Júlia (con acento, en portugués), a sus siete años, duerme en la calle,
en São Paulo, porque ella, sus padres y una hermanita de dos años, han
sido desolajados, por orden judicial, de un edificio ocupado en la
avenida Ipiranga, 908, donde dormían desde 2011.
Lo que, sin embargo, ha conmovido de la noticia que ha conquistado las
redes sociales, es el amor de la pequeña por sus libros, cuadernos y
lápices y su deseo de no perder ni un día la escuela.
Cuenta su madre Paula Renata, de 31 años, auxiliar de cocina desempleada, que cuando su hija supo que tenían que salir de casa, se abrazó a sus libros y cuadernos por miedo a perderlos, ya que la pequeña no deja la escuela “por nada al mundo”.
El sueño de los padres de Júlia- su padre también sin trabajo, viven del seguro de desempleo - es que ella haga el bachillerato, aunque la pequeña no se conforma con eso: “Mamá, quiero ir a la universidad y ser médica. Cuando lo sea os compraré un piso y un coche”, les dijo la primera noche que durmió en la calle donde los desalojados montaron unas tiendas de lona en frente a la Secretaría Municipal de Habitación.
Después de la primera noche pasada en la calle, Paula llevó a su hija a ducharse en otro edificio ocupado y aún no desalojado. Como había cola, Júlia llegó con unos minutos de retraso a la escuela pública Prudente de Moraes, en la avenida Tiradentes, a un kilómetro del acampamento. La puerta estaba ya cerrada. La madre suplicó para que la dejaran entrar explicando el caso. Fue inútil y Júlia, por primera vez, se quedó sin ir a clase. Y lloró.
En la Secretaría de Educación ya han pedido explicaciones a los responsables de la escuela por su falta de sensibilidad.
La historia emblemática de la pequeña Júlia, su amor por los libros y el
estudio, sus lágrimas por tener que perder un día la escuela, su sueño,
a los 7 años, de poder un día comprar un piso a sus padres y el tener que dormir, tan niña, en la calle por falta de un techo, plantea una serie de interrogativos.
El primero, que la historia desmiente que los niños de familias pobres
estén desestimulados para el estudio. A veces, son esas familias hasta
sin casa las que mejor entienden que sólo el estudio puede rescatar un
día el futuro de sus hijos. Y hay padres que hacen enormes sacrificios
para hacerles estudiar.
Es también significativo que una niña con sólo siete años quiera superarse en sus estudios pensando no sólo en ella sino también en sus padres a quienes espera un día “comprarles un piso”. Ello nos hace pensar lo poco que sabemos de la madurez de los niños, a los que creemos muchas veces incapaces de hacerse cargo de los dramas de la vida y de su propia familia.
Y por último, duele el ver que en la rica ciudad de São Paulo, la mayor
urbe de América Latina, donde vuelan en su cielo tantos helicópteros como en
Nueva York, muchos de ellos para llevar a los niños de los ricos a los
colegios por miedo a que sean secuestrados, una niña de siete años, con
ganas de estudiar, enamorada de sus libros y de su escuela tenga que
dormir en la calle.
Brasil, la sexta potencia económica del mundo, tiene un déficit habitacional asombroso. Según los sondeos faltan más de ocho millones de habitaciones. Ello, junto con la subida de los pisos en poco tiempo de hasta un 400% colocándose a precios europeos, hace que los millones de pobres acaben levantando sus cuchitriles en las favelas ya abarrotadas o en lugares peligrosos condenados a ser arrastrados por las primeras lluvias torrenciales.
El gobierno Dilma ha construido ya un millón de casas populares, pero lo cierto es que, además de ser muy poco, a veces han sido levantadas apartadas de los lugares de trabajo de la gente y sin infraestructuras, hasta el punto que hay familias que prefieren no ocuparlas y seguir en sus chabolas, cerca de donde trabajan.
Un gran desafío para el Brasil que como ha dicho Dilma sólo será rico de verdad, el día en que no tenga más pobres, no sólo sin comida sino también sin casa y sin educación.