Vano oficio

Sobre el blog

Este blog se plantea hacer comentarios de actualidad sobre libros, autores y lecturas en menos de 1.000 palabras. Se trata de un blog personal, obsesivamente literario, enfermo de literatosis, como diría JC Onetti, según la regla que la literatura es un vano oficio, pero jamás un oficio en vano.

Sobre el autor

Ivan Thays

Ivan Thays. (Lima, 1968) Autor del libro de cuentos Las fotografías de Frances Farmer y las novelas Escena de caza, El viaje interior, La disciplina de la vanidad, Un lugar llamado Oreja de Perro, Un sueño fugaz y El orden de las cosas. Ganó en el 2001 el Premio Principe Claus. Fue finalista del premio Herralde 2008. Fue considerado dentro del grupo Bogotá39 por el Hay Festival. Sus novelas han sido traducidas al francés, italiano y portugués. Dirigió durante siete años el programa televisivo Vano Oficio. Actualmente administra el comentado blog Moleskine Literario.

La genialidad de Arthur Rimbaud

Por: | 27 de febrero de 2013

Rimbaud

neal..patel

Los blogs, el Facebook y el Twitter han hecho crecer la cantidad de genios de manera exponencial. Nos sobran los genios. Nace uno cada semana, en cada suplemento literario, por cada reseñista entusiasmado. Y cosas geniales, ni se diga, esas brotan en cada tuit con una naturalidad pasmosa. "El escritor X es un genio" "Esta obra es genial" "La genialidad de Y es indiscutible" "¿En serio? ¡Sería genial!" "Lee esto ¡Genio total!" No hay espacio para los artesanos, los alfareros, los que amasan, trenzan, tejen, estiran, moldean palabras y frases. O se es genial o nada. Lo extraordinario no es suficiente. Ya no hay nada espectacular.

Lo más curioso es que incluso tenemos categorías de genios. Hay genios intermitentes ("no me gustan sus textos, pero esa frase suya es genial"), genios ocultos ("X escribe bien, pero Y, que no se conoce mucho, es un genio"), genios en parcelas ("es un genio de la ciencia ficción") y hasta genios probables ("No ha escrito nada, pero si lo hiciese... es que es un genio"). Sin contar con los grandes genios de la humanidad, coronados en su tiempo, librando ahora batallas contra las polillas y el polvo en bibliotecas rurales o en librerías de viejo.  

¿Qué hace a alguien genio? Su capacidad para sintetizar su tiempo,su trascendencia, su perfección, su inalterable capacidad de ser modernos siempre. Pero ante tanta proliferación de genios ahora ya no sé qué pensar. ¿Dante Aligheri es un genio pero J.K.Rowling es genial? ¿De eso se trata? Debemos aceptar como genios a los gastrónomos moleculares, a los cineastas con steadicam, a los futbolistas que consiguen filtrar un pase, a los modistos extravagantes, a los programadores billonarios de software, a los gurús de la industria tecnológica que construyen teléfonos que pueden decir tu nombre, a los grafiteros de cara desconocida, a los artistas que envasan mierda de elefante o ponen diamantes a las calaveras, al chico listo que escribe un libro ambicioso y al escritor mayor que se viste de blanco, al freak, al geek, al hipster, a los ganadores del premio Nobel y la beca MacArthur, a los empresarios exitosos, a los que sacaron un IQ superior a 150, al actor de moda, a la chica desprejuiciada que escribe una comedia televisiva que tiene buenos auspiciadores, al humorista que hace bromas políticamente incorrectas, al músico de garaje, al niño que se sabe las capitales del mundo y aprendió a leer a los tres años. La genialidad se ha convertido en un limbo tan grande que cabe el mismo infierno. La verdadera insolencia es ser mediocre porque incluso desaparecer levanta sospechas de genialidad.

En medio de esas tribulaciones me encontré -como un espejismo en el desierto- con estas frases de Pierre Michon sobre la genialidad de Arhur Rimbaud en Rimbaud el hijo. 

Dice:

"No le bastaban ya los éxitos del día del reparto; ya había cumplido estos su misión; habían nutrido en aquel corazón de ira una ambición brutal al tiempo que nacía en ese mismo corazón el inconcreto talento, pose o denodado empeño, al que se le daba por entonces el apelativo de el genio, ese atributo con visos de sobrenatural que nunca se plasma en una manifestación propiamente dicha, coronando la cabeza del hombre, ni en su cuerpo vivo y visible, y no es ni nimbo, ni vigor, ni belleza ni mocedad, y no obstante sí se manifiesta en resultados mínimos, y se evidencia en la perfección de breves fragmentos de lengua codificada y de longitud variable, en letras negras sobre fondo blanco. Sabido es que esos fragmentos suelen ser mínimos. Quienes los leemos no sabemos nunca si son perfectos o si durante la infancia nos soplaron al oído que eran perfectos, y también se los soplamos al oído a los demás, y así hasta el infinito; y quien lo escribe tampoco lo sabe, incluso lo sabe en menor grado, solo lo sabe en el momento en que empareja las varillas, en el momento en que estas, al encajar a la perfección igual que la espiga en la muesca, manifiestan una desabrida exultación, se cierran con un triunfante chasquido de mandíbulas, y se acabó. Y cada vez que se acaba el poeta, el poeta tiembla, a él están apresando las mandíbulas, la varilla lo ha dejado plantado y no sabe ya escribir, ni sabría aunque se hubiera pasado la vida, como el mariscal Hugo, alineando varillas, una debajo de otra, ni aunque fuese, lo mismo que lo era él, la mandíbula jubilosa del tiburón y el verso en persona. Así que tiembla como una rata, sentado ante su mesa; pero, cuando sale a la calle, pretende que los demás vean en torno a su cabeza algo así como un nimbo, y que se lo comenten: pues él no puede verlo personalmente. Y volviendo a la genialidad de Rimbaud, a esa concretísima ambición furibunda en un rincón perdido de las Ardenas, en lo hondo de un proyecto de hombre enfurruñado que era también y al tiempo amor puro - pues todo se mezcla y resulta bizantino y profuso como una teología antigua-, volviendo a esa genialidad, que del conflicto y el nudo bizantino es como si dijéramos emblema, no sabemos si la ambición es anterior a ella y la fomenta, o si la fuerza de denuedo la engendra, o sí, antes bien, la genialidad, desplegando las alas por puro milagro, se percata a posteriori de la sombrea que proyectan, de los hombres que acuden a ese espejismo y, a partir de ese momento, aquel que es juguete de ese atributo fantasmal y proyecta esa sombra se infatúa de ello, ansía acrecentarlo y se condena."

¿Puede acaso decirse algo más sobre ese atributo fantasmal o condena? ¿Puede decirse mejor? ¿Significa entonces que Michon es un genio o que ese párrafo es genial? No, nada de eso. Guardemos silencio ante el verdadero genio y reconozcamos con admiración al orfebre. 

¿Para qué leer?

Por: | 20 de febrero de 2013

Luzlibro

por Frank Za'atar

En el libro El encantador: Nabokov y la felicidad, Lila Azam Zanganeh titula su prólogo con contundente franqueza: "¿Por qué leer este libro o cualquier otro?" Así contesta a su propia pregunta: "La respuesta, a mi juicio, siempre ha sido meridianamente clara: leemos para renovar el encanto del mundo. Desde luego, hay un precio, incluso para el más diestro de los lectores. Descifrar sentidos, internarse trabajosamente en regiones desconocidas, abrirse paso entre un intrincado laberinto de frases, tinieblas inquietantes, plantas y animales desconocidos. No obstante, si persistimos con obstinada curiosidad y espíritu de conquista, de vez en cuando surge un panorama magnífico, un paisaje bañado por el sol, rutilantes criaturas marinas¨.

Reconozco que me gustaría sentir que cada vez que leo se renueva mi encanto por el mundo. No voy a negar que he sido feliz leyendo, ni tampoco que esa curiosidad y espíritu de conquista se ha apropiado de mí otras veces, pero lamentablemente mi experiencia como lector está muy lejos de esos hallazgos fabulosos de Zanganeh. La respuesta para qué o por qué leer siempre ha sido, para mí, tan complicada de responder como a aquella "por qué escribes". Tengo la impresión de que, en principio, ambas respuestas son parecidas. Aquella profunda decepción ante el orden del mundo, el descubrimiento del caos y de aquello que no funciona, el motor de la escritura según Vargas Llosa, moviliza también al lector. Lectores y escritores comparten las mismas fracturas. Leemos para encontrarnos con un mundo, si no mejor, al menos capaz de responder a un orden y cuyo dios o demiurgo, por más genial que sea, es un ser más cercano a nosotros que cualquier divinidad mística: el autor.  

El francés Charles Dantzig, editor, traductor de Francis Scott Fitzgerald y Oscar Wilde, además de narrador, poeta y ensayista, organiza un extraordinario libro calidoscópico en torno a la pregunta “¿Por qué leer?”, que responde con inteligencia y buen gusto pero también con bromas, ironía o provocación. Algunos de los títulos de los capítulos bastan para mostrar a qué nos enfrentamos: “Leer para encontrarse (sin haberse buscado)”, “Leer para estar articulado”, “Leer para no dejar que los cadáveres descansen en paz”. “Leer por amor”. “Leer por odio”, “Leer para pasar la mitad del libro”, “Leer por títulos”, “Leer para dejar de ser la reina de Inglaterra”, “Leer para masturbarse”, “Leer para contradecirse”, “Leer para guardar las formas”, “Leer para aprender”, “Leer por consolarse”, “Leer para descubrir lo que el autor no ha dicho” o mi favorito: “Leer para saber que con leer no se mejora”.

Existen grandes lectores que son, además, personas muy cultas, inteligentes, sensibles y tienen excelente ortografía y redacción. Pero es un error pensar que, por consiguiente, la lectura te hace más culto, inteligente, sensible o mejora tus tildes. Leer con un fin utilitario, ya sea gramatical o espiritual, es una pérdida de tiempo. Puedo imaginarme a Hitler leyendo una novela de Knut Hamsum con placer, pero me resulta difícil pensar en la madre Teresa leyendo algo que no sea la Biblia o un libro didáctico. Si leer no nos hace mejores personas, insisto, ¿para qué leer?

En uno de los capítulos Dantzig anuncia que el lector es un egoísta.“Se lee para comprender el mundo, se lee para comprenderse uno mismo. Y si se es un poco generoso, ocurre que también se lee para comprender al autor. Creo que eso solo les ocurre a los más grandes lectores, una vez que se han saciado las dos primeras necesidades, la comprensión del mundo y la comprensión de sí mismos. Leer hace cantar a las momias, pero no se lee para eso. No se lee para el libro, se lee para uno mismo. No hay nada más egoísta que un lector”.

Estoy de acuerdo. Para eso leo, para apropiarme de las palabras de los demás. Leo porque esas palabras me pertenecen. Los libros que han dejado más huella en mí no son necesariamente las obras cumbres, sino aquellos cuya piel he logrado traspasar hasta hacerla mía. Leo para mi placer, mi gozo, para apartarme del mundo y sumergirme en mí mismo. Leo para mí. En un mundo donde todo es esperanza de futuro, o donde el pasado asoma y me atormenta constantemente, el único momento donde estoy en el presente es cuando leo. Leer es meditar con palabras de otras personas, dije en un post anterior. Por eso leo. Leo para saber qué pienso, qué opino, qué sé o debería saber, qué he olvidado. No leo para identificarme con un autor sino para permitir que sus palabras se identifiquen conmigo, adquieran sentido gracias a mí. Cada lector reconstruye, o mejor dicho inventa, la literatura universal.

Recuerdo que, hace años, leí un texto de mitología celta escrito por W.B. Yeats donde encontré la frase "tan sosegado que parece triste". De inmediato la inserté en un cuento de veinte páginas que había escrito y que le di a leer a un amigo. Este amigo dijo que el cuento era infumable, pero subrayó la frase robada diciéndome con, cierta condescendencia, "sin embargo, en esta frase es se nota que tienes talento". Nunca le dije que esa frase la había escrito Yeats, no era necesario. Es natural que en el estado de meditación en que nos introduce la lectura aparezcan frases o escenas que nos remitan a nosotros mismos y resulta natural apropiarnos de ellas. En realidad, nos pertenecen tan igual como si las hubiésemos escrito, porque nuestra existencia es la que les da sentido: sin nosotros solo serían líneas negras sobre blanco. Por ello, jamás leo por curiosidad hacia mundos o épocas distintas a las mías, sino por curiosidad por mí mismo. Leo para saber quién soy. 

Los buenos y los malos lectores

Por: | 06 de febrero de 2013

Lectores
Foto: Mikey Angels

Sabemos que existen bueno y malos escritores, pero ¿existen buenos y malos lectores? Para Vladímir Nabokov, sí. En el prólogo a Lecciones de Literatura Europea (aquel que inicia célebremente pidiendo a los lectores que "acaricien los detalles") redacta el siguiente test: 

"Selecciona cuatro respuestas a la pregunta: ¿qué cualidades debe tener uno para ser un buen lector:

1) Debe pertenecer a un club de lectores.

2) Debe identificarse con el héroe o la heroína.

3) Debe concentrarse en el aspecto socioeconómico.

4) Debe preferir un relato con acción y diálogo a uno sin ellos.

5) Debe haber visto la novela en película.

6) Debe ser un autor embrionario.

7)  Debe tener imaginación.

8)  Debe tener memoria.

9)  Debe tener un diccionario.

10) Debe tener cierto sentido artístico."

Obviamente, los cuatro últimos ítems son los correctos para Nabokov: imaginación, memoria, diccionario y cierto sentido artístico. No así aquellos lectores que se identifican con los personajes (cada obra crea personalidades únicas, imposibles de ser comparadas con algún ser vivo), y tampoco es necesario pretender escribir -o hacerlo profesionalmente- para graduarse como buen lector. Aquellos que prefieren novelas de acción y diálogos (la "agilidad" debería ser un requisito solo en las clases de gimnasia) tampoco serían buenos lectores. Y los que buscan en las novelas aspectos socio-económico, esos lectores antropológicos carentes de imaginación e incapaces de reconocer la autonomía de la ficción, están irremediablemente perdidos para Nabokov. 

¿Y la memoria? Actualmente, fomentar el uso de la memoria es un insulto. "El profesor X usa un método memorístico" es, quizá, el peor de los ataques que puede recibir el pobre X, con los hombros llenos de polvo de tiza y a punto de jubilarse. Sin embargo, ejercitar la memoria es fundamental para capturar y acariciar esos "deliciosos detalles" de los que, dice Nabokov, los buenos libros están cargados. Sostiene también que la relectura es mejor que la lectura. La buena memoria ayuda a sobrellevar los defectos naturales de una primera lectura. Leer bien implicaría no solo recordar el nombre del protagonista, sino también de qué tamaño era el escarabajo Samsa, cuántos años le llevaba su esposo a Anna Karenina y el color de la corbata que Gatsby llevaba cuando se reencontró con Daisy.

También hay que prestar atención a aquel "sentido artístico", pues para Nabokov un buen lector solo puede leer buenos libros (solía calificar a los autores como si estuviesen en un salón de clase;Tolstoi tenía sobresaliente, Dostoievski lo esperaba en la puerta del salón para preguntar por qué no había aprobado). Quien sabe leer busca siempre libros exigentes, no puede limitarse a tragar sin masticar las papillas precocidas de Paulo Coelho o a soplarse el merchandising soft porno empaquetado de novela de E.L.James. Necesita retos. 

Existen algunos mitos sobre lo que es un buen lector que deben desestimarse. El primero de ellos: que un crítico literario es necesariamente un buen lector. Puede que no lo sea, incluso puede ser uno pésimo, sin capacidad de análisis, de un galopante mal gusto. Miles de reseñas dan fe de ello. Otro mito es aquel que indica que un buen lector es pausado, lento, sin prisa. Recuerdo un chiste al respecto de Woody Allen: "Hice un curso sobre lectura rápida y leí Guerra y paz en veinte minutos. Trata de Rusia". El chiste es bueno y la idea de que el lector lento es mejor que el veloz parece correcta pero pienso que la velocidad de lectura la escoge cada lector y se acomoda a su momento, a su ritmo personal, al libro en particular que está leyendo. Desde luego, el caso contrario también es un mito: un buen lector es el que lee más y más rápido. Bah. ¿Cuántas palabras por minuto debe leer un buen lector? No creo que una medición así sea posible. También es discutible la idea de que leer algo de moda, aunque sea malo, es beneficioso pues genera una costumbre lectora. No creo que los adolescentes que leyeron la saga Harry Potter o Crepúsculo, los aventureros de sofá que disfrutaron de El código Da VinciMillenium o quienes actualmente vibran con E.L.James se conviertan en mejores lectores. Sin duda, leerán todo lo que les ofrezcan de ese autor en concreto, y luego seguirán su predecible vida sin libros.

También debe derribarse el mito de que un buen lector solo un lee clásicos. Es cierto que leer clásicos es apuntar a seguro, pues el tiempo ha hecho una depuración, pero leer contemporáneos no es un acto contrario sino complementario. ¿Por qué escoger entre uno y otro si se pueden tener los dos? Las novedades, en especial las que dialogan con su tradición, nos ayudan a revalorizar a los clásicos. Y aunque a algunos descreídos les cueste aceptarlo, algunas de esas novedades serán luego clásicos. El tiempo hace lo suyo.  

Se me ocurre que la razón por la que definir qué es un buen lector resulta complicada es porque la lectura es un acto de absolutamente solitario, uno de aquellos placeres que no se pueden compartir. Me refiero al acto de leer, no a la interpretación o el análisis posterior. Hablo de ese momento en que un lector abre el libro y encalla su nariz sobre las páginas y las horas van pasando, aquel instante de meditación a través de las palabras de otros que no puede ser comparado ni cuantificado ni calificado.

Por ello, quizá no debemos preguntarnos si somos buenos o malos lectores sin antes preguntarnos "¿por qué leer?". Será el tema de mi siguiente post.

Respuestas: 90 centímentros. 20 años (26-46). Dorada.

Oliverio Girondo, llave maestra

Por: | 02 de febrero de 2013

Cosas transparentes: Dice Nabokov que cuando alguien mira un objeto por mucho tiempo, se vuelve transparente y nos cuenta su historia. Con los escritores sucede lo mismo. Los sábados de Vano Oficio están dedicados a aquellos textos y autores que, leídos con insistencia, saben volverse transparentes.

Llavamaestra
Foto: German Pics

OLIVERIO GIRONDO, LLAVE MAESTRA

Oliverio Girondo es una llave que abre todas las puertas del lenguaje. De ahí escapan las palabras lúdicas, las irreverentes, las palabras extravagantes, las palabras que no existen, las palabras líricas y las pedestres. Girondo libera las palabras y deja también en libertad la poesía, que con él ingresa en un territorio maravilloso, entre la emotiva sensibilidad y el franco sentido del humor. Con Girondo, nuestra boca se llena de palabras. Es un festín. Pero Girondo es, antes que nada, un dandy, un hombre refinado y misterioso con sombrero alto y capa. Por ello, la ilustración de José Bonomi para la edición de Espantapájaros (1932) es extraordinaria. Retrata no solo al autor sino a su poesía. El hombre de paja se ha convertido en un poeta y los cuervos de la poesía y la realidad, a diferencia de lo que ocurre en el poema de aquel barco hundido que era Poe, antes que espantarse parecen volar a su lado como conmovidos discípulos.

 

Bonomi2

Poema 12
Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehúyen, se evaden y se entregan.

 

El País

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