Gonzalo Garland - Economista de IE Business School
Desde el doble estallido de la burbuja bursátil y de la burbuja inmobiliaria hace ya prácticamente dos décadas, casi todas las noticias económicas que nos llegan de Japón no son buenas. El país se ha pasado este tiempo, que muchos llaman “década perdida” (aunque ya empiezan las referencias a “dos décadas perdidas”) entrando y saliendo de recesiones, sin que se haya producido la sensación de que el país haya por fin superado los problemas que comenzaron a principios de los años 90. Y en este recorrido, Japón fue el primer país que usó la política de tipos de interés cero (o ZIRP, en su definición en inglés de Zero Interest Rate Policy), de la cual, aún ahora, no puede salir. Como suele ser el caso en recesiones importantes, el país combinó esta política monetaria con una política fiscal muy expansiva, lo que llevó a que uno de los países más prudentes de la OCDE en términos fiscales hasta los años 80, se haya convertido en el que tiene el ratio de deuda pública sobre PIB más alto del mundo, mayor incluso que el de Grecia, Líbano o Zimbabue.
Esta crisis se dio después de lo que algunos llamaron el “milagro japonés” de reconstrucción y crecimiento después de la Segunda Guerra Mundial, lo que en ciertos países se vio incluso con temor. El síndrome de que Estados Unidos estaba siendo invadido por los intereses japoneses estaba muy extendido en los años 80, una sensación inexistente en la actualidad en relación a Japón, pero que comienza a sentirse respecto a China. Y lo que podía parecer una crisis más que llevaría a una recesión relativamente corta seguida de una recuperación fuerte, se convirtió con los años en una crisis estructural de la que parece muy difícil salir. Y un aspecto de la crisis de Japón que ha sido único y que ha generado mucho interés es el fenómeno y la persistencia de la deflación.
En contraste con la inflación uno podría pensar que la deflación, al representar caídas de precios, sería algo muy deseable. Sin embargo esto no es así ya que genera muchos problemas. Uno de ellos es que al creerse que los bienes y servicios serán más baratos en el futuro, se posponen muchas compras, con la consiguiente caída de la demanda y de la producción. Y, por otra parte, si los precios de los bienes bajan y los salarios no lo hacen en la misma proporción, se ven afectados los márgenes o beneficios de las empresas. Y los salarios no bajan con facilidad.
Por esta combinación de crecimiento muy bajo o negativo y deflación, y por la frustración ante la duración de la crisis, el Gobierno de Shinzo Abe propuso el pasado mes de enero una combinación de políticas fiscales y monetarias expansivas que intenten generar crecimiento e inflación, en un país con un ratio de deuda pública sobre PIB de más de 200%. Por eso el Fondo Monetario Internacional pidió que se presente un plan creíble de consolidación fiscal de medio plazo.
Pero la propuesta del Gobierno nipón generó también cuestionamientos de otro tipo. El Ministro de Finanzas alemán, primero, y luego Ángela Merkel, se mostraron “preocupados” por el nuevo plan, y por dos motivos diferentes aunque relacionados. Por la aparente injerencia en la política del Banco Central, algo que es totalmente contrario a la convicción alemana de contar con un banco central independiente, y por el temor a que estas políticas debiliten al yen para favorecer las exportaciones japonesas, lo que pondría presión en la competitividad de productos cuyos precios están en euros.
Durante estas dos últimas décadas, la situación económica japonesa ha sido utilizada por muchos economistas como un ejemplo del fracaso de las políticas keynesianas, ya que se aplicó la típica combinación de políticas fiscales y monetarias expansivas, sin que se produjera una recuperación significativa, al mismo tiempo que el país se metía en un callejón sin salida de tipos de interés cercanos a cero y veía su deuda pública dispararse. Otros no responsabilizan a la combinación de políticas económicas sino a factores estructurales. Sea de una forma u otra, llama la atención que se vuelva a esa misma combinación de políticas expansivas, lo que representa, hoy en día, un enfoque más bien “heterodoxo”, aunque fuera ortodoxo en muchos otros momentos del pasado.
Y uno de los aspectos estructurales que muchas veces se menciona como factor especial que afecta a los resultados de las políticas en el contexto japonés, es el envejecimiento de la población, que en Japón ya está siendo acompañado por una caída de la población total. Esta combinación, entre otros efectos, lleva a un cuestionamiento de la sostenibilidad del sistema de pensiones japonés actual. Y para las generaciones más jóvenes esto significa que es mejor ahorrar más para asegurarse un retiro largo en el que el Estado no podrá contribuir como hasta ahora, lo que lleva a que estos jóvenes consuman menos, deprimiendo la demanda.
Y a pesar de la caída en la esperanza de vida que trajo consigo el tsunami de marzo de 2011, Japón sigue siendo el país con el promedio de esperanza de vida al nacer más alto del mundo, siendo el segundo en el caso de las mujeres, que viven un promedio de 85.9 años (quedando por primera vez detrás de Hong Kong en el 2011) y también el segundo para los hombres, que viven un promedio de 79.44 años (sólo por detrás de los hombres suizos).
En el corto plazo el mundo entero observará con atención lo que suceda en Japón con la anunciada combinación de políticas económicas, y el mundo entero, y Europa en particular, observará también con atención el envejecimiento de la población y sus consecuencias.
Hay 0 Comentarios