir lo que, me parece, es el mérito más grande de su carrera: la creación de un personaje. Bryce ha inventado un personaje (lo pongo en cursivas porque me faltan palabras para explicarlo mejor) inolvidable, entrañable, que no teme exponer su confusión, su debilidad, su pesimismo cabalgante, su inferioridad ante las mujeres bellas, su hablar balbuceante y digresivo, su ternura, su auto-compasión, su timidez, sus manos temblorosas, su sentido del humor (basado casi siempre en ataques contra sí mismo), su mirada triste, aturdida, anhelante. La mirada de alguien que pide permiso. No por nada, las memorias (que Bryce llama "anti-memorias") se titulan Permiso para vivir y Permiso para sentir. El personaje creado por Bryce no tiene edad (puede ser un niño como Julius, un púber como Manolo, un adolescente como Manongo Sterne, un joven como Pedro Balbuena o Martín Romaña, un adulto como Juan Manuel Carpio) pero sí tiene un rasgo que lo define y que está expresado en un aforismo de Groucho Marx que él siempre recuerda: "No puedo aceptar ser socio de un club que me acepte como socio".  

El personaje de Bryce Echenique es un hombre sentimental, un tímido que no puede dejar de hablar, un romántico que sabe que las mujeres y el amor serán su perdición, y siempre llegan a uno con la misma cuota de felicidad y desesperanza. Esas mujeres hermosas, demasiado hermosas, son inasibles, porque si no lo fueran, si acaso alguna de ellas pudiera pertenecerle al fin a uno de ellos, sería un error en la elección del club. Porque una mujer hermosa que lo acepte no puede ser tan hermosa. Algo malo debe tener esa muchacha. Es perfectamente lógico, entonces, que su personaje termine abandonado, asesinado, mantenido en condición epistolar y platónica, cambiado por otro; todo ello es señal de que se ha elegido bien el objeto amoroso. La soledad es la irrefutable prueba de que se ha amado a una mujer perfecta. Al contrario, conseguir el objeto adorado es algo casi indigno, algo que le sucede a los demás. Lo más importante, queda claro, es quedarse solo, a veces con un trago en la mano, a veces con una broma o la letra de una canción (Frank Sinatra o Felipe Pinglo), a veces incluso con un libro para leer (A través del río y entre los árboles, de Hemingway, por ejemplo) que los consuele y explique por qué nos han abandonado.

Bryce solía decir de Julio Ramón Ribeyro que "tenía una forma de llegar como quien no tarda en irse." He ahí otra buena forma de definir la llegada del personaje bryceano al amor: llegar como quien promete irse pronto. Intentar quedarse no solo es señal de mala educación sino una ridiculez (lo que en Lima llamamos "huachafada"), algo imperdonable pues el personaje de Bryce, además, sufre por pertenecer a esa aristocracia limeña -que nada tiene que ver con blasones- donde lo ostentoso y lo decidido hay que dejárselo a los vecinos, a los arribistas, a los optimistas. Los aristócratas limeños sentimentales son indecisos y apasionados, como la garúa. Y así se enamoran.

Alfredo Bryce Echenique acaba de ganar el premio FIL Guadalajara a las Lenguas Romance 2012. Es una pena que ese premio haya dejado de llamarse Juan Rulfo. Bryce conoció a Rulfo y ha escrito una crónica memorable sobre él, acusándolo de ser uno de esos humoristas que parecen serios, y por ello su sentido del humor era infalible. Estoy seguro de que a Rulfo le hubiera gustado que Bryce reciba un premio que lleva su nombre. Pero en fin, no pudo ser y no se hable más, pues nada puede empañar la felicidad que sentimos todos quienes admiramos la obra de Bryce Echenique, quienes desde ayer tenemos permiso para celebrar.

El País

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