Hoy vamos a despedir el año que acaba y yo quiero desearles en este último post de mi blog, sólo una cosa: esperanza. Es un producto difícil de encontrar en los supermercados. Una escritora brasileña ha escrito: “¿Qué
sería del mundo sin las cosas que no existen?" Me pareció una frase genial que brindo hoy a mis lectores. A todos: a los que me critican y a los que me aplauden, que hoy es día de amistad.
Lo que aún no existe tiene a que ver con la esperanza. Lo que aún no existe, para cada uno de nosotros, puede ser lo mejor de nuestra vida. Puede ser el hijo que soñamos; el libro que desearíamos escribir; el puesto de trabajo que llenaría nuestra vida; el amor que aún no llegó; el perdón que alguien nos ofrece gratuitamente o que nosotros regalamos.
Todo lo mejor está aún por existir: en el mundo y en cada una de nuestras vidas. ¿Cómo conseguirlo? Sólo con la esperanza, con la difícil esperanza, que es la que engendra el futuro. ¿Por qué será que tendemos a pensar que lo que aún no existe tiene que ser peor de lo que ya conocemos?
La esperanza es una fuente de agua que no acaba. Lo único que no muere. Ella es capaz de convivir con la mayor de las penas, porque es un sueño de rescate, de un amanecer de luz después de una noche de sombras. La esperanza no tiene límites como no lo tienen los sueños.
Por ello es tan difícil. Y por eso quiero hoy ofrecérosla como el mejor deseo del nuevo año. Recuerdo que cuando era joven estudiante en Roma, hace muchos años, Grarrigou Lagrange, el profesor de espiritualidad del Angelicum, hoy Universidad Pontificia, con fama de santo nos decía que la esperanza era la más difícil de las tres grandes virtudes cardinales: fe, esperanza y caridad.
Niños jugando felices en un mundo cruel
La fe, decía, o la tienes o no la tienes. Es un don gratuito. No se compra ni se fabrica. La caridad tampoco es imposible: “Basta no tener un corazón de hielo para ser sensibles ante el dolor ajeno”, decía y él mismo se iba a los suburbios obreros de Roma, de incógnito y se sentaba en el suelo para repartir chucherías a los niños pobres que él nos pedía que le lleváramos.
Ahora, señalaba Garrigou, la esperanza es difícil, porque todo lo que nos rodea, junto con nuestros miedos atávicos nos arrastra a la desesperanza. Somos más proclives a creernos lo malo que lo bueno.
Quizás por ello, cuando esta noche nos demos el abrazo de despedida del 2011 y nos deseemos un 2012 mejor, más feliz, con menos dolor propio y ajeno, lo hagamos con un velo invisible e impalpable de tristeza en el alma, con el miedo no escrito ni pronunciado de que el nuevo año pueda ser peor.
Mi deseo, pues, es que descorchéis el champagne y gritéis, convencidos, con esperanza, seguros y felices: “El 2012 será un año mejor”. Gritadlo con esperanza. Sin lo que aún no existe y que puede ser lo mejor, el mundo se pararía y nosotros nos ahogaríamos en el desconsuelo. ¿Vale la pena?
¡FELIZ 2012 DE ESPERANZA !
La esperanza tiene siempre el rostro limpio de un niño.- Foto: Luis Mérigo