25 ene 2016

Viajes míticos: 400 años de aventuras en Cabo de Hornos

Por: Isidoro Merino

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La escalera de madera por la que se se accede al Cabo de Hornos. / ISIDORO MERINO

'Los marinos de todas las latitudes aseguran que allí, a una milla de ese trágico promontorio que apadrina el duelo constante de los dos océanos más grandes del mundo, en el Cabo de Hornos, el diablo está fondeado con un par de toneladas de cadenas, que él arrastra, haciendo crujir sus grilletes en el fondo del mar en las noches tempestuosas y horrendas, cuando las aguas y las oscuras sombras parecen subir y bajar del cielo a esos abismos'. Francisco Coloane

Chile y la localidad holandesa de Hoorn celebran estos días el 400 aniversario del descubrimiento del Cabo de Hornos, el lugar más austral del continente americano, descubierto en enero de 1616 por una expedición holandesa que buscaba una nueva ruta comercial hacia Asia.  

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Pasarela hasta la escultura del albatros que corona Cabo de Hornos./ I. M.

El mítico Cabo de Hornos es en realidad una isla donde solo se puede desembarcar con la mar en calma, saltando desde las lanchas hasta la escalera de madera que trepa por los acantilados. Allí se encuentra el auténtico faro del fin del mundo (en la novela homónima, Julio Verne lo sitúa al noroeste de la isla argentina de los Estados, más al norte), a cargo de un oficial de la Armada chilena que permanece allí con su familia durante un año.

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El faro de Cabo de Hornos, vigilado por un oficial de la Armada chilena. / I. M.

Entre sus tareas está la de orientar a los navegantes que se aventuran por las aguas traicioneras del paso de Drake, que separan el mítico promontorio de la Antártida.

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Mapa del extremo sur de America, con la ruta de los cruceros Australis. / JAVIER BELLOSO

Cuando yo lo visité, a finales de 2014, vientos de hasta 127 nudos (230 kilómetros por hora) habían derribado el albatros de metal que coronaba el islote, un monumento a los marinos ahogados en sus aguas (en ellas han naufragado más de 900 barcos) donde también hay una placa con el poema El albatros, de Sara Vial:

'Soy el albatros que te espera
en el final del mundo.
Soy el alma olvidada de los marinos muertos
que cruzaron el Cabo de Hornos
desde todos los mares de la Tierra.
Pero ellos no murieron
en las furiosas olas;
hoy vuelan en mis alas,
hacia la eternidad,
en la última grieta
de los vientos antárticos'.

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Crucero de exploración 'Stella Australis', en el canal del Beagle. / I. M.


La única manera de llegar hasta allí es en barco, en la estela de Charles Darwin, que lo visitó en la Navidad de 1832, durante el segundo viaje de exploración del bergantín HMS Beagle. Cruceros Australis organiza hasta abril de 2016, durante el verano austral, diversos cruceros de expedición (de tres, cuatro y siete noches) por los canales patagónicos desde Punta Arenas (Chile) y Ushuaia (Argentina) hasta Cabo de Hornos para conmemorar el aniversario de su descubrimiento.

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Glaciar Pía, en uno de los fiordos del canal del Beagle. / I. M.

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Tal como Verne escribió, el auténtico Faro del Fin del Mundo, estaba en la isla de los Estados, desde 1884, por la sencilla razón de que era el punto de recalada para montar el cabo viniendo desde el norte. En el cabo de Hornos no había nada en esa época, la de los clippers y posterior, y el de San Juan de Salvamento, luego Año Nuevo, era el Faro del Fin del Mundo. Lo más cercano de la civilización al Cabo de Hornos era la carbonera de la Armada Nacional de la Argentina, en la isla Picton, donde está la isla Gardiner, antes del laudo donde Argentina aceptó la decisión papal entregando las islas del Canal de Beagle a Chile. El socorro efectivo más cercano que seguía era Ushuaia, y luego las Malvinas-Falklands, en orden de accesibilidad. Las costas de la Isla de los Estados, y de la Península Mitre están repletas de mástiles y restos de arboladuras de naufragios, además de cruces y ocasionalmente un casco completo, de esas recaladas; los que conocen la zona lo saben perfectamente. Por último, el faro verdadero (del Capehorn real) no es donde está la casa del suboficial de la Armada chilena, si no el de una milla más al ENE, mucho más difícil de acceder, donde normalmente solo llega el personal de mantenimiento.

He tenido la suerte de viajar por esas latitudes y cruzar el Drake hasta la Antartida chilena y certifico que no hay mar en el mundo con esa bravura y peligrosidad, cruzar el Drake con buena mar es ya algo épico, con mala mar es un suicidio. Quiero recordar al comandante del rompehielos Almirante Viel de la armada chilena, Arturo Undurraga, que con una mar imposible nos llevo a buen puerto (Puntarenas) desde la base o'Higgins en una travesía épica.

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Sobre el autor

Isidoro Merino

Isidoro Merino es el especialista de El Viajero para ofertas y temas prácticos. Ha nadado con leones marinos en las islas Galápagos y desayunado con Mickey Mouse en Disneyland París. Trotamundos, fotógrafo y periodista, colabora con el suplemento desde su lanzamiento en 1998.

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