Cuando yo era (más) joven, creía que era inmortal, y me apuntaba a expediciones a las Montañas de la Luna (Zaire, actual República Democrática del Congo), el nevado Huascarán (Perú) o el curso alto del Amazonas como quien se va de excursión un sábado a la sierra de Guadarrama: sin ningún tipo de seguro de viaje. Durante muchos años, los dioses de los viajeros me fueron propicios, y nunca pillé ni una triste diarrea de la que poder presumir a la vuelta.