Juan Arias

Dinero debajo del colchón de políticos brasileños

Por: | 07 de julio de 2014

Dinero en la çpolicia
En Brasil, acabada la gran fiesta del Mundial de Fútbol y con el nudo en la garganta de los aficionados por la ausencia de Neymar, comenzará la otra gran fiesta de las elecciones presidenciales y regionales.

Brasil es un país festivo y todo acontecimiento nacional acaba siendo revestido con tonos de samba. Son dos meses de caravanas de políticos por todo el territorio con tríos eléctricos, fiestas, discursos y promesas sin parar.

Con este motivo, los candidatos a las elecciones, desde los que disputan la Presidencia de la República a los gobernadores, senadores y diputados deben presentar sus declaraciones de renta oficialmente. Y en ellas deben declarar si tienen dinero vivo en sus casas.

Esta vez, según ha informado el diario O Globo, de las dclaraciones que empiezan a ser conocidas, destaca el detalle curioso de que desde la candidata y actual Presidenta, Dilma Rousseff a por lo menos otros dos candidatos a la presidencia y 14 candidatos a senadores de la República han declarado tener dinero bajo el colchón en vez de entregarlo al banco o colocarlo en alguna aplicación.

Van de de cifras desde 651.900 reales declarados por el candidato al gobierno de Acre, diputado Márcio Bittar (PSDB) a los 147.000 reales de Dilma. En ninguno de los casos se trata de calderilla y algunos además de cantidades de reales que llegan a medio millón, afirman tener hasta 30.000 euros.

La pregunta que se hace la gente de a pie es por qué a esos políticos les gusta tanto tener dinero escondido en casa cuando Brasil es uno de los países donde el dinero en bancos y aplicaciones rinda más del mundo.

A ello hay que añadir que un país con el alto nivel de violencia de Brasil donde se entra a mano armada en las casas para robar un ordenador o unos teléfonos móviles, declarar que se tiene todo ese dinero escondido debajo del colchón ¿no debería dar miedo a los políticos?

Sérgio Bessa, profesor de Fianzas de la Fundación Getulio Vargas (FGV) se pregunta como es que esos candidatos a los más altos cargos del Estado “no confían en el sistemo financiero nacional” y prefieren tener sus ahorros en dinero vivo escondido en casa.
¿Misterios de Brasil?

¿Debería la Presidenta Dilma volver a los estadios?

Por: | 26 de junio de 2014

 

Dilma abucheada (2)
Algunos periodistas extranjeros amigos míos no entienden por qué la presidenta Dilma, a pesar de los abucheos recibidos en São Paulo con motivo de la inauguración del Mundial de Fútbol brasileño, no ha vuelto a los estadios.

En respuesta a los insultos de mal gusto recibidos  en la inauguración de la Copa, Dilma afirmó con fiereza: “No odio pero no me doblo”. Hubo quién interpretó aquellas palabras como un desafío que la habría llevado el lunes pasado a estar presente en el simbólico estadio de Brasilia donde la selección nacional decidía su clasificación en este Mundial y en el que tenían puestos los ojos y el corazón la gran mayoría del pais y medio mundo.

Dilma no apareció ¿Por miedo? Imposible creérselo. ¿Quizás por consejo de la Fifa? Sería imaginable que la dura exguerrillera pudiera doblegarse a las consignas de una Fifa tan  desprestigiada internacionalmente.

Dado que la presidenta, considerada una de las mujeres más poderosas del mundo, que guía los destinos de la sexta potencia económica del Planeta ya demostró desde joven que nunca fue el miedo lo que guió sus pasos, el único motivo que pudo impedirle dar la cara y no doblarse ante otros posibles abucheos, tuvo que ser el político. ¿Culpa de los creadores de imagen?

Dilma presentándose esta vez en el estadio de Garrincha en Brasilia, corazón del mundo político, habría podido recibir un desagravio de la mayoría del estadio ya que ha quedado ampliamente documentado que Brasil condenó el lenguaje soez usado contra ella en São Paulo.

En el peor de los casos, aún a falta de dicho desagravio público y aún si se hubiesen repetido los actos de protesta contra ella, su desafio de enfrentar a sus contestadores, fueran ellos de chapa blanca o rojiza, el coraje de haberse presentado para animar a la selección, hubiese sido con gran probabilidad más eficaz que su ausencia.

Queda  pues sólo una hipótesis plausible que podría justificar que la Presidenta de 200 millones de brasileños, un país que se honra de ser una democracia, que tiene por ahora más consenso popular en todos los sondeos que sus adversarios, que fue legítimamente elegida en las urnas, que no está manchada con la corrupción y que gobierna en plena legalidad, tenga que esconderse de sus gentes en actos tan significativos para la nación.

La razón de su ausencia en los estadios o su estancia en ellos de hurtadillas, podría ser  que haya tenido que someterse a la tiranía de sus asesores de imagen preocupados de que su presencia y las posibles contestaciones, puedan dañarla en las urnas.

He usado conscientemente la palabra tiranía porque es algo que sufren y ante lo que se arrodillan hasta los mejores políticos de este país sin que siempre sean conscientes.

Son esos esos publicitarios los que construyen las máscaras y a veces hasta las caricaturas de los candidatos a las elecciones. ¿No son esos asesores los que impiden tantas veces a la gente conocer el verdadero corazón de los aspirantes a gobernarnos? Disfrazan su personalidad, los presentan como lo que no son, dejando a oscuras  lo que tienen de mejor, de genuino,  su naturalidad, su verdadera personalidad

Dilma abucheada
Sin esos gurús de la metamorfosis de los políticos
podríamos saber mejor cómo son realmente, con sus miedos y sus valentías, lo que piensan de verdad y no el rosario de falsas promesas y falsas sonrisas que colocan en sus labios.

Llegan a veces a llevarles al borde del ridículo como ocurrió con un candidato que lo condujeron a un mercado de verduras y le hicieron hacer la apología de un repollo para dar a entender a los electores agricultores que amaba las hortalizas.

 ¿Alguien se cree que vamos a votar por un candidato porque le guste o no una zanahoria, o porque sea obligado, para aparecer tierno, a tomar sin gracias bebés en sus brazos;  o cuando les obligan en sus peregrinaciones de campaña a entrar en bares y tragarse bocadillos grasientos que nunca tocarían en sus casas?

Si fueron, pues, sus creadores de imagen, los que condujeron a Dilma a la conclusión que era mejor esconderse que afrontar con coraje los abucheos y demostrar que de verdad es alguien que por historia y por carácter no se arrodilla ni atemoriza ante nadie, mucho me temo que se se hayan equivocado jugándole un mal papel.

Me gustaría, hasta por curiosidad, conocer el efecto que haría en los electores un político que se negara a usar la máscara fabricada por los marqueteros y que se presentara a cara descubierta, como realmente es, para decirnos lo que piensa, en lo que cree y en lo que no cree, a lo que se compromete a llevar a cabo si elegido y lo que ya desde ahora asegura que “no hará”, o porque no cree en ello o porque su conciencia- no los cálculos puramente políticos- le impiden prometer.

¿Mejor camufarse ante a los electores, arropados por los maquillajes de sus consejeros que presentarse desnudos y desarmados pero con su personalidad intacta?

En la Edad Media, existían los llamados bufones de la Corte, encargados de cantarles las verdades a reyes y príncipes. Como eran tenidos por bobos y graciosos se les permitía hacer las críticas con crudeza aunque revestidas de humor, algo que sus asesores jamás se permitirían. A los asesores áulicos  se les paga para adular no para contar la verdad.

Junto con los bufones de la Corte, los mismos reyes se disfrazaban a veces para salir de incógnito a la calle y escuchar lo que la gente decía de ellos y que sus consejeros no le contaban.

Aquí días atrás bastó que el minsitro Gilberto Carvalho fuera en metro durante uno de los partidos de la Copa para que escuchara lo que su partido no sabía. Y creó un avispero político. Escuchó que los descontentos con el gobierno no eran sólo los de la élite rica de São Paulo sino también gentes de la famosa Clase C, del pueblo sencillo.

¿Qué tal si hoy nuestros políticos y gobernantes, o los aspirantes a serlo, cambiaran sus sabios y millonarios consejeros de imagen por los viejos bufones de las Cortes medievales? 

A lo mejor les dirían lo que la gente piensa, desea y espera de ellos. O lo que no les gusta de lo que hacen.

Y además se lo dirían con humor, sin revestirles de esa seriedad  que acaba levantando una muralla entre la calle y el palacio.

La publicidad, en nuestra era de la comunición global puede ser importante para vender mejor un producto aunque no valga, pero no para vender a las personas, cuya mejor riqueza y propaganda debería ser su autenticidad.

(Publicado en la Edición Brasil)

Abucheos contra Dilma


 

 

El otro mundial de Brasil

Por: | 19 de junio de 2014

Discriminacion racial
Mientras ya no dudamos que en el fútbol los negros y de color pueden ser igual o mejores jugadores que los blancos- aunque a veces sigan siendo expuestos a burlas racistas - seguimos aún sin aceptar, que lo mismo debería acontecer en todos los otros campos porque las brasas de la esclavitud siguen aún vivas. Apagarlas del todo, será el gran desafío del Brasil moderno. El nuevo Mundial que deberá conquistar cuanto antes.

¿Cuándo este país eligirá, por ejemplo, a un presidente negro como lo hizo ya con un obrero y una mujer? A pesar de que la Copa se ha teñido de política más que otras veces con las críticas a su organización y con los abucheos de mal gusto a la presidenta Dilma, sólo un pequeño número preferiría otro maracanazo.

Brasil quiere ganar esta competición aunque ya no es la estrella que un día hizo vibrar al mundo. Es probable que acabe  ganando el Mundial y que la fiesta inunde de nuevo las calles, pero existen, en verdad, otras Copas que le esperen al país del fútbol cuando se apaguen las luces del Mundial. Y serán esas nuevas victorias,  las que empezarán a cimentar un país nuevo, moderno, capaz de crecer económica y socialmente.

La primera y quizás más importante de todas,  más incluso que la lucha contra la inflación  o contra la precariedad de los servicios públicos, es la de acabar con las cenizas aún calientes de los restos de esclavitud que anidan entre los pliegues del alma de muchos de los blancos.

Brasil tiene hoy, según los expertos en nuevas tecnologías, un potencial de creatividad como pocos en el  mundo, hasta el punto que los gurús de la comnunicación global de Silicon Valley en California, aseguran que los nuevos Jobs o Bill Gate saldrán esta vez de Brasil.

Se trata de un potencial de los brasileños en el ámbito de la innovación,  que por mucho tiempo ha estado mortificado y del que han estado al margen sobretodo las gentes de color. Hoy la mitad de Brasil, el de color y pobre, no tiene posibilidades de superarse y triunfar fuera del mundo del balón.

El círculo del poder, enredado en sus viejos vicios de política con minúscula, dejó de aprovechar miles de posibles talentos que, como en el fútbol, hubiesen contribuido a que este país fuera hoy no sólo el del petroleo o la soja, sino el de la creatividad tecnologica, que es donde se conquistan hoy los verdaderos Mundiales de la economía.

Para ello, Brasil necesitaría revisar a fondo, su política de educación introduciendo en ella elementos de innovación ya presentes en tantos otros países y que, gracias a ello, han conseguido entrar de pleno en la modernidad. Necesita acabar con la resignación de que la escuela pública es fundamentalmente para negros o de color, es decir, pobres, y la privada para blancos y ricos. Brasil necesita una escuela pública moderna a tiempo integral.

A Brasil le urge sobretodo la conquista definitiva de algo que quizás esté a la base de todos sus retrasos políticos y educacionales: necesita desafiar esa discriminación latente, difícil a morir, heredada de la esclavitud y que condiciona buena parte de su vida social.

Con una población en la que los negros o pardos ya son mayoría (52%) y seguirán siéndolo cada vez más, no se puede esperar para dar la batalla definitiva contra el prejuicio del color de la piel que es también el del color del alma. Los blancos, a pesar de ser minoría, siguen siendo los predestinados a ser  de primera división, cada día más ricos.

De los 14 millones de analfabetos que aún humillan a este país, sexta economía del mundo; de ese 60% de adultos analfabetos funcionales entre los que figuran un tercio de los estudiantes universitarios, estoy convencido que un 90 % son negros o de color, descendientes aún de los esclavos a los que se les concedió la libertad pero no el derecho a la educación.

Todo ello sigue alimentado por los rescoldos aún vivos de aquella esclavitud, una de las últimas a ser abolidas en el mundo (1888) y que sigue condicionando tristemente a esta sociedad al mismo tiempo rica en humanidad, solidariedad y creatividad.

Sólo cuando Brasil disipe las últimas sombras de la esclavitud habrá conquistado la Copa de las Copas y entrado en la modernidad para convertirse en el motor de este continente americano, que debería ser su verdadera vocación.

Y no bastan para poder conquistar la Copa contra esos restos de mentalidad esclavista, hacer proclamas o concesiones que suelen tener más de retórica y de interés político que de voluntad de acabar con esa lepra.

Esas brasas de la esclavitud seguirán vivas mientras un policía al ver correr en medio de un asalto a un negro y a un blanco, se sienta tentado a pensar que el bandido es el negro;  o mientras en la Universidad se piense que al alumno negro o de color o también al indígena, le será más difícil estar a la altura del blanco, lo que llevará fatalmente a calificarle según la profecía que se autorealiza.

Seguirán vivas esas brasas mientras el Congreso Nacional, el Gobierno, la Justicia y demás instituciones en un país de mayoría de color, sigan siendo aplastantemente blancos.

O cuando la policía al entrar a registrar a los pasajeros, inicie a hacerlo por los negros. Hace sólo dos días, a un joven que yo conozco, un trabajador de color, que vuelve de Río a su pequeña ciudad cada semana, un agente entró en el autobús y le pidió autoritariamente que abriese su mochila. El joven, con pocos estudios pero con conciencia cívica, le entregó la mochila y le dijo educadamente: “Puede abrirla”. El agente quería que la abriera el joven. “Si usted tiene alguna sospecha, usted debe abrirla”, le respondió el trabajador. Se cruzaron las miradas. La del policía sorprendido por la firmeza del negro y la del joven consciente de su dignidad como ciudadano.

Al contármelo, el joven me comentó: “Todo eso porque mi piel es negra, a un blanco lo hubiese tratado diferentemente”. ¿Creen que le faltaba razón? Son esas brasas aún sin apagar.

Peor quizás que aquel policía fue el señor, dueño de un perro mezcla de callejero y de raza, que mientras yo paseaba días atrás frente a su casa, vino por detrás y apretó con su boca mi muñeca mientras iba clavando sus dientes hasta hacerme sangrar.

Yo tengo pasión por los perros y no les temo. Le miré a los ojos y le pedí que me soltara. Obedeció.

Busqué al dueño, que tiene casa también en Río, para asegurarme que el perro estaba vacunado antes de ir al hospital.

Estaba aún durmiendo. Salió y muy educado me explicó que el perro estaba con todas las vacunas al día y que lo que pasa es que a veces no le gustan algunas personas. Me explicó, que hay  por ejemplo, un señor que se emperra en pasear por la calle donde está ubicada su casa y el perro lo odia. Y bajando la voz, me confió: “Es que ese hombre es negro”.

No necesité hablar más con él. Entendí que a quién no le gustaba el hombre negro era a él. Basta dar un vistazo a un libro de zoología para saber que los perros absorben y asimilan los gustos y sentimientos de sus dueños. Los perros, como los niños, pueden ser caprichosos y hasta violentos, pero nunca racistas. Que lo digan toda esa caravana de mendigos que en cualquier parte del mundo, conviven con sus perros, los cuales, como los niños, no distinguen entre reyes y miserables y menos entre negros y blancos. Saben sólo quién les ofrece más cariño.

Mientras siga habiendo quienes lleguen a pensar que los negros no gustan ni a los perros, seguiremos perdiendo el más precioso de los trofeos: el que nos hace victoriosos frente a nuestra conciencia. Todo el resto, como diría el escritor argentino, Martin Caparrós, “son pamplinas”. Tristes pamplinas.

¿Será capaz Brasil de emocionar un día al mundo ganando además de la del fútbol, esa Copa de las Copas?

Quizás sea ese el mayor desafío de este país, cuya sociedad forcejea con coraje, pero aún con graves retrasos, por librarse de los últimos malditos escombros heredados de la vieja esclavitud.

Chaplin


 

Blatter
Existe un racismo del color de la piel y otro del color del alma: el de los que admiten que no todos los seres humanos tienen el mismo derecho a la felicidad. ¿Cuál de los dos es más peligroso y atroz?

En el fondo, ambos afectan al mismo sujeto: a los que disponen de menos recursos, siempre los más machacados. Quizás porque, a fin de cuentas, consideramos que se trata de humanos inferiores, a los que el poder les tiene menos miedo, hasta que un día se cansan de ser humillados, se despiertan y lo ponen todo patas arriba.

Digo esto porque me he sentido tocado con unas declaraciones de Joseph Blatter, presidente de la FIFA, con motivo de las manifestaciones de protesta contra los despilfarros de la Copa del Mundo que empieza a disputarse en Brasil. “Es imposible hacer a todos felices”, dijo, y añadió: “El mundo ha cambiado y hay siempre alguien que no está feliz”.

¿Qué quiso decir Blatter? ¿Que hay quienes tienen derecho a ser felices y quienes no? ¿Y cuáles son esos a los que según él “es imposible hacer felices”? Ciertamente no se refería a los privilegiados que podrán disfrutar en vivo de los partidos y con derecho a una pasarela de lujo, como en Río de Janeiro, que ha costado más de cien millones de reales y que podrán usar solo ellos.

Los que, según el dirigente de la FIFA, deberían abandonar la idea de hacer manifestaciones durante la Copa para pedir mejoras de vida son, claro, los más desposeídos, los que necesitan luchar para que aumenten sus salarios porque se los está comiendo la inflación. O los que pretenden tener unos servicios públicos dignos de humanos.

Los señores de la FIFA -alguno de los cuales ha llegado a pedir con descaro que la Copa sea una gran fiesta pues “lo robado, robado está”- deberían tener más memoria histórica.

Los señores de la FIFA cuando arremeten contra las protestas olvidan que, sin esa presión de la calle, muchas dictaduras y muchos tiranos no hubiesen caído nunca del pedestal. Ni hubiese sido derrotada la esclavitud o el apartheid y tendríamos aún hoy autobuses y retretes diferentes para blancos y negros.

Sin las manifestaciones de protesta, las mujeres no habrían conseguido nunca el derecho al trabajo, al voto o al estudio. Ni los sexualmente diferentes serían sujetos de derechos.

Sin la presión de los trabajadores, hoy en el mundo laboral seguirían sin vacaciones, trabajando 20 horas y sin amparo legal.

Todas las grandes conquistas de las minorías y de los desposeídos se llevaron a cabo históricamente con la rebelión contra los que se empeñaban en considerarles humanos de segunda clase.

Alguien podría decir que todo eso ya ha sido conquistado y que, como piensa el dirigente de FIFA, aún así no todos pueden ser felices. O sea, que debemos aceptar que existen quienes deberán ser siempre menos que los otros.

He leído también que el Gobierno de Brasil ha empezado a tasar algunos productos para recaudar más. Prueben a imaginar de qué productos se trata: ¿quizás el lujo de los que más tienen? ¿las grandes fortunas? ¿bebidas y alimentos importados? ¿joyas preciosas?

No, han decidido tasar el “lujo de los pobres”, como la cerveza y los refrescos, es decir una de las pocas satisfacciones que aún pueden permitirse los que ganan unos mil reales (unos 400 dólares).

Los millones de pobres salidos de la miseria, a los que ahora la FIFA les pide que se queden tranquilos en casa viendo los partidos, sin hacer ruido en la calle, habían hasta empezado a soñar con algunos productos generalmente consumidos por los que están bien, como el yogur, un filete de buey y hasta un champú. O una botella de vino de 20 reales .

Hoy el huracán de la inflación les ha devuelto a la realidad y están volviendo al arroz y frijol, a la harina de mandioca con huevo cocido, y alguna carne de tercera o embutidos baratos para la típica parrillada entre amigos donde no pueden faltar la cerveza o un refresco. ¿Y ahora?

Si les tasan la lata de cerveza y la botella de refresco, ¿qué les van a dejar? ¿el agua? Ni siquiera eso, porque también está en la mira de los aumentos próximos.

Los pobres que antes bebían cualquier agua que encontraban para no tener que pagarla, lo que suponía un crecimiento de enfermedades intestinales al estar muchas veces contaminada, habían empezado a comprar, como un lujo (sobre todo para sus niños) garrafones de 20 litros a cuatro reales. Hoy la están ya pagando en el mercado a ocho y aún piensan en aumentarla y tendrán así que volver a beber la que encuentren gratis en el primer pozo artesano, esté o no contaminada. Falta agua en un país que cuenta con el 20% de agua potable del planeta.

Es increíble, para los pobres todo parece mucho. Para la FIFA hasta su felicidad es demasiado.

“¿Para qué quieren comprar yogur si a ellos ni les gusta?”, escuché en un mercado a una señora bien, al ver a una mujer de la limpieza examinando los precios de los yogures.

Igual podrían decir del agua: “¿No la han bebido toda la vida del pozo?”. Y hasta justifican que les aumenten el lujo de la cerveza: “así se emborracharán menos” ¿Es que la borrachera de whisky escocés es más noble?

A veces nos parece un lujo en los pobres lo que en nosotros es visto como normal. He leído que otra señora se escandalizó porque una de sus empleadas había comprado un perfume que ella consideraba exagerado para su categoría. Debía pensar: "¿para qué deben perfumarse los pobres?" Quizás sea por ello que entre lo que piensan tasar productos figuran también los cosméticos en general. Así, los pobres volverán a su “agua y jabón”, que es lo que pensamos que les pertenece. ¿Para qué quieren ellos usar champú?

Si a los aficionados les tasan la lata de cerveza y la botella de refresco, ¿qué les van a dejar? ¿el agua?

Hoy los gobiernos hacen esfuerzos para ofrecer recetas contra la desigualdad para que los pobres puedan también entrar en la rueda mágica del consumo. Es justo, pero no basta.

Lo que tenemos que ir cambiando es el chip de nuestro cerebro, porque no existen seres humanos considerados de primera y de segunda clase; no es cierto que los que menos han estudiado, por ejemplo, presenten mayor inclinación a la violencia o sean menos sensibles a la belleza o al lujo. O que tengan menor sentido de la honradez y de la dignidad. Las peores violencias y deshonestidades se esconden en los palacios del poder.

Mientras mantengamos abierta esa brecha de desigualdad sentida como algo casi genético entre los de la clase de encima y la de abajo, entre los que tenemos el derecho de saborear ciertos manjares y de apreciar ciertos lujos y los que “no entienden de esas cosas”, seguiremos alimentando el peor de los racismos, que ya no es solo el del color de la piel, sino el del color del alma. Santo Tomás llegó a dudar de que las mujeres tuvieran alma. De igual modo hay quien le gustaría pensar eso de los pobres, que en la práctica, acaban siendo considerados humanos inferiores que no pueden pretender disfrutar y sentir como los que han tenido el privilegio de nacer en mejor cuna.

Y sin embargo, como decía el carnavalesco de Beija Flor, de las favelas de Río, Joâzinho Trinta: “A quienes les gusta la miseria (ajena) es a los intelectuales. A los pobres les gusta el lujo y la riqueza”. Y apostillaba su afirmación recordando que las novelas brasileñas presentan siempre un escenario de riqueza y lujo y son seguidas con fruición por los pobres. Y los disfraces carnavalescos son una exhibición de dorados y de lujo artístico.

Siempre me ha parecido morbosa esa pasión de algunos europeos o norteamericanos por visitar, al llegar a Brasil, una favela que, además, debe ser lo más pobre y violenta posible. Es como si fueran a visitar a las fieras en un zoológico.

Llevamos una vez a unos españoles a visitar una favela pacificada de Río, pero les pareció que tenía poco morbo y se fueron a conocer una de emociones más fuertes.

Nuestro mundo seguirá siendo violento y desgarrado mientras pensemos que nuestra alma de privilegiados es más noble y refinada que la de los desposeídos. Nos duele incluso cuando les vemos ser capaces de disfrutar de una dosis de mayor felicidad que nosotros y con menos recursos.

Nunca olvidaré una escena que observé, desde la calle, por casualidad, en un restaurante de lujo de uno de los cafés de la mítica y fascinante plaza de San Marcos, en Venecia. Una pareja ya entrada en años, con todos los atuendos visibles de a quien le sobra el dinero, estaban pegados a la ventana, cenando con aire de aburrimiento y en silencio en uno de los lugares más especiales, más románticos y más caros del mundo.

Dejaron en seguida el restaurante y el camarero retiró los platos casi intactos de langosta y caviar y los vasos de cristal de Murano aún llenos de champagne, mientras la señora se enfundaba en un abrigo de piel de visón. Era invierno.

En aquel momento me vinieron a la memoria las parrilladas bulliciosas de mis amigos pobres brasileños donde, al final de la fiesta, con derecho a baile, solo quedan los huesos limpios de los muslos de pollo. Y con los huesos, un clima de fiesta y amistad.

Parece, sin embargo, que hasta la alegría y la camaradería -que es el mayor lujo de los pobres- acaba por molestarnos. “¿De qué se reirán tanto?”, he escuchado decir a algunas personas comentando una fiesta alegre de gente sencilla, pero feliz, en la pequeña ciudad de pescadores cerca de Río, donde vivo.

Quizás ignoremos que se ríen y divierten muchas veces con lo poco que tienen también para no llorar. ¿O es que consideramos también un lujo las lágrimas de los pobres derramadas en el silencio anónimo de sus vidas?

(Publicado en la Edición América de EL PAÍS)

El helicóptero de Dios

Por: | 13 de mayo de 2014

Sergio Cabral y su helicóptro oficial
En Río de Janeiro un helicóptero le costó caro políticamente al gobernador Sérgio Cabral
, del partido conservador (PMDB). Era un helicóptero oficial, pero el político lo empleaba para ir a pasar el fin de semana a su finca a 80 kilómetros de la ciudad.

Primero llevaba al matrimonio a los hijos y después en otro viaje a las domésticas y a los perros. Y hacía un tercer viaje, al parecer, para hacer la compra. El fin de semana salía caro a los contribuyentes.

Era en junio pasado cuando Brasil se despertó y más de un millón de personas se echó a la calle para pedir, entre otras cosas transportes mejores para los ciudadanos.

Cabral tuvo que renunciar a sus viajes de placer en el helicóptero oficial pues un grupo de indignados vigilaba 24 horas su piso en el barrio de más prestigio de Río, el de Leblón, y ni siquiera podía ir a dormir en él.

También diputados, senadores y hasta ministros sufrieron presiones por usar helicópteros y aviones de empresarios que trabajaban en obras para el gobierno, para fines personales.

El gobernador Geraldo AlckminEn ese clima, el gobernador de São Paulo, Geraldo Alckmin (PSDB) anunció que vendería el helicóptero oficial y que iría en metro al trabajo. El precio del helicóptero en venta era de 850.000 dólares y curiosamente el gobernador no encontró comprador hasta ahora, después las manifestaciones de junio pasado. Es como si de repente los helicópteros oficiales de políticos y gobernantes se hubiesen vuelto malditos y gafados. Nadie los quería.

Por fin, día atrás salió un comprador especial que por su identidad no tenía miedos a maldiciones porque goza de las bendiciones divinas. Lo ha comprado el pastor evangélico, Marco Roberto Dias, de la Iglesia Asamblea de Dios. La suya fue la única puja y la cuarta tentativa por parte del gobernador para vender el helicóptero

Helicoptero-assembleia-de-deusQuizás lo más pintoresco de la compra del que ha sido llamado el “helicóptero de Dios” fuesen los comentarios de los lectores en los diarios en sus ediciones on line. Se podía leer de todo: desde la desilusión de algunos fieles que deben pagar a la Iglesia evangélica el diezmo de sus sueldos a la ironía de que la Asamblea de Dios necesitaría de un papa Francisco para poner en vereda a ciertos pastores, demasiado amigos del dinero, que viven en el lujo y que a veces hasta acaban en la cárcel por sus enjuagues mafiosos.

Hace algún tiempo la policía detuvo en un aeropuerto a unos pastores evangélicos que llevaban varias maletas de dinero vivo en una avioneta particular. Cogidos con la mano en la masa, inventaron convencer a la policía de que se trataba de dinero de las limosnas de los fieles generosos.

Sólo que cuando abrieron las maletas los varios millones de reales estaban bien empaquetados, en billetes altos, sin estrenar, recién sacados de algún banco. Para ellos era sólo dinero de Dios.

Dinero en maletas

¿Por qué los queman?

Por: | 07 de mayo de 2014

 

Autobuses incendiados (2)
Nunca habían sido incendiados tantos autobuses en Brasi
l: 43 en lo que va de año, con un pérdida de 14 millones de reales. ¿Por qué los queman? ¿Qué simbolismo esconde esa violencia? ¿Existirá algo de freudiano en esos incendios?

Aparentemente, los queman por rabia las personas airadas de los suburbios y favelas que nunca acaban de ser pacificadas del todo, ya que en ellas sigue vivo el rescoldo de la violencia del narcotráfico. Incendian los autobuses cuando en ellas muere a tiros alguien de la comunidad.

Los queman también en el asfalto de la ciudad por otros motivos, como protesta. Lo hace la gente de a pie, la que cada día pasa horas dentro de esas cajas de lata, apiñados, sudados, cansados, camino de un trabajo generalmente duro y monótono.

Los trabajadores brasileños sufren un plus de cansancio y degradación al no poder viajar, como en los países desarrollados, con un mínimo de comodidad

Alguien podría preguntarse por qué justamente son esos trabajadores y estudiantes que usan diariamente el transporte público quienes atentan contra ellos.

Quizás, en su subconsciente, los destruyan porque los medios de transporte, autobuses o metro, constituyen para ellos una especie de calvario, una pesadilla cotidiana, un peso añadido a la fatiga del trabajo.

No fue casualidad que las manifestaciones de junio pasado, que dividieron a Brasil entre un antes de resignación y un después de irritación colectiva, comenzaron por el tema del aumento de los precios de los transportes, sin que las mejoras de los mismos justificase el aumento de sus costes.

Autobuses incendiados (3)
Los trabajadores brasileños -sobre todo de las grandes urbes, donde las distancias para ir al trabajo son mayores- sufren un plus de cansancio y degradación humana al no poder viajar, como en los países desarrollados, con un mínimo de comodidad. Sentados, en autobuses limpios, que se muevan con fluidez en el tráfico, que lleguen y salgan con puntualidad.

He leído en la prensa brasileña que los trabajadores, especialmente de los suburbios distantes del centro, son tratados en los transportes colectivos “peor que ganado”, ya que los dueños de vacas y corderos se preocupan de que los animales no se hieran, no enfermen o incluso que no se mareen al viajar. Son preciosos.

En los autobuses públicos, dado que la gente que en ellos viaja no es propiedad de nadie, a pocos les preocupa, por ejemplo, que los ancianos vayan de pie, que madres con hijos pequeños se vean aplastadas, que el calor les haga a veces desmayarse o que no consigan bajarse al llegar a su parada porque viajan como en una caja de sardinas y ni a empujones consiguen salir.

Yo, que viajo con frecuencia en autobús para poder escuchar y observar de cerca a la gente como periodista, he oído de todo, tanto haciendo filas para subir como dentro de ellos: desde el desespero por los atrasos hasta los insultos al conductor por sus frenazos o por no dar tiempo para que los mayores puedan bajarse sin miedo a caerse. He oído hasta decir: “Tendríamos que prenderles fuego a estos autobuses para que los políticos aprendieran de una vez”.

Autobuses incendiados (4)
Y no eran marginales los que lo decían
. Era gente que iba a trabajar nueve horas y aún tenía que afrontar al acabar, cansados, la vuelta en otros autobuses a veces aún más abarrotados.

¿Será quizás por eso que los ciudadanos no pierden el sueño cuando leen en los periódicos que en una noche han sido quemados 30 autobuses, o cuando los ven arder en las pantallas de la televisión?

Por eso y porque hasta los menos informados saben o intuyen que si los medios públicos de transporte son lo que son, y además caros, es porque detrás de esas empresas se esconden mafias varias, connivencias inconfesables con los poderes públicos

¿Por qué si no ese rechazo a instaurar una Comisión Parlamentar de Investigación (CPI) sobre la corrupción de las empresas de autobuses? Quizás porque la temen políticos de todos los colores acostumbrados a que los dueños de esas empresas les echen una mano generosa para sufragar sus campañas electorales.

Autobuses incendiados
He notado hasta ahora sin embargo, entre los precandidatos a la presidencia de la República, poco entusiasmo y énfasis en prometer mejoras claras en los transportes públicos para hacerlos más modernos, más cómodos y más baratos en un país rico y en algunos aspectos moderno y avanzado. Que tengan cuidado dichos candidatos, porque los mismos que incendian autobuses podrían acabar apagando sus nombres en las urnas.

En las democracias desarrolladas y modernas los ciudadanos ya no aceptan viajar como ganado, y Brasil ya no es un país del tercer mundo aunque a veces sus gentes más humildes sufran el azote de los países aún no desarrollados del Planeta.

¿Es que los políticos brasileños no ven, cuando van a los países desarrollados, a la gente (incluidos los ricos) viajar en medios públicos dignos y no notan la diferencia con los de aquí?

La campaña electoral está a las puertas. Y también junio, aniversario de las manifestaciones de protestas callejeras. Y en un clima de Copa, que no aparece exactamente risueño y pacificador. Los brasileños exigen medios de transporte públicos a la altura del “padrón Fifa”.

¿Por qué, desde ahora hasta las elecciones, los candidatos no viajan en los medios de transportes públicos para ver de primera mano lo maravillosos que son y lo feliz y cómoda que la gente viaja en ellos? ¿Sería una mala idea?

Desde los coches blindados es difícil oír los lamentos de la gente común para quienes viajar para llegar al trabajo supone un martirio mayor a veces que la fatiga de la jornada laboral.

La vida de los no privilegiados, que son la gran mayoría en estos países, gira en torno de ese día a día, tantas veces duro y hasta cruel, de despertarse pensando en afrontar horas de viaje en situaciones que rayan la falta de dignidad humana. Y se acuestan exhaustos de una doble fatiga cotidiana.

¿Que por qué queman los autobuses? Mejor que los políticos no se lo pregunten. Podrían sonrojarles sus respuestas.

¿Qué hacen bien en quemarlos? NO. Toda violencia acaba aplastando aún más la ya dura vida de los más desfavorecidos.

Pero ¿cómo convencer de que la violencia no mejora las cosas a esas personas que desde que abren los ojos, son sujeto y objeto de violencias varias, marcadas cada hora por el reloj del dolor que acumulan de padres a hijos?

(Publicado en la Edición de Brasil de EL PAÍS)

Autobus en Salvador de Bahia

TEXTO EN PORTUGUÉS

Por que os queimam?

Nunca tantos ônibus haviam sido incendiados no Brasil, 43 desde o começo do ano, com um prejuízo de 14 milhões de reais nos últimos tempos. Por que os queimam? Que simbolismo essa violência esconde? Existirá algo de freudiano nesses incêndios?

Aparentemente, são queimados por pessoas enfurecidas, moradores dos subúrbios e favelas que nunca acabam de ser totalmente pacificadas, já que nelas continua vivo o rescaldo da violência do narcotráfico. Incendeiam os ônibus quando alguém da comunidade morre baleado.

Queimam-nos também no asfalto da cidade por outros motivos, como protesto. Quem faz isso é gente comum, que todos os dias passa horas dentro dessas caixas de lata, apinhados, suados, cansados, a caminho de um trabalho geralmente duro e monótono.

Os trabalhadores brasileiros sofrem um adicional de cansaço e degradação ao não poderem viajar, como nos países desenvolvidos, com um mínimo de comodidade

Alguém poderia se perguntar por que são justamente esses trabalhadores e estudantes, usuários diários dos transportes públicos, que atentam contra eles.

Possivelmente, em seu subconsciente, destroem-nos porque os meios de transporte, ônibus e metrô, constituem para eles uma espécie de calvário, um pesadelo cotidiano, um peso agregado à fadiga do trabalho.

Não foi por acaso que as manifestações de junho passado, que dividiram o Brasil entre um antes de resignação e um depois de irritação coletiva, começaram pelo tema do aumento dos preços dos transportes, sem melhorias que justificassem o aumento dos seus preços.

Os trabalhadores brasileiros – sobretudo das grandes cidades, onde as distâncias para ir ao trabalho são maiores – sofrem um adicional de cansaço e degradação humana ao não poderem viajar, como nos países desenvolvidos, com um mínimo de comodidade: sentados, em ônibus limpos, que se desloquem com fluidez no tráfego, que cheguem e saiam com pontualidade.

Tenho lido na imprensa brasileira que os trabalhadores, especialmente dos subúrbios distantes do centro, são tratados nos transportes coletivos “pior que gado”, já que os donos de vacas e cordeiros se preocupam em evitar que os animais se machuquem, adoeçam ou mesmo que fiquem mareados ao viajar. São preciosos.

Nos ônibus públicos, já que os passageiros não são propriedade de ninguém, poucos se preocupam, por exemplo, com o fato de idosos viajarem em pé, que mães com filhos pequenos se vejam esmagadas, que o calor as faça eventualmente desmaiar e não conseguir descer no seu ponto, porque viajam como em uma lata de sardinhas, e nem a empurrões conseguem sair.

Eu, que como jornalista ando com frequência de ônibus para poder escutar e observar de perto as pessoas, já ouvi de tudo, tanto fazendo fila para subir como dentro deles: do desespero pelos atrasos aos insultos ao motorista por suas freadas bruscas ou por não dar tempo para que os mais velhos possam descer sem terem medo de cair. Ouvi até dizerem: “Precisávamos botar fogo nestes ônibus para que os políticos aprendam de uma vez por todas”.

E não eram marginais que diziam isso. Era gente que ia trabalhar durante nove horas e ainda tinha que enfrentar, ao encerrar a jornada, cansados, a volta em outros ônibus às vezes ainda mais abarrotados.

Será talvez por isso que os cidadãos não perdem o sono quando leem nos jornais que em uma noite foram queimados 30 ônibus, ou quando os veem arder nas telas da televisão?

Por isso e porque até os menos informados sabem ou intuem que, se os meios de transporte público são desse jeito, e ainda por cima caros, é porque detrás dessas empresas se escondem várias máfias, em conivências inconfessáveis com os poderes públicos.

Que outro motivo haveria para a recusa em instalar uma comissão parlamentar de inquérito (CPI) sobre a corrupção das empresas de ônibus? Possivelmente porque a temem políticos de todos os matizes, acostumados a que os donos dessas empresas lhes deem uma mão generosa para ajudar as suas campanhas eleitorais.

Entretanto, notei até agora entre os pré-candidatos à presidência da República pouco entusiasmo e ênfase em prometer melhoras claras nos transportes públicos, de modo a torná-los mais modernos, mais cômodos e mais baratos em um país rico e em alguns aspectos moderno e avançado. É bom esses candidatos terem cuidado, porque os mesmos que incendeiam ônibus podem acabar apagando seus nomes nas urnas.

Nas democracias desenvolvidas e modernas, os cidadãos já não aceitam viajar como gado, e o Brasil já não é um país do Terceiro Mundo, embora às vezes suas pessoas mais humildes sofram os flagelos dos países ainda não desenvolvidos do planeta.

Será que os políticos brasileiros não veem, quando vão aos países desenvolvidos, às pessoas (inclusive os ricos) andando em meios de transporte públicos dignos, e não notam a diferença com os daqui?

A campanha eleitoral está às portas. E também junho, aniversário das manifestações das ruas. E em um clima de Copa que não aparece exatamente risonho e pacificador. Os brasileiros exigem meios de transporte público à altura do “padrão FIFA”.

Por que, de agora até as eleições, os candidatos não andam de transporte público para ver de perto como são maravilhosos e como as pessoas viajam felizes e cômodas? Seria uma má ideia?

Dos carros blindados é difícil ouvir os lamentos das pessoas comuns, para quem a ida ao trabalho significa um martírio às vezes maior que a fadiga da jornada trabalhista.

A vida dos não privilegiados, que são a grande maioria nestes países, gira em torno desse dia a dia, tantas vezes duro e até cruel, de acordar pensando em enfrentar horas de viagem em situações que raiam a falta de dignidade humana. E se recolhem exaustos, por uma dupla fadiga cotidiana.

Que por que queimam os ônibus? Melhor que os políticos não perguntem. Poderiam ruborizar com as respostas.

Se fazem bem em queimá-los? Não. Toda violência acaba esmagando ainda mais a já dura vida dos mais desfavorecidos.

Mas como convencer de que a violência não melhora as coisas essas pessoas que, desde que abrem os olhos, são sujeito e objeto de violências várias, marcadas a cada hora pelo relógio da dor que acumulam de pai para filho?


 

¿Existen sentimientos en la política?

Por: | 01 de mayo de 2014

Politica y sentimientos
¿Son los políticos capaces de tener sentimientos?
¿Y los corruptos? La política debería ser una de las artes más nobles ya que su finalidad es la búsqueda de la felicidad de los ciudadanos que colocan su confianza en sus representantes. ¿Lo es así? ¿Existen en ella  sentimientos o está solo amasada de frías negociaciones, compromisos, intrigas y corrupciones ?

 Con motivo de las últimas denuncias contra la empresa brasileña Petrobrás, que ya fue orgullo mundial, hemos visto en los medios de comunicación una verdadera danza de cifras de millones de dólares que podrían haber acabado en buena parte en el bolsillo de quienes deberían haber vigilado a una empresa, creada con el esfuerzo de miles de ciudadanos.

Es una danza de ceros que se repite cada vez en las ya rutinarias acusaciones de corrupción política. Una danza  melancóliica  que revela el poco aprecio que existe por el dinero público, fruto del esfuerzo cotidiano de tantos trabajadores o de pequeños empresarios que trabajan cuatro meses gratis  para pagar impuestos. ¿Para recibir qué a cambio?

Bastaría usar esas cifras estelares de la corrupción, que se mide ya en miles de millones y que un simple trabajador ni consigue calcular, para que Brasil pudiera ser un país con una mejor calidad de vida sin aparecer siempre en el furgón de cola en las encuestas mundiales en educación, violencia y calidad de vida.

¿Qué sienten de sus gobernantes esos millones de hombres y mujeres, que luchan para que no les falte a sus hijos lo necesario al toparse con esa danza de los guarismos de la corrupción que acaba perdiéndose casi siempre en el pozo de la impunidad?

Politica y sentimientos (3)
En ese macabro baile de cifras, un millón de reales (340.000 euros) ya es considerado un pecado venial. Y sin embargo, para ganar ese millón, una profesora de escuela primaria, con el sueldo medio  de 1.500 reales mensuales, ¿saben cuanto años debería trabajar? Exactamente, 70, es decir,  dos vidas laborales.

Pienso también en tantos trabajadores a sueldo, que se dejan en su tarea su salud y a veces hasta  su vida, como lo hemos visto en las muertes de la construcción de los nuevos estadios de la Copa. (Por Dios, Pelé, que la vida de una persona vale más que todos los estadios y las Copas del mundo juntas)

Pienso en los millones de funcionarios anónimos de los hospitales, del campo, de los servicios públicos de limpieza, de las  trabajadoras del hogar que realizan un trabajo oscuro a favor de todos nosotros con un sueldo que les da justo para vivir en estrechez.

 Me pregunto lo que deben sentir íntimamente todos los que necesitan usar diariamente dos o tres medios públicos de locomoción para ir al trabajo y que a veces hacen kilómetros a pie para ahorrarse unas monedas, cuando ven a algunos políticos usando, sin necesidad,  aviones y helicópteros del ejército o de empresarios muchas veces corruptos,  por pura comodidad o porque se consideran disminuidos viajando como todos los mortales.

Nadie, ni siquiera los trabajadores más humildes, exigen a sus políticos que hagan voto de pobreza o que dejen de usar los medios que necesitan para ejercer con eficacia su trabajo. Lo que piden y exigen es que los impuestos que cargan sobre ellos revierta en beneficio de todos. Y no sólo de unos pocos. Y que no les roben.

 ¿Y qué sienten los corruptos? ¿ Sentirán por lo menos un mínimo de desasosiego sabiendo que ese dinero que les enriquece ilícitamente y que ellos despilfarran, a veces  hasta con descaro,  lo substraen a la fatiga de los demás?

¿Conseguirán sentir como un lamento en sus conciencias,  que ese dinero de la corrupción, está amasado con las lágrimas de tanto trabajo duro de gentes que tienen que hacer fila para todo, que sufren la violencia institucional cada vez que piden lo que les pertenece por ley y por justicia? Y no estoy hablando de los más pobres ni de los negros o de color, sino hasta de una cierta clase media blanca, cada vez más sacrificada.

Politica y sentimientos (2)
Hay quién asegura que esos corruptos no sólo no albergan esos sentimientos de vergüenza,  sino que hasta piensan que la gente  “vive demasiado bien”,  ya que “nunca tuvieron tanto como hoy”. Se refieren a la gente de a pie, a la de los sin privilegios, a la que le producen vértigo las cifras astronómicas de la corrupción.

Cuando en una sociedad acaban borrándose los sentimientos sin que el crimen de la ilegalidad llegue a quitar a nadie el sueño, todo el resto, desde las CPIs del Congreso a las  posibles reformas políticas, serán tristemente inútiles y fácilmente burladas.

La primera gran reforma política debería iniciar con el apremio de ciertos sentimientos básicos de decencia de los que rigen los destinos de la comunidad. Ese pudor que deberían albergar los que la sociedad elige con su voto para que cuiden del bienestar de todos, y no para que se conviertan en peligrosos asaltadores del gallinero.

Cuando en la política los sentimientos de compasión se apagan y se ignora el dolor del mundo para dar paso al cinismo, estamos abriendo peligrosamente las puertas a la barbarie.

Politica y zsentimientos (4)

TEXTO EN PORTUGUÉS (Publicado en la Edición de Brasil)

Os corruptos sentem alguma coisa?

Juan Arias

Os políticos são capazes de ter sentimentos? E os corruptos? A política deveria ser uma das artes mais nobres, já que sua finalidade é a busca da felicidade dos cidadãos que depositam sua confiança em seus representantes. É assim? Existe nela sentimentos ou só é feita de negociações frias, compromissos, intrigas e corrupções?

Em razão das últimas denúncias contra a empresa brasileira Petrobras, que foi orgulho mundial, temos visto nos meios de comunicação uma verdadeira dança de cifras de milhões de dólares que em boa parte poderiam ter acabado no bolso de quem deveria ter protegido uma empresa criada com o esforço de milhares de cidadãos.

É uma dança de zeros que se repete a cada vez nas já rotineiras acusações de corrupção política. Uma dança que revela o pouco apreço que existe pelo dinheiro público, fruto do esforço cotidiano de tantos trabalhadores e de pequenos empresários que trabalham quatro meses de graça para o Estado para pagar impostos. Para receber o quê em troca?

Bastaria usar essas cifras estelares da corrupção, que se avalia já em bilhões e que um simples trabalhador nem consegue calcular, para que o Brasil pudesse ser um país com melhor qualidade de vida sem aparecer sempre no final da fila nas pesquisas mundiais sobre educação, violência e qualidade de vida.

O que sentem em relação a seus governantes esses milhões de homens e mulheres que lutam para que não falte a seus filhos o necessário, ao se depararem com essa dança dos algarismos da corrupção que acaba se perdendo quase sempre no poço da impunidade?

Nesse macabro baile de cifras, um milhão de reais já é considerado um pecado venial. E, no entanto, para uma professora de escola primária com o salário médio de 1.500 reais mensais ganhar esse milhão, sabem quantos anos deveria trabalhar? Exatamente 70, quer dizer, duas vidas de trabalho.

Penso também em tantos trabalhadores assalariados, que deixam em suas tarefas sua saúde e às vezes até a vida, como vimos nas mortes na construção dos novos estádios da Copa (por Deus, Pelé, a vida de uma pessoa vale mais que todos os estádios e os Mundiais do mundo juntos).

Penso nos milhões de funcionários anônimos dos hospitais, do campo, dos serviços públicos de limpeza, nas empregadas domésticas que realizam um trabalho obscuro em favor de todos nós com um salário que lhes dá, justo, para viver no aperto.

Eu me pergunto o que devem sentir intimamente todos os que necessitam usar diariamente dois ou três meios públicos de transporte para ir ao trabalho, e que às vezes percorrem quilômetros a pé para poupar algumas moedas, quando veem alguns políticos usando, sem necessidade, aviões, helicópteros do Exército ou de empresários – às vezes corruptos – por pura comodidade ou porque se consideram diminuídos viajando como todos os mortais.

Ninguém, nem sequer os trabalhadores mais humildes, exige de seus políticos que façam voto de pobreza ou que deixem de usar os meios que necessitam para exercer com eficácia seu trabalho. O que pedem e exigem é que os impostos cobrados deles revertam em benefício de todos. E não só de uns poucos. E que não os roubem.

E o que sentem os corruptos? Sentirão pelo menos um mínimo de desassossego sabendo que esse dinheiro que os enriquece ilicitamente e que eles esbanjam, às vezes até com descaramento, é subtraído da fadiga dos demais?

Conseguirão sentir, como um lamento em suas consciências, que esse dinheiro da corrupção está feito com as lágrimas de tanto trabalho duro de pessoas que têm de fazer fila para tudo, que sofrem a violência institucional cada vez que pedem o que lhes pertence por lei e por justiça? E não estou falando dos mais pobres nem dos negros, mas também da classe média branca, cada vez mais sacrificada.

Há quem garanta que esses corruptos não só não abrigam esses sentimentos de vergonha como também até pensam que as pessoas “vivem bastante bem”, já que “nunca tiveram tanto como hoje”. Referem-se às pessoas a pé, às pessoas sem privilégios, às quais as cifras astronômicas da corrupção produzem vertigem.

Quando em uma sociedade acabam desaparecendo os sentimentos, sem que a ilegalidade chegue a tirar o sono de ninguém, todo o resto (desde as comissões de investigação do Congresso às possíveis reformas políticas) será tristemente inútil e facilmente burlado.

A primeira grande reforma deveria começar compelindo certos sentimentos básicos de decência aos que regem o destino da comunidade. Esse pudor que deveriam ter aqueles que a sociedade elege com seu voto para que cuidem do bem-estar de todos, e não para que se transformem em perigosos ladrões do galinheiro.

Quando na política os sentimentos de compaixão se apagam e se ignora a dor do mundo para dar lugar ao cinismo, estamos abrindo perigosamente as portas à barbárie.

Polémica sobre los gorros en Brasil

Por: | 25 de abril de 2014

Bonés
Suerte que casi en todo Brasil no existen inviernos como en Europa,
ya que una ley aprobada por el gobierno de Río de Janeiro, prohíbe entrar con cualquier tipo de gorro o prenda sobre la cabeza que de algún modo impida ver bien la cara de las personas.

Será prohibido el gorro, el famoso boné brasileño y hasta un pañuelo en la cabeza a la entrada de bancos, tiendas, supermercados etc.

¿Eso por qué? Es un fruto de la esclavitud a la que están sometiendo cada día con mayor fuerza a los ciudadanos, los asaltadores y ladrones sean individuales que en grupo.

La ironía no ha tardado sin embargo, en aparecer. Hasta el serio diario O Globo titula así un análisis sobre el tema: "Contra la violencia un extraño strip-tease". Escribe: “Para combatir el crimen, quítese el gorro. Parece un chiste, pero no lo es”, y el artículo denuncia que la ley aprobada en Río hiere el principio de presunción de inocencia previsto en la Declaración Universal de Derechos Humanos.

El análisis, firmado por Flávia Oliveira, concluye: “La ley de Río segrega, estigmatiza. En tiempos de creciente intolerancia, la receta es contraindicada”.

Los gorros, en efecto,  de mil marcas, formas y colores son muy usados en Brasil por todos, pero sobretodo por las tribus urbanas, que les sirve como un uniforme. En muchos casos los gorros con visera o sin ella hacen parte del atuendo de una de esas tribus para distinguirse de las demás. No entrañan ningún tipo de violencia.

Esos gorros los usan la gente del asfalto para ir a la playa de Copacabana como los pobres de las favelas. Hacen casi parte del atuendo habitual de la gente tanto masculino como femenino.

Los políticos que han aprobado la ley alegan que el entrar sin gorro en locales públicos sirve como inhibidor para que en caso de una acción violenta, la policía y la gente puedan mejor identificar la cara del ladrón sin que se esconda bajo la visera de un gorro.

La multa a quién se niegue a quitarse el gorro al entrar en una agencia de banco o a un Shopping es de 500 reales (180 euros) y ha levantado enseguida un polvorín de protestas. El catedrático de la Universidad Federal de Río (UFRJ), Michel Mise ha calificado la ley de “histérica”. Según él se trata de una ley que discrimina a las personas decentes: “Es un absurdo, una cosa histérica. Hiere el derecho de la persona de vestirse como quiera”, ha afirmado.

Lo que nadie niega es que la ley acabará discriminando a las personas. Los vigilantes que deberán obligar en la puerta de los locales públicos a quitarse el gorro actuarán sobretodo con jóvenes con pinta de periferia, tatuados o vestidos con los atuendos de las tribus urbanas, no con los jóvenes bien vestidos, con gorro de marca y sobretodo de piel blanca.

Lo más grave quizás de esa ley de Río, que podría extenderse a otros Estados del país, es que es hija de la inseguridad que se respira en la calle, de los miles de asaltos y robos a las personas de las cuales de cada cinco, dos han sido ya asaltadas por lo menos una vez, a veces varias como algunos amigos mios.

Y sobretodo esa ley, impugnada ya como anticonstitucional, indica la incapacidad de las autoridades para poner un freno a esa violencia callejera sin caer en esas soluciones que acaban siendo motivo de mofa por la mayoría de la población.

Bonés (2)

La Copa quebrada

Por: | 23 de abril de 2014

 

Protestas contra el Mundial
A 50 días del Mundial de Futbol, Brasil ya ha perdido y ganado la Copa al mismo tiempo sin haber tocado aún  el balón,  lo que no supone una tragedia
. La ha ganado, fuera de los estadios, porque el país ha madurado y desea algo más que futbol. Quiere una vida mejor y más digna, con el Mundial o sin él.

La ha perdido porque ya no es un secreto que el país del fútbol ha llegado tarde, con estadios -además de millonarios- remendados en el último momento, con posible despilfarro de dinero público, cuando la promesa era que los gastos los sufragarían las empresas privadas. La población, además, no ha obtenido ventajas de las prometidas nuevas infraestructuras, sobre todo de transportes, llevadas a cabo en las ciudades sede de las competiciones. Y en los aeropuertos aún hay obras que deberán ser ocultadas a los turistas.

Protestas contra el Mundial (2)
Y por si fuera poco, como anota de manera aguda Vinicius Torres Freire en su columna del diario Folha de S. Paulo, el Mundial, que estaba llamado a ser una ocasión de fiesta, “está siendo tratado literalmente como una operación de guerra”. Se anuncia hasta el uso del Ejército en las calles por miedo a las protestas violentas y, según algunos, hasta una especie de “Estado de excepción blanco” durante el mes de la competición. ¿Puede la FIFA gobernar un país, aunque sea por unas semanas?

Brasil estaba predestinado a hacer la mejor de las Copas de la historia y le falta poco para que acabe siendo una de las peor organizadas y más criticadas, hasta por los anfitriones. Se ha perdido el Mundial antes de disputarlo, algo que, según escuché en un autobús donde viajaba gente de clase media, avergüenza a los brasileños. Sentí en el aire el eco del complejo de perro callejero que durante tanto tiempo sufrió este gran país, rico y de gentes envidiables por su capacidad de acogida y resistencia al dolor.

Pero Brasil también ha ganado el Mundial, haya o no manifestaciones callejeras en contra. Lo ha ganado por una razón muy simple y hasta paradójica: porque la mayoría de los brasileños ha revelado que, si pudieran decidir, no votaría para que el campeonato se celebrara aquí, 64 años después del de 1950, tristemente famoso por el gol con el que Uruguay ganó a Brasil en el Maracaná recién estrenado.

Protestas contra el Mundial (3)

El hecho de que los brasileños, sin renunciar a su pasión por el balón -que llevan impresa en su ADN, en su sangre y en su cultura- ya no se sientan solo hijos del futbol y sueñen más alto, es más que ganar el Mundial.

Es un país que ha crecido, ha madurado, se ha desarrollado económicamente desde aquel fatídico 1950, y ha tomado conciencia de que no debe ser amado y admirado en el mundo solo porque sabe chutar como pocos un balón, sino también porque es capaz de exigir lo que le pertenece y merece.

Aún hay familias pobres de las favelas que sueñan con la posibilidad de que alguno de sus hijos pueda ser un nuevo crack del fútbol para sacarlas de apuros económicos. La mayoría, sin embargo, tiene otros sueños para sus hijos. He escuchado incluso de gentes de familias sencillas que hay dos cosas que ya no querrían para sus hijos: que fueran policías o futbolistas. Es un cambio de paradigma que revela, más que muchos sondeos científicos, cómo ha cambiado este país.

Las autoridades están cada día más nerviosas por temor a las manifestaciones. Temen también los políticos que Brasil pueda, de nuevo, perder la Copa.
Ese miedo indica que no han entendido que para este país ya no es esa la mayor preocupación en la calle, donde un grupo de pescadores a los que les pregunté si estaban nerviosos por el campeonato me respondieron: “Aquí, señor periodista, esta vez no hay clima de Copa. Nos preocupan otras cosas”.

Seguro que esta vez, si Brasil vuelve a perder -y otra vez en el Maracaná- no veríamos a nadie tirarse desesperado de un puente. Brasil sufre hoy con la inflación disparada y la precariedad de los servicios públicos. Preocupa la barbarie de los linchamientos que revelan también una falta de credibilidad en las autoridades del Estado incapaces de proteger.

Los brasileños disfrutan hoy con el deseo de superarse, de ganar el tiempo perdido reciclándose profesionalmente para poder dar un salto social y, de ese modo, estimular a sus hijos a no perpetuar la fatalidad de la pobreza material y cultural de sus padres y abuelos.

Protestas contra el Mundial (4)Hoy, que se hacen sondeos sobre todo lo habido y por haber -hasta sobre las minifaldas de las mujeres que provocan a los hombres- sería interesante que preguntaran a los brasileños con qué sueñan despiertos, si es con ganar la Copa o con poder tener una vida sin agobios económicos, con un Gobierno que les devuelva en servicios decentes el sacrificio de tantos impuestos, un futuro con menos violencia, con menos desigualdades insultantes. O la posibilidad de poder disfrutar de algunas de las cosas materiales o espirituales que, hasta ahora, solo han visto aprovechar a un puñado de privilegiados.

En todo el mundo los dictadores, de derechas e izquierdas, han usado el deporte, y especialmente el fútbol, para emborrachar a la gente y distraerla de sus verdaderos problemas y anhelos.

Hoy los brasileños no cambiarían, sin embargo, ganar el Mundial a costa de seguir sufriendo las garras de la pobreza y la exclusión que los atenazaron tantos años. Prefieren perderlo si ello supusiera poder disfrutar de una mayor democracia.

¿Y si la ganara? Entonces la ganaría dos veces, pero la Copa no sería la razón principal de su felicidad. Sería solo un buen postre después del plato principal. Y ese plato es un Brasil que ya no aceptaría volver a perder su democracia para hundirse de nuevo en el túnel de la dictadura; un país que, a pesar de estar viviendo un momento difícil en su economía, sigue siendo uno de los países más ricos del planeta y aspira a ganar muchas otras batallas. Si fuera necesario, volvería a salir a la calle para hacerse escuchar.

(Texto publicado en las ediciones de Brasil y América)

Protestas contra el Mundial (5)

TEXTO EN PORTUGUÉS:

O Brasil ao mesmo tempo já perdeu e já ganhou a Copa, o que não é nenhuma tragédia. Ganhou-a, fora dos estádios, porque o país amadureceu e deseja algo mais do que futebol. Quer uma vida melhor e mais digna, com a Copa ou sem ela.

Perdeu-a porque já não é segredo que o país do futebol chegou tarde, com estádios, além de milionários, remendados na última hora, com possível esbanjamento de dinheiro público, quando a promessa era de que os gastos seriam bancados por empresas privadas. A população, além disso, não obteve vantagens das prometidas novas infraestruturas, sobretudo as de transportes, levadas a cabo nas cidades-sede das competições. E nos aeroportos ainda há obras que deverão ser ocultadas dos turistas.

E como se fosse pouco, observa agudamente Vinicius Torres Freire em sua coluna do jornal Folha de S.Paulo, a Copa, que estava destinada a ser uma ocasião de festa, “teve de ser tratada como operação literalmente de guerra”, já que se anuncia o uso do Exército nas ruas, por temor de protestos violentos, e, segundo alguns, poderá haver uma espécie de “estado de exceção branco” durante o mês da competição. Pode a FIFA governar um país, mesmo que seja só por algumas semanas?

O Brasil estava destinado a fazer a melhor Copa da história, e falta pouco para que acabe sendo uma das mais mal organizadas e mais criticadas até pelos anfitriões. Perdeu-se a Copa antes de disputá-la, algo que, conforme escutei em um ônibus onde viajava gente de classe média, envergonha os brasileiros. Senti no ar o eco da volta do complexo de vira-latas que durante tanto tempo assolou este país grande, rico e de gente invejável por sua capacidade de acolhimento e resistência à dor. A Copa, de certa forma, já foi perdida.

Mas o Brasil também já ganhou a Copa, haja ou não manifestações nas ruas contra o torneio. Ganhou-a por uma razão muito simples e até paradoxal: porque a maioria dos brasileiros revelou que, se pudessem decidir, não votaria para que a Copa fosse realizada aqui, 64 anos depois do Mundial de 1950, tristemente famoso pelo gol com o qual o Uruguai ganhou do Brasil no Maracanã recém-estreado.

O fato de os brasileiros –sem renunciarem a sua paixão pela bola, que levam impressa em seu DNA, em seu sangue e na sua cultura – já não se sentirem apenas filhos do futebol e sonharem mais alto significa mais do que ganhar a Copa.

É um país que cresceu, amadureceu, desenvolveu-se economicamente desde aquele fatídico 1950 e tomou consciência de que não deve ser amado e admirado no mundo só porque sabe chutar uma bola como poucos, mas também porque é capaz de exigir o que lhe pertence e o que merece.

Ainda há famílias pobres das favelas que sonham com a possibilidade de que algum de seus filhos possa virar um novo craque que tire seus parentes dos apuros econômicos. A maioria, entretanto, tem outros sonhos para seus filhos, longe dos gramados. Escutei inclusive de pessoas com origens modestas que há duas coisas que elas já não desejariam para seus filhos: que fossem policiais ou jogadores de futebol. É uma mudança de paradigma que revela, mais do que muitos levantamentos científicos, como este país mudou.

As autoridades governamentais estão a cada dia mais nervosas com as possíveis manifestações. Os políticos também temem que o Brasil possa, de novo, na segunda Copa com uma final no Maracanã, perder a taça.

Esse medo indica que eles não entenderam que, para este país, já não é essa a maior preocupação que se vive nas ruas, onde um grupo de pescadores aos quais perguntei se estavam nervosos com a Copa me respondeu: “Aqui, ‘seu’ jornalista, desta vez não há clima de Copa. Estamos preocupados com outras coisas.”

Claro que desta vez, se o Brasil voltar a perder a Copa, e outra vez no Maracanã, não veremos ninguém se atirar de uma ponte em desespero. O Brasil sofre hoje com outras coisas, como a inflação disparada e a precariedade dos serviços públicos. Preocupa a barbárie dos linchamentos, que revelam também uma falta de credibilidade em relação às autoridades do Estado, incapazes de proteger a população.

Os brasileiros desfrutam hoje de outras coisas além do futebol, como o desejo de se superar, de ganhar o tempo perdido reciclando-se profissionalmente para poder dar um salto social e, desse modo, estimular os seus filhos a não perpetuarem a fatalidade da pobreza material e cultural de seus pais e avós.

Hoje, quando são feitas pesquisas sobre tudo o que acontece e está por acontecer, até sobre as minissaias que provocam os homens, seria interessante que perguntassem aos brasileiros quais são seus sonhos com os olhos abertos, se é ganhar a Copa ou poder ter uma vida sem sofrimentos econômicos, com um Governo que lhes devolva em serviços decentes o sacrifício de tantos impostos, um futuro com menos violência, com menos desigualdades insultantes. Ou a possibilidade de poder desfrutar de algumas das coisas materiais e espirituais que, até agora, eles só viram um punhado de privilegiados aproveitar.

Em todo o mundo, os ditadores, de direita e de esquerda, usaram o esporte, e sobretudo o futebol, para embriagar as pessoas e distraí-las dos seus verdadeiros problemas e anseios.

Hoje, entretanto, os brasileiros não optariam por ganhar a Copa à custa de continuar sofrendo nas garras da pobreza e da exclusão, que durante tantos anos os atormentaram. Preferem perdê-la se isso significar poder desfrutar de uma maior democracia.

E se ganhar? Então ganharia duas vezes, mas a Copa não seria a razão principal da sua felicidade. Seria só uma boa sobremesa depois do prato principal. E esse prato é um Brasil que já não aceitaria voltar a perder sua democracia para afundar-se de novo no túnel da ditadura; um país que, apesar de estar vivendo um momento difícil em sua economia, continua sendo um dos países mais ricos do planeta e que aspira a ganhar muitas outras batalhas. Se fosse necessário, voltaria a sair à rua para se fazer escutar.

El corazón de Brasil

Por: | 16 de abril de 2014

Sociedad de Brasil
¿Quién es el corazón de Brasil?
¿El Gobierno? ¿Las fuerzas del orden? ¿La Bolsa o el capital? ¿El ejército de los violentos que nos atemorizan? No, el motor que mueve al país es la sociedad, lo somos todos, sin distinción. Y lo somos si ese corazón palpita al unísino.

Los Gobiernos pasan, pero la sociedad permanece y la sociedad somos todos, incluidos los políticos, aunque a veces ellos se olviden y crean vivir en otra galaxia, latiendo con un corazón privilegiado distinto al de la gente.

El Gobierno y las demás instituciones existen solo en función del corazón de la sociedad, para ayudarla a desarrollarse en libertad y con justicia. La sociedad existiría sin Gobierno, mientras que los políticos serían cañas burladas por el viento sin la sociedad y su apoyo.

Ha hecho bien el diario O Globo en crear una nueva sección bajo el epígrafe de Sociedad. Es a ella a la que deben dirigirse todos los apremios, el interés y el cariño de la información, porque en la sociedad y no en las intrigas del palacio se encuentran todos los dolores y alegrías del corazón del mundo.

Sociedad son todos los que luchan para abrir mayores espacios de libertad y democracia, los que se esfuerzan para ampliar los derechos humanos. Son todos los que habitan el país, sean nobles o plebeyos, sabios o analfabetos, artistas y creadores, famosos o anónimos.

Sociedad no son solo los que brillan en las pantallas de televisión. No lo son solo los fuertes sino también los débiles, los aplastados y sin voz. Lo son los millones de mujeres y varones, de madres y padres de familia que en el silencio, con honradez, sin dejarse vender por un plato de lentejas, van construyendo con sacrificio e ilusión un presente y un futuro mejor para sus hijos.

Lo son los segregados en las favelas y los blindados en el asfalto. Son la sociedad los millones de funcionarios públicos sin brillo, incapaces de corromperse, que llevan a cabo con ahínco un trabajo indispensable para que la máquina de la sociedad funcione.

Son sociedad no solo los sanos sino también los enfermos, sobre todo los abandonados en hospitales, a veces carentes de todo. Lo son no solo los atletas sino todos los minusválidos, los despojados de dignidad, los moradores de la calle.


Sociedad son no solo los empresarios, indispensables para crear riqueza para todos, sino también todos los trabajadores a sueldo que se sacrifican el mes entero, a veces en tareas duras, desagradables y hasta peligrosas, para poder llevar el pan a sus hijos.

Toda esa gente, la que disfruta y la que llora en público o en privado; los que acuden a las fiestas y los enfermos de soledad, los que tienen suerte y los que nunca la tuvieron.Los ocupados y los sin trabajo, todos son la sociedad.

Sociedad de brasil (2)Pertenecen a lo más íntimo de corazón de Brasil todos los olvidados y burlados por el poder, todas las mujeres que desean abortar en conciencia y que por ser pobres tienen que hacerlo en túneles de la ilegalidad arriesgando sus vidas. Los niños de escuelas precarias a quienes les espera un negro futuro.

Lo son también, tristemente, los saqueadores, los falsos, los especuladores, los sin escrúpulos, los que desprecian la vida de los otros, víctimas unas veces de su propia maldad y otras de una sociedad que acabó marginándolos sin abrirles caminos alternativos a su loca violencia. A ellos no les podemos, sin embargo, linchar a nuestro antojo. No son cucarachas, siguen siendo seres humanos con derecho.

Por esa sociedad, que es el corazón palpitante de Brasil, debemos interesarnos todos ya que nos salvamos o nos destruimos juntos.

En el bien y en el mal, la sociedad, compuesta por ese gran caleidoscopio humano, es todo lo que somos y tenemos. Todos somos responsables de sus luces y sus sombras.

Creerse por encima de esa sociedad, fuera de ella, o contra ella, es una vana ilusión. Somos muchos y diferentes y somos uno porque nos mantiene vivos un mismo corazón. Si falla el corazón de la sociedad infartamos todos.

¿Entienden eso los políticos que tantas veces se consideran ellos el corazón del mundo en lugar de estar al servicio de esa sociedad, para que su corazón pueda funcionar con más oxígeno, más justicia y mayores espacios de felicidad?

Cuando se den cuenta de que acabarían asfixiándose si se creyesen capaces de respirar sin sentirse parte del corazón del país, quizás se decidan a preguntar a la gente, escuhándola de cerca, cómo quiere vivir para sentirse menos infeliz, y dejarán de ofrecerles el plato ya cocinado según su propio gusto e interés.

Al final, la sociedad, en la que deben caber todos, cada uno con su propia identidad, su cordura o su locura, es la que hará que el país siga adelante ganando batallas, en vez de servir de peón para las guerras que ellos inventan y nadie les ha pedido.

(Publicado en la Edición de América)

 

TRADUCCIÓN AL PORTUGUÉS

Sociedad de brasil (3)
Quem é o coração do Brasil? O Governo? As forças da ordem? A Bolsa e o capital? O exército dos violentos que nos atemorizam? Não, o motor que move o país é a sociedade, somos todos, sem distinção. E o somos se esse coração palpita em uníssono.

Os Governos passam, mas a sociedade permanece, e a sociedade somos todos, incluídos os políticos, embora às vezes eles se esqueçam disso e creiam viver em outra galáxia, pulsando com um coração privilegiado, diferente do das pessoas.

O Governo e as demais instituições só existem em função do coração da sociedade, para ajudá-la a se desenvolver em liberdade e com justiça. A sociedade existiria sem Governo, ao passo que os políticos, sem a sociedade e seu apoio, seriam juncos soprados pelo vento.

Fez bem o jornal O Globo ao criar uma nova seção sob o título de Sociedade. É a ela a que devem se dirigir todos os cuidados, o interesse e o carinho da informação, porque na sociedade, e não nas intrigas do palácio, se encontram todas as dores e alegrias do coração do mundo.

Sociedade são todos os que lutam para abrir maiores espaços de liberdade e democracia, os que se esforçam para ampliar os direitos humanos. São todos os que habitam o país, sejam nobres ou plebeus, sábios ou analfabetos, artistas e criadores, famosos ou anônimos.

Sociedade não são só os que brilham nas telas de televisão. Não são só os fortes, mas também os fracos, os esmagados e sem voz. São os milhões de mulheres e homens, de mães e pais de família que em silêncio, com honradez, sem se deixarem vender por um prato de lentilhas, vão construindo com sacrifício e ilusão um presente e um futuro melhor para seus filhos.

São os segregados nas favelas e os blindados no asfalto. A sociedade são os milhões de funcionários públicos sem brilho, incapazes de se corromperem, que levam a cabo com esforço um trabalho indispensável para que a máquina da sociedade funcione.

A sociedade são não só os sãos, mas também os doentes, sobretudo os abandonados em hospitais, às vezes carentes de tudo. São não só os atletas, mas também todos os deficientes, os despojados de dignidade, os moradores de rua.

A sociedade são não só os empresários, indispensáveis para criar riqueza para todos, mas também todos os trabalhadores assalariados que se sacrificam o mês inteiro, às vezes em tarefas duras, desagradáveis e até perigosas, para poder levar o pão para seus filhos.

Toda essa gente, a que se diverte e a que chora em público ou em privado; os que vão às festas e os doentes de solidão, os que têm sorte e os que nunca a tiveram... Todos são a sociedade.

Pertencem ao mais íntimo do coração do Brasil todos os esquecidos e burlados pelo poder, todas as mulheres que desejam abortar com consciência e que, por serem pobres, precisam fazê-lo nos túneis da ilegalidade, arriscando suas vidas. As crianças das escolas precárias, a quem um negro futuro espera.

São também, tristemente, os saqueadores, os falsos, os especuladores, os sem-escrúpulos, os que desprezam a vida dos outros, vítimas algumas vezes da sua própria maldade, e outras de uma sociedade que acabou por marginalizá-los sem lhes abrir caminhos alternativos à sua louca violência. Não podemos, entretanto, linchá-los a nosso bel-prazer. Não são baratas, continuam sendo seres humanos com direitos.

Por essa sociedade, que é o coração palpitante do Brasil, devemos nos interessar todos, já que nos salvamos ou nos destruímos juntos.

No bem e no mal, a sociedade, composta por esse grande caleidoscópio humano, é tudo o que somos e temos. Todos somos responsáveis por suas luzes e suas sombras.

Acreditar-se acima dessa sociedade, fora dela, ou contra ela, é uma vã ilusão. Somos muitos e diferentes, e somos um porque nos mantém vivos um mesmo coração. Se o coração da sociedade falha, todos enfartamos.

Entendem isso os políticos que tantas vezes se consideram o coração do mundo, em vez de estarem a serviço dessa sociedade, para que seu coração possa funcionar com mais oxigênio, mais justiça e maiores espaços de felicidade?

Quando perceberem que acabariam se asfixiando se acreditassem ser capazes de respirar sem se sentir parte do coração do país, talvez se decidam a perguntar às pessoas, escutando-as de perto, como elas querem viver para se sentirem menos infelizes, e deixarão de lhes oferecer o prato já cozido segundo seu próprio gosto e interesse.

Ao final, a sociedade – na qual devem caber todos, cada um com sua própria identidade, sua prudência ou sua loucura – é que fará que o país siga adiante, ganhando batalhas, em vez de servir de peão para as guerras que eles inventam e ninguém lhes pediu.

Sobre el autor

es periodista y escritor traducido en diez idiomas. Fue corresponsal de EL PAIS 18 años en Italia y en el Vaticano, director de BABELIA y Ombudsman del diario. Recibió en Italia el premio a la Cultura del Gobierno. En España fue condecorado con la Cruz al Mérito Civil por el rey Juan Carlos por el conjunto de su obra. Desde hace 12 años informa desde Brasil para este diario donde colabora tambien en la sección de Opinión.

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