El pasado 26 de mayo se cumplieron cien años del nacimiento de Peter Cushing, un grande entre los intérpretes británicos. Falleció, derrotado por un cáncer de próstata, en 1994. Uno de sus últimos trabajos fue una serie de entrevistas sobre la Hammer, titulado Flesh and blood: the Hammer heritage of horror, junto a su amigo íntimo Christopher Lee. Ambos son objetos de sendas biografías editadas por T&B que se han puesto a la venta por la feria del Libro y que han sido escritas por Juan Manuel Corral.
La Feria del Libro de Madrid sirve para presentar novedades. Y T & B participa con dos lanzamientos, los de sus biografías de dos enormes intérpretes británicos: Peter Cushing, el barón de la interpretación y Christopher Lee, más allá del cine de terror, ambas de Juan Manuel Corral.
Del primero se cumplieron el pasado 26 de mayo cien años de su nacimiento. Cushing fue actor a pesar de su familia, a pesar de su incipiente acento de pueblerino -él, que será recordado por sus fans por su porte aristocrático que lo mismo le valía para encarnar a un estupendo Van Helsing o un soberbio Sherlock Holmes- y a pesar de su extraño físico. Por las páginas del libro se asoman múltiples anécdotas de su infancia, como que su madre quería a una hija y por eso le vestía como una niña... hasta el punto de que una vez que se perdió su padre llamó a la comisaría de policía preguntando si allí había un crío y le respondieron que no, que solo tenían una niña pérdida, el pequeño Peter. Después avanza por sus pasos iniciales en la interpretación, que tuvieron lugar en EE UU, donde llegó a rodar varias películas, hastas que durante la Segunda Guerra Mundial vuelve a su país. Y asistimos a sus primeros pasos en los teatros británicos, su matrimonio con otra actriz, Helen, que se convirtió en su alma gemela espiritual (otra cosa eran sus affaires con compañeras), su habilidad para tejer -que le salvó de la bancarrota en varias ocasiones-, su estrellato en la televisión británica en los años cincuenta (aprovechó la creación de las cadenas privadas para que la BBC mejorara su contrato), y su asentamiento como estrella de la Hammer, la mítica productora británica de cine de terror y fantástico. Allí intimó con Lee, con el que había compartido reparto en diversos trabajos anteriores (como Moulin Rouge) aunque nunca habían coincidido juntos.
Cushing ha sido olvidado por las nuevas generaciones, a pesar de su talento, a pesar de títulos fascinantes como La maldición de Frankenstein, El perro de los Baskerville, Drácula, Vivir un gran amor, El cerebro de Frankestein, Drácula 73 (espectacular en su duelo con Lee) o El esqueleto prehistórico, a pesar de aparecer como jefe de la Estrella de la Muerte en La guerra de las galaxias (película que rodó con sus propios botines y en zapatillas de casa, porque no había botas de su talla en el vestuario), a pesar de protagonizar la secuencia más hilarante de Top secret -en la que él mismo se reía de su ojo más grande que el otro-. El británico merece más honores...
...justo los que sí recibe su amigo Christopher Lee (en la foto de la derecha, durante su último rodaje en común, el del documental sobre la Hammer antes mencionado). Lee ha contado con algunas ventajas para que sea hoy un actor idolatrado. Por de pronto nació nueve años después que Cushing, y la salud le ha respetado más. Resultado: el londinense sigue trabajando y encima en papeles con chica como los que encarnó en la primera trilogía de Star wars o en El señor de los Anillos. También ha sido más dúctil en su carrera y ha encarnado desde malvados en filmes de Bond (¡qué gran Scaramanga!) o en El temible burlón hasta grabado discos de heavy metal (su último hobby). Ambos actores fueron amigos, los dos poseían sendos rostros angulosos y siluetas alargadas. Lee siempre quería rodar con Cushing y buscaba guiones con personajes antagónicos para ambos. El londinense, que también tuvo una infancia dura, supo huír a tiempo del encasillamiento de la Hammer, trabajar con gente tan diversa como Jesús Franco o Pere Portabella... en definitiva, dejar huella en los actuales cinéfilos.
Los dos libros se leen con placer y rapidez y sirven para que su autor homenajee a dos mitos imperecederos. El lector lo agradece.
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