Vano oficio

Sobre el blog

Este blog se plantea hacer comentarios de actualidad sobre libros, autores y lecturas en menos de 1.000 palabras. Se trata de un blog personal, obsesivamente literario, enfermo de literatosis, como diría JC Onetti, según la regla que la literatura es un vano oficio, pero jamás un oficio en vano.

Sobre el autor

Ivan Thays

Ivan Thays. (Lima, 1968) Autor del libro de cuentos Las fotografías de Frances Farmer y las novelas Escena de caza, El viaje interior, La disciplina de la vanidad, Un lugar llamado Oreja de Perro, Un sueño fugaz y El orden de las cosas. Ganó en el 2001 el Premio Principe Claus. Fue finalista del premio Herralde 2008. Fue considerado dentro del grupo Bogotá39 por el Hay Festival. Sus novelas han sido traducidas al francés, italiano y portugués. Dirigió durante siete años el programa televisivo Vano Oficio. Actualmente administra el comentado blog Moleskine Literario.

Once libros para el 23 de abril

Por: | 24 de abril de 2013

  Libros22222

por Azrasta

Mi amor por el fútbol y mi afición por las listas se han unido para que yo redacte listas con once ítems sobre lo que sea. Estaba pensando en elaborar una lista para celebrar el Día del Libro, pero no se me ocurría un tema. Recordaba varios libros y lo que habían significado para mí. ¿Valdría la pena una lista de los once libros que más disfruté? ¿O una lista de los once libros con los mejores títulos o los principios más extraordinarios o los finales más memorables? Nada me convencía. Hasta que me di cuenta de que, pensando en libros que podrían integrar una lista, hice una lista.

Y eso es lo que entrego ahora. Once libros que me dijeron algo en su momento. Simplemente, once libros en medio de cientos de miles de libros, entre los que he leído, los que quiero leer o releer, los que he comprado y nunca leeré. Los que existen y no podré tener. Aquellos libros que desconocemos, puntos ciegos cuya existencia crean una ansiedad enorme en los adictos como yo, quienes cada vez que entramos en una librería pensamos no qué voy a conseguir sino qué me estaré perdiendo. 

En fin, una lista breve como cualquier otra.

1.- La primera novela que leí (e intenté imitar): Tom Playfair de Francisco Finn.

2.- El libro con el mejor comienzo que he leído ("O cuando todas las noches –por pereza, por avaricia- volvía a soñar el mismo sueño"): Perorata del apestado de Gesualdo Bufalino.

3.- El libro que más me ha hecho reír: La maleta de Sergei Dovlatov.

4.- El primer libro que compré con mis propinas: Un mundo para Julius de Alfredo Bryce Echenique.

5.- El primer libro que dejé inconcluso: Todos los hombres del presidente de Carl Bernstein y Bob Woodward.

6.- El libro que he releído más veces: Pálido fuego de Vladímir Nabokov.

7.- El libro que he recomendado más veces: Otras tardes de Luis Loayza.

8.- El libro que recomiendo para aprender a escribir: Ana Karenina de León Tolstoi.

9.- El libro que voy a releer ahora mismo: Nostalgia de Mircea Carterescu. 

10.- El libro que no volvería a leer jamás: Memorias de mis putas tristes de Gabriel García Márquez.

11.- El libro que empecé a leer hoy: Caída y auge de Reginald Perrin de David Nobbs.

No confundir el mensaje con el mensajero

Por: | 10 de abril de 2013

Clown

Payasos malhumorados. Foto: danepstein

Alejandra es guapa y atlética, usa mallas en televisión y piensa que Yawar Fiesta -obra fundamental del narrador peruano José María Arguedas- fue escrita por Paulo Coelho.

Ella es integrante de uno de esos programas de concurso en televisión donde, entre coreografías y romances inventados, van ganando puntos y audiencia, en especial entre los más jóvenes e incluso niños. Ni el corte del programa ni el perfil de los concursantes (chicos y chicas jóvenes, deportistas, modelos, cuyo único requisito es que les quede bien la ropa deportiva) permite esperar que contesten correctamentes las preguntas de cultura general que se les hacen (la misma Alejandra dijo que un archipiélago era un animal, y otra concursante declaró que una sandía está compuesta 100% de agua). Sin embargo, de pronto en las redes sociales todos se han sentido ofendidos con que la muchacha no sepa quién escribió Yawar Fiesta y se suceden tuits agresivos, memes ofensivos, estatus violentos. Nada nuevo, solo una víctima más de la inquisición de los 140 caracteres. 

No disculpo la ignorancia de Alejandra ni de nadie, pero tampoco cometo el error de confundir el mensaje con el mensajero. Ahí donde todos ven la posibilidad de insultar a alguien, yo veo una oportunidad.

Desde luego, aquello que Mario Vargas Llosa calificó con acierto como "la civilización del espectáculo" no se va a detener porque una chica no sepa una respuesta ni por un meme que la ridiculice. Al contrario, va a engullir todo eso y alimentarse del espectáculo creado alrededor del tema. Todo sirve: los errores de los concursantes y los exabruptos de quienes la censuran. Todos payasos del mismo circo.

Pero podría suceder -y quizá sea ingenuo de mi parte incluso imaginarlo- que leamos bien el mensaje y lo sepamos aprovechar. Ese mensaje es el siguiente: la literatura no se enseña ni se aprende en los colegios; nadie entiende lo que lee; leer se ha vuelto un asunto elitista y un lector -en especial de literatura- debe ser alguien a quien le sobra el tiempo (quizá porque no es suficientemente guapo ni atlético para ser parte de uno de esos programas).

No necesitábamos del error en televisión para descubrir esos síntomas. Los periódicos han reemplazado sus páginas de reseñas de libros por páginas de gastronomía. Sucede que una buena reseña muestra al lector que la lectura es un aprendizaje que requiere voluntad, pero la foto de una plato de comida hace sentir a cualquiera que se lo engulla que es un gourmet. De eso se trata la banalización de la cultura, la ley del menor esfuerzo. Mario, también concursante de ese programa y novio de Alejandra, salió en su defensa declarando que no ha leído nunca un libro y eso no lo hace ni más culto ni menos culto que nadie, y le faltó añadir "sino todo lo contrario". El mensaje constante que recibimos los peruanos, insistente y a través de todos los medios de comunicación incapaces de dedicarle una hora semanal a un programa de cultura, es que la información es una pérdida de tiempo y de dinero, y que finalmente, ya que todo es cultura, vale lo mismo tomarse una foto delante de un muro incaico en Cuzco que leer Los ríos profundos.

Si el 2011, el año del centenario del nacimiento de José María Arguedas, hubiera sido celebrado como un tema de interés nacional y obtenido tantos memes y tuits como los que reciben ahora los chicos de esos programas para ridiculizarlos, sin duda Alejandra podría saber quién escribió Yawar Fiesta. Pero el 2011 se celebró el descubrimiento de Machu Picchu, cuyos beneficios económicos son inmediatos, y no había lugar ni presupuesto para Arguedas. Ahora, resulta que todos saben quién escribió ese libro y se ofenden porque una chica no lo sepa. Honestamente, me pregunto cuántos de los que levantan las teas encendidas han leído a Arguedas o, por lo menos, sabían quién escribió Yawar Fiesta antes del escándalo.

Dejemos que los que quieren burlarse de los demás y levantar de nuevo el dedo acusatorio de las redes sociales sigan canibalizando la anécdota hasta que consigan otra víctima y se olviden de Alejandra, de Yawar Fiesta y de Arguedas. Pero aquellos que consideramos que la literatura peruana es un valor auténtico, una forma de expresión y conocimiento, además de nuestro patrimonio, escuchemos el mensaje y tratemos de aprovechar las oportunidades. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si la producción de ese programa les pidiese a sus concursantes que hagan una campaña en favor de la lectura, reconociendo el error bajo la premisa de que ser ignorante no es una delito ni una humillación, y menos aún si se acepta la falla y se intenta mejorar? Una fotografía de Alejandra aceptando su error y comprometiéndose a leer Yawar Fiesta haría más por José María Arguedas que el más afilado sarcasmo cualquier líder de opinión.

Si lo que nos importa es una juventud más informada y culta, podemos aprovechar el momento y convertir un linchamiento virtual en una oportunidad para promover la lectura. Ahora, si lo que nos interesa es exhibir una falsa superioridad, sigan llamando "burra" a Alejandra y a todos sus compañeros, compartan memes, escriban tuits, suban videos en YouTube, atáquenlos en radios y periódicos y editen reportajes televisivos para burlarse de ellos. Pero al menos reconozcan que, al hacerlo, están contribuyendo a esa frivolización que pretenden denostar: el lamentable espectáculo del circo mediático donde un payaso resbala y los demás payasos, malhumorados, se lanzan sobre este con globos de agua y pasteles en la cara.

Los peruanos tenemos cosas mucho más graves de qué indignarnos, y la primera de ella es reconocer que somos un país que se indigna por tonterías y nos mantenemos indiferentes antes las carencias realmente graves en educación y cultura. 

Idea Vilariño, haz de luz

Por: | 06 de abril de 2013

Cosas transparentes: Dice Nabokov que cuando alguien mira un objeto por mucho tiempo, se vuelve transparente y nos cuenta su historia. Con los escritores sucede lo mismo. Los sábados de Vano Oficio están dedicados a aquellos textos y autores que, leídos con insistencia, saben volverse transparentes.

Light
Foto: shaire productions 

En los poemas de Idea Vilariño las palabras parecen esconderse, retroceder, quedarse quietas, extinguirse finalmente dejando apenas un haz de luz, como una espada luminosa que hiere o mata. Así también el amor se esconde, retrocede y extingue. Los amantes son seres feroces que se mantienen vivos mientras se destruyen el uno al otro. Las palabras andan tanto que a veces no llegan. Vivir, amar o escribir es agonizar. Repite la pregunta insistente -¿dónde estás?- dirigida al amante o a nadie, a la soledad o a su propia imagen en el espejo. Leerla es aprender a respirar de una manera distinta. Pocas poetas como ella entendieron el amor y la poesía como un ejercicio: sostenerse en un precario equilibrio antes de dejarse caer.

Pasajera perdurable, Idea Vilariño pasó por la vida como el mar en aquel poema suyo: "Tan lenta y honda y largamente y tanto/ insistente y cansado ser cayendo/ como un llanto, sin fin,/ pesadamente/ tenazmente muriendo..." Le sobrevive la poesía y ese fuego que no se acaba nunca, que sabe arder incluso más allá de ella misma y de las mínimas palabras de sus versos. El rayo que no cesa, dijo el poeta Hernández. Así sea.

Si muriera esta noche...

Si muriera esta noche
si pudiera
morir
si me muriera
si este coito feroz
interminable
peleado y sin
clemencia
abrazo sin piedad
beso sin tregua
alcanzara su colmo y se
aflojara
si ahora mismo
si ahora
entornando los ojos me
muriera
sintiera que ya está
que ya el afán cesó
y la luz ya no fuera
un haz de espadas
y el aire ya no fuera un haz de espadas
y el dolor de
los otros y el amor y vivir
y todo ya no fuera un haz de espadas
y acabara
conmigo
para mí
para siempre
y que ya no doliera
y que ya no doliera.

El Facebook de Julio Cortázar

Por: | 03 de abril de 2013

Rayuela1

Foto:  irëne

Esta semana he andado mucho en el Facebook. He leído a una amiga que pide que le recomienden libros distópicos en portugués y a otra que pregunta cuál es el método más eficiente para quitar una mancha de grasa del pantalón. He cruzado por la selva de fotografías con frases cristianas para compartir, bromas ingeniosas, chistes absurdos y las anécdotas divertidas, tristes y dulces al mismo tiempo, de un amigo que se está despidiendo así de su hermana enferma. He desplazado lecturas y películas planeadas, y no me arrepiento. El Facebook es un universo que se extiende y se renueva; somos muy afortunados de haber participado desde sus inicios de este momento.

Se me ocurre pensar qué hubiera pasado si este fenómeno hubiera sucedido a fines de los 50. Ahora, los sobrevivientes del Boom Literario miran con recelo e incluso menosprecio a las redes sociales, pero de haber sucedido cuando empezaban sus carreras literarias sin duda hubieran participado. Gabriel García Márquez tendría una página casi sin actividad, etiquetado en muchas fotos y textos de sus amigos, contestando con ironía alguna que otra frase. Jamás pondría "Me Gusta". A nada. Eso no va con él. Carlos Fuentes, por el contrario, sería un heavy user. Constantemente actualizaría su página con enlaces a lecturas, en francés, inglés y castellano, a noticias internacionales sobre política, cultura, economía. Colgaría largos, interminables estatus -cuando no "notas"- con posturas políticas (la literatura también ocuparía un lugar, pero menor) y crearía ábumes con fotografías donde se le vería, inevitablemente elegante y sonriente, en países remotos o sitios célebres. ¿Sería quizá un adicto al Foursquare? Probablemente, pero de ninguna manera al Twitter. Mario Vargas Llosa, por su parte, tendría un perfil parecido al de Carlos Fuentes, quizá más combativo pero menos frecuente. A diferencia de García Márquez y de Fuentes, sería muy selectivo al aceptar amistades, colgaría muy pocas fotos y antes que escribir estatus -que, sin duda, escribiría- se dedicaría a comentar en las páginas de los demás. Sería un argumentador feroz, culto e ingenioso, siempre con la última palabra y dispuesto a discutir incluso con los troll. De vez en cuando, algún familiar lo saludaría y Vargas Llosa no podría evitar poner debajo una frase amable y doméstica, siempre en plural: "Ha empezado el frío y es difícil acostumbrarse, pero estamos bien. Patricia y yo los recordamos siempre". Tampoco tendría Twitter. 

¿Y Julio Cortázar? Ninguno como él para aprovechar al máximo las redes sociales. No solo tendría una cuenta de Facebook o Twitter, sino de cualquier plataforma que apareciese, aunque solo fuera por curiosidad. Incluso, se me ocurre, tendría varias cuentas de Facebook, y aprovecharía la cuentas falsas para crear conversaciones y situaciones absurdas, cómicas o complejas en su cuenta real. ¿Quién escribe esto y contesta lo otro? Intervendría en todas las conversaciones (incluso en el consejo sobre el mejor método para sacar manchas de grasa), pondría centenares de "Me Gusta", colgaría videos de YouTube de jazz, situaciones extrañas, bromas y gatos. Compartiría memes divertidos. Hablaría de todo, incluso de deporte. Sus estatus políticos serían serios pero también escribiría textos divertidos, con el humor del libro de cronopios, o mostrando el lado ridículo de la seriedad como en Último round. Obviamente, lo suyo sería el juego de palabras. Sería adicto al Instagram. Subiría fotos de objetos, carteles, personas, paisajes, animales, todos fotografiados con su iPhone mientras pasea y acompañados por textos breves o titulados con ingenio. Su cuenta de Pinterest sería, simplemente, espléndida, de visita obligatoria, como un museo maravilloso donde cada foto es un hallazgo. Sus enlaces seguirían la misma lógica del asombro ante el absurdo del mundo. "Juegos de la imaginación, dice el señor cuerdo que nunca falta entre los locos" dijo alguna vez Cortázar, arrastrando las erres. Juegos de la imaginación también los míos, sin duda. El Facebook de Cortázar. ¿A quién se le ocurre?

Se me ocurre a mí y no sin razón. Se cumplen este año el cincuentenario de la primera edición de Rayuela y aunque el ambiente entre los lectores es festivo, los escritores -me incluyo- somos más escépticos. He leído varias declaraciones contra Rayuela, algunas incluso de inusitada violencia, y reconozco que estoy dispuesto a aceptar como válida la mayoría de críticas. En especial aquellas que sostienen que Cortázar es mejor cuentista y que Rayuela es una novela desigual. Lo es, aunque ¿qué novela de más de 300 páginas no es desigual? Nada puede impedir que el mundo de Rayuela haya envejecido tan rápido, mientras envejecían o se trivializaban sus preocupaciones. La filosofía zen, el pensamientos budista o las Mandalas se han convertido ahora en tema de libros de auto ayuda. Los hipervínculos, del que fue casi un precursor, son ahora cosa de todos los días y por eso Rayuela, en medio de la tecnología actual, parece un mamotreto inmanejable y tan anacrónico como solo puede serlo lo que fue alguna vez modernísimo. Además, la afición de Cortázar por las frases ingeniosas o entrañables, aforismos o grafitis que pintados en paredes cambiarían el mundo, ahora se frivolizan en memes o tuits para etiquetar y compartir.

Sin embargo, no tengo duda de que Rayuela sobrevivirá nuestro escepticismo no solo porque es una novela que dice cosas, sino porque las dice de una manera lúdica (por encima de la pomposidad de algunas escenas o ideas) que no se ha desactualizado sino, al contrario, se ha convertido en una marca registrada en las redes sociales. No es gratuito que el libro se titule como un juego de niños ni que, incluso en sus momentos más solemnes, aflore el lado divertido, la sonrisa que se ríe de sí mismo y celebra la travesura, el malentendido o el absurdo. Como ninguno, Cortázar consiguió captar una instantánea de su tiempo, aunque esa fortuna siempre pasa la factura. Aún así, lo lúdico se alza sobre cualquier hoguera prematura para decirnos que puede haber envejecido el mundo que originó Rayuela, pero jamás Rayuela.

El País

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