Señoras, señores, se acabó lo que se daba. Il Capo ha decidido que hay que irse a París, y allá que vamos, y a toda lait que la cosa está que arde. Sarkó, Carlà, el nasciturus, sus biberones, DSK recién resucitado de sus (evanescentes) acusaciones, calentones y fluidos, y si hay suerte la victoria de Madame Le Pen y la hecatombe del euro... No parece mal plan de curro, aunque he de reconocerlo: la despedida es durísima. Duele mucho dejar Roma, Italia, e incluso Vaticalia. Y no quiero ni contarles el sofocón que llevan mis pobres hijas desde que se enteraron de la noticia. Vaya usted y explíqueles ahora que eso que les dicen los trasteverinos de "mio unico e grande amore" es solo retórica. Sí ja.
Italia es como una droga. Sabes que si abusas y te dejas llevar no te sienta bien, te puede intoxicar y dejarte paralizado, anular tu sana capacidad de escándalo. Pero no puedes dejar de tomarla. Es totalmente adictiva. Culpa de los italianos, claro. Encantadores, inteligentes, listos, imaginativos, cultos, se toman la vida con alegría y deportividad porque saben que la cosa tiene mal arreglo y un solo final posible: cascar.
Vean al amigo B., al que tanto echaremos de menos. Enredado en mil follones, imputado en media docena de causas, acusado de los peores crímenes y pecados, y ahí lo tienen. Fresco como una lechuga -marchita-, estirado como un fajín, con más pelo que hace 40 años (caso único en la historia) y todavía libre, gozando de todo su poder adquisitivo (salvo esos 450 millones de multa por comprar a aquel juez), y a sus años dándole al bunga bunga por tierra, mar y aire, laborables y fiestas de guardar.
Roma es gran parte del problema: es una ciudad impermeable, impenetrable, pero te engancha como una mantis religiosa; tú ni siquiera la rozas, pero ella está ahí -desde siempre-, soberbia y acogedora a la vez, pueblerina y sublime, abierta a que la descubras y a mostrarte sus secretos. Pero no su alma. ¿Quizá porque no la tiene? No, creo que no es eso. Sabe que ella es historia y que todo lo demás es crónica. Y cuando te largas ni llora ni te pide explicaciones, solo te dice: ciao bello, sigue aprendidendo, si puedes. Que pase el siguiente.
Este video-parodia, genial y macarrónico, resume bien el genuino espíritu del pueblo romano: burla burlando, la vida va pasando. En Ostia Beach.
Pasar tres años y medio en Vaticalia enseña algunas cosas, si uno escucha y se fija un poco y se quita las orejeras hispánicas. Cuesta, pero merece la pena dejarse seducir por ese ritmo lento y ese aire de levedad y tolerancia hacia los defectos ajenos. Uno podría pasarse la vida pidiendo el café cada mañana y poniendo los diez o veinte céntimos de vuelta sobre el scontrino en la barra. Roma es un cine al aire libre. Una escuela de vida y de muerte donde casi todos saben distinguir lo accesorio de lo importante. Lo importante es vivir, a ser posible muy bien y riéndose. Y para buscarse la vida, nada como uno mismo y sus amigos. L'arte d'arrangiarse. Hacerse un pequeño estadito del bienestar amistoso / familiar que le proteja a uno de los lobos que hay fuera. Esto produce algunos problemas de espacio y promiscuidad, pero genera calma: tener una mamma y un amigo influyente en Italia es igual que tener cinco en España.
El italiano es por lo general tirando a medroso y de natural conservador, aunque tiene al tiempo una gran laboriosidad, una temeraria capacidad de aguante (sobre todo con su clase política) y un pronto fanfarrón que se le quita enseguida. Se fía poco o nada del Estado y de sus incorregibles y turbios dirigentes, que no le ayudan casi nunca a vivir mejor y le crujen a impuestos para nada. Mucha gente solo espera de sus gobernantes que les dejen vivir en paz y les entretengan, que les den un poco de espectáculo en la televisión cada noche.
Al mismo tiempo, una gran minoría sigue poseyendo una vasta cultura, es laica y autónoma, moderna y eficaz, bien informada y europea, y por eso mismo reniega de su suerte y aspira a cambiar el país -y el mundo- con enorme coraje. Pese a las andanadas contra el sistema educativo, los que han acabado el Liceo hablan mejor que Castelar y tienen un estupendo bagaje lector. Y luego está la masa, el ciudadano medio, el ceto qualunquista, que mira a la política con desconfianza, como un teatro en el que manda el más furbo, donde todos son cómplices e izquierda y derecha son solo etiquetas casi intercambiables. El pueblo sabe que no conviene hacerse muchas esperanzas sobre la honradez de este o aquel candidato, porque el sistema está basado en la corrupción y los privilegios de la casta, y en mayor o menor grado todos están en la pomada. Criminalidad política, criminalidad económica, criminalidad mafiosa... La Santísima Trinidad. Ninguna palabra suena más sarcástica en italiano que Onorevoli. Y así se llaman los diputados y los senadores.
Italia es, en ese sentido, un país sin memoria ni futuro. Ni presente. Desencantado, roto, sin polis, con la mayor parte de la opinión pública anestesiada por 30 años de basura televisada, parece muchas veces cínicamente resignado a su destino, inerte ante la codicia, la ignorancia y la estulticia de casi todos sus gobernantes actuales. Atenazado por la inercia de tanta gente que no espera nada bueno del Estado pero tampoco se moviliza para exigir que cambie porque muchos se nutren de él. Viven y dejan vivir, la inmensa mayoría. Y son, sobre todo en el sur, enormemente solidarios y comprensivos con los peatones, las corruptelas, las pirulas de los conductores y los penaltis. Bueno, con los penaltis menos; solo cuando se los pitan a favor.
Hay señales aquí y allá de un despertar, una gran vitalidad en la red que ha originado por ejemplo la rabiosa moda de los vídeos satíricos (de una gran calidad y puntería, aunque de tanto acertar sin rematar ya cansan hasta a sus autores). En cierto modo, ese sano y desordenado bucle horizontal ha sustituido ya a una prensa demasiado anquilosada, demasiado atada al sistema de partidos, sumisa con el poder civil y religioso y dominada por los empresarios más conspicuos. Y así han surgido nuevos actores: un incipiente terremoto laico de base indignada, muchos jóvenes dotados de un talento y un compromiso asombrosos, y muchísimas mujeres dispuestas a luchar por cambiar las cosas.
No les será nada fácil, purtroppo. Vaticalia sigue siendo mucha Vaticalia, el peso político de Oltretevere sigue siendo una gran rémora, los sindicatos mantienen a veces actitudes decimonónicas, y los gobernantes son solo un reflejo de sus electores.
Ya se ha apuntado que 30 años de teleberlusconismo y riqueza obscena han devastado gran parte del otrora sano, rural, brillante y admirado tejido cerebral nacional. Pero echar la vista atrás da frío. Se diría que la maquinación masónico-mafiosa urdida en los años setenta por el venerable maestro Licio Gelli bajo la atenta mirada de los divinos jerarcas democristianos reclutados por la CIA se ha revelado todo un éxito gracias a aquel simpático emprendedor del ladrillo que cantaba en los cruceros del Adriático.
Usando sus chistes y un vocabulario de 250 palabras, B. supo conectar con la tripa de sus paisanos más ignorantes y ha resultado el mejor antídoto no solo contra el fantasma del comunismo, sino sobre todo contra el enervante fastidio de la realidad. Su imperio ha sido el gran ariete de la batalla cultural vencida por la ultraderecha (con la inefable colaboración de la Chiesa más pegada al poder) y una invencible cortina de humo: ideológica, misógina y machista hasta la náusea.
Con una sencilla receta, repetida n veces y hecha de velinas, putas, coristas y amas de casa semidesnudas, concursos de tetas y torsos en islas desiertas, tertulias sobre lo inane, contrataciones en masa de familiares y amigos del otro bando, y abolición de las noticias, los hechos y los datos, B. ha construido una realidad paralela, inexistente, deliberadamente ignorante y vacía: opio en dosis mareantes, telediarios de supermercado, Ángelus el domingo, cine de palomitas, revistas del corazón, negocios impunes para los capos vaticalianos, y la evasión fiscal como norma y estilo de vida.
El Pueblo de la Libertad, sin el Pueblo y sin la Libertad. Una caricatura de la libertad. Como profetizó Pasolini, un nuevo fascismo de rostro amable y consumista: sin tanques ni sangre, diseñado con logos y colores llamativos, lleno de cuerpos aceitosos, deformes, operados. Lo plástico, lo artificial y la mentira como única alma.
Eso sigue siendo en gran parte el país en 2011. Si la verdad no existía en los buenos tiempos de Sciascia, menos aun puede existir ahora, cuando un solo hombre maneja el 90% de las televisiones y más del 50% del Parlamento con su inmenso poder económico, su sumiso ejército de peones vociferantes y un engrasado equipo de periodistas y editores dedicados a moldear la realidad y elaborar dossieres que anulen la disidencia.
Su ascenso coincidió con la caída de muchos de los héroes que amaban la verdad. Pasolini, Falcone, Borsellino, Calvino, Montanelli, Biagi, Monicelli, Rossi y tantos otros. Así, el fértil corazón del país dejó poco a poco de bombear decencia y lucidez, y el terreno quedó expedito para el advenimiento de la corte del rey bufón.
Todo bajo la estrecha vigilancia del pacto, secreto a voces, Milán-Roma-Palermo (a las que luego se uniría Nápoles). Desde Craxi a B. y Dell'Utri, de Riina y Provenzano a Sandokán, de Andreotti y Cossiga a Sindona y Calvi, de Marcinkus y Dziwisz, de Gianni Letta a Bisignani, y de D'Alema a Bossi o a Casini, el poder en Italia ha estado dominado demasiado tiempo por una inmortal filosofía mafiosa andreottiana: a veces es preciso hacer el mal para que acabe imponiéndose el bien (suyo), y la política y la Iglesia son (y siempre lo serán) inmunes a la acción de la Justicia.
Pero la verdad es que no querría que las fuerzas que han ayudado a involucionar la sociedad, la cultura y la economía como una plaga que asola una cosecha protagonizara esta última entrega de Vaticalia.
Adoro a este país y me niego a identificarlo con la Banda de la Magliana, la Camorra y la N'drangheta, o con esos Pinochos que dan morbo y realce a las crónicas pero a la vez las despojan de verdad, profundidad y contenido. En este tiempo he aprendido sobre todo a tomar distancia, y hoy asisto casi impávido y con cierta mirada de admiración a la colectiva y prodigiosa capacidad de los políticos italianos para sobrevivir a golpes y revelaciones que en cualquier otro lugar resultarían mortales de necesidad. La política italiana está hoy marcada a fuego por dos intocables: uno que en vez de hablar levanta el dedo medio, y su amigo, según su ex mujer un hombre enfermo, que sigue adelante gracias al dinero y a una sola idea clara: donde otros ven enemigos, él ve futuros socios. Siendo fiel a ese lema podrá morirse como sueña, en la cama del Qurinal, tranquilo, y sin que nadie perturbe sus horas de ocio.
Para desgracia de los italianos, la Resistencia, los liberales, los intelectuales y la izquierda real han ido asumiendo su derrota hasta casi desaparecer: ora el abrazo de la curia, ora las comisiones millonarias, ora la inteligencia improductiva de D'Alema y Veltroni, ora los calcetines de cachemir, ora los cenorrios en los salones chic... Berlusconi y Bossi y su sistema de poder son solo cadáveres andantes, sí, pero la historia enseña que no conviene ilusionarse pensando que cuando ellos no estén la cosa mejorará demasiado. Al otro lado, quizá por ósmosis, el páramo es casi absoluto. Como dice mi amigo y maestro Giancarlo Santalmassi, uno de los pocos liberales que subsisten, unos son capaces de todo, los otros unos incapaces. Quitando a Giorgio Napolitano y a alguna otra gloriosa excepción, marginal, la izquierda italiana necesitaría hacerse el harakiri en bloque y empezar de cero para recuperarse. Pero sus capos no lo permitirán jamás.
Mucho más probable es que la lacra populista, zafia y antidemocrática que B. ha impuesto como modelo se contagie a otros países, si no lo ha hecho ya. Y ese ha sido de hecho el único faro estable que ha guiado mi trabajo de estos tres años y medio: tratar de alertar a los lectores de que si este espanto ha sucedido en Italia, que hace solo 40 años era la vanguardia cultural de Europa y quizá del mundo, mucho más fácilmente puede suceder en un lugar como España, donde campan la caverna y el fracaso escolar, la ignorancia se ha convertido en el mejor pasporte a la fama y el peso de la Iglesia reaccionaria sigue siendo una losa. Ya nos contagiamos del virus hace 75 años, y eso son solo migajas en el río del tiempo.
Así que, dicho esto, solo me queda lamentar (pero poco) no haber podido narrar el último acto de este esperpento posposmoderno del que solo quedará ruina, desolación y la borrosa memoria de esa pareja que resume la descomposición moral de la que es capaz una nación. Berlusconi y Bossi son dos modelos tan indignos de la historia y la finezza italianas que ni siquiera el agudísimo radar de los cineastas de los años cincuenta, sesenta y setenta pudo anticiparlos. Solo rebujando los peores tipos interpretados por Sordi, Tognazzi y Gassman era posible entrever la señal.
Con respecto al Vaticano, Sancho... Mejor no entrar en honduras para no despertar a los ciellini. Solo una nota personal: jamás pensé que tendría un amigo sacerdote y una amiga monja. Pero ahora los tengo. Y con eso me quedo. Además, otra enseñanza / sorpresa agradable: la Iglesia italiana es plural, más desde luego que la de Rouco. Dentro de ella hay gente extraordinaria, que piensa por sí misma, critica sin miedo la arrogancia y la pompa de sus jerifaltes, y es honrada, inteligente y laica. Mucho más laica que muchos presuntos progresistas pata negra (PPPP) que todavía consideran a la curia romana un icono intocable.
Sin desearle ningún mal a Benedicto XVI, que tantas tardes de gloria ha dado y tan simpático me saludó el día que le vi junto a Zapatero ("hombre, EL PAÍS", dijo, seguramente irónico), habría sido bonito también contar un cónclave. Pero pensando en lo que duró Wojtyla y en que el próximo elegido será casi seguro Angelo Scola, casi mejor perdérselo.
Hasta aquí puedo escribir.
Saludos cariñosos a los generosos y espléndidos colegas de plaza y cuatrienio (Joan, Rachel, Philippe, Dominique, Fabio, Francesca, Roberto, Irene, Íñigo, Paloma, Juan, Carmen, Darío y los demás: ya lo mojaremos), y besos a los magníficos amigos que encontré y me quedo para los restos.
Finalmente, gracias a todos cuantos leyeron y comentaron crónicas y blog, y especialmente a los italianos que supieron entender que solo se satiriza sobre aquello que uno ama de verdad, y que una cosa es el culo y otra las témporas. Para mí ha sido un placer, y solo espero que para ustedes no fuera un martirio.
Les dejo con un cante por soleá del amigo y maestro Morente. Su marcha ha sido el momento más amargo de este maravilloso viaje italiano, viejo sueño que al hacerse real ha superado, pese a todo y de largo, las mejores expectativas REM.
Ah, casi me olvidaba: Viva Vaticalia!!
Y ahí te quedas, B. Procura no destrozarla del todo, caro.