Gildo Seisdedos - Profesor de IE Business School
Dice el refrán que a la tercera va la vencida y puede que esta vez, cuando menos se espera y desea, Madrid consiga finalmente su sueño olímpico. En 2012 la mala fortuna (por decirlo suavemente) nos dejó a las puertas de un sueño que parecía inminente. El problema de 2016 fue desoír las dinámicas olímpicas de turno de continentes y acudir de gala a una fiesta a la que no estaba invitada. Quizás ese hecho, junto con el cambio en las prioridades ciudadanas derivadas de la crisis económica, está detrás de esa contemplación, en cierto modo desdeñosa, que se hace de un regalo que, por largamente deseado, se ha convertido en una maldición.
Decía Ortega y Gasset que el esfuerzo inútil genera melancolía y nos invade una melancolía olímpica a pesar de que quizás esta vez sea, junto con los 2012, aquella en la que la apuesta puede recibir frutos. La experiencia atesorada en candidaturas anteriores, la marea favorable esta vez de los turnos continentales y la entidad de los competidores son algunos de estos factores a los que hay que añadir uno paradójico pero relevante: el modelo de Madrid encaja hoy más que nunca en el entorno económico actual de crisis en el que la falta de glamour de una apuesta sin sorpresas, con escasas inauguraciones, es compensada de forma más que sobrada con la reducción de riesgos, con la solidez que lleva aparejada. En 2012, Londres con un modelo virtual se impuso a un Madrid que ya entonces podía afirmar disponer de un 80% de la inversión llevada a cabo. Hoy, esa solidez es un gran valor.
Otro tema, independiente de las posibilidades que tenga Madrid el próximo 7 de septiembre en Buenas Aires y seguramente más relevante, es cuál sería el impacto sobre el país y su capital derivado de albergar este evento. En este punto, como le ocurre al novio abandonado al valorar a su ex pareja, hemos caído en una cierta miopía que nos impide ver la oportunidad que unas olimpiadas supondrían para Madrid y España de la mano del modelo planteado.
Porque, aunque sesgados por el hastío asociado a un tercer intento, el proyecto encaja perfectamente con la filosofía de que “menos es más”, con la filosofía “small is beautiful”, con los principales desafíos de la marca España.
El término ‘smart city’ se encuentra en una efervescencia paralela a la indefinición de su contenido y estas Olimpiadas pueden configurarse como unos Juegos inteligentes como un camino para hacer más por menos, como una alternativa a la disyuntiva a los recortes, a reducir los niveles de servicio, actuando sobre la eficiencia pero también, y seguramente más importante, en hacer las cosas de otra manera.
España dispone de unas infraestructuras impresionantes. Si hacemos la analogía con el mundo de las TICs, nos sobra hardware pero nos falta software. Unas olimpiadas en 2020 pueden ser la clave para poner en valor las infraestructuras existentes, para cebar la bomba de un país que lo tiene todo y al que solo falta la chispa que lo vuelva a poner en funcionamiento.