Es el árbol frutal mayor del mundo con una copa de 10.000 metros cuadros. Produce ochenta mil frutos cada temporada. Se halla en uno de los lugares turísticos más bellos no sólo de Brasil sino del mundo, lamiendo una playa de aguas de cristal sombreada de cocoteros, en la localidad nordestina de Pirangi , municipio de Parnamirim, en el Estado de Rio Grande del Norte. Es también el mayor cajueiro ( anacardo) que existe en la Tierra.
Cajueiro con 10.000 metros cuadrados de copa
La polémica sobre su futuro es también gigante como su copa. Cuando fue plantado, allí no existía nada, fuera de la playa de paraíso, lugar entonces sólo de pescadores. Ahora, lugar de turismo de lujo, el cajueiro ha quedado aprisionado ante dos monstruos del capitalismo salvaje: el cemento de la construcción y el asfalto de la autopista que corre a su lado y que une la preciosa ciudad de Natal con el literal Sur del Estado.
Los visitantes de medio mundo, que se deleitan con aquel espectáculo de la naturaleza, al saber que existen hasta procesos judiciales para sacrificar el árbol en aras de la especulación, exclaman: “¡Por Dios, no toquen a este árbol que es un símbolo del Brasil de la abundancia!”. Simone Sousa ha escrito: “En medio de las polémicas, el cajueiro quiere sólo crecer en paz, libre, como todo árbol. Él no había pedido para nacer”.
El cajueiro (nombre indígena dado por los tupís) es en efecto más que un árbol. Es también el mejor símbolo de Brasil, del Brasil dotado de una naturaleza exuberante; el de las tres cosechas al año, el de la mayor biodiversidad del mundo, la mayor reserva de agua potable de la Tierra, y la que en el futuro, junto con el resto de América Latina, ofrecerá el 40 % de los alimentos a la Humanidad.
La autopista, enemiga del cajueiro
En Brasil todo es grande, todo crece, se multiplica como una bendición bíblica. Por eso en él hay pobreza pero no hambre. No existe lo mínimo en esta tierra, sólo lo máximo, hasta en sus heridas sociales. De ahí nació la idea de que “Dios es brasileño”, como si él hubiese fertilizado este rincón de la Tierra con sus bendiciones. No acaso, la palabra “bendición” es una de las más usadas del vocabulario en boca de la gente.
El cajueiro de Pirangi, es hoy la delicia de los turistas de todo el mundo, el juguete gigante de los niños que pueden pasear bajo sus ramas. Su originalidad es fruto de dos anomalías de la naturaleza. Lleva creciendo y ensanchándose desde hace 122 años cuando fue plantado por un pescador de nombre Luiz Inácio de Oliveira, que murió con 93 años bajo las sombras del árbol.
Son dos anomalías botánicas las que confluyen en él: la primera, que en vez de crecer hacia el cielo, crece hacia la tierra, hacia los lados. Con el peso, las ramas, llenas de frutos, se inclinan hacia la tierra. La segunda anomalía es que las ramas, al tocar el suelo vuelven a hacer raíces y vuelven a crecer de nuevo como si fuesen troncos de otro árbol. Ello da la impresión de que son varios árboles juntos, pero es uno sólo, que equivale a 70 normales de la misma especie.
Sus ochenta mil frutos los recogen los visitantes, porque el árbol es de todos. Pocos saben que el verdadero fruto no es lo que parece una fruta colorida y original, sino la castaña parda que nace en su punta, un formidable antioxidante.
El árbol, no tiene voz, no puede defender su derecho a seguir viviendo. Prestémosle la nuestra, para defender su derecho a seguir viviendo, porque, nació allí antes que el cemento y el asfalto en cuyo altar quieren sacrificar el milagro de su naturaleza.
Cortar ese cajueiro sería también amputar a Brasil de uno de sus símbolos más luminosos, para colocarlo en la geografía gris y fría de los países que privilegian el cemento y la especulación de la Naturaleza, a sus bellezas y riquezas naturales.
Puesta de sol en la playa de Pirangi
Nota:
Este blog se une a las voces que llegan de medio mundo para gritar: "!Por Dios, no corten ese árbol!"
ÁRBOL
Brazos abiertos
que buscan
las águilas del sol.
Raíces como
manos que escudriñan
el vientre caliente
de la tierra.
Generoso,
desparramas tus semillas,
como estrellas
sembradas en el mar.
Tu sombra y mi sombra,
paraguas de amor
contra la lluvia y el sol.
Yo moriré
y tu seguirás
azotado por el viento.
Yo moriré
y los nidos prendidos
en tus hojas de cristal,
seguirán enviando
mensajes de paz.
En tu recio tronco,
tótem de la creación,
me apoyaré,
cuando a la luz
de mi ventana
se acerque amoroso
el misterio azul
de mi destino final.