José-María García Casado - Economista y Profesor Asociado en IE Business School
Periódicamente se escuchan voces minoritarias, afines a la Escuela Austriaca, que abogan por una vuelta al patrón oro. Es un debate interesante.
Bajo el patrón oro el dinero que emiten los bancos centrales está respaldado por reservas en oro. Los estados no podrían poner en circulación más billetes que los equivalentes a sus reservas. Con el sistema monetario actual, fiduciario, el dinero en circulación solo tiene valor porque convenimos que lo tiene, ya que su valor intrínseco es casi nulo -el del propio papel- y ha dejado de tener una contrapartida en oro. Bajo este esquema, cualquier banco central puede emitir todos los billetes que “desee”.
Lo que estamos debatiendo, en última instancia, es si queremos otorgar a los estados –a los políticos, en definitiva- la prerrogativa de manipular la masa monetaria a su discreción.
Instaurado en 1820 por Gran Bretaña, el patrón oro se generalizó a lo largo del siglo XIX. Suspendido en varias ocasiones, principalmente durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, por la necesidad de los gobiernos de financiar un mayor gasto público, se reinstauró tras esta última con el acuerdo de Bretton Woods.
Duró casi treinta años, un largo periodo de estabilidad y crecimiento internacional. ¿Por qué se suprimió entonces en 1971? Bajo la presidencia de Nixon, el sistema saltó por los aires como consecuencia de los excesos de gasto americanos para financiar la guerra de Vietnam. Y de ahí hasta hoy.
Llama la atención la correlación histórica entre las rupturas del patrón oro y los conflictos bélicos. Cuando los gobiernos necesitaban dinero para financiar una guerra rompían con el sistema para poder imprimir billetes sin restricción. Es decir, cuando deseaban gastar más de lo que tenían.
No obstante, el argumento principal en favor del sistema fiduciario es que permite “jugar” con la masa monetaria para mitigar las crisis poniendo una mayor cantidad de billetes en circulación, lo que en el corto plazo estimula la economía.
En 2001 Greenspan bajó los tipos agresivamente para sortear la crisis “puntocom”. Pero más bien la postergó, porque en 2007 estalló una enorme burbuja de crédito, resultado de años de políticas expansivas.
Manejar la masa monetaria con precisión es imposible. Es como un enorme buque de efecto retardado. Cuando nos percatamos de que hemos virado demasiado, el iceberg está enfrente y no queda tiempo para reaccionar. Entonces tendemos a “sobre-virar” en sentido inverso, como le ocurrió al mismísimo Greenspan. Y un aumento excesivo de la masa monetaria genera siempre un ciclo ineluctable de inflación, burbuja, crisis financiera y, finalmente, crisis económica.
Paradójicamente, cuando llega la crisis crece la tentación de recurrir nuevamente a políticas keynesianas de inyección de liquidez por parte del Estado –debate candente actualmente- para salir de la crisis que previamente han generado esas mismas políticas, retroalimentando así un círculo perverso.
La historia evidencia que la manipulación política de la masa monetaria acaba generando perjuicios mayores que los que pretende evitar. ¿Por qué ocurre esto?
En primer lugar porque en la práctica es imposible predecir los ciclos económicos y ajustar la masa monetaria con precisión. Al intentarlo generamos distorsiones económicas que terminan por amplificar los ciclos que aspirábamos a suavizar.
En segundo lugar porque estamos presuponiendo la independencia, sentido de estado y capacidad técnica de los gobernantes. ¡Enorme hipótesis! Lo cierto es que en la práctica confluyen intereses partidistas cortoplacistas -p. ej. unas elecciones-, cuando no incompetencia o falta de rigor político. Esta conjunción de factores resulta nefasta.
Sea patrón oro o sea otro esquema asimilado, parece imprescindible evolucionar hacia un sistema internacional que reduzca la discrecionalidad política sobre la masa monetaria.
Esto limitaría las distorsiones y facilitaría una mayor estabilidad económica, contribuyendo a evitar burbujas como la de 2002-07 y ajustes tan dramáticos como el actual.
Navegaríamos lento, pero en línea recta.
José-María García Casado es Economista, MBA por INSEAD Fontainebleau y Profesor Asociado en IE Business School.
@garciacasadojm