Hace ahora 80 años que Hitler llegó al poder. En él fue arropado cómplicemente por una serie infame de silencios de los que entonces se decían demócratas, que le permitieron culminar su horror nazi y el Holocausto de seis millones de judíos.
El analista político brasileño, Reinaldo Azevedo, en su blog con 32 millones de visitas en 2012, alerta sobre el hecho de que 80 años no son nada en la historia humana.
“No hace tanto tiempo. En 1933 la humanidad ya disfrutaba de buena parte de la literatura que vale la pena, de buena parte del pensamiento que vale la pena, de buena parte incluso del conocimiento científico que nos sirve aún hoy de referencia. Y sin embargo, el mundo vivió bajo el signo de la bestia”, escribe.
Cuando se habla del Holocausto, los creyentes hablan del “gran silencio de Dios”. ¿Donde estaba? ¿ Por qué no gritó?
Azevedo pone el acento, sin embargo, en el magnífico post de su blog, sobre el “silencio de los hombres”, del mundo político, del de la cultura y de la inteligencia de entonces.
“Antes que Hitler se convirtiese en un homicida en masa, el ya había anexado Austria a Renania, y se hizo silencio”.
“Entró en Praga y comenzó a exigir parte de Polonia. Después vinieron Noruega, Dinamarca, Holanda, Francia...porque habían hecho un exceso de silencios”.
Y el blog va enumerando silencio tras silencio todo lo que permitió a Hitler, al que deseaban presentar incluso entonces para el Nobel de la Paz, acuñar uno de los peores y más crueles totalitarismos de la historia.
“Los millones de muertos del nazismo, especialmente los seis millones de judíos murieron de SILENCIO. Murieron porque los que defendían el orden democrático y los derechos fundamentales del hombre se mostraron incapaces de denunciar con rapidez el régimen de horror que estaba en curso”, escribe Azevedo.
Y aquellos silencios, digo yo, fueron peores que el silencio de Dios.
El bloguero elenca algunas exigencias del programa que los nazis tenían para Alemania que, según él dejan aún encantados a algunos izquierdistas y populistas de hoy, especialmente, dice, a “aquellos que defienden el control social de los medios de comunicación y un cierto estatalismo que coloca la fuerza del estado sobre los valores de la libertad individual”.
Entre las exigencias del programa nazi estaba, en efecto, la siguiente:
“Exigimos que se luche por la ley contra la mentira política deliberada y su divulgación a través de la prensa. Para que se torne posible la constitución de una prensa alemana exigimos:
a) que todos los redactores y colaboradores de periódicos editados en lengua alemana sean obligatoriamente miembros del pueblo (Volksgenossen);
b) que los periódicos no alemanes sean sometidos a la autorización expresa del Estado para poder circular. Que no puedan ser impresos en lengua alemana;
c) Que toda participación financiera y toda influencia de no alemanes sobre los periódicos alemanes sean prohibidas por ley, y exigimos que se adopte como sanción cualquier infracción o cierre de empresa periodística y la expulsión inmediata de los no alemanes envueltos para fuera del Reich. Los periódicos que contrasten con el interés general deben ser prohibidos;
d) Exigimos que la ley combata las tendencias artísticas y literarias que ejerzan influencia debilitante sobre la vida del pueblo, y el cierre de establecimientos que se opongan a las exigencias encima enumeradas”.
Según Azevedo “esa cultura de ingeniería social, que anula los derechos individuales en nombre de un estado reparador, aún está presente en nuestro mundo. Se establece ofreciendo un paraíso en la tierra, un verdadero reino de justicia e igualdad. Y ya vimos lo que ocurrió”.
Y añade: “las tentaciones totalitarias manipulan el discurso de la igualdad para crear un ente de razón, estado o partido que busca substituirse a la sociedad”.
Si toda historia acaba siendo maestra de la actualidad, la terrible historia del nazismo y de su líder, de hace sólo 80 años, interpela hoy a todos aquellos tentados de imponer gobiernos populistas o nacionalistas que, en nombre de la justicia y de la defensa del pueblo, acaban asesinando los valores de la libertad. Y, en definitiva, de la sociedad, verdadero y legítimo sujeto político.
La sociedad que pide más democracia y directa