Verne

Por: | 03 de noviembre de 2014

Por qué nos gusta cotillear (sí, a ti también, que me lo han contado)

The-gossips

The Gossips, de Norman Rockwell (fragmento)

Cotillear no es el mejor de los pasatiempos, no nos engañemos. Pero a pesar de los aspectos negativos, trae consigo beneficios tanto personales como sociales, además de estar ligado a los orígenes de la cultura humana.

Y menos mal, porque lo hacemos todo el rato. Bueno, yo no, pero Joaquín no para. En serio. Luego te cuento. Centrémonos en el tema.

Cotillear es divertido. “No podría haber sociedad sin cotilleo”, nos explica en una entrevista el psicólogo Miguel Silveira, “ya que necesitamos tener información sobre otras personas y nos fascina la vida privada de los demás. Esta necesidad puede quedar satisfecha por la dinámica del cotilleo”. Además, el chismorreo “se enmarca dentro de las interacciones sociales y facilita las relaciones dentro del grupo”, ya que se trata de temas fáciles que nos interesan a todos y que permiten iniciar conversaciones incluso con gente a la que no conocemos mucho. Es decir, el cotilleo “nos gusta”.

Por supuesto, no se puede obviar que, “al resaltar aspectos negativos, sean verdaderos o falsos, se crea un bombardeo que afecta al imaginario de la gente” y que por tanto puede crear o reforzar la imagen negativa que tengamos de los demás.

“Se puede llegar a hacer mucho daño”, añade Silveira, que recuerda que hoy en día los rumores pueden extenderse más rápido gracias a redes sociales y otros medios. Sólo hay que pensar, no ya en Twitter y Facebook, sino también en aplicaciones como Secret y Whisper, que permiten decir lo que queramos de quien queramos desde el anonimato.

El cotilleo tiene raíces ancestrales. No nos gusta sólo porque sí: la razón está en cómo vivíamos hace miles de años, cuando gran parte de nuestro éxito reproductivo dependía de nuestra habilidad para conocer las complejidades de la vida tribal, tal y como explica John Hardy, profesor de Neurociencia en la Universidad de Londres. El cotilleo era información valiosa en un entorno en el que todo el mundo se conocía: ¿esta posible pareja está libre? ¿Qué tal caza? ¿Es cierto que distingue las frutas silvestres venenosas de las que sólo producen ardor de estómago? ¿Esa cabra es suya?

Robin Dunbar iba más allá en Grooming, Gossip and the Evolution of Language. Este autor recuerda que los primates se asean unos a otros: básicamente se buscan insectos entre el pelo para contribuir a una dieta lo suficientemente alta en proteínas y como modo de establecer un contacto físico agradable. En los humanos y con la aparición del lenguaje y de unos grupos sociales más amplios, este aseo físico se sustituye por un “aseo social”: el lenguaje y en especial el cotilleo, que ayudan a reforzar los lazos colectivos. 

El cotilleo conserva parcialmente este tipo de funciones, como recuerda Elena Martinescu, de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Groningen (Holanda), en un email a Verne. Martinescu explica que hay estudios que apuntan que esta actividad “tiene un papel muy importante a la hora de transmitir normas y en el momento de castigar a los miembros del grupo que no respetan estas reglas”.

Cotillas

Los cotilleos son motivadores. Martinescu ha publicado recientemente un estudio que sugiere que esta actividad puede mejorar nuestro comportamiento. “Escuchar cotilleos sobre otras personas nos ayuda a evaluarnos a nosotros mismos, porque nos comparamos con las personas acerca de las que se cotillea”. Es decir, se recibe una lección útil sin necesidad de enfrentarnos directamente con la persona de la que se habla.

La clave es el miedo: “Cuando escuchamos cotilleos positivos aprendemos cómo podemos mejorar o qué tipo de persona necesitamos ser para tener éxito”, pero cuando se trata de rumores negativos, “tememos ser el tema de cotilleos ajenos”. 

Además y como explica el psicólogo social de la Temple University, Eric K. Foster en un análisis sobre los estudios realizados acerca del tema, cotillear puede elevar nuestro estatus, ya que nos hace poseedores de conocimiento especial acerca de nuestro grupo. Es decir, los cotilleos son una divisa social, en lo que coincide Silveira: “Se busca quedar bien, resaltar el propio ego delante del grupo. Es una ventaja psicológica para el que inicia la información”.

Tell me more

Los cotilleos estimulan la cooperación en el trabajo. “Esta oficina parece el instituto” es una de las frases que más hemos dicho y oído todos cuando nos han venido a contar historias que ni siquiera queríamos conocer. Cualquier cortado, caña o tercera copa en la cena de empresa se convierte en la excusa perfecta para hablar mal de ese vago de Joaquín o comentar el penúltimo rumor sobre el director general.

Pero aunque parezca mentira, que te vengan a explicar estas cosas tiene sus aspectos positivos. Según un estudio de la Universidad de Stanford, estos cotilleos proporcionan información que utilizamos para dejar de lado a quienes no saben cooperar (te miro a ti, Joaquín). Y además estos últimos aprenden a utilizar esta información para mejorar su nivel de cooperación. Es decir, el cotilleo ayuda a mitigar los comportamientos egoístas y a escoger compañeros de trabajo adecuados.

Pero entonces, ¿hay cotilleos buenos? Depende de cómo definamos el término. Según el ya citado Foster, muchos estudios parten de que el cotilleo es cualquier conversación que se refiera a personas tanto presentes como ausentes. Este tipo de intercambios supone dos tercios de nuestras conversaciones. Si nos referimos a los comentarios negativos sobre personas ausentes (lo que comúnmente llamamos cotilleo), se trata del 5% de nuestras conversaciones. (Por cierto: no hay pruebas que demuestren el tópico de que las mujeres cotillean más que los hombres).

En este sentido y siguiendo lo mencionado hasta ahora, Martinescu apunta que cotillear “tiene mayoritariamente buenas intenciones y ayuda a los grupos y a los individuos a funcionar mejor”. Aunque no olvida que “los cotillas pueden destruir reputaciones y convertir en víctimas a inocentes”.

De hecho, hay un motivo crucial (y egoísta) por el que resulta muy conveniente hablar bien de los demás. Se llama "transferencia espontánea de rasgos" y consiste en que la gente te atribuirá los calificativos que tú pongas a los demás. Es decir, si sueles llamar "vagos" a todos tus compañeros de trabajo, todo el mundo acabará asociándote a la pereza y a la vagancia. Incluso quien ya te conozca. La lección está clara: si no tienes nada bueno que decir de los demás, es mejor callarse.  

Aun así, Foster recuerda que muchos estudios muestran la efectividad del cotilleo para difundir especialmente la información negativa. Y en una línea similar, Silveiro recuerda que “el chisme siempre se fija en aspectos negativos”, en una tendencia que en su opinión ha crecido en los últimos años.

Burnsgossip

Nos los creemos. Mucho. Demasiado, incluso. En el Instituto Max Planck de Biología Evolutiva, el profesor Manfred Milinksi diseñó una serie de juegos experimentales en los que se podía escribir comentarios sobre cómo jugaban otros participantes (si colaboraban o si eran tramposos, básicamente). En uno de estos juegos, los participantes tenían a su disposición tanto estos comentarios como el comportamiento real de sus adversarios en rondas anteriores. Cuando la información difería, los jugadores se dejaban guiar más por el cotilleo que por los datos.

Nos creemos los cotilleos porque son emoción en estado puro. De hecho, son historias y satisfacen las emociones del mismo modo que lo hace la literatura, con el aliciente de que conocemos a los protagonistas. Este es el factor más importante a la hora de provocar lo que Foster llama "la conmoción de la revelación".

Es decir, los programas y revistas de cotilleo no son más que grises sucedáneos comparados con la posibilidad de hablar mal de Joaquín.

Los cotilleos de la tele no son lo mismo. El ya mencionado John Hardy explica que los beneficios del cotilleo en sociedades ancestrales no se trasladan necesariamente a la sociedad contemporánea: conocer el currículum erótico-festivo de todo el que sale por la tele no nos aporta nada y sólo nos interesa por lo que este profesor califica de “resaca evolutiva”.

Martinescu añade que la principal diferencia entre el cotilleo de famosos y el cotidiano es que no conocemos a los famosos, por lo que resulta difícil hacer comparaciones con nuestro comportamiento. Este tipo de cotilleo “puede ser interesante y atractivo del mismo modo que las historias sobre personajes ficticios. Nos dicen algo sobre el mundo en el que vivimos, los estándares que usamos para realizar ciertos juicios y nos ayudan a entender qué podemos esperar en diferentes situaciones”.

En esta línea, Silveiro apunta que el cotilleo de revistas y programas de televisión también nos hace “sentir cierto alivio cuando se resaltan conductas negativas de las personas con más poder, influencia y fortuna”. Nos alegra ver cómo “los ricos también meten la pata”, ya que esto “consuela nuestros propios sufrimientos”.

En definitiva, no debemos cotillear. Está feo. Podemos perjudicar a mucha gente. Pero tiene sentido que lo hagamos: nos ayuda a transmitir y recoger información, en especial sobre normas sociales, lo que nos puede servir para saber a qué atenernos y con quién tener cuidado. Pero no olvidemos que se trata, también, de un comportamiento que puede ser injusto. 

(Nota: no conozco a ningún Joaquín).


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Hay 13 Comentarios

Por otra parte, estoy muy de acuerdo también con Estrella y con Lara. Siento que estoy menos solo en este mundo al leer los comentarios de las cuatro personas que he citado. Saludos.

Creo que Ribete tiene razón. Nunca faltan "científicos" para justificar cualquier cosa. Por otra parte, no estoy de acuerdo con Opinardo, cotillear es malo pero para quien lo utiliza para sus fines es muy útil. Por ejemplo, en la oficina se puede desacreditar sutilmente a uno o varios compañeros para promocionarse ante el jefe, una estrategia muy utilizada combinada con la adulación (vulgo peloteo, otro comportamiento que daría para estudios científicos). Además, el jefe consigue tener a su disposición a toda la jauría de tontos que se dedican a despellejarse por la espalda. Útil es, aunque desde luego las empresas con un liderazgo tan desnortado no vayan a ser las que mejor funcionen. Pero la aplicación al mundo laboral es solo a título de ejemplo.

Desde el principio de la humanidad, la gente ha cotilleado, ha hecho circular rumores y ha dejado en mal lugar a otras personas.
Estas prácticas sociales se están trasladando actualmente a Internet para adquirir otras dimensiones. Los rumores han pasado de ser comentarios surgidos en pequeños grupos y comunidades (comentarios, en su mayoría, intrascendentes y efímeros), a transformarse en extensas crónicas de las vidas ajenas que circulan por la red de forma más o menos permanente, hasta que se elimine su rastro de la caché de Google. Y uno nunca sabe cuándo ocurrirá esto. Una generación entera está creciendo en un mundo repleto de registros personales.
Todos hemos sentido alguna vez curiosidad por conocer detalles sobre los demás. Cotillear lo hemos hecho todos. Hablamos de éste y del otro con los compañeros del trabajo, en reuniones con amigos, con algún vecino o conocido. Juzgamos inocentemente alguna acción o comportamiento.
El cotilleo no es inherentemente malo en sí mismo. Puede serlo cuando se actúa de mala fe, con el deseo intencionado de dañar la reputación o la imagen de otra persona. Entonces sí es perjudicial y corrosivo. El problema es que el manual de uso del cotilleo aplicado a este fin es sumamente sencillo y los resultados son muy efectivos.
El cotilleo es terreno abonado para sembrar calumnias. Leí en algún sitio que tenemos tendencia a creer lo que nos dice otra persona cuando ésta se nos hace cómplice; de ahí que la táctica funcione tan bien para dañar la imagen de los demás.
Uno de los mayores inconvenientes de vivir en un pueblo pequeño, de quinientos o menos habitantes, es precisamente éste. La falta de alicientes y el aburrimiento fomentan las habladurías, y al ser todos conocidos los ultrajes no se difuminan con el tiempo, como ocurre en las grandes ciudades, sino que prevalece el recuerdo y se crean estigmas. Los rumores en los pueblos determinan y condicionan la vida de las personas.
En Internet, el anonimato y las características del medio favorecen que el problema adquiera dimensiones mucho más drásticas. Es frecuente calumniar y descalificar en una red social ocultando la identidad detrás de un nick anónimo, y si el comentario llega a viralizarse o incluye datos personales, puede causar daños importantes. Sobre todo, cuando la víctima es un niño o un preadolescente. Si se destruye la identidad de una persona que está en la etapa de construir su personalidad, puede quedar un daño permanente. El ciberacoso es una de las modalidades del bullying. Se han suicidado niños y adolescentes por culpa de estas prácticas.

me aburre el mundo y lo mundano...

A Javier: ¿Has pensado en hacerte un diagnóstico de optometría comportamental?
Quizá esa irritación con los gifs te esté diciendo algo, especialmente en relación a reflejos primitivos.

Para Ribete:

El único modo de liberarse del condicionamiento es salir de la polaridad, el cuestionamiento sin identificación.
Cualquier cosa que te provoque una respuesta emocional y te cierre a la posibilidad de una conversación ulterior ("nada más que añadir" = "y punto"), lo que indica es que eres prisionero/a de un sistema de creencias, por lo tanto estás condicionado, seguramente por ese poder que tanto te ofende.
(es sólo un punto de vista más)

Para Javier. Tienes total control sobre tus ojos. Eres libre de ponerlos donde decidas. Eres el capitán de tu atención. Ningún gif tendrá jamás poder sobre ti si se te mete entre ceja y ceja que no. Eliminar los gifs del esquema no resuelve el déficit de atención. Aprender a ignorarlos sí.

Para los cotilleofóbicos de este agora: lo único importante aquí es la invitación a pensar. Pensar nos da poder en la acción informada.
Me llama mucho la atención que los artículos que más me entretienen mientras hago algo tan aburrido como la limpieza, por ejemplo, son precisamente los que más inquina provocan y más etiquetas de "chorrada" reciben.
Estas supuestas chorradas son los cabos sueltos de la vida con los que nos enredamos en piloto automático.
Es muy fascinante observar qué mina nos hace saltar por los aires.
En serio, es un juego muy divertido. Mola.

¿Solo me molesta a mí estos gif animados que distraen enormemente de la lectura?

ni cómo caza el otro ni si mis hierbas son venenosas. este artículo es penoso. el cotilleo es la herramienta del poder para generar autocontrol en la población y nos gusta porque nos incluye dentro de la masa. nada más que añadir.

Casi todas nuestras conductas sociales, y no todas ellas exclusivamente limitadas a los humanos, giran en torno a un eje narrativo.
Hay una preciosa frase de Muriel Rukeyser que dice que el Universo está hecho de historias, no de átomos. Es cierto, especialmente en lo que se refiere a nosotros. Casi toda nuestra danza con lo que ocurre tiene un trasfondo de relato. Relatar es organizar un proceso en el tiempo. Una parte de nuestra conciencia no sabe aceptar el caos sin intentar darle sentido y si no lo encontramos, tendemos a alterar la interpretación para que encaje en la trama.
Eso jamás ha sido tan cierto como ahora.
Hay un estudio muy interesante: el paréntesis Gutenberg http://web.mit.edu/comm-forum/forums/gutenberg_parenthesis.html
El contexto digital ha supuesto un retorno bastante claro y rápido a un modelo de tradición oral.
Si nos ponemos a analizar (y a sentir) cuidadosamente donde está el placer del cotilleo, nos damos cuenta de varias cosas.
Una es que pierde mucho si no se experimenta como un acto verbal (contar), otra es que el placer aumenta en relación a la velocidad de transmisión. Si la cosa no va rápido y no genera una respuesta emocional inmediata, en general se extingue. Hay otros aspectos interesantes como el cociente de excitación, que varía según la percepción de respuestas como la instantánea sensación de intimidad y alianza que proporciona compartir un secreto (tendemos a olvidar que nada une más que un enemigo o una víctima en común, por inocuo que parezca el juego), la aparente levedad del acto, el sentimiento de "tener control" sobre los implicados en la historia, y el Schaudenfreude, el goce en la desgracia ajena.
Cuanto más cerrado el contexto, más hostil, cuidadoso y deliberado es el lanzamiento del rumor. Cuanto más abierto y lejano, más compulsivo y ligero. Pero lo cierto es que nos encanta jugar con los arquetipos, asignar roles, hacerlos subir y dejarlos caer.

Hay también un elemento evolutivo relacionado con la mentira, con la ficcionalización de la realidad. Se necesita mucho más cerebro y más memoria para mentir que para decir la verdad. Los niños mentirosos y fantasiosos tienen muchísimas más posibilidades de llegar a algo en la vida, aunque también las tienen de saltarse las reglas o convertirse en psicópatas.
Una forma muy tóxica de control y violencia es el cyberbullying, que se centra en destruir la reputación y cualquier posibilidad de la víctima de sostener un lugar sólido en el esquema social. Es una estrategia muy elaborada en la que lo que se hace es convertir a la persona en el apaleado de la historia para después borrarla completamente de ella. Aunque nos espante, hacen falta muchas más conexiones neuronales para esto que para ser el niño bueno de la clase, y si bien parte de nuestra estrategia contra la entropía consiste en crear y respetar reglas morales, el universo no siempre es lógico, es un flujo de información y energía, y nuestra naturaleza no siempre encaja en los límites impuestos por la moral. No somos ni tan buenos ni tan malos como creemos. En la zona gris caben multitud de actitudes. Quizá todo esto suceda en automático y tal vez sea la ficción holográfica de algo que desconocemos, y nosotros sus Sims o su Second Life.
Mi idea es que si dejamos al margen los juicios morales sobre el asunto, lo que tenemos es un cerebro muy creativo, que cuando entra en una fase de actividad baja, se compensa buscando cualquier entretenimiento. Según la personalidad base de la persona, se dirige a la búsqueda compulsiva de información, a sus neurosis, obsesiones y rumiaciones solitarias, a compartir esa información (generalmente el cotilleo es mucho más entretenido para los extrovertidos que para los introvertidos), a procesarla y analizarla, a estructurarla, a curarla, a desguazarla, a recrearla.
Cada vez que lanzamos un tweet ahí fuera, el cerebro anticipa una recompensa. Es como pescar. El pescador lanza el cebo y todo su cerebro entra en alerta porque la expectativa de pescar algo (una respuesta) es parte del ritual. Los que no tenemos twitter, ni smartphone, ni levantamos el teléfono casi nunca y nos agarramos ferozmente a nuestro estatuto Gutenberg, generalmente tenemos una pasión por la narrativa. La leemos y la escribimos. Nos vamos a la cama con ella. La respiramos. Nos despertamos y las historias brotan como setas.
Si compartimos un enlace de cotilleo, va asociado a una pregunta (wtf???) y si no recibimos respuesta, o esa respuesta es un xd (sonrisa cómplice), al minuto siguiente estamos en otra cosa, generalmente del tipo "etiquetado como útil" u "observación del terrario de hormigas llamado Mundo".
http://arxiv.org/abs/1301.2952
http://www.youtube.com/watch?v=QSQQ5vUndB4
Cosas como a qué velocidad se propagan los rumores científicos.
Pero nadie, nadie, nadie se salva de contar historias, de necesitar escucharlas, de escribirlas, transmitirlas, analizarlas, obsesionarse con ellas, replicarlas, representar sus roles y papeles, estelares o secundarios.
Es nuestra naturaleza, es la magia de nuestra evolución. Es nuestro cerebro jugando con el lenguaje y ampliando sus conexiones con el campo infinito de información del que nos descargamos todo -no internet, sino lo que Laszlo llama Akasha y Sheldrake llama Campo de Campos Mórficos. El Campino, para los amigos.
Justo estoy leyendo http://www.amazon.com/The-Republic-Imagination-America-Three/dp/0670026069
y terminé http://www.amazon.co.uk/Making-Sense-Everyday-Susie-Scott/dp/0745642675

Jaime. Me lees la mente.
Tengo pilas para el resto del día.
La cabeza me va a mil.

El cotilleo me parece asqueroso y el/la cotilla repugnante. No es lo mismo tener conversaciones sociales que cotillear, que implica una intencionalidad, un deseo de inmiscuirse y controlar la vida de los otros, muchas veces en beneficio propio. Vive y deja vivir.

Una bonita forma de disfrazarnos como "cool" lo mismo que nuestras madres y abuelas, socialmente etiquetadas como "marujas", llevan haciendo toda la vida. Ahora es totalmente beneficioso porque es la materia prima que alimenta a nuestros grupos de whatsapp, pero si se trata de cuatro señoras sentadas en un banco del pueblo... pues aunque se trate de lo mismo ya no mola tanto. La diferencia radica en que las miles de conversaciones que tienen lugar a través de estas plataformas sí generan beneficio, mientras que cotillear en un banco de momento es gratis (hasta que a algún emprendedor se le ocurra cobrar por hora). El principio es el siguiente: si proporciona cash, el capitalismo se encargará de divulgar sus supuestas bondades, ya sea a través de la publicidad o de rigurosos estudios científicos hechos a la carta. Si por el contrario se puede hacer sin pagar un duro, o tiene mala prensa o, ¿a quién le importa?

Menuda chorrada. Origenes ancestrales? Que si la cabra es de no se quien?? Cotillear es una actitud. Y es penoso. No es lo mismo informarse o preguntar o usar informacion. Cotillear no tiene finalidad util. deforma la realidad y si necesitas cotillear para encajar en la sociedad, tienes un problema.... Y este articulo es una chorrada

A mí no me gusta mucho cotillear, me aburre mi propia vida, no digamos la ajena. Pero me gusta despellejar al ausente, porque así cuando vuelvo a verlo puedo ser amable con él, al haberme desahogado ya.

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