Esto no es para ti

Por: | 08 de enero de 2014

Simonscott

Foto: Simon Scott

Le debo a los hermanos Sanseviero, de la librería "Sur", el descubrimiento de La casa de hojas de Mark Z. Danielewski, publicado en una coedición de Alpha Decay y Pálido Fuego. Uno pensaría que un libro como este, cuya traducción y edición debió ser un trabajo complicadísimo, nunca se traduciría al castellano. Y menos aún que, de traducirse (finalmente el reto lo asumió Javier Calvo), llegaría alguna vez al Perú (y tan pronto). Pero todo eso ha sucedido. Todo ello le suma un aura casi mágica al maravilloso acontecimiento literario de poder leer esta novela voraz y ambiciosa.

A diferencia del año pasado, que me convertí en una máquina de leer y para esta fecha tenía cuatro o cinco libros terminados, el 2014 me ha cogido disperso. Leo un libro, lo cierro, abro otro, y así ando con diez libros que avanzo paralelamente (en Kindle e impresos) sin animarme a terminar ninguno. Esa es la única razón por la que no he concluido Casa de hojas, que leo a cucharadas y la disfruto con paciencia y el placer de quien sabe que la experiencia no podrá repetirse, porque ya nadie escribe cosas así. Desde hace años no leía un libro que conjugase con tanto acierto el talento literario con la necesidad de innovar formalmente. 

El libro me ha conducido a discusiones literarias de principios de la década de los 90. Entonces, Mario Bellatin me hacía notar cómo los críticos peruanos calificaban unánimemente de "experimental" o de "vanguardista" sus primeras novelas. Eran adjetivos justos para su obra, pero estos reseñistas se las amañaban para convertirlos en insultos o menosprecios. "Es una novela experimental" significaba que estábamos ante una novela menor, interesante pero lejos de esa Gran Novela Peruana de la que apenas sabíamos algunas características: realista, lineal, política, con referencias explícitas al país, con un argumento sólido; es decir, que contase una experiencia tangible y, de ser posible, transferible. Nada de eso eran las novelas de Bellatin. Experimental, pues. Luego se puso de moda el término "metaliterario" para juzgar -con el mismo menosprecio- las obras literarias que no cumpliesen con el deber antes expuesto.

(No solo en Perú fue recibida con esa frialdad la obra de Bellatin. Recuerdo un crítico español -ya fallecido- quien solía denunciar en los diarios españoles la estafa detrás de esas novelas brevísimas, todas ellas muy parecidas entre sí, que cometían el pecado de no continuar la estela de don Benito Pérez Galdós).

¿En qué momento calificar algo de "experimental" fue un insulto?

Leo el libro de Danielewski y no dejo de aplaudir cada uno de sus experimentos formales que conducen la novela a lugares insospechados. "El Moby Dick del género de terror" la ha calificado Stephen King y pienso en lo trivial que podría ser esta novela contada sin asumir las rupturas formales (es decir, contada por King). Sin embargo, esa hipótesis es imposible, porque La casa de hojas solo puede existir con la forma en que está escrita. Un "laberinto" o "puzzle posmoderno" lo ha calificado Javier Blánquez, quien ha enumerado algunas de las huellas explícitas que ha dejado dispersas Danielewski

"Una novela no es lo que nos han dicho que era, no es un objeto tan limitado como nos quieren hacer creer" dice Danielewski en una entrevista con Xavi Ayen, donde también declara: "Quise capturar la entera experiencia de leer, de vivir. No quise limitarme a la poesía, al ensayo, a la pintura... quise que estuviera todo eso en una sola obra."

Insisto: ¿En qué momento ser experimental se convirtió en una falta?

La respuesta está en la existencia de aquel "objeto limitado" que algunos editores y críticos literarios nos quieren vender como "novela", como lo ha aclarado el autor de La casa de hojas. La novela siempre ha sido un género ambicioso, una aspiradora de conocimientos y de historias, y por ello mismo es una forma literaria que se construye lejos de cualquier idea previa. Nadie puede prever qué va a resultar al meter tantas cosas en un saco. Es comprensible que la industria editorial necesite novelas en rediles, fáciles de vender y de éxito testeado entre los lectores, para seguir siendo un negocio. Menos entendible es que algunos críticos aplaudan esas novelas homogéneas, pero quizá también son parte del negocio. Sin embargo, todos deberíamos coincidir en que una novela extraordinaria no es aquella que los lectores quieren leer, sino un animal (a veces monstruoso, como visiblemente lo es La casa de hojas) que busca sus propios lectores.

Cuando a William Faulkner le pidieron un consejo para aquellos que leían tres veces sus libros y no podían comprenderlo, dijo: "que lo lean por cuarta vez". Ser "experimental" (ahora me escudo en las comillas para no definir lo indefinible) no debería ser una cualidad y tampoco un demérito en ningún autor; debería ser una exigencia que nace dentro suyo (y que muchas veces lo sobrepasa) desde el momento en que asume el reto de escribir una novela. Uno escribe con todo lo que tiene y, si es honesto consigo mismo, el resultado será una obra que, al mismo tiempo, incluye y desborda lo que ha leído antes o lo que consideraba que debía ser una novela. El primer sorprendido siempre es el autor.

¿Saben cuál es la frase con que empieza La casa de hojas? "Esto no es para ti". Exacto. De eso se trata, de saber que uno no escribe para ningún lector concreto, sino para lectores que empezarán a existir solo cuando se publique el libro. El día que escribes algo que es para ese "tú" que lo está esperando, la novela nace muerta.  

Mi balance literario del 2013

Por: | 30 de diciembre de 2013

Balanza

Foto: El Bibliomata

No he alcanzado a leer ni un centenar de libros este año, por lo que este balance es obviamente incompleto y no pretende tener esa naturaleza de “carrera de caballos” que comparten las listas de Lo Mejor del Año. De todos modos, quería decir algo sobre mi 2013 literario, un año lleno de descubrimientos y de mucho trabajo.

Los mejores libros publicados 2013

1.- Canadá de Richard Ford (Anagrama)

2.- Así es como la pierdes de Junot Díaz (Mondadori)

3.- Gallinas de madera de Mario Bellatin (Sexto Piso)

4.- Esto no es una novela de David Markson (La Bestia Equilátera)

5.- Esquirlas de Ismel Prcic (Blackie Books)

La revelación del año: Nostalgia, de Mircea Cărtărescu, publicado en el 2012 y que leí en enero de este año. Su lectura me devolvió la fe en la capacidad de la ficción para insertarse en el mundo y convertirlo en un lugar diferente. Dejé constancia de mi admiración en este enlace y en esta reseña.

La decepción del año: Aunque hace años dejé de ser un fan de Murakami, el cariño que le tengo a Tokyo Blues siempre me lleva a darle una nueva oportunidad. Los años de peregrinación del chico sin color (Tusquets) no es una novela pretenciosa ni fallida, como otras suyas, sino una novela sin fuerza, sin exigencia, absolutamente innecesaria incluso en el irregular conjunto de su obra.

El evento del año: Este año asistí al Congreso de las Academias de la Lengua en Panamá y fui blogger de este evento. Escuché conferencias interesantes, discusiones que pensé que a nadie le interesaba, no solo sobre el futuro de la lengua sino también sobre su pasado. Fue una experiencia impresionante para un no académico como yo, que agradezco.

Lo feo del año: La muerte del editor Gonzalo Canedo precipitó la desaparición de la editorial Libros del Silencio y cerró una puerta maravillosa para publicar autores desconocidos, y rescatar autores extraviados. Hará falta.

La editorial del año: Este año me he puesto al día con el catálogo de la editorial Blackie Books, que empecé a conocer gracias a La pesca de la trucha en América de Richard Brautigan. Un catálogo estupendo, repleto de riesgos, la mayoría de ellos exitosos. Y el buen gusto de la edición es impecable.

El escritor del año:  Alice Munro. Este año el premio Nobel no solo devuelve el estatus al cuento sino que reconoce a una autora retirada de la celebridad literaria, que había anunciado su retiro, dedicada al ejercicio literario como una misión de vida. Una decisión inapelable que alegró a la mayoría (a diferencia de la discusión que ocurrió con el Nobel 2012 a Mo Yan).

La pérdida del año: Aunque todas las muertes son lamentables, la muerte del exquisito Álvaro Mutis ha calado en el mundo literario de nuestro idioma. Irremplazable.

El blog literario del año: Desde hace años considero a Ricardo Baduell como el mejor lector que conozco. Su análisis literario es penetrante y puede desarmar y reconstruir una obra desde sus cimientos, con inteligencia y buen gusto. Este año me hice adicto de su blog "Refinería literaria" donde las reflexiones literarias, sobre el arte o culturales, se entrelazan con las personales. 

Finalmente: Como en el 2013, este año también quiero agradecer a todos los lectores de "Vano Oficio", y a la gente del diario "El País" digital, que sigue confiando en mí pese a que el blog estuvo varios meses congelado. Un abrazo y feliz 2014. 

21 libros para el 2014

Por: | 23 de diciembre de 2013

BookTower

Foto: Loozrboy                    

Se terminó el año, un año lleno de trabajo (no necesariamente literario) para mí, razón por la cual tuve que dejar este blog por un tiempo. Espero retomarlo el próximo año con la misma frecuencia. A un día de la Nochebuena, en plena euforia de los regalos navideños, envío esta lista de deseos: los 21 libros que espero leer en el 2014. La mayoría de ellos están esperándome en mi biblioteca. Otros los iré consiguiendo poco a poco (por cierto, la lista que hice el año pasado la cumplí en un 90%).

1) Las Bellas Extranjeras de Mircea Cărtărescu (Impedimenta)

2) Bloody Miami de Tom Wolfe (Anagrama)

3) El hombre dinero de Mario Bellatin (Sexto Piso)

4) El libro de mis vidas de Aleksandr Hemon (Duomo)

5) El amante de A.B. Yehoshua (Duomo)

6) Muerte súbita de Álvaro Enrigue (Anagrama)

7) La historia de mis dientes de Valeria Luiselli (Sexto Piso)

8) La calle Great Jones de Don Delillo (Seix Barral)

9) The Wanderers de Richard Price (Mondadori)

10) La hora violeta de Sergio Molino (Mondadori)

11) El escritor comido de Sergio Bizzio (Mansalva)

12) Mapa dibujado por un espía de Guillermo Cabrera Infante (Galaxia Gutemberg)

13) Servicio completo. La secreta vida sexual de las estrellas de Hollywood de Scotty Bowers (Anagrama)

14) La piedra de moler de Margaret Drabble (Alba)

15) La casa de hojas de Mark Danielewski (Pálido fuego/Alpha Decay)

16) Diez de diciembre de George Saunders (Alfabia)

17) Coral Glynn de Peter Cameron (Acantilado)

18) Stone Junction de Jim Dodge (Alpha Decay)

19) La benévola de Laird Hunt (Blackie Books)

20) La canción de amor de Johny Valentine de Teddy Wayne (Blackie Books)

21) Imitación de Guatemala de Rodrigo Rey Rosas (Alfaguara)

Estos son mis 21 libros no leídos, pero impostergables, para el 2014. Desde luego, la lista se queda corta y se irán sumando los libros que aparezcan los próximos meses. Los invito a hacer su propia lista y compartirla con nosotros.

¡Feliz Navidad!

El verano invencible

Por: | 03 de julio de 2013

Tipasa

por dalbera

Probablemente nunca hubiera tenido la oportunidad de conocer Argelia si no fuera por la afortunada invitación de Yasmina Belkacem y el equipo organizador del Feliv 2013 (Festival de Literatura y literatura juvenil) que cada año se realiza en Argel. En años anteriores, entre escritores africanos, norteamericanos y franceses, siempre hubo espacio para escritores latinoamericanos como Jorge Volpi o Karla Suárez. Esta vez me tocó a mí.

Mi conversatorio fue con un autor de Mali, Ibrahima Aya, y por lo que pude entender (la exposición fue en francés y tuve intérprete), aunque su obra era opuesta a la que yo iba a presentar (la traducción al francés de Un lugar llamado Oreja de perro, en Gallimard, traducida por Laura Alcoba) existían algunos puntos de contacto, como por ejemplo el tema de la memoria. En la obra de Aya el personaje busca recuperar la memoria mientras en mi novela el protagonista la evade (sin éxito). Sin embargo, la preocupación por el pasado colectivo es vigente en ambos libros. Esa coincidencia me llamó la atención, además de otras (como la necesidad de los autores africanos de pasar por Francia para leerse entre ellos, como los latinoamericanos debemos de pasar por España, por ejemplo) pues de Mali solo conozco una lista de jugadores importados al fútbol europeo, en especial a Sissoko (un nombre que repetí muchas veces durante la conferencia, sin darme cuenta de que eso podía incomodar a mi colega tanto como me incordiaría a mí que repitieran "ceviche" cada vez que se menciona mi nacionalidad).

Lo que no me sorprendió es que el autor insignia de la literatura argelina contemporánea, Yasmina Khadra (seudónimo de Mohammed Moulessehoul), no fuera tan bien considerado por los argelinos como lo es en el extranjero. Investigando en internet podemos descubrir algunos de los reparos contra el polémico Khadra que tienen sus compatriotas. Una de ellas es la de haber convertido los problemas de Argelia en un asunto exótico, sin mayor profundidad. "Novelas de exportación" la descalifican. Por otra parte, la sociedad argelina -vista por este turista incidental- me resultó muy hermética y algo de ello puede influir en las críticas a Khadra quien ventila públicamente temas nacionales.

Por ello mismo, tampoco es extraño que Albert Camus, un autor que dedicó muchas páginas extraordinarias a esa tierra, sea menospreciado entre los argelinos. Lo acusan de tibieza, de no haberse comprometido íntegramente con la causa de Argelia, de haberse lavado las manos durante la terrible guerra de independencia contra Francia (que cumple 50 años en este 2013). Sin embargo, una de las razones para entusiasmame con el viaje a Argelia era conocer las ruinas romanas de Tipasa, a las que Camus retrató con palabras memorables y que influyeron en la creación de Busardo (la ciudad imaginaria de mi novela El viaje interior): "Hay también un tiempo para crear, lo que es menos natural. Me basta vivir con todo mi cuerpo y testimoniar con todo mi corazón. Vivir a Tipasa, testimoniar, y la obra de arte vendrá luego. Hay en esto una libertad. Nunca permanecí en Tipasa más de un día. Siempre llega un momento en que se ha visto demasiado un paisaje, lo mismo que se necesita largo tiempo antes de verlo bastante. Las montañas, el cielo, el mar son como rostros cuya aridez y esplendor se descubren a fuerza de mirar en vez de ver. Pero, para ser elocuente, todo rostro debe sufrir cierra renovación. Y se queja uno de fatigarse demasiado pronto, cuando debería admirarse de que el mundo nos parezca nuevo por haber sido solamente olvidado".  

Almorzar con dos amigos peruanos en medio, literalmente, de las ruinas de Tipasa (el restaurante tenía mesas apoyadas en las históricas paredes romanas), rodeados de gatos que esperan las sobras de las sardinas fritas, fue una experiencia maravillosa. También lo fue caminar por aquellos caminos romanos, las piedras, las columnas, los pasadizos, las escaleras, avanzar a través de las rocas ancestrales y los altos árboles rumbo al mar Mediterráneo. Probablemente, la actual Tipasa -rodeada de turistas, muchos de ellos locales- no se parece a la que conoció Camus. Pero es imposible no repetir las bellas frases que el francés le dedicó a Tipasa mientras respiramos ese aire y el espectáculo del pasado como un sello de agua impreso en el presente.

Dice Camus: "Volvía a encontrar allí (en Tipasa) la antigua belleza, un cielo joven, y ponderaba mi suerte, comprendiendo por fin que en los peores años de nuestra locura el recuerdo de este cielo no me había abandonado nunca. Era él quien, para concluir, me había impedido perder la esperanza. Yo había sabido siempre que las ruinas de Tipasa eran más jóvenes que nuestras obras en construcción o nuestros escombros. El mundo empezaba allí cada día con una luz siempre nueva. «¡Oh, luz!», ése es el grito de todos los personajes enfrentados, en el drama antiguo, a su destino. Ese último recurso era también el nuestro y ahora yo lo sabía. En mitad del invierno aprendía por fin que había en mí un verano invencible".

Quizá este viaje a Argelia y el encuentro con Tipasa (que le debo al consejo de mi amigo Marcos Giralt, quien conoce bien las ruinas y los textos de Camus) signifiquen también para mí el nacimiento de un verano invencible en pleno invierno limeño. Quizá.

Hace frío o hace calor

Por: | 12 de junio de 2013

Boyread

Foto Dr John2005

Hace unas semanas, recogí a mi hijo de diez años de la casa de su madre y lo llevé a mi casa. Le pregunté si tenía tarea y me dijo que sí, que debía terminar de leer un libro. Iba por el tercer capítulo y quería jugar un poco de Playstation antes de seguir leyéndolo. El libro -que sucedía en Venecia y tenía como protagonista a un violinista que se negaba a tocar a Mozart- no lo había enganchado. Decidí leerlo para ver si podía ayudarlo. Lo leí en poco tiempo, una lectura ligera para alguien acostumbrado a leer diariamente varias horas. Fui donde mi hijo y le comenté que había terminado de leer el libro. No me creyó. Insistí. Entonces decidió hacerme una prueba.

- Cuando la periodista llega a Venecia ¿hacía frío o hacía calor?

Entonces me acordé de la gelatina de naranja con leche que hacía mi madre cuando era un niño. Era mi favorita. Un día mi padre trajo una colección de libros a mi casa y yo cogí uno. Era una lectura poco estimulante para un niño, la Autobiografía humorística de Mark Twain, pero lo escogí porque su carátula era del color del postre que tanto me gustaba. Mi carrera como lector empezó gracias a una sinestesia. 

Me acordé también de mi padre, que nunca fue un gran lector pero sí un extraordinario coleccionista. Coleccionaba todo lo que estuviese numerado y tuve la suerte de que por aquellos años aparecieran varias colecciones de libros. Grandes Bestsellers, Ariel juvenil y Ariel Universal, Literatura Peruana, Obras Maestras, todas las coleccionó y mi casa se llenó de libros, mientras que en la casa de mis amigos apenas si había una enciclopedia o folletos biográficos sobre los héroes de la Guerra del Pacífico. Mi padre los coleccionaba y yo los leía.

Pero no era el único que los leía. También mi abuela sacaba uno por uno, guiándose por la numeración. Prefería aquellos que no superaban las cien páginas y que tenían viñetas. Antes de irse a dormir sacaba uno del librero y a la mañana siguiente lo devolvía, y así sucesivamente. Sentí una envidia instantánea de mi abuela que podía leer un libro al día y empecé una silenciosa competencia con ella. Luego de esforzarme mucho pude, finalmente, leer un libro al día. Una biografía de Napoleón de menos de cincuenta páginas. Mi alegría fue indescriptible.

(Luego mi abuela me confesaría que no leía esos libros, solo veía las viñetas, pero para entonces yo era un lector en pleno vuelo).

Me acordé de unos libros escritos por un sacerdote llamado Francisco Finn, una saga de niños que compartían un mismo salón de clase. Cada novela tenía el título de uno de los niños, un protagonista que en las demás novelas reaparecía como personaje secundario. Decidí contribuir con la obra de Francisco Finn y en un cuaderno de 150 páginas, rayado, que forré de azul, escribí mi primera novela: Diego Swan (sin saber que luego admiraría a un personaje también apellidado Swann, escrito por un tal Proust).

Recordé las horas que dediqué en mi infancia y adolescencia a leer. Cada uno de los libros que pasaron por mis ojos. Los que leí, los que releí, los que no pude terminar de leer. La edición condensada de El Quijote que llevaba en el bolsillo de mi saco cuando salía a montar skate. Cuando me metía en la tina con un libro y me demoraba en salir, enfriado y tiritando, por estar inmerso en el agua y la lectura. Y claro, también recordé la lectura de Robinson Crusoe que hizo que me ganara mi primer sueldo literario (un borracho, en una peluquería, me dijo que me pagaba un sol si le contaba una historia, y le conté la del libro que acababa de leer). O la vez en que me doblaba de dolor de estómago y mis padres llamaron al doctor, pensando que era apendicitis, y mientras lo esperaba me puse a leer La casa de cartón y sus imágenes tan hermosas, esa sensación de la juventud frágil y florecida, hizo que olvidase el dolor y que cuando el doctor al fin llegase me encontrara hecho un ovillo en torno al libro, con un placer que era síntoma no de haber contraído apendicitis sino literatosis. 

Me acordé de aquellos años en que leía los libros en voz alta, gritando las palabras, sintiendo la música que evocan las frases. ¿Hace cuánto que no leo en voz alta? ¿Por qué he perdido ese placer tan intenso?

Y me acordé de cómo un día, antes de terminar la secundaria, descolgué los póster de jugadores de fútbol que adornaban mi cuarto (recuerdo a Cruyff, a Zico, a Rummennige) y los cambié por póster de escritores. Algunos que había leído y veneraba, como Cortázar o Vargas Llosa; otros que había leído sin entenderlos, como Onetti; y otros que aún no había leído pero cuyos rostros me atraían seductoramente (como luego sus libros) como Nabokov.

Todo eso recordé cuando mi hijo me hizo una simple pregunta sobre un libro que acababa de leer y no supe contestar. De eso y también de algo más: que yo me convertí en lector el día que descubrí que en los libros a veces hace frío y a veces calor. Y me hice después escritor solo para poder inventar un mundo donde a veces hace frío y a veces calor, y que un lector se diese cuenta de ese detalle. 

Pero lo más importante es que entendí que nada hace más daño a la literatura (ni los bestsellers, ni los libros electrónicos, ni los malos autores, ni la inocente vanidad literaria) que los lectores a quienes no les interesa si hace frío o calor en los libros, y los autores a los que tampoco les importa hacernos saber si en sus textos hace calor, frío o un clima más bien templado, como hoy, perfecto para salir a pasear por el malecón con una bufanda ligera y quizá un abrigo para más tarde, si la noche me alcanza.

La santidad y la basura

Por: | 31 de mayo de 2013

Coronadacarat

Un libro para entender la India

Una de las estupendas fotografías de Alina López Cámara muestra el Ganges lleno de basura y, sobre una construcción precaria, dos figuras que parecen santas: un niño rubio y un anciano delgado y con barba, cubiertos ambos por taparrabos. La foto se titula “La santidad y la basura” y resulta una buena síntesis de este libro, así como lo es la foto titulada “enredada y polvorienta” y, desde luego, el tremendo título inspirado en un poema de Blanca Varela: Coronada de moscas/ pasó la vida.

Este híbrido literario de Margo Glantz cuenta varios viajes a la India. No es precisamente una crónica de viajes, aunque podría serlo. Tampoco es, desde luego, una novela, aunque también nos convencería como ficción. Margo Glantz ha levantado un monumento de palabras en torno a un tema obsesivo (“Quizá peco de obsesiva. Ese pecado se agiganta cuando hablo de la India”). Una India reconstruida a través de palabras (además de las fotos) y de anécdotas que, como cristales dentro de un calidoscopio, cada vez muestran una figura distinta pero, al fin y al cabo, siempre la misma.

La historia de cualquier país es compleja y contradictoria, no existen ningún lugar del planeta donde coexistan dos o más mundos. Sin embargo, indudablemente en la India esa coexistencia es más dramática, más obvia, más destacable. ¿Es eso un lugar común? Sí, y Margo Glantz no quiere evitarlo, incluso lo expresa literalmente: “Sí, la India es un país horrendo y maravilloso, epítetos que repetimos invariablemente los que viajamos, país que deja huellas imborrables, lugar común que podría leerse en un Reader`s Digest cualquiera” y luego agrega: “Lugar común evidente y, ¿por qué no?, verdad sagrada”.

El libro está dividido en episodios narrativos, algunos muy extensos y otros consistentes en una sola frase. En un episodio, por ejemplo, nos habla de un montículo de basura sobre la que juega una niña de ojos negros y sarí verde. En otro episodio, recuerda una visita al Ganges, siendo guiada por un siniestro conductor entre piras funerarias. Luego, menciona las diferentes castas y el libro asume un tono didáctico. Enseguida, nos comenta la visita a un monumento hermoso y dorado y estamos ante una turista maravillada por la opulencia. Lo mismo acompañamos a la autora en una incursión consumista para comprar zapatos o joyas o telas, como a que nos comente sus lecturas literarias sobre la India donde destacan los libros de Foster o Calasso y los diarios de viaje de Eliade. Hay monos y elefantes. Hay rickshaws que se movilizan entre las calles abarrotadas. Hay citas de escritores (mi favorita: “cada edificio esconde como en radiografía su futuro de ruinas, dice más o menos Sebald: cito de memoria”) y datos antropológicos sobre la población, el pasado, la religión, la historia, la arqueología, la sociología, la cultura. Algunos de esos datos son contados con tanta precisión y belleza que resultan microrelatos: “Decían que las leyes eran, ¿son?, muy estrictas en la India: por matar un pavo real tres años de cárcel; por una vaca, seis; por matar un hombre la multa es de cinco mil rupias; matar a una mujer no cuesta nada”.

Como una ternera acosada por tábanos -el poema de Blanca Varela que refiere el título- la vida es aquello vulnerable y lleno de moscas que transita durante el transcurso de la vida, hasta la llegada de la muerte. La India, en su frágil belleza histórica y cultural, y la basura y fetidez que la envuelve, es una metáfora de la vida y la muerte para Margo Glantz como lo es Venecia para Joseph Brodsky en Marca de agua. A diferencia de otros autores que viajan a la India para encontrar un deslumbramiento o una verdad absoluta, mágica, mística, Glantz viaja para extraviarse. Es una viajera que cambia lo erudito por la curiosidad, se desinteresa por las verdades absolutas (esos Lugares Comunes, en mayúsculas, en que se han convertido los lugares comunes sobre la India) y busca más bien el asombro, la anécdota, el recuerdo, la mirada. Coronada de moscas no es un tratado sobre la India: es la misma India, en su complejidad y enredo. La turista no es una exploradora sino una viajera que se deja llevar por el fluir de la vida, entre la santidad y la basura, acosada por tábanos.  

El final del libro es extraordinario. La viajera se ha detenido, pero su mente sigue migrando. Se tiende en su cama, pero tiene pesadillas donde no reconoce dónde está y siente un olor extranjero, invasor, que la sigue desde la India introducidos por dos botellitas de perfume traídos de la India. Para conjurar ese olor pronuncia la palabra Kainenore, “palabra compuesta por un vocablo yidish y otro hebreo, protección contra cualquier maldición (me la enseñó mi mamá)”. Para conjurar ese olor, que es el del paso de la vida coronada de moscas, Margo Glantz, la narradora contemporánea más vital en nuestra lengua, ha escrito también este impecable texto, imposible de definir genéricamente pero absolutamentes prodigioso en su capacidad para mantener el misterio de la India -y de la vida- en su grado justo de complejidad y simpleza.

Coronada de moscas. Margo Glantz (fotos de Alina López Cámara) Sexto Piso: 2012. 131 págs. 

Cuando el duelo se convierte en tema literario

Por: | 15 de mayo de 2013

Dark

foto: Light Knight

Mientras termino de leer Di su nombre (Sexto Piso), la crónica sobre la muerte de su mujer, Aura, escrita extraordinariamente por Francisco Goldman, me entero de que Rosa Montero ha publicado un libro sobre la muerte de su esposo en el 2009, titulado La ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral).

Por motivos personales, desde el 2004 me aficioné a la literatura sobre el duelo. Leía todo aquello que caía en mis manos al respecto. Leía, subrayaba, volvía a leer. Estaba imantado. Cada vez que iba a una librería, buscaba en las contratapas de títulos desconocidos si alguno tenía que ver con el dolor. Cuando encontraba uno de esos libros, dejaba en suspenso lo que estuviese leyendo para volcarme sobre el nuevo hallazgo. En una escena de una película de Woody Allen, me parece recordar, este discute con la mujer de la que se está separando por cuáles libros son suyos y cuáles de ella en el librero marital. "Fácil, todos los libros que dicen "muerte" en el título son tuyos" contesta ella.

Pues eso.

Durante esos años escribí varios cuentos y dos novelas. Una novela fue publicada en el 2008 (la inicié en el 2000, y la construí y reconstruí durante los siguientes ocho años en cada nueva lectura sobre el dolor) con el título Un lugar llamado Oreja de perro y la otra novela, lo más triste que escribiré jamás, es probablemente impublicable.

De la muerte me atraía no solo la reconsrucción de la vida que se escurrió sino sobre todo la pérdida, la sensación de vacío, el agujero con el que debemos aprender a convivir y que tan bien retratan los libros sobre el duelo. Trataba de capturar ese momento de suspensión de la vida y la enajenación que produce el dolor. Aún faltaban muchos años para que mi padre muriese y el duelo que había anticipado en mis lecturas se hiciese real. Sin embargo, pese a lo profundo de esa pérdida, puedo afirmar (quizá porque la muerte de mi padre fue lenta, agónica, y duró casi dos años en los que pudimos acostumbrarnos a su ausencia futura) que la muerte real fue más llevadera, más aceptable, más sosegada, que aquellas desesperadas muertes representadas.

Ese es el poder de la palabra. Ese y no otro. Es decir, si algo he aprendido después de leer tantos libros sobre el duelo es que sirven para escenificar la pérdida y nos hacen vivirla intensamente, pero al final, sin importar el desenlace (si hubo o no aprendizaje), me queda la impresión de que escribir ese libro no ayudó al autor a expiar ninguna pena. No se escriben libros sobre el duelo como expiación ni como respuesta a nada; se escriben desde la desesperación, el miedo o la resignación. Cuando el duelo se convierte en tema literario las eternas preguntas, miles de preguntas o solo una -poderosa y definitiva- se libran del cerebro (donde han habitado como fantasmas) y se convierten en algo tangible. Y lo tangible se puede obviar, destruir, desaparecer, dejar olvidado en manos de otros.

Triste ficción. Si el dolor fuera un fósil, algo que pudiese extirparse incluso con riesgo, sin duda todos nos someteríamos a la operación. Pero no lo es. Escribir nos enseña que el dolor es inefable y no desaparece, se instala en medio de la vida para siempre. El duelo literario es un aprendizaje y lo que aprendemos no es un mandato externo sino una verdad interior que sale a flote. 

"El puerto sumergido" es el título de un poema hermoso de Ungaretti (De esta poesía/me queda/aquella nada/de inagotable secreto). Ese puerto existe en todos nosotros, solo debemos bucear lo suficientemente hondo para descubrirlo. 

Esta noche termino el libro de Francisco Goldman, que he leído con la perpetua sensación de deja vú, y me tocaría leer el de Rosa Montero. Pero me detengo. No tengo nada contra Rosa Montero, hace unos meses hubiera leído este libro de un tirón. Simplemente, decido no leer más. Es tiempo de dejar reposar aquello que empezó a agitarse en mi interior en el 2004, abandonar mis obsesiones y mirar con nuevos ojos todo, incluso el dolor, la pérdida y el duelo. 

El benefactor

Por: | 08 de mayo de 2013

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por Kasaa

Uno de mis cuentos favoritos es "El benefactor" de Rodolfo Hinostroza. El profesor trujillano Francisco Orihuela recibe un día un cable anunciándole que ha ganado un premio internacional con la novela Las muelas de Santa Apolonia. Su sorpresa es enorme porque nunca ha escrito una novela y menos enviado algo a un concurso literario. Apenas si había escrito dos o tres artículos desapercibidos sobre el indigenismo. "No me quedó más que agradecer, porque era complicado e inútil pretender que yo no era el ganador" sostiene Orihuela y decide seguir con su vida. Aunque esa decisión implica perder a su mujer y viajar a Europa para volverse famoso. Lo peor de todo es que, pese al éxito, cuando al fin puede leer la novela esta le parece mediocre, una novela histórica con anacronismos y giros de bestseller que, por eso mismo, se vende estupendamente bien y se traduce a varios idiomas.

Uno años después, su agente literario le anuncia que su segunda novela es aún mejor que la primera y que ha conseguido un anticipo generoso. El pavo a la Moctezuma tenía 319 páginas y esta vez no sucedía en el mundo de la Conquista, como la anterior, sino que viajaba a Francia y esbozaba un arco desde la Revolución hasta los días posteriores a la captura de Napoleón, todo ello aderezado con recetas de cocina tan eruditas como pantagruélicas. Es una novela pretenciosamente cosmopolita, piensa Orihuela, y encima lo mete en un aprieto mayor pues no sabe nada de cocina. La novela fue un éxito para su frustración. Lo único favorable es que conoció en París a Diana, una pintora judía incapaz de distinguir un soneto de un repollo, pero muy buena en el sexo. Junto a ella pudo vivir dos años de sosiego instalados en Francia.

Hasta que llegó la tercera novela a las manos del agente, directamente de Italia. Se titulaba Antencedentes de Eniac y transcurría ahora en la Inglaterra de los poetas románticos, inaugurada con el célebre concurso en el palacio de Lord Byron donde Mary Shelley escribe Frankestein. Si la primera novela histórica era policial, y la segunda era gastronómica, esta iniciaba gótica y se convertía luego en pornográfica, merced a las amantes del librepensador Byron y las detalladas posturas sexuales, para converirse posteriormente en un alegato feminista. El desenlace muestra a la hija de Byron, la matemática Linda Lovelace, trabajando codo a codo con su amante, Charles Babbage, para construir la primera computadora del mundo, mecánica y a vapor. Al principio parecía un éxito, pero luego empezó a arrojar errores mínimos en sus cálculos que se convirtieron en graves, hasta que la escena final nos deja a los personajes frente a un monstruo horrendo y de fierro que solo arroja errores. La novela, que Orihuela considera la más oscura y críptica de todas, le resulta pésima y decide no participar de su promoción. Algo malo le debe estar ocurriendo a B. (como llama al anónimo Benefactor que le regala sus libros y su fama) para que escriba algo semejante, pero él prefiere no averiguarlo mientras viaja a una universidad norteamericana a dictar cursos sobre indigenismo peruano, el único tema que asegura conocer. Desde ahí se entera de su nuevo éxito literario.

Tres años después, otro sobre "por si quieres darle unas correcciones" le fue enviado por su agente. Se trataba de la primera parte de un trilogía, que llevaría el nombre de La ley de Gamov y constaba de las novelas El largo viaje, Los hombres de frontera y El regreso. Lo que le había llegado era la primera parte, El largo viaje, que esta vez no era una novela histórica sino que ocurría en el mundo contemporáneo, pero no por ello resultaba menos oscura. La novela saltaba de un lugar a otro, de los arrabales de Mexico DF a los picos de Nepal, pasando por Telegraph Avenue y las arenas de Goa. No había una historia central sino decenas de historias alambricadas, sin un conflicto ni un tema reconocible, sino simplemente vidas cruzadas que por primera vez emocionaron a Orihuela pues "narraba los altibajos de la existencia humana, en todo lo que tienen de trágico y de cómico". La novela despertó, además, el deseo de conocer a B. Por primera vez se sentá unido a él. Sin embargo, en el mundo editorial representó su primer fracaso, un bluf pese a la bien montada estrategia comercial. Los críticos la consideraban incomprensible y Orihuela empezó a defenderla "comprendiendo el abismo que separa a ellos de nosotros" dice, incluyendo en ese nosotros a B. No tuvo que esperar mucho para que la segunda parte, Los hombres de frontera, llegara en un nuevo sobre. Seguía en líneas generales los temas tratado del primer libro, pero la estructura tenía "algo de catedral gótica", un cúmulo de violentas pasiones alzado sobre el cielo puro y transparente. Pero había algo más. La novela empezaba a hablar del propio Orihuela, de su periplo desde Trujillo hasta la universidad norteamericana donde vivía. A pesar de las inexactitudes -para ocultar la verdad, pensaba- había el consuelo de una reconciliación consigo mismo, avizorado para el fin de la trilogía.

La segunda novela fue un éxito que, incluso, revalidó a la primera. Pero como era de esperarse, la última parte, El regreso, nunca llegó. ¿Habrá muerto B.? Es lo más probable. Orihuela no lo sabe, y se dedica a intuir de qué trataría ese libro (incluso pretende inútilmente escribirla) dado el título general, La ley de Gamov, que se refiere a una ley física según la cual el Universo en expansión comienza a contraerse para amontonarse en el mismo punto, originando el Huevo Cósmico, principio y fin de todas las cosas.

"El tiempo correría hacias atrás y la muerte sería abolida" concluye Orihuela.

El cuento finaliza con el profesor, jubilado de la carrera literaria, en una casa de campo en Trujillo, su ciudad de origen, en el sosiego del reencuentro con su hija y dedicándole canciones a sus nietos. Y aguardando, con cierta ansiedad pero sin esperanza, un nuevo sobre en el correo.

Desde que leí "El benefactor" hace varios años, e incluso ahora que acabo de releerlo, no puedo dejar de pensar que ese extraño persona, B., que escoge al azar a alguien para regalarle una obra no es un ser ajeno a uno mismo, sino alguien que habita en el interior de todos nosotros, que conoce lo que ignoramos que sabemos, y que consigue hacernos escribir lo que jamás escribiríamos. No hay que entenderlo sino solo asumirlo y aceptar sus reglas. El benefactor no muere jamás mientras nosotros estemos vivos, pero sí puede quedarse callado de pronto. El silencio del benefactor sucede cuando no tiene nada más que decirnos, cuando inevitablemente hemos aprendido la lección y reconocido al fin lo que habíamos olvidado al principio, nuestra misión: un largo, ajetreado y estrambótico recorrido hacia nosotros mismos.

Once libros para el 23 de abril

Por: | 24 de abril de 2013

  Libros22222

por Azrasta

Mi amor por el fútbol y mi afición por las listas se han unido para que yo redacte listas con once ítems sobre lo que sea. Estaba pensando en elaborar una lista para celebrar el Día del Libro, pero no se me ocurría un tema. Recordaba varios libros y lo que habían significado para mí. ¿Valdría la pena una lista de los once libros que más disfruté? ¿O una lista de los once libros con los mejores títulos o los principios más extraordinarios o los finales más memorables? Nada me convencía. Hasta que me di cuenta de que, pensando en libros que podrían integrar una lista, hice una lista.

Y eso es lo que entrego ahora. Once libros que me dijeron algo en su momento. Simplemente, once libros en medio de cientos de miles de libros, entre los que he leído, los que quiero leer o releer, los que he comprado y nunca leeré. Los que existen y no podré tener. Aquellos libros que desconocemos, puntos ciegos cuya existencia crean una ansiedad enorme en los adictos como yo, quienes cada vez que entramos en una librería pensamos no qué voy a conseguir sino qué me estaré perdiendo. 

En fin, una lista breve como cualquier otra.

1.- La primera novela que leí (e intenté imitar): Tom Playfair de Francisco Finn.

2.- El libro con el mejor comienzo que he leído ("O cuando todas las noches –por pereza, por avaricia- volvía a soñar el mismo sueño"): Perorata del apestado de Gesualdo Bufalino.

3.- El libro que más me ha hecho reír: La maleta de Sergei Dovlatov.

4.- El primer libro que compré con mis propinas: Un mundo para Julius de Alfredo Bryce Echenique.

5.- El primer libro que dejé inconcluso: Todos los hombres del presidente de Carl Bernstein y Bob Woodward.

6.- El libro que he releído más veces: Pálido fuego de Vladímir Nabokov.

7.- El libro que he recomendado más veces: Otras tardes de Luis Loayza.

8.- El libro que recomiendo para aprender a escribir: Ana Karenina de León Tolstoi.

9.- El libro que voy a releer ahora mismo: Nostalgia de Mircea Carterescu. 

10.- El libro que no volvería a leer jamás: Memorias de mis putas tristes de Gabriel García Márquez.

11.- El libro que empecé a leer hoy: Caída y auge de Reginald Perrin de David Nobbs.

No confundir el mensaje con el mensajero

Por: | 10 de abril de 2013

Clown

Payasos malhumorados. Foto: danepstein

Alejandra es guapa y atlética, usa mallas en televisión y piensa que Yawar Fiesta -obra fundamental del narrador peruano José María Arguedas- fue escrita por Paulo Coelho.

Ella es integrante de uno de esos programas de concurso en televisión donde, entre coreografías y romances inventados, van ganando puntos y audiencia, en especial entre los más jóvenes e incluso niños. Ni el corte del programa ni el perfil de los concursantes (chicos y chicas jóvenes, deportistas, modelos, cuyo único requisito es que les quede bien la ropa deportiva) permite esperar que contesten correctamentes las preguntas de cultura general que se les hacen (la misma Alejandra dijo que un archipiélago era un animal, y otra concursante declaró que una sandía está compuesta 100% de agua). Sin embargo, de pronto en las redes sociales todos se han sentido ofendidos con que la muchacha no sepa quién escribió Yawar Fiesta y se suceden tuits agresivos, memes ofensivos, estatus violentos. Nada nuevo, solo una víctima más de la inquisición de los 140 caracteres. 

No disculpo la ignorancia de Alejandra ni de nadie, pero tampoco cometo el error de confundir el mensaje con el mensajero. Ahí donde todos ven la posibilidad de insultar a alguien, yo veo una oportunidad.

Desde luego, aquello que Mario Vargas Llosa calificó con acierto como "la civilización del espectáculo" no se va a detener porque una chica no sepa una respuesta ni por un meme que la ridiculice. Al contrario, va a engullir todo eso y alimentarse del espectáculo creado alrededor del tema. Todo sirve: los errores de los concursantes y los exabruptos de quienes la censuran. Todos payasos del mismo circo.

Pero podría suceder -y quizá sea ingenuo de mi parte incluso imaginarlo- que leamos bien el mensaje y lo sepamos aprovechar. Ese mensaje es el siguiente: la literatura no se enseña ni se aprende en los colegios; nadie entiende lo que lee; leer se ha vuelto un asunto elitista y un lector -en especial de literatura- debe ser alguien a quien le sobra el tiempo (quizá porque no es suficientemente guapo ni atlético para ser parte de uno de esos programas).

No necesitábamos del error en televisión para descubrir esos síntomas. Los periódicos han reemplazado sus páginas de reseñas de libros por páginas de gastronomía. Sucede que una buena reseña muestra al lector que la lectura es un aprendizaje que requiere voluntad, pero la foto de una plato de comida hace sentir a cualquiera que se lo engulla que es un gourmet. De eso se trata la banalización de la cultura, la ley del menor esfuerzo. Mario, también concursante de ese programa y novio de Alejandra, salió en su defensa declarando que no ha leído nunca un libro y eso no lo hace ni más culto ni menos culto que nadie, y le faltó añadir "sino todo lo contrario". El mensaje constante que recibimos los peruanos, insistente y a través de todos los medios de comunicación incapaces de dedicarle una hora semanal a un programa de cultura, es que la información es una pérdida de tiempo y de dinero, y que finalmente, ya que todo es cultura, vale lo mismo tomarse una foto delante de un muro incaico en Cuzco que leer Los ríos profundos.

Si el 2011, el año del centenario del nacimiento de José María Arguedas, hubiera sido celebrado como un tema de interés nacional y obtenido tantos memes y tuits como los que reciben ahora los chicos de esos programas para ridiculizarlos, sin duda Alejandra podría saber quién escribió Yawar Fiesta. Pero el 2011 se celebró el descubrimiento de Machu Picchu, cuyos beneficios económicos son inmediatos, y no había lugar ni presupuesto para Arguedas. Ahora, resulta que todos saben quién escribió ese libro y se ofenden porque una chica no lo sepa. Honestamente, me pregunto cuántos de los que levantan las teas encendidas han leído a Arguedas o, por lo menos, sabían quién escribió Yawar Fiesta antes del escándalo.

Dejemos que los que quieren burlarse de los demás y levantar de nuevo el dedo acusatorio de las redes sociales sigan canibalizando la anécdota hasta que consigan otra víctima y se olviden de Alejandra, de Yawar Fiesta y de Arguedas. Pero aquellos que consideramos que la literatura peruana es un valor auténtico, una forma de expresión y conocimiento, además de nuestro patrimonio, escuchemos el mensaje y tratemos de aprovechar las oportunidades. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si la producción de ese programa les pidiese a sus concursantes que hagan una campaña en favor de la lectura, reconociendo el error bajo la premisa de que ser ignorante no es una delito ni una humillación, y menos aún si se acepta la falla y se intenta mejorar? Una fotografía de Alejandra aceptando su error y comprometiéndose a leer Yawar Fiesta haría más por José María Arguedas que el más afilado sarcasmo cualquier líder de opinión.

Si lo que nos importa es una juventud más informada y culta, podemos aprovechar el momento y convertir un linchamiento virtual en una oportunidad para promover la lectura. Ahora, si lo que nos interesa es exhibir una falsa superioridad, sigan llamando "burra" a Alejandra y a todos sus compañeros, compartan memes, escriban tuits, suban videos en YouTube, atáquenlos en radios y periódicos y editen reportajes televisivos para burlarse de ellos. Pero al menos reconozcan que, al hacerlo, están contribuyendo a esa frivolización que pretenden denostar: el lamentable espectáculo del circo mediático donde un payaso resbala y los demás payasos, malhumorados, se lanzan sobre este con globos de agua y pasteles en la cara.

Los peruanos tenemos cosas mucho más graves de qué indignarnos, y la primera de ella es reconocer que somos un país que se indigna por tonterías y nos mantenemos indiferentes antes las carencias realmente graves en educación y cultura. 

Vano oficio

Sobre el blog

Este blog se plantea hacer comentarios de actualidad sobre libros, autores y lecturas en menos de 1.000 palabras. Se trata de un blog personal, obsesivamente literario, enfermo de literatosis, como diría JC Onetti, según la regla que la literatura es un vano oficio, pero jamás un oficio en vano.

Sobre el autor

Ivan Thays

Ivan Thays. (Lima, 1968) Autor del libro de cuentos Las fotografías de Frances Farmer y las novelas Escena de caza, El viaje interior, La disciplina de la vanidad, Un lugar llamado Oreja de Perro, Un sueño fugaz y El orden de las cosas. Ganó en el 2001 el Premio Principe Claus. Fue finalista del premio Herralde 2008. Fue considerado dentro del grupo Bogotá39 por el Hay Festival. Sus novelas han sido traducidas al francés, italiano y portugués. Dirigió durante siete años el programa televisivo Vano Oficio. Actualmente administra el comentado blog Moleskine Literario.

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