En los últimos tres años, 1.120 policías han sido expulsados por corrupción en Rio. Más de uno al día.
La cifra la ha dado el Secretario de Seguridad de la capital carioca, José Mariano Beltrame, que goza de tanto prestigio que ha sido propuesto para el Nobel de la Paz por su trabajo en la difícil tarea de pacificación de las favelas.
Beltrame con los niños de un coro de una favela pacificada
Beltrame, conocido ya internacionalmente por sus esfuerzos en limpiar del cuerpo policial las manzanas con el gusano de la corrupción, no esconde las llagas del cuerpo policial, como se solía hacer anteriormente. Al revés, no duda, como acaba de hacerlo, en denunciar ese drama de un cuerpo policial que cada día pierde a uno de sus miembros azotado por el pecado de la corrupción.
El último caso, cogido con la masa entre las manos, ha sido el del policía militar, Eduardo de Asís Vieira, de 39 años, detenido por sus mismos colegas mientras recibía de los chóferes de furgonetas que transportan ciudadanos dentro de las favelas, dinero de corrupción.
En junio, 12 policías dentro de una de las favelas pacificadas, la de Mangueira, fueron detenidos después de la denuncia del padre de un traficante de drogas que confesó haber pagado a esos policías 3.500 reales para que no detuvieran a su hijo.
Los casos se multiplican cada día y el cuerpo de policía ve menguar su contingente caído bajo el peso de las acusaciones de corrupción.
La gente se queja, sin embargo, de que la acción de la justicia dentro del cuerpo sea tan lenta y llegue siempre tarde o no llegue. Beltrame ha confesado que también a él le gustaría una justicia más rápida contra los transgresores, pero que también ellos tienen derecho a los mecanismos de defensa, que alarga el proceso. Y ha recordado que son también policías los que detienen a sus mismos colegas, como indicando que también hay en el cuerpo quienes no se corrompen.
Sin duda, el caso de la policía carioca es ya atávico y de difícil solución.
Hubo casos en que autoridades políticas de la ciudad y del estado de Rio
negociaban con los narcotraficantes para que, por ejemplo, disminuyeran
los secuestros de personas a cambio de asegurarles que la policía
cerraría uno o los dos ojos ante sus otras fechorías.
A ello hay que añadir que se trata de un cuerpo poco preparado técnicamente, aunque haya mejorado últimamente, que gana poquísimo y que por ello está expuesto a la corrupción fácil que va desde aceptar dinero para no perseguir o detener a los traficantes, a venderles sus propias armas.
Hay policías que han confesado, bajo anonimato, que les sacan a veces a la calle sin estar preparados, con armas que ni saben manejar y que tienen que enfrentar a unos narcotraficantes, con armas más sofisticadas que las suyas, que les vende el Ejército.
Ello explica que la policía de Rio y en general la brasileña sea la que más mata del mundo, en vez de detener vivos a los traficantes de droga, bajo el lema popular de que el mejor narco, es el “narco muerto”.
El secretario de seguridad Beltrame está haciendo milagros, pero el tema es más grave de sus mismos esfuerzos y viene arrastrándose, con difícil solución, desde hace decenios, como el tema en general de la seguridad pública, la primera preocupación de los brasileños en todas las encuestas, a pesar de que afecta ya a los mismos políticos.
Hace poco, por ejemplo, fue secuestrada en el centro de Brasilia la hija del Ministro de Pesca, Marcello Crivella, de la Iglesia Evangélica. Salvó su vida por milagro, consiguiendo huir del coche y lanzarse a una autopista pidiendo socorro, después de haber entretenido al secuestrador hablándole de Dios. Rocambolesco, pero real.
En las favelas se teme tanto a los policías como a los "bandidos"
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