En Brasil, en la calle y dentro de casa no se habla de otra cosa que de la edición del domingo del popular programa Big Brother de la TV Globo, que ha encendido la luz roja al ser acusado uno de sus participantes, Daniel Echaniz, de haber estuprado a su compañera de programa, Monique Amim, mientras ella estaba borracha.
¿Hubo o no hubo estupro bajo el edredón, cuando Daniel se movía como si estuviera haciendo amor con Monique que parecía inmóvil? ¿Fue el acto consentido o no? El joven asegura que estaba sólo acariciándola. La joven dice que estaba bebida y no se enteró y que hubiera sido “de mal gusto” si él se hubiera aprovechado de ella.
La policía fue accionada por los telespectadores. Interrogaron a los dos jóvenes. Recogieron los calzoncillos y las bragas de ambos y las sábanas de la cama. La gente discute, se acalora, toma posición y hasta ha saltado al ruedo el prejuicio del racismo porque Daniel, es negro y por ello habría sido eliminado del programa, mientras que Monique, blanca, podrá seguir.
¿Y si Monique hubiese negado el estupro por vergüenza ante sus familia o, peor, para no ser despedida del programa en el que puede ganar un millón de reales? Las discusiones, desde los despachos de los ejecutivos hasta los gimnasios y peluquerías, no se apagan. Y como era de esperar, las otras emisoras de televisión que sufren celos con la gran audiencia del BBB de la Globo, se esfuerzan para rasgarse los vestidos sobre el estupro que quizás ni existió, pero que sirve para echar leña a la hoguera.
¿Y la Globo? Ha condenado que los participantes y posibles actores del posible estupro, no respetaron las normas éticas del programa. ¿Basta? ¿Y el haber permitido en el programa una fiesta regada a alcohol y que quizás podía preverse cómo habría podido acabar? A ello se juntan las eternas discusiones en las redes sociales, en los blogs, y hasta en los análisis políticos de los grandes diarios nacionales. ¿Acabar con los programas basura de la TV? Resuena fuerte el moralismo barato y las palabras mágicas: censura, nuevas leyes, posibles prohibiciones del programa por parte del Ministerio de la Mujer.
Se apela a que el programa está autorizado a los de 12 años y que se transmite tarde, como si a esa edad y más jóvenes y a esas horas no navegasen en las redes en programas más escabrosos si se les antoja.
Es cierto que cuando suena una alarma o cuando se enciende la luz roja y un tema social y ético se convierte en político y en motivo de polémica nacional, todos debemos reflexionar. ¿Y si se estuviera tocando el límite arrastrados por la codicia de la audiencia cada vez más esclavizada o de la competitividad cada vez más salvaje entre emisoras o de la manipulación de los instintos más bajos de la gente?
¿Es suficiente a una emisora decir que si el programa tiene audiencia es porque “les gusta” a la gente verlo? ¿Basta asegurar que no existe censura mejor que la de los televidentes que apagan indignados el televisor? Cada uno, en estos casos en que un escándalo enciende la polémica nacional, pone sobre la mesa sus principios, sus inhibiciones, sus moralismos y también sus justas preocupaciones frente a la posible degradación de la cultura y del buen gusto.
El programa del Big Brother y de los programas basura reproponen en todos los países la eterna cuestión de la libertad de expresión, del respeto a que las personas puedan estar interesadas también a la “basura”, ya que lo que para unos puede ser hasta cultura (ver los toros en España), o una foto que he visto hoy presentada como obra de arte: el agujero de una bala disparada contra un libro, para otros es simplemente degradación de la ética y acicate a la vulgaridad.
No he querido silenciar el ruido que el BB Brasileño está causando con el tema del estupro que ni se sabe si existió, porque hace parte de la realidad de la vida y sirve al periodista y al psicólogo para reflexionar sobre nuestra sociedad. Una sociedad que podrá ser mejor o peor que otras anteriores – yo creo que es mejor- , pero es la nuestra, y es una sociedad en la que la comunicación global, el milagro de internet y la curiosidad universal que despierta las nuevas técnicas de estar presentes cada segundo frente a los demás, hacen parte ya de nuestra vida.
Estamos llamados cada día más a vivir un Big Brother Global, universal, sin límites de tiempo ni de espacio. Somos todos o nos hacen transparentes. Somos hijos de nuestro tiempo.?Mejor huir de él o saber afrontarlo con sabiduría usando lo que tiene de positivo y defendiéndonos de sus posibles alineaciones?
Me preguntarán los lectores, que cual es mi opinión. Muy sencillo: que las soluciones pueden ser muchas, menos una: la censura y el moralismo, porque sería hipocresía. Como en la parábola de la mujer adúltera del Evangelio, habría que preguntar a los moralistas de turno a quienes les gustaría hoy “lapidar” a la Globo y a todos los programas que censuran y después quizás ven de escondidas, que si se sienten limpios “tiren la primera piedra”. Me quedo con la pregunta inteligente, sensata, moderada y realista del analista político brasileño Reinaldo Azevedo, cuando afirma que el programa del BBB tiene audiencia “porque a muchos les gusta verlo”, aludiendo a la hipocresía de los que querrían censurar lo que ellos mismos no consiguen dejar de ver cuando podrían simplemente cerrar el televisor.
Y al mismo tiempo me quedo con su otra pregunta severa y justa dirigida a los responsables de dichos programas: “¿Donde está el límite?”, a la que responde: “No en el moralismo barato y tacaño, sino, en el sentido común”, capaz de poner límite a las cosas, hasta a los excesos.
A los responsables de los programas osados, que usan el arma de de que a la gente “les gusta ver” esos programas, me quedo también con la respuesta que les da Azevedo: “Es que a lo mejor. mañana, les gustará ver algo mucho peor”.¿Y entonces qué? ¿Dónde y cuando decir de aquí no se puede ni se debe pasar?
Que lo digan los lectores