Acaban de hallarse pruebas biológicas de sacrificios humanos precolombianos, una práctica que también existió en otros pueblos, como entre ellos los griegos y romanos. Todos ellos han estado siempre estrechamente ligados a los dioses y a las religiones.
“Hoy, Occidente, los define de manera grotesca, pero fue una realidad que surgió con estas civilizaciones”, explica, el arqueólogo, Guillermo de Anda.
Lo cierto es que a los dioses antiguos les gustaba la sangre humana. A los antiguos y a los modernos.
Hoy los dioses no son las divinidades a las que se les ofrecía el corazón arrancando a un niño aún vivo, el órgano que pulsa la sangre del cuerpo. Son los dioses del dinero, de las finanzas, de la política, de los mercados, a los que les sacrificamos no la sangre pero sí la vida de millones de personas a las que se les arranca el derecho a vivir con dignidad: el empleo, los ahorros de una vida, sus derechos adquiridos. Les sacrificamos a esos dioses hasta nuestro derecho a la felicidad.
Curiosamente, como los dioses antiguos, también los modernos dioses del dinero, son invisibles, sin rostro, sin identidad. Son también divinos, incontestables, sacerdotes del templo de las Bolsas, que habitan en el olimpo de los paraísos fiscales. El poder político se arrodilla ante ellos.
Como las antiguas divinidades, a las que los hombres les ofrecían la sangre humana, también las nuevas divinidades aparecen con sus fauces sedientas de otra sangre, la del oro. Y nuestros representantes, secundan esa hambre y esa sed de vidas humanas, llenando de nuevo sus arcas cuando su avaricia las ha vaciado a costa de estrujar el corazón y el alma de los fieles de sus iglesias.
El historiador brasileño Ronaldo Vainfas, de la Universidad Federal del Estado de Rio, explica al diario O Globo, que cada cultura ha presentado una justificación a los sacrificios humanos. Según Vainfas, “las sociedades arcaicas sacrificaban para comulgar con los dioses y por miedo, los nazistas para purificar la raza y la Inquisición para purificar la fe”.
¿Y los sacerdotes de hoy, los de los paraísos fiscales, de qué quieren purificar a la sociedad? Sedientos de dinero, como los dioses antiguos de sangre caliente, ellos pretenden que les ofrezcamos en el altar del sacrificio, lo mejor de nuestra vida, el futuro de nuestros hijos, nuestra salud, nuestra alegría, nuestro derecho a participar a la mesa de las riquezas de la Tierra que son de todos.
Y lo más grave es que, como en los antiguos ritos sacrificales donde corría la sangre humana, nosotros, fieles devotos de sus iniquidades, asistimos pasivos a nuestro martirio cotidiano. Algunos consiguen rebelarse e “indignarse”, hasta que los dioses lo permiten. La mayoría llora, maldice y calla.
Una pregunta debe haberles aparecido a los lectores en la punta de la lengua: ¿Por qué los humanos, desde la prehistoria a hoy, hemos aceptado que a los dioses, para evitar sus venganzas, debamos ofrecerles nuestra sangre o nuestro dinero?
Sabemos que somos nosotros, el Homo Sapiens, quien se ha inventado a esos dioses feroces, ávidos de venganza y de sacrificios. ¿Por qué? ¿Por qué no pudimos inventarnos dioses a los que alimentar con flores o poesía?
Quizás porque creamos a los dioses a nuestra imagen y semejanza. Y el espejo en el que plasmamos nuestra imagen es el de la violencia. El ser humano identificó siempre fuerza con violencia, divinidad con hambre de sacrificios, dioses caníbales.
Eso los antiguos. Nosotros los modernos estamos creando los nuevos dioses a los que al mismo tiempo, tememos, envidiamos y rendimos pleitesía.
Los vemos a esos dioses invisibles del dinero como a los nuevos héroes: los fuertes, los triunfadores,tan imbuidos de su omnipotencia, que pueden permitirse alimentarse de la sangre, la ignorancia o la impotencia de sus fieles.
Al final, nada de nuevo. La barbarie continúa siendo perpetrada no sólo en nombre de los dioses que nosotros nos hemos forjado, sino en homenaje a la fuerza y omnipotencia que nosotros les hemos otorgado.
¿Seremos algún día capaces de derribarles de sus pedestales de cartón? ¿Seremos capaces de castrarles de una fuerza que ellos no tendrían si nosotros no se la hubiésemos alimentado?
Existe ya en nuestro mundo moderno, el ateísmo religioso. ¿Cuando conseguiremos crear el ateísmo del dinero? Hemos sido capaces de derribar en parte la hipocresía de los dioses religiosos y sus amores por el infierno y el castigo. ¿Cuando seremos capaces de derribar a los dioses de las financias y sus amores por el lucro, la especulación y la indiferencia ante el dolor y las lágrimas de sus víctimas?