Idea Vilariño, haz de luz

Por: | 06 de abril de 2013

Cosas transparentes: Dice Nabokov que cuando alguien mira un objeto por mucho tiempo, se vuelve transparente y nos cuenta su historia. Con los escritores sucede lo mismo. Los sábados de Vano Oficio están dedicados a aquellos textos y autores que, leídos con insistencia, saben volverse transparentes.

Light
Foto: shaire productions 

En los poemas de Idea Vilariño las palabras parecen esconderse, retroceder, quedarse quietas, extinguirse finalmente dejando apenas un haz de luz, como una espada luminosa que hiere o mata. Así también el amor se esconde, retrocede y extingue. Los amantes son seres feroces que se mantienen vivos mientras se destruyen el uno al otro. Las palabras andan tanto que a veces no llegan. Vivir, amar o escribir es agonizar. Repite la pregunta insistente -¿dónde estás?- dirigida al amante o a nadie, a la soledad o a su propia imagen en el espejo. Leerla es aprender a respirar de una manera distinta. Pocas poetas como ella entendieron el amor y la poesía como un ejercicio: sostenerse en un precario equilibrio antes de dejarse caer.

Pasajera perdurable, Idea Vilariño pasó por la vida como el mar en aquel poema suyo: "Tan lenta y honda y largamente y tanto/ insistente y cansado ser cayendo/ como un llanto, sin fin,/ pesadamente/ tenazmente muriendo..." Le sobrevive la poesía y ese fuego que no se acaba nunca, que sabe arder incluso más allá de ella misma y de las mínimas palabras de sus versos. El rayo que no cesa, dijo el poeta Hernández. Así sea.

Si muriera esta noche...

Si muriera esta noche
si pudiera
morir
si me muriera
si este coito feroz
interminable
peleado y sin
clemencia
abrazo sin piedad
beso sin tregua
alcanzara su colmo y se
aflojara
si ahora mismo
si ahora
entornando los ojos me
muriera
sintiera que ya está
que ya el afán cesó
y la luz ya no fuera
un haz de espadas
y el aire ya no fuera un haz de espadas
y el dolor de
los otros y el amor y vivir
y todo ya no fuera un haz de espadas
y acabara
conmigo
para mí
para siempre
y que ya no doliera
y que ya no doliera.

El Facebook de Julio Cortázar

Por: | 03 de abril de 2013

Rayuela1

Foto:  irëne

Esta semana he andado mucho en el Facebook. He leído a una amiga que pide que le recomienden libros distópicos en portugués y a otra que pregunta cuál es el método más eficiente para quitar una mancha de grasa del pantalón. He cruzado por la selva de fotografías con frases cristianas para compartir, bromas ingeniosas, chistes absurdos y las anécdotas divertidas, tristes y dulces al mismo tiempo, de un amigo que se está despidiendo así de su hermana enferma. He desplazado lecturas y películas planeadas, y no me arrepiento. El Facebook es un universo que se extiende y se renueva; somos muy afortunados de haber participado desde sus inicios de este momento.

Se me ocurre pensar qué hubiera pasado si este fenómeno hubiera sucedido a fines de los 50. Ahora, los sobrevivientes del Boom Literario miran con recelo e incluso menosprecio a las redes sociales, pero de haber sucedido cuando empezaban sus carreras literarias sin duda hubieran participado. Gabriel García Márquez tendría una página casi sin actividad, etiquetado en muchas fotos y textos de sus amigos, contestando con ironía alguna que otra frase. Jamás pondría "Me Gusta". A nada. Eso no va con él. Carlos Fuentes, por el contrario, sería un heavy user. Constantemente actualizaría su página con enlaces a lecturas, en francés, inglés y castellano, a noticias internacionales sobre política, cultura, economía. Colgaría largos, interminables estatus -cuando no "notas"- con posturas políticas (la literatura también ocuparía un lugar, pero menor) y crearía ábumes con fotografías donde se le vería, inevitablemente elegante y sonriente, en países remotos o sitios célebres. ¿Sería quizá un adicto al Foursquare? Probablemente, pero de ninguna manera al Twitter. Mario Vargas Llosa, por su parte, tendría un perfil parecido al de Carlos Fuentes, quizá más combativo pero menos frecuente. A diferencia de García Márquez y de Fuentes, sería muy selectivo al aceptar amistades, colgaría muy pocas fotos y antes que escribir estatus -que, sin duda, escribiría- se dedicaría a comentar en las páginas de los demás. Sería un argumentador feroz, culto e ingenioso, siempre con la última palabra y dispuesto a discutir incluso con los troll. De vez en cuando, algún familiar lo saludaría y Vargas Llosa no podría evitar poner debajo una frase amable y doméstica, siempre en plural: "Ha empezado el frío y es difícil acostumbrarse, pero estamos bien. Patricia y yo los recordamos siempre". Tampoco tendría Twitter. 

¿Y Julio Cortázar? Ninguno como él para aprovechar al máximo las redes sociales. No solo tendría una cuenta de Facebook o Twitter, sino de cualquier plataforma que apareciese, aunque solo fuera por curiosidad. Incluso, se me ocurre, tendría varias cuentas de Facebook, y aprovecharía la cuentas falsas para crear conversaciones y situaciones absurdas, cómicas o complejas en su cuenta real. ¿Quién escribe esto y contesta lo otro? Intervendría en todas las conversaciones (incluso en el consejo sobre el mejor método para sacar manchas de grasa), pondría centenares de "Me Gusta", colgaría videos de YouTube de jazz, situaciones extrañas, bromas y gatos. Compartiría memes divertidos. Hablaría de todo, incluso de deporte. Sus estatus políticos serían serios pero también escribiría textos divertidos, con el humor del libro de cronopios, o mostrando el lado ridículo de la seriedad como en Último round. Obviamente, lo suyo sería el juego de palabras. Sería adicto al Instagram. Subiría fotos de objetos, carteles, personas, paisajes, animales, todos fotografiados con su iPhone mientras pasea y acompañados por textos breves o titulados con ingenio. Su cuenta de Pinterest sería, simplemente, espléndida, de visita obligatoria, como un museo maravilloso donde cada foto es un hallazgo. Sus enlaces seguirían la misma lógica del asombro ante el absurdo del mundo. "Juegos de la imaginación, dice el señor cuerdo que nunca falta entre los locos" dijo alguna vez Cortázar, arrastrando las erres. Juegos de la imaginación también los míos, sin duda. El Facebook de Cortázar. ¿A quién se le ocurre?

Se me ocurre a mí y no sin razón. Se cumplen este año el cincuentenario de la primera edición de Rayuela y aunque el ambiente entre los lectores es festivo, los escritores -me incluyo- somos más escépticos. He leído varias declaraciones contra Rayuela, algunas incluso de inusitada violencia, y reconozco que estoy dispuesto a aceptar como válida la mayoría de críticas. En especial aquellas que sostienen que Cortázar es mejor cuentista y que Rayuela es una novela desigual. Lo es, aunque ¿qué novela de más de 300 páginas no es desigual? Nada puede impedir que el mundo de Rayuela haya envejecido tan rápido, mientras envejecían o se trivializaban sus preocupaciones. La filosofía zen, el pensamientos budista o las Mandalas se han convertido ahora en tema de libros de auto ayuda. Los hipervínculos, del que fue casi un precursor, son ahora cosa de todos los días y por eso Rayuela, en medio de la tecnología actual, parece un mamotreto inmanejable y tan anacrónico como solo puede serlo lo que fue alguna vez modernísimo. Además, la afición de Cortázar por las frases ingeniosas o entrañables, aforismos o grafitis que pintados en paredes cambiarían el mundo, ahora se frivolizan en memes o tuits para etiquetar y compartir.

Sin embargo, no tengo duda de que Rayuela sobrevivirá nuestro escepticismo no solo porque es una novela que dice cosas, sino porque las dice de una manera lúdica (por encima de la pomposidad de algunas escenas o ideas) que no se ha desactualizado sino, al contrario, se ha convertido en una marca registrada en las redes sociales. No es gratuito que el libro se titule como un juego de niños ni que, incluso en sus momentos más solemnes, aflore el lado divertido, la sonrisa que se ríe de sí mismo y celebra la travesura, el malentendido o el absurdo. Como ninguno, Cortázar consiguió captar una instantánea de su tiempo, aunque esa fortuna siempre pasa la factura. Aún así, lo lúdico se alza sobre cualquier hoguera prematura para decirnos que puede haber envejecido el mundo que originó Rayuela, pero jamás Rayuela.

Elogio a Daniel Mordzinski

Por: | 20 de marzo de 2013

Mordexpo

Facebook

Fotografiar escritores no es tan difícil y menos aún en festivales literarios. Los escritores, en su mayoría, están dispuestos a que les acaricien el ego y sobre todo en un festival o encuentro, donde el ánimo es festivo y de buen humor. Justamente por eso mismo, las fotografías de Daniel Mordzinski son tan especiales, auténticas obras de arte. A él no le basta, nunca le bastó, con llamar a un escritor a un costado, ubicar su rostro donde mejor le dé la luz y dejar que la cámara haga el resto. Mordzinski se las ingenia para seducir a los escritores, consigue que confíen en él, doblegar amablemente su voluntad  y pronto, sin darle a tiempo de pensarlo, el autor aparecerá desnudo, metido sobre un hoyo o una tina, interactuando con un policía, la empleada de limpieza o un vendedor callejero, sentado entre las lápidas de un cementerio o dando saltos en un pie sobre una plataforma a tres metros de altura. 

Pero no todo es lúdico en las fotografías de Mordzinski. Muchas de estas retratan la cotidianidad, el mundo doméstico, de aquellos personajes que escriben obras magistrales. El gesto de Mario Vargas Llosa, con la manos juntas cubriéndose la cara, o la foto de Gabriel García Márquez sentado en la cama de su suite sirven de ejemplo. Mi favorita es una fotografía de Blanca Varela caminando estoicamente en el patio de su casa, mientras la sobrina y su nana juegan en el jardín. Esas escenas (el rostro cubierto de Vargas Llosa, el lado vacío en la cama de García Márquez, el contraste del estoicismo de Blanca Varela y la felicidad de su nieta en el jardín) descubren una lectura insospechada de la vida. Delatan el lado más vulnerable de los escritores, cuando abandonan la "pose" (inevitable de toda persona frente a una cámara), descartan la máscara y comienzan a decir hondas verdades que solo el ojo de Mordzinski puede atisbar y fotografiarlo.

Hay mucha espontaneidad en las fotos de Daniel Mordzinski, pero también hay cálculo, precisión, alevosía y ventaja. La naturalidad con que ejerce su oficio consigue capturar esos instantes maravillosos cuando las escenas se transforman en historias de vida. Conozco muy pocos fotógrafos capaces de lograr tanto con tan poca producción. El ingenio, en Mordzinski, no solo es una forma de inteligencia sino un método para alcanzar la profundidad. 

Quizá la fotografía más famosa es aquella en la que Jorge Luis Borges, de perfil, está sentado sobre un fondo negro, colocado en una postura solemne, aferrado al bastón y con el mentón levantado. No es gesto de escritor sino de prócer, una fotografía para la eternidad. De pronto, por un lado, se introduce una mano insolente, una mano que no tiene nada que hacer ahí, y la eternidad se vuelve cotidiana, el decorado se convierte en escenografía y el mundo en teatro de representaciones. El contraste entre la postura de Borges y esa mano intempestiva crea un laberinto de posibilidades infinitas. Como en un cuento de Borges, dirán algunos. Pues justamente así.

Cuando en el 2007 me seleccionaron para participar del evento llamado Bogotá 39, encontré dentro de la gran cantidad de documentos que nos enviaron una indicación que decía que íbamos a ser fotografiados por Daniel Mordzinski en una fecha pactada. Para mí, que admiraba la obra de Mordzinski muchos años antes, aquello fue como ganar un millón de dólares y, además, un auto de lujo para ir a recoger el dinero. Ya era enorme la satisfacción de pertenecer a ese grupo como para que, además, tengamos el honor de ser fotografiados por Mordzinski. Al menos eso pensaba mientras viajaba a Colombia. Sin embargo, luego de pasar unos días con él, la sesión fotográfica había perdido ese aura de Premio Mayor y se había convertido en un momento más, casi un café con un amigo. Luego del Bogotá39 he tenido la suerte de encontrarme con Daniel en varios encuentros y ser fotografiado varias veces. No me doy cuenta, entonces, de lo afortunado que soy, del privilegio enorme de tener a Daniel no solo como un amigo sino de ser parte de esa galería absolutamente magnífica, que incluye no solo a autores latinoamericanos sino de todo el mundo, retratados en centenares de encuentros y a lo largo de casi tres décadas.

Dice Ricardo Piglia que una de las grandes virtudes de Jorge Luis Borges fue hacer creer a sus interlocutores que eran tan inteligentes como él, aunque obviamente eso no era posible. Parafraseándolo, puedo decir que una de las virtudes de Mordzinski es hacerte creer que el privilegio de fotografiarte es suyo. Luego, basta ver la foto que tomó una semana después a Salman Rushdie o descubrir que fue uno de los pocos fotógrafos invitados al funeral de Susan Sontag para caer en cuenta del gran honor que recibimos al ser retratados por él, y quiera dios que realmente nos lo merezcamos.

Esta semana nos hemos enterado de que cerca de 50 000 negativos y fotos de Daniel Mordzinski, guardadas en un piso de Le Monde, han sido incineradas. Leo las declaraciones de Le Monde al respecto y a la tristeza y la rabia se suma la indignación. Mantienen durante diez años un archivo fotográfico en un piso, y un día deciden que necesitan ese espacio y en vez de buscar al dueño del archivo, desalojan el lugar y queman los negativos y las fotos. Si estuviésemos hablando de documentos sin importancia sería grave, pero estamos hablando de fotografías extraordinarias que son parte de nuestra historia contemporánea. La pérdida es simplemente irreparable y aquel comunicado escrito por un departamento legal para evitar un juicio solo ahonda la pena. Estamos ante uno de los episodios más tristes de la literatura latinoamericana contemporánea y nuestro único consuelo es ver cuánta gente manifiesta su pena y su frustración ante un impune acto de prepotencia. Ese cariño y admiración no le devolverá a Mordzinski ni uno solo de sus negativos incinerados, pero es todo lo que podemos ofrecerle y se lo entregamos con admiración y absoluto agradecimiento.

20% de descuento para lectoras

Por: | 13 de marzo de 2013

Mujerleep

Por TheKenChan

El pasado Día Internacional de la Mujer una librería limeña ofreció 20% de descuento para las lectoras, aunque solo en libros románticos y de auto ayuda. Resulta lamentable e irónico que justamente el día en que se conmemora la lucha por la igualdad de las mujeres, y en contra del maltrato y los prejuicios sexistas o misógenos, una librería pretenda celebrarlas alimentado el prejuicio de que las lectoras necesitan romances para ilusionarse con la vida, y libros de auto ayuda para soportar que la realidad no es como en esas novelas.

El incidente tiene muchas aristas interesantes. Por ejemplo, el tema de manejo de redes sociales. En menos de una hora, el meme creado por la librería y promocionado en Facebook tuvo más de 1,000 comentarios negativos y casi 2,000 compartidos (no precisamente para elogiarlos), además de rebotar en Twitter y en los blogs. Una cantidad importante de personas quejándose ante el desatino y exigiendo que la librería pida disculpas. Pues la librería no solo no se disculpó sino que, desafiante, no eliminó el mensaje de su página de Facebook sino hasta pasado el día. Incluso, en contra de cualquier regla de manejo de social media, borró comentarios y eliminó contactos que los criticaban. Por si fuera poco, el administrador del Facebook de la empresa siguió colgando posts como si no pasara nada. Cualquiera podría decir que estamos ante el ejemplo, ideal para un taller, de un mal manejo de crisis de una marca en redes. Sin embargo, más allá de eso, lo obvio es que la mente que ideó una campaña de marketing donde las mujeres debían leer sobre todo libros de auto ayuda y romances, carga un prejuicio contra la mujer tan grande que jamás hubiera hecho caso a las críticas contra sus estrategias. Las mujeres que nos critican, se habrá consolado, son comunistas, feministas, insatisfechas, histéricas que en vez de leer una buena novela de amor, o aquel libro de sopa de pollo para el alma que tanto necesitan, leen El segundo sexo o Una habitación propia

Por supuesto, siempre puede decirse -y algunos tímidos comentaristas lo dijeron- que el descuento estaba basado en una estadística que demostraba que las mujeres consumen mayoritariamente ese tipo de libros. Incluso si eso fuese cierto, una cuestión de criterio debió imponerse sobre la aritmética. Criterio para entender qué es una mujer, más allá de los prejuicios, y para entender qué se conmemora ese día en particular. Un día, por cierto, bastante incómodo para las mujeres que realmente entienden la lucha en la que están metidas, y que están aún muy lejos de ganar. Porque la maquinaria mercantil (justamente aquella que prefiere un cuadro estadístico a la sensibilidad y el criterio) ha terminado convirtiendo ese día en una fiesta cada vez más parecida a San Valentín mezclado con el Día de la Madre. Felicitan a las mujeres con rosas y frases como "porque nos dan la vida" o "porque saben administrar el hogar mejor que nadie", sin reconocer que esa fecha representa no una celebración sino una carencia. 

Es un hecho también estadístico que las mujeres compran más libros que los hombres y, sobre todo, que leen más. No solo romances y auto ayuda, y tampoco solo libros escritos por mujeres ciertamente, sino cualquier libro que entre en el campo de su interés. Tengo la suerte de dirigir varios grupos de lecturas compuestos casi exclusivamente por mujeres y debo decir que la experiencia es extraordinaria. Mi lectura se ve complementada, cuestionada, revisada, por la agudeza mental y sensibilidad de mis compañeras lectoras. Incluso puede afirmar que, haciendo un balance de mis años como profesor de lecturas dirigidas, las lectoras se fijan mucho más en los detalles que los lectores, cumpliendo así con el deber de todo buen lector de "acariciar los detalles" como diría Nabokov. Muy pocas, o ninguna, de mis alumnas ha estudiado literatura; sin embargo, escuchándolas comentar libros comprendo que en cada una de ellas habita una Janet Malcolm. No existe en ellas un deseo de canonizar ni de absolutos; la lectura es un viaje de deslumbramiento, de interioridad y de cuestionamiento. Si se me permite generalizar, sostengo que los lectores, en su mayoría, abren los libros sabiendo qué van a encontrar y habiendo decidido, aún antes de leerlo, qué van a pensar sobre este. Las lectoras, en cambio, lo abren esperando sorprenderse siempre.

Los prejuicios no se detienen y las mujeres se han convertido, para la industria, en devoradoras de best seller como Cincuenta sombras de Grey o de la llamada chick-lit. O, en todo caso, de Jane Austen luego de ver la película. Pero el prejuicio se extiende. Así como las librerías mercantilistas menosprecian a las mujeres haciéndole ofertas "para ellas", como si se tratara de canastas de belleza, el ámbito académico desconfía de las catedráticas, reduciéndolas a determinados temas y cátedras, y el mundo literario encasilla a las autoras en "asuntos de mujeres", como la exploración intimista, la poesía erótica o la autobiografía. Basta echar una mirada atenta a lectoras, catedráticas y escritoras contemporánea para que ese castillo de naipes armado por el prejuicio machista de la literatura latinoamericana se derrumbe. Mientras sigan existiendo campañas supuestamente ingeniosas que dicen "Leer es sexy" y colocan a Marilyn Monroe en bikini leyendo el Ulises, las cosas no van a cambiar. Felizmente, las mujeres son tan buenas lectoras que están por encima de los prejuicios y siguen escribiendo buena literatura, volviéndose eruditas en temas literarias complejos y comprando libros que valen la pena, aunque no tengan descuento. El impensable día que las mujeres se dediquen a comprar solo libros románticos y de auto ayuda, y dejen de escribir y de entender la literatura compleja, entonces sí podremos hablar de un apocalipsis y la literatura no tendrá ninguna posibilidad de sobrevivir.

El compromiso con la fantasía

Por: | 06 de marzo de 2013

Onirico

por Crossett Library Bennington College

Hace unos días, leí una entrevista al escritor rumano Mircea Cartarescu donde sostiene que escribe solo sobre la imaginación y no comparte el gusto general por la literatura realista.

"No entiendo por qué hay que escribir sobre un divorcio" dice.

Recuerdo que Alberto Fuguet confesó que soportaba cada vez menos las novelas y se dedicaba solo a leer crónicas. Definitivamente, el ascenso de la crónica literaria en el habla hispana en la última década ha sido enorme, con una lista de autores importantes en cada país, multiplicándose las antologías, los proyectos comunes internacionales, las revistas especializadas e incluso exitosos cursos titulados como "De cerca nadie es normal", un taller para escribir perfiles dictado por uno de los cronistas peruanos más interesantes de esta hornada, Julio Villanueva Chang, fundador de la revista Etiqueta negra. Quizá, a diferencia de Cartarescu, Villanueva sí consiga encontrar sentido a escribir sobre un divorcio.

Ciertamente, cada vez se publican más crónicas, memorias, libros de no ficción, autobiografías y biografías. Sin embargo, acepto que a mí cada vez me interesa menos el cartelito "basado en hechos reales" en cualquier libro, y me dejo seducir por la capacidad de crear fantasías, ficciones poderosas con la capacidad para instalarse en el cerebro del lector con una fuerza que jamás tendrá la realidad y sus rutinarias certezas.

No intento teorizar sobre qué es la ficción en general, o la ficción realista en concreto (¿se habrá referido Cartarescu a Anna Karenina cuando dice que no entiende cómo alguien puede interesarse en un divorcio? Lo dudo). Solo quiero, en medio del desfile de cronistas y escritores documentados, romper una lanza a favor de aquellos que optan por la fantasía y la imaginación. Cuando leo una novela realista no me pregunto cuán real es lo que me cuentan, cuán topográfico es el retrato de las calles o si están datados los hechos que cuentan. Me dejo llevar, incluso en esos casos, por el ideal de un escritor que inventa un mundo sin necesidad de rendirle cuentas a la realidad. O, en todo caso, un autor que confía solo en la realidad que nace de sus propias necesidades como escritor, es decir, como suplantador de Dios o deicida (en palabras de Mario Vargas Llosa) creador de un mundo a su imagen y semejanza, cuyas reglas solo servirán para ese mundo. 

Aunque me gusta la crónica o la autobiografía, he descubierto más verdad y más belleza en los libros de ficción. Creo que todos hemos venido al mundo a aprender una lección; dudo que la lección que debo aprender yo esté en un libro basado en hechos reales. Aprendo más de los seres imaginados, de los mundos de fantasía, que de cualquier intento de notariar acontecimientos. Prefiero perdeme por pasadizos que no llevan a ninguna parte, introducirme en sueños ajenos y encontrarme con fantasmas o seres imaginarios en vez de burócratas de trajes arrugados o personajes u objetos extravagantes a los que se les ha dedicado un perfil. Tampoco me molesta leer una novela y saber que el autor inventa un mundo que ya existe, edifica una ciudad de espectros encima de una ciudad auténtica. Me molesta el decorado, no me gusta las novelas que son como un episodio de Mad Men: un gran trabajo de producción que pretende retratar una época con tanta exactitud que resulta artificial. Prefiero el absurdo, la imaginación, la pátina intimista que nubla y borra las formas y las personas.

En épocas en las que, se dice, no existe el "escritor comprometido" yo he renovado mi compromiso con la fantasía. Lo he hecho gracias a Nostalgia, el maravilloso libro de Cartarescu publicado por Impedimenta. No puedo sino recomendarlo insistentemente, como quien recomienda no un destino turístico ni un viaje sociológico o antropológico a la vida de los otros, sino un lugar donde es posible recorrer por un tiempo para regresar luego al mundo con ojos nuevos, transparentes, y la certeza de que ese lugar ahora habita en nuestro interior.

Lean a Cartarescu.

Antonio Cisneros, oso hormiguero

Por: | 02 de marzo de 2013

Cosas transparentes: Dice Nabokov que cuando alguien mira un objeto por mucho tiempo, se vuelve transparente y nos cuenta su historia. Con los escritores sucede lo mismo. Los sábados de Vano Oficio están dedicados a aquellos textos y autores que, leídos con insistencia, saben volverse transparentes.

  Osohormiguero

foto: perpetualplum 

ANTONIO CISNEROS, OSO HORMIGUERO

Los osos de circo bailan al sonido de unos platillos y una soga, y luego de la función les dan comida. Los osos hormigueros agitan su larga lengua, como un látigo, de arriba hacia abajo, buscando alimentarse desesperadamente. ¿Cómo es que un poeta pueda identificarse con un oso hormiguero? ¿Es acaso el poeta un oso circense que, además, debe bailar mientras usa su lengua para alimentarse? A Antonio Cisneros le gustaba calificarse a sí mismo como oso hormiguero (su poemario más exitoso se tituló Canto ceremonial contra un oso hormiguero) en una muestra de ironía contra sí mismo y contra el oficio, de falta de respeto pero al mismo tiempo de una enorme ternura y complicidad, pero jamás condescendencia. "Es conmovedor pensar en personas que se han dedicado cincuenta años a escribir poesía como yo. Por un lado, tiene algo de ridículo, pobres señores que escriben poesía todo el tiempo. Pero por el otro, es conmovedor tener fe en la palabra” dijo en una de sus últimas entrevistas.

Su obra se desmarcaba del lirismo, pero no evadía los temas más trascendentales, aquellos que los poetas escriben con mayúsculas (aunque Cisneros prefería escribir con mayúsculas Pic Nic), como la familia, la sociedad, el sexo, el amor o el desamor, la muerte, la poesía, la injusticia social e incluso la religión. Todo lo humano y divino era aspirado por aquella lengua de oso hormiguero y transformado en rebeldía, sarcasmo, irreverencia, escepticismo e incluso broma, donde siempre asomaba (una palabra justa, una metáfora precisa) la profunda preocupación por aquello que él llamó "la inmensas preguntas celestes".  "Siempre he sido, y sigo siendo, fundamentalmente, una persona escéptica, lo que no quiere decir desesperanzada. Creo muy poco en las grandes verdades, en los dogmas, en las afirmaciones a prueba de balas (...)" declaró. Sin embargo, sabemos que en el fondo de su escepticismo habita la sobria esperanza.

Cuatro boleros maroqueros

1.-

Con las últimas lluvias te largaste
y entonces yo creí
que para la casa mas aburrida del suburbio
no habrian primaveras ni otoños ni inviernos ni veranos.
Pero no.
Las estaciones se cumplieran
como estaban previstas en cualquier almanaque
Y la dueña de la casa y el cartero
no me volvieron a preguntar
por ti.

2.-

Para olvidarme de ti y no mirarte
miro el viaje de las moscas por el aire
Gran Estilo
Gran Velocidad
Gran Altura.

3.-

Para olvidarte me agarro al primer tren y salgo al campo
Imposible Y es que tu ausencia
tiene algo de Flora de Fauna de Pic Nic.

4.-

No me aumentaron el sueldo por tu ausencia
sin embargo el frasco de Nescafé me dura el doble
el triple las hojas de afeitar.

La genialidad de Arthur Rimbaud

Por: | 27 de febrero de 2013

Rimbaud

neal..patel

Los blogs, el Facebook y el Twitter han hecho crecer la cantidad de genios de manera exponencial. Nos sobran los genios. Nace uno cada semana, en cada suplemento literario, por cada reseñista entusiasmado. Y cosas geniales, ni se diga, esas brotan en cada tuit con una naturalidad pasmosa. "El escritor X es un genio" "Esta obra es genial" "La genialidad de Y es indiscutible" "¿En serio? ¡Sería genial!" "Lee esto ¡Genio total!" No hay espacio para los artesanos, los alfareros, los que amasan, trenzan, tejen, estiran, moldean palabras y frases. O se es genial o nada. Lo extraordinario no es suficiente. Ya no hay nada espectacular.

Lo más curioso es que incluso tenemos categorías de genios. Hay genios intermitentes ("no me gustan sus textos, pero esa frase suya es genial"), genios ocultos ("X escribe bien, pero Y, que no se conoce mucho, es un genio"), genios en parcelas ("es un genio de la ciencia ficción") y hasta genios probables ("No ha escrito nada, pero si lo hiciese... es que es un genio"). Sin contar con los grandes genios de la humanidad, coronados en su tiempo, librando ahora batallas contra las polillas y el polvo en bibliotecas rurales o en librerías de viejo.  

¿Qué hace a alguien genio? Su capacidad para sintetizar su tiempo,su trascendencia, su perfección, su inalterable capacidad de ser modernos siempre. Pero ante tanta proliferación de genios ahora ya no sé qué pensar. ¿Dante Aligheri es un genio pero J.K.Rowling es genial? ¿De eso se trata? Debemos aceptar como genios a los gastrónomos moleculares, a los cineastas con steadicam, a los futbolistas que consiguen filtrar un pase, a los modistos extravagantes, a los programadores billonarios de software, a los gurús de la industria tecnológica que construyen teléfonos que pueden decir tu nombre, a los grafiteros de cara desconocida, a los artistas que envasan mierda de elefante o ponen diamantes a las calaveras, al chico listo que escribe un libro ambicioso y al escritor mayor que se viste de blanco, al freak, al geek, al hipster, a los ganadores del premio Nobel y la beca MacArthur, a los empresarios exitosos, a los que sacaron un IQ superior a 150, al actor de moda, a la chica desprejuiciada que escribe una comedia televisiva que tiene buenos auspiciadores, al humorista que hace bromas políticamente incorrectas, al músico de garaje, al niño que se sabe las capitales del mundo y aprendió a leer a los tres años. La genialidad se ha convertido en un limbo tan grande que cabe el mismo infierno. La verdadera insolencia es ser mediocre porque incluso desaparecer levanta sospechas de genialidad.

En medio de esas tribulaciones me encontré -como un espejismo en el desierto- con estas frases de Pierre Michon sobre la genialidad de Arhur Rimbaud en Rimbaud el hijo. 

Dice:

"No le bastaban ya los éxitos del día del reparto; ya había cumplido estos su misión; habían nutrido en aquel corazón de ira una ambición brutal al tiempo que nacía en ese mismo corazón el inconcreto talento, pose o denodado empeño, al que se le daba por entonces el apelativo de el genio, ese atributo con visos de sobrenatural que nunca se plasma en una manifestación propiamente dicha, coronando la cabeza del hombre, ni en su cuerpo vivo y visible, y no es ni nimbo, ni vigor, ni belleza ni mocedad, y no obstante sí se manifiesta en resultados mínimos, y se evidencia en la perfección de breves fragmentos de lengua codificada y de longitud variable, en letras negras sobre fondo blanco. Sabido es que esos fragmentos suelen ser mínimos. Quienes los leemos no sabemos nunca si son perfectos o si durante la infancia nos soplaron al oído que eran perfectos, y también se los soplamos al oído a los demás, y así hasta el infinito; y quien lo escribe tampoco lo sabe, incluso lo sabe en menor grado, solo lo sabe en el momento en que empareja las varillas, en el momento en que estas, al encajar a la perfección igual que la espiga en la muesca, manifiestan una desabrida exultación, se cierran con un triunfante chasquido de mandíbulas, y se acabó. Y cada vez que se acaba el poeta, el poeta tiembla, a él están apresando las mandíbulas, la varilla lo ha dejado plantado y no sabe ya escribir, ni sabría aunque se hubiera pasado la vida, como el mariscal Hugo, alineando varillas, una debajo de otra, ni aunque fuese, lo mismo que lo era él, la mandíbula jubilosa del tiburón y el verso en persona. Así que tiembla como una rata, sentado ante su mesa; pero, cuando sale a la calle, pretende que los demás vean en torno a su cabeza algo así como un nimbo, y que se lo comenten: pues él no puede verlo personalmente. Y volviendo a la genialidad de Rimbaud, a esa concretísima ambición furibunda en un rincón perdido de las Ardenas, en lo hondo de un proyecto de hombre enfurruñado que era también y al tiempo amor puro - pues todo se mezcla y resulta bizantino y profuso como una teología antigua-, volviendo a esa genialidad, que del conflicto y el nudo bizantino es como si dijéramos emblema, no sabemos si la ambición es anterior a ella y la fomenta, o si la fuerza de denuedo la engendra, o sí, antes bien, la genialidad, desplegando las alas por puro milagro, se percata a posteriori de la sombrea que proyectan, de los hombres que acuden a ese espejismo y, a partir de ese momento, aquel que es juguete de ese atributo fantasmal y proyecta esa sombra se infatúa de ello, ansía acrecentarlo y se condena."

¿Puede acaso decirse algo más sobre ese atributo fantasmal o condena? ¿Puede decirse mejor? ¿Significa entonces que Michon es un genio o que ese párrafo es genial? No, nada de eso. Guardemos silencio ante el verdadero genio y reconozcamos con admiración al orfebre. 

¿Para qué leer?

Por: | 20 de febrero de 2013

Luzlibro

por Frank Za'atar

En el libro El encantador: Nabokov y la felicidad, Lila Azam Zanganeh titula su prólogo con contundente franqueza: "¿Por qué leer este libro o cualquier otro?" Así contesta a su propia pregunta: "La respuesta, a mi juicio, siempre ha sido meridianamente clara: leemos para renovar el encanto del mundo. Desde luego, hay un precio, incluso para el más diestro de los lectores. Descifrar sentidos, internarse trabajosamente en regiones desconocidas, abrirse paso entre un intrincado laberinto de frases, tinieblas inquietantes, plantas y animales desconocidos. No obstante, si persistimos con obstinada curiosidad y espíritu de conquista, de vez en cuando surge un panorama magnífico, un paisaje bañado por el sol, rutilantes criaturas marinas¨.

Reconozco que me gustaría sentir que cada vez que leo se renueva mi encanto por el mundo. No voy a negar que he sido feliz leyendo, ni tampoco que esa curiosidad y espíritu de conquista se ha apropiado de mí otras veces, pero lamentablemente mi experiencia como lector está muy lejos de esos hallazgos fabulosos de Zanganeh. La respuesta para qué o por qué leer siempre ha sido, para mí, tan complicada de responder como a aquella "por qué escribes". Tengo la impresión de que, en principio, ambas respuestas son parecidas. Aquella profunda decepción ante el orden del mundo, el descubrimiento del caos y de aquello que no funciona, el motor de la escritura según Vargas Llosa, moviliza también al lector. Lectores y escritores comparten las mismas fracturas. Leemos para encontrarnos con un mundo, si no mejor, al menos capaz de responder a un orden y cuyo dios o demiurgo, por más genial que sea, es un ser más cercano a nosotros que cualquier divinidad mística: el autor.  

El francés Charles Dantzig, editor, traductor de Francis Scott Fitzgerald y Oscar Wilde, además de narrador, poeta y ensayista, organiza un extraordinario libro calidoscópico en torno a la pregunta “¿Por qué leer?”, que responde con inteligencia y buen gusto pero también con bromas, ironía o provocación. Algunos de los títulos de los capítulos bastan para mostrar a qué nos enfrentamos: “Leer para encontrarse (sin haberse buscado)”, “Leer para estar articulado”, “Leer para no dejar que los cadáveres descansen en paz”. “Leer por amor”. “Leer por odio”, “Leer para pasar la mitad del libro”, “Leer por títulos”, “Leer para dejar de ser la reina de Inglaterra”, “Leer para masturbarse”, “Leer para contradecirse”, “Leer para guardar las formas”, “Leer para aprender”, “Leer por consolarse”, “Leer para descubrir lo que el autor no ha dicho” o mi favorito: “Leer para saber que con leer no se mejora”.

Existen grandes lectores que son, además, personas muy cultas, inteligentes, sensibles y tienen excelente ortografía y redacción. Pero es un error pensar que, por consiguiente, la lectura te hace más culto, inteligente, sensible o mejora tus tildes. Leer con un fin utilitario, ya sea gramatical o espiritual, es una pérdida de tiempo. Puedo imaginarme a Hitler leyendo una novela de Knut Hamsum con placer, pero me resulta difícil pensar en la madre Teresa leyendo algo que no sea la Biblia o un libro didáctico. Si leer no nos hace mejores personas, insisto, ¿para qué leer?

En uno de los capítulos Dantzig anuncia que el lector es un egoísta.“Se lee para comprender el mundo, se lee para comprenderse uno mismo. Y si se es un poco generoso, ocurre que también se lee para comprender al autor. Creo que eso solo les ocurre a los más grandes lectores, una vez que se han saciado las dos primeras necesidades, la comprensión del mundo y la comprensión de sí mismos. Leer hace cantar a las momias, pero no se lee para eso. No se lee para el libro, se lee para uno mismo. No hay nada más egoísta que un lector”.

Estoy de acuerdo. Para eso leo, para apropiarme de las palabras de los demás. Leo porque esas palabras me pertenecen. Los libros que han dejado más huella en mí no son necesariamente las obras cumbres, sino aquellos cuya piel he logrado traspasar hasta hacerla mía. Leo para mi placer, mi gozo, para apartarme del mundo y sumergirme en mí mismo. Leo para mí. En un mundo donde todo es esperanza de futuro, o donde el pasado asoma y me atormenta constantemente, el único momento donde estoy en el presente es cuando leo. Leer es meditar con palabras de otras personas, dije en un post anterior. Por eso leo. Leo para saber qué pienso, qué opino, qué sé o debería saber, qué he olvidado. No leo para identificarme con un autor sino para permitir que sus palabras se identifiquen conmigo, adquieran sentido gracias a mí. Cada lector reconstruye, o mejor dicho inventa, la literatura universal.

Recuerdo que, hace años, leí un texto de mitología celta escrito por W.B. Yeats donde encontré la frase "tan sosegado que parece triste". De inmediato la inserté en un cuento de veinte páginas que había escrito y que le di a leer a un amigo. Este amigo dijo que el cuento era infumable, pero subrayó la frase robada diciéndome con, cierta condescendencia, "sin embargo, en esta frase es se nota que tienes talento". Nunca le dije que esa frase la había escrito Yeats, no era necesario. Es natural que en el estado de meditación en que nos introduce la lectura aparezcan frases o escenas que nos remitan a nosotros mismos y resulta natural apropiarnos de ellas. En realidad, nos pertenecen tan igual como si las hubiésemos escrito, porque nuestra existencia es la que les da sentido: sin nosotros solo serían líneas negras sobre blanco. Por ello, jamás leo por curiosidad hacia mundos o épocas distintas a las mías, sino por curiosidad por mí mismo. Leo para saber quién soy. 

Los buenos y los malos lectores

Por: | 06 de febrero de 2013

Lectores
Foto: Mikey Angels

Sabemos que existen bueno y malos escritores, pero ¿existen buenos y malos lectores? Para Vladímir Nabokov, sí. En el prólogo a Lecciones de Literatura Europea (aquel que inicia célebremente pidiendo a los lectores que "acaricien los detalles") redacta el siguiente test: 

"Selecciona cuatro respuestas a la pregunta: ¿qué cualidades debe tener uno para ser un buen lector:

1) Debe pertenecer a un club de lectores.

2) Debe identificarse con el héroe o la heroína.

3) Debe concentrarse en el aspecto socioeconómico.

4) Debe preferir un relato con acción y diálogo a uno sin ellos.

5) Debe haber visto la novela en película.

6) Debe ser un autor embrionario.

7)  Debe tener imaginación.

8)  Debe tener memoria.

9)  Debe tener un diccionario.

10) Debe tener cierto sentido artístico."

Obviamente, los cuatro últimos ítems son los correctos para Nabokov: imaginación, memoria, diccionario y cierto sentido artístico. No así aquellos lectores que se identifican con los personajes (cada obra crea personalidades únicas, imposibles de ser comparadas con algún ser vivo), y tampoco es necesario pretender escribir -o hacerlo profesionalmente- para graduarse como buen lector. Aquellos que prefieren novelas de acción y diálogos (la "agilidad" debería ser un requisito solo en las clases de gimnasia) tampoco serían buenos lectores. Y los que buscan en las novelas aspectos socio-económico, esos lectores antropológicos carentes de imaginación e incapaces de reconocer la autonomía de la ficción, están irremediablemente perdidos para Nabokov. 

¿Y la memoria? Actualmente, fomentar el uso de la memoria es un insulto. "El profesor X usa un método memorístico" es, quizá, el peor de los ataques que puede recibir el pobre X, con los hombros llenos de polvo de tiza y a punto de jubilarse. Sin embargo, ejercitar la memoria es fundamental para capturar y acariciar esos "deliciosos detalles" de los que, dice Nabokov, los buenos libros están cargados. Sostiene también que la relectura es mejor que la lectura. La buena memoria ayuda a sobrellevar los defectos naturales de una primera lectura. Leer bien implicaría no solo recordar el nombre del protagonista, sino también de qué tamaño era el escarabajo Samsa, cuántos años le llevaba su esposo a Anna Karenina y el color de la corbata que Gatsby llevaba cuando se reencontró con Daisy.

También hay que prestar atención a aquel "sentido artístico", pues para Nabokov un buen lector solo puede leer buenos libros (solía calificar a los autores como si estuviesen en un salón de clase;Tolstoi tenía sobresaliente, Dostoievski lo esperaba en la puerta del salón para preguntar por qué no había aprobado). Quien sabe leer busca siempre libros exigentes, no puede limitarse a tragar sin masticar las papillas precocidas de Paulo Coelho o a soplarse el merchandising soft porno empaquetado de novela de E.L.James. Necesita retos. 

Existen algunos mitos sobre lo que es un buen lector que deben desestimarse. El primero de ellos: que un crítico literario es necesariamente un buen lector. Puede que no lo sea, incluso puede ser uno pésimo, sin capacidad de análisis, de un galopante mal gusto. Miles de reseñas dan fe de ello. Otro mito es aquel que indica que un buen lector es pausado, lento, sin prisa. Recuerdo un chiste al respecto de Woody Allen: "Hice un curso sobre lectura rápida y leí Guerra y paz en veinte minutos. Trata de Rusia". El chiste es bueno y la idea de que el lector lento es mejor que el veloz parece correcta pero pienso que la velocidad de lectura la escoge cada lector y se acomoda a su momento, a su ritmo personal, al libro en particular que está leyendo. Desde luego, el caso contrario también es un mito: un buen lector es el que lee más y más rápido. Bah. ¿Cuántas palabras por minuto debe leer un buen lector? No creo que una medición así sea posible. También es discutible la idea de que leer algo de moda, aunque sea malo, es beneficioso pues genera una costumbre lectora. No creo que los adolescentes que leyeron la saga Harry Potter o Crepúsculo, los aventureros de sofá que disfrutaron de El código Da VinciMillenium o quienes actualmente vibran con E.L.James se conviertan en mejores lectores. Sin duda, leerán todo lo que les ofrezcan de ese autor en concreto, y luego seguirán su predecible vida sin libros.

También debe derribarse el mito de que un buen lector solo un lee clásicos. Es cierto que leer clásicos es apuntar a seguro, pues el tiempo ha hecho una depuración, pero leer contemporáneos no es un acto contrario sino complementario. ¿Por qué escoger entre uno y otro si se pueden tener los dos? Las novedades, en especial las que dialogan con su tradición, nos ayudan a revalorizar a los clásicos. Y aunque a algunos descreídos les cueste aceptarlo, algunas de esas novedades serán luego clásicos. El tiempo hace lo suyo.  

Se me ocurre que la razón por la que definir qué es un buen lector resulta complicada es porque la lectura es un acto de absolutamente solitario, uno de aquellos placeres que no se pueden compartir. Me refiero al acto de leer, no a la interpretación o el análisis posterior. Hablo de ese momento en que un lector abre el libro y encalla su nariz sobre las páginas y las horas van pasando, aquel instante de meditación a través de las palabras de otros que no puede ser comparado ni cuantificado ni calificado.

Por ello, quizá no debemos preguntarnos si somos buenos o malos lectores sin antes preguntarnos "¿por qué leer?". Será el tema de mi siguiente post.

Respuestas: 90 centímentros. 20 años (26-46). Dorada.

Oliverio Girondo, llave maestra

Por: | 02 de febrero de 2013

Cosas transparentes: Dice Nabokov que cuando alguien mira un objeto por mucho tiempo, se vuelve transparente y nos cuenta su historia. Con los escritores sucede lo mismo. Los sábados de Vano Oficio están dedicados a aquellos textos y autores que, leídos con insistencia, saben volverse transparentes.

Llavamaestra
Foto: German Pics

OLIVERIO GIRONDO, LLAVE MAESTRA

Oliverio Girondo es una llave que abre todas las puertas del lenguaje. De ahí escapan las palabras lúdicas, las irreverentes, las palabras extravagantes, las palabras que no existen, las palabras líricas y las pedestres. Girondo libera las palabras y deja también en libertad la poesía, que con él ingresa en un territorio maravilloso, entre la emotiva sensibilidad y el franco sentido del humor. Con Girondo, nuestra boca se llena de palabras. Es un festín. Pero Girondo es, antes que nada, un dandy, un hombre refinado y misterioso con sombrero alto y capa. Por ello, la ilustración de José Bonomi para la edición de Espantapájaros (1932) es extraordinaria. Retrata no solo al autor sino a su poesía. El hombre de paja se ha convertido en un poeta y los cuervos de la poesía y la realidad, a diferencia de lo que ocurre en el poema de aquel barco hundido que era Poe, antes que espantarse parecen volar a su lado como conmovidos discípulos.

 

Bonomi2

Poema 12
Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehúyen, se evaden y se entregan.

 

Vano oficio

Sobre el blog

Este blog se plantea hacer comentarios de actualidad sobre libros, autores y lecturas en menos de 1.000 palabras. Se trata de un blog personal, obsesivamente literario, enfermo de literatosis, como diría JC Onetti, según la regla que la literatura es un vano oficio, pero jamás un oficio en vano.

Sobre el autor

Ivan Thays

Ivan Thays. (Lima, 1968) Autor del libro de cuentos Las fotografías de Frances Farmer y las novelas Escena de caza, El viaje interior, La disciplina de la vanidad, Un lugar llamado Oreja de Perro, Un sueño fugaz y El orden de las cosas. Ganó en el 2001 el Premio Principe Claus. Fue finalista del premio Herralde 2008. Fue considerado dentro del grupo Bogotá39 por el Hay Festival. Sus novelas han sido traducidas al francés, italiano y portugués. Dirigió durante siete años el programa televisivo Vano Oficio. Actualmente administra el comentado blog Moleskine Literario.

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