Juan Arias

Sobre el autor

es periodista y escritor traducido en diez idiomas. Fue corresponsal de EL PAIS 18 años en Italia y en el Vaticano, director de BABELIA y Ombudsman del diario. Recibió en Italia el premio a la Cultura del Gobierno. En España fue condecorado con la Cruz al Mérito Civil por el rey Juan Carlos por el conjunto de su obra. Desde hace 12 años informa desde Brasil para este diario donde colabora tambien en la sección de Opinión.

Eskup

La bala perdida que acabó con la pequeña María en la Nochebuena

Por: | 24 de diciembre de 2013

Maria Eduarda
Se llamaba María Eduarda. Acababa de cumplir 12 años. Una bala perdida, durante un tiroteo entre policías y narcotraficantes en una de las más de mil favelas de Río, atravesó su cabeza. Llegó muerta al hospital.

Fue ayer tarde, vísperas de Nochebuena. Los noticiarios, esta vez, dieron al sacrificio de la pequeña un poco más de espacio por haber ocurrido en vísperas de Nochebuena. Y aún así, se ha tratado de crónicas policiales.

Dicen que se está estudiando si la bala que acabó con la vida de la pequeña María, salió del arma de un policía o de un traficante de drogas. ¡Gran consuelo para la familia!
Hablan sólo de dos hermanos que indignados, aseguran, que la bala fue disparada por un policía militar. También un tío de la niña fue herido.

¿Una bala perdida más que acabó con la vida y las esperanzas de una muchacha en flor? Me hubiese gustado saber algo más de la historia, casi una rutina en esas favelas donde la muerte violenta, hija del tráfico de drogas, hace parte del triste y doloroso cotidiano de aquellas gentes en su mayoría negros o de color que luchan para sobrevivir y no morir jóvenes.

Nadie habla de los padres de María. ¿Con quién vivía? Me gustaría saber qué había pedido a Papa Noel para esta Navidad que no llegó a saborear, o qué planes tenía para su futuro que la violencia le arrancó de cuajo. En una favela una niña de 12 años es ya una mujer.

Los habitantes de la favela, indignados, salieron de sus chabolas, cortaron una carretera e incendiaron un autobús. Desahogo inútil, porque su voz no llega a los que ocupan los sillones del poder,

En Brasil mueren asesinadas 50.000 personas cada año, la gran mayoría, jóvenes, pobres y negros, como María. Este año menos en siete Estados

Aquí la muerte se abraza cada día con la vida, caminan juntas en un difícil y peligroso viaje, creando la angustiosa paradoja de un pueblo que cautiva a los extranjeros por sus valores de acogida, de amabilidad, un pueblo pacífico que sufre en su carne la violencia cotidiana impuesta por el tráfico de drogas.

A los padres de familia que lean este blog y tengan hijas de la edad de María, les hago una petición: que se acuerden en esta Navidad que en el mundo muchachas felices, abiertas a la ilusión y a la esperanza, como las nuestras conviven con otras a las que el destino hizo nacer en lugares y situaciones en las que la violencia les arranca con excesiva facilidad la vida al amanecer.

Que ese recuerdo nos sirva a todos para saber agradecer el regalo navideño de tener hijos con esperanza de futuro y para no olvidar al mismo tiempo, que otros chicos y chicas, iguales en sus deseos y en sus anhelos de felicidad, siguen viviendo siempre en alerta de que una bala perdida o una violencia inesperada pueda arrancarles la vida sin respetar ni la fiesta familiar de la Navidad, que es una fiesta de vida y no de muerte.
A la pequeña María, donde se encuentre en esta Navidad, en el reino ya de lo eterno, el cariño de este Blog que tiene su corazón puesto en este Brasil, apellidado de país de futuro, pero que para miles es aún sólo de presente porque el futuro se lo arranca la moderna y tecnológica guadaña de la muerte precoz.

El tronco seco del que brotó vida

Por: | 20 de diciembre de 2013

Tronco
Como mis lectores saben, vivo en un pueblecito de pescadores, frente al Atlántico, a unos kilómetros de Río, que lleva el nombre indígena de Saquarema. Aquí, la Navidad es sin nieve, disfrutada en las playas de arena blanca. No hay turrón ni villancicos, pero sí mucha alegría y pavo disfrutado en familia.

Días atrás, paseaba por la acera de una calle toda de casitas modestas, pero todas con su jardín tropical y sus imprescindibles cocoteros. Aquí, la acera de las casas es de dominio del propietario de la misma. El municipio les deja a los ciudadanos hacer de ella lo que mejor gusten. Unos plantan flores o cactus. Algunos hasta árboles. Pasando por una de esas aceras, noté que el propietario había cortado una amendoeira que se había secado. La cortó dejando parte del tronco que acabó convirtiéndose en un banquito para sentarse.

Mientras pasaba por allí, las mujeres volvían de un mercado llevando para casa las primeras compras para la cena navideña. Observé que en aquel  tronco seco de meses, había nacido una familia de hongos de la madera, color naranja.  Era un pedazo de vida brotando de la muerte. Y lo vi como un símbolo de la Navidad, que no es otra cosa que la celebración del misterio de la vida. Los cristianos celebran el nacimiento de un niño al que llaman  el Salvador, símbolo de esperanza y de redención.

Pero la Navidad es algo más. Es también el recuerdo perenne de que la vida es más fuerte que la muerte. Por eso seguimos existiendo en este pedazo minúsculo del firmamento. Cada niño que nace, cada ser vivo que abre los ojos a la existencia, racional o no, cada animal y cada planta que brota, son dignos de celebración.

Quizás por ello, en el inconsciente colectivo, la Navidad lleva encerrado en su DNA, ese gusto por la vida, esa maravillosa sensación de cada ser que llega de la nada a visitarnos y llega a  traernos una nueva vibración de vida.

Y como todo lo relacionado con la vida, lleva intrínseco el recuerdo de que ella no es eterna, que es sólo una rueda que gira entre entre un amanecer y un atardecer, entre un nacimiento y un adiós definitivo.

Por ello, la Navidad suele ser siempre agridulce. Nos reunimos los aún vivos para recordar también a los que nos dejaron. La Nochebuena en familia está cargada de simbolismos y corren, a veces, por el río de alegría ritual celebrada juntos, pequeñas venas de una sutil y no declarada tristeza oculta.

La familia ideal no existe. Los conflictos familiares los conocemos todos, y afloran a veces con fuerza en estos días en los que nos esforzamos por estar más juntos y olvidar las aristas.

Hoy la familia es muchas veces múltiple. Existen unas familias dentro de otras. ¿Con quien pasan la Navidad los hijos del primer matrimonio? ¿Cómo reunirse en la misma mesa festiva hermanos desgarrados en su cotidiano? Todo ello hace parte de la Navidad que,  a su vez , hace parte de la vida,

Después llega el Año Nuevo. Y ahí, sí, el sentimiento de alegría es más universal. Como en un coro, todos, sin distinción, nos deseamos y deseamos para el otro, un año por lo menos no peor que el que se fue y, si posible, mejor.

Es la fuerza de la vida, que si es capaz de brotar de un tronco seco, lo es también de renovar esas esperanzas que, en el trajín doloroso del cotidiano, pueden parecer a veces muertas o adormecidas.
Por eso, para mi puñado de lectores, para ellos y sus familias mi

¡Feliz Nochebuena! Y mis deseos de un 2014, cargado de nuevas ilusiones y sorpresas, vividas con la inocente y fervorosa felicidad con la que nuestros niños reciben sus regalos de manos de los misteriosos Reyes Magos, o como aquí en Brasil, del bonachón papá Noel.

  Wounda (29)

El chimpancé Wounda se despide de Jane Goodall que cuidó de él desde niño, cuando unos cazadores mataron a su madre. La foto recoge el momento en que, adulto,  Wounda se despide de Jane antes de ser dejado libre en la selva.

Ocho millones de brasileños aún no tienen retrete

Por: | 12 de diciembre de 2013

Retretes lujosos
Brasil es la séptima potencia económica del Planeta, pero aún ocho millones de ciudadanos no tienen retrete y otros tantos carecen  hasta de casa.

Como escribe Agostinho Vieira en su columna Economía Verde del diario O Globo, esos ocho millones de brasileños sin baño “hacen sus necesidades básicas donde Dios quiere y la vergüenza lo permite”.

Entre esos millones de ciudadanos que, según datos de Unicef, tienen que hacer sus necesidades donde pueden y a veces no deberían, se encuentran casi medio millón de niños en la región seca del Nordeste pobre, que no disponen de retrete en las escuelas, lo que hace que aumente gravemente la ausencia de ellos a las clases.

Según Vieira esos datos pueden ser en realidad mucho más altos ya que ellos reflejan el Brasil legal, pero no el real que es aún peor.En ese cálculo, por ejemplo, no están comprendidas las favelas.

El tema de la higiene familiar, de los desagües, de los alcantarillados, de todo ese mundo “bajo tierra” que nunca interesa demasiado a los políticos porque se trata de obras y presupuestos caros que “no dan votos”, es una de las mayores lagunas de este país rico en todo, menos en infraestructuras.

Este aspedcto de la higiene familiar, tan relacionada con el aumento de algunas enfermedades como el cólera, la diarrea o el tifus, estuvo parado prácticamente desde los tiempos en que gobernaron los militares.

Sólo en 2007, bajo la presidencia del exsindicalista Lula da Silva, fue aprobada una ley que preveía la creación de un Plano Nacional de Saneamiento Básico y sólo ahora, ocho años después la actual Presidenta Dilma Rousseff lo acaba de poner en marcha, con un presupuesto de 508.000 millones de reales (250.000 millones de dólares).

El cálculo que hacen los especialistas es que dado que el gasto en este campo ha sido de unos 8.000 millones anuales, para que todos los brasileños puedan llegar a tener retrete, serán aún necesarios 60 años más.

Brasileños sin retrete
Un dato que indica la modernidad en la creación de estructuras destinadas a sanear las necesidades básicas de higiene, lo constituye la pérdida de aguas que en Brasil es de un 40%, mientras en Europa es de un 15% y en Japón de un 5%.

Todo ello tiene mucho que ver con las prioridades que los políticos dan a las obras públicas, donde siempre tienen preferencia aquellas que dan más a la vista, que aparecen más y atraen votos. Las que corren bajo tierra y ni pueden ser fotografiadas, se van quedando, juntos con las leyes ya aprobadas, en el fondo de los armarios de la burocracia.

Recuerdo, al respecto, una excepción  que tuvo lugar en Roma, la primera vez que fue nombrado alcalde de la ciudad no un político si no un famoso crítico de arte, Giulio Carlo Argán, miembro de honor de la Academia Americana de Arte y Ciencias.

Roma es una ciudad milenaria. Su subsuelo está agujereado. Son varias ciudades construidas a lo largo de los siglos una encima de otra. Y el drama era que por falta de alcantarillados, cada vez que llegaban las lluvias, la capital del Orbe, se inundaba convirtiendo en un martirio el poder pasear por sus calles.

Llegó Argán y todos pensaron que el intelectual y artista iba a añadir aún más bellezas externas a la ciudad que ya es un museo. No lo hizo. Se limitó a trabajar bajo tierra, en obras invisibles pero que resolvieron en buena parte una pesadilla de la gente. Fue alcalde sólo tres años (1976-1979) y le bastaron para dejar huella y fama.

¿Es posible que tenga que ser, a veces, un no político el que tenga sensibilidad suficiente para entender que ofrecer un retrete o agua corriente a una familia o alcantarillado a una ciudad, es mucho más importante y más digno que facilitarle con ayudas estatales la compra de un coche popular o de una televisión de plasma o levantar una estatua en una plaza?

Brasileños sin baño

Nadie nace sabiendo odiar

Por: | 06 de diciembre de 2013

Nelson Mandela (5)
Se nos fue Nelson Mandela y con él un pedazo de sabiduría y de vida jugada en el altar de la libertad. Sin él, como sin Luther King, los blancos seguiríamos mirando de reojo a los hermanos negros.

Ellos nos despertaron de la pesadilla diabólica de crearnos superiores porque nuestra piel es menos oscura que la de ellos.

Mandela nos dejó miles de frases que sacuden nuestro conformismo. Una sobretodo me ha gustado siempre de modo especial: cuando dice que nadie nace odiando a alguien por el color de su piel, por su origen o su religión, porque a “odiar se aprende”, más tarde.

Y la reflexión que sigue es magnifica: “si somos capaces de aprender a odiar, también lo somos de aprender a amar”, es decir, a respetar a los diferentes, porque lo que nos separa es siempre menor de lo que nos une a la triste o alegre caravana de los seres pensantes.

Luther King (1)
De la misma forma que nadie nace sabiendo odiar y necesitamos aprenderlo, también se puede decir que nadie nace sabiendo la lengua de la violencia gratuita. También a aplastar al prójimo, a hacerle violencia, se aprende. Y si somos capaces de aprender a matar, también debemos ser capaces de aprender a salvar, a pacificar el mundo en vez de agredirlo.

El niño nace llorando porque tiene miedo tras haber perdido la seguridad de la que gozaba en el seno materno. Empieza a sonreír sólo cuando el amor de la madre lo envuelve en una mirada y en un abrazo que le ofrecen toda la seguridad del mundo.

El gusto por el sadismo lo vamos aprendiendo a lo largo de nuestra historia y todo lo quea nos rodea, en una sociedad puramente competitiva y agresiva, nos arrastra a quitarnos los miedos de l inseguridad que nos traemos en la maleta al nacer, sofocando al otro, dominándolo, violentándolo y obligándolo a arrodillarse a nuestros pies. Sólo entonces nos sentimos seguros.

Gandhi (2)
Nuestra sociedad, como nos enseñaron Mandela, Luther King o Gandhi, debería enseñar enseguida a los niños que se construye más con la paz que con la guerra; que se sufre menos perdonando que odiando y que, sobretodo, dormimos más tranquilos acunados por las bendiciones de aquellos a los que hemos conquistado para el partido de la paz, que aterrorizados con las pesadillas de los que, al revés, les hemos enseñado la demoníaca arte de la violencia, el rencor, o el desprecio por los diferentes y los débiles.

No es el poder, ni la fuerza de la violencia perpetrada contra el otro, lo que nos hace grandes y fuertes, sino la conciencia de nuestra fragilidad y de nuestra voluntad de ser sembradores de paz.
Como escribió Mandela, una de las pocas personalidades importantes de la Tierra capaces de dejar a millones de gente llorando de dolor por su desaparición, “no me juzguen por mis éxitos, sino por las veces que me equivoqué y conseguí levantarme de nuevo”.

Por eso Mandela, que ya pertenece a la eternidad, como ha escrito Obama, sigue vivo.

Nelson mandela (2)

¿Y si el papa la aboliese de una vez?

Por: | 04 de diciembre de 2013

Congregacion para al doctrina de la fe

El teólo alemán Hans Kung acaba de alertar en este diario que la piedra en el zapato del papa Francisco, en su esfuerzo para devolver a la Iglesia a sus orígenes, podría estar escondida en el lúgubre palacio vaticano de triste memoria, situado en la plaza de San Pedro y que alberga la poderosa Congregación para la Doctrina de la Fe.

Se trataría del actual Prefecto de dicha Congregación, el alemán Ludwig Müller, colocado allí por el anterior pontífice Benedicto XVI. No se cuantos cristianos han tenido conocimiento de un grave episodio reciente en el que Müller llegó a amonestar al papa Francisco por unas declaraciones suyas acerca de la posibilidad de que los cristianos divorciados y casados pudieran ser admitidos de nuevo a los sacramentos.

El prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe le recordó nada menos que al Papa que no se puede cambiar la doctrina católica.

Llevo muchos años siguiendo el camino a zigzag de la Historia del papado y de la Iglesia, que se mueve entre conservadurismo y algunos atisbos de renovación. Y no recuerdo nada semejante.

La gravedad de haberse hecho pública esa especie de aviso al papa Francisco sobre un posible desvío doctrinal suyo, es más serio si cabe si se tiene en cuenta que alrededor de Müller se podría ahora coagular todo el conservadurismo de la Iglesia que no ha visto con buenos ojos que el papa jesuita y franciscano haya querido desempolvar la figura y doctrina del Jesús histórico prefiriéndola a las sutiles teologías y áridos códigos de derecho canónico.

Gerhard Ludwig MüllerA ellos podrían unirse también, aprovechando la ocasión de oro, todas las mafias ocultas en el Vaticano que andan de uñas con Francisco que los quiere arrancar de sus nichos de poder.

Sería como advierte Kung, lo peor que podría pasarle al papa Francisco en el momento en que en su último documento acaba de declarar su deseo de llevar a cabo una transformación de la Iglesia a todos los niveles para devolverle su identidad original tras haberse, siglo a siglo, contaminado con los poderes mundanos.

La Iglesia está en una encrucijada difícil. Cristianos y de otras confesiones, y hasta gentes hasta ayer alejadas de todo credo están poniendo sus ojos de esperanza en la renovación traída por Francisco- que parece vivir más en Nazaret que en Roma- una renovación parecida, o quizás mayor que la que había traido hace ahora 50 años el Concilio Vaticano II, de Juan XXIII, el papa quizás más parecido en su alma rica de misericordia y ternura por los más desvalidos, a papa Francisco.

Quienes conocen de cerca al papa argentino saben que bajo su capa de humildad y bondad franciscana se esconde también un corazón jesuita, severo, inteligente, agudo. Firme, capaz de descubrir las ratoneras que le vayan poniendo delante.

Debería sin embargo ir desarmando ya algunas de ellas. Antes que lo atrapen.

La primera sería la abolición de la propia Congregación para la Doctrina de la Fe, increíblemente por encima teológicamente del mismo Papa al que puede llegar a frenar en sus proyectos de reforma.

Gustavo_gutiérrez_reproduçãoEs una Congregación de lúgubres recuerdos. Es la heredera de la Inquisición. Después pasó a llamarse Congregación del Santo Oficio, y ahora eufemísticamente aparece como la Congregación encargada de defender la fe. El último prefecto del exSanto Oficio, el cardenal, Ottaviani, se llamaba así mismo el “cancerbero de la fe”.

Tanto esa Congregación ha defendido la fe en los últimos decenios que llego a imponerse a los mismos papas. A Juan XXIII quiso deponerlo por “incapacidad mental”, cuando convocó el Concilio Vaticano II.

Tanto ha defendido la fe que condenó al silencio y al ostracismo a la mitad de la inteligencia de la Iglesia dejando con la boca cerrada a más de 500 teólogos que, como ha afirmado Francisco recibiendo a uno de esos condenados, que son teólogos que nunca dejaron de ser cristianos serios.

Quizás fue el abrazo en el Vaticano de Francisco con el padre Gustavo Gutiérrez, creador de la Teología de la Liberación lo que hizo calentar la sangre al actual prefecto que ha osado advertir al papa Francisco: “!Ahora basta”!

El papa tiene todos los poderes para acabar con esa anomalía evangélica de un tribunal, hijo de la vieja Inquisición, siempre dispuesto a condenar, al revés de Jesús que perdonaba todas las debilidades de los sin poder para fustigar, al revés, los desmanes de los poderosos.

Y si abolir de un plumazo una fortaleza del conservadurismo católico como esa congregación fuera para él aún arriesgado y peligroso por su alto valor simbólico, podría transformarla en una comisión de eclesiásticos y laicos cristianos que en vez de ser jueces de la doctrina, fueran un núcleo de diálogo para discutir, junto con el papa, las cuestiones delicadas relacionadas con la fe que puedan surgir. Una vez discutidas podrían llevarlas al conocimiento de todos los demás obispos del mundo y de la comunidad cristiana, en vez de trabajar en la oscuridad de aquel palacio manejando siempre intrigas y acusaciones anónimas.

Una comisión de ese tipo, que reuniera las diferentes tendencias de la Iglesia, sin prejuicios, y con espíritu de diálogo nunca habría condenado a teólogos como Hans Kung o Leonardo Boff . Quizás a ninguno de los 500 arrojados al olvido como apestados de la fe.

Leonardo-boff (5)
Ni el drama de los escándalos de pedofilia de la Iglesia, conocidos y ocultados durante decenios en los archivos de la Congregación hubiese llegado a una impunidad que ha manchado gravemente la túnica de la Iglesia.

Una comisión de diálogo abierta, alérgica a esconder los trapos sucios y a trabajar con transparencia evangélica, hubiese abortado desde el primer momento aquel drama, sin esconderlo bajo los tapetes de raso del palacio inquisitorial.

Si Francisco pretende, de verdad, como parece, devolvernos a la Iglesia del perdón, de la libertad y de la predilección por los más débiles y desvalidos, que empiece por abrir las puertas y ventanas de la vieja Inquisición. Que empiece la era del perdón y que vuelvan a resonar en la Iglesia aquellas duras palabras de Jesús a los sacerdotes y fariseos de su tiempo que pretendían cargar sobre los hombros de la gente “pesos que ellos mismos eran incapaces de soportar”.

Y que vuelva a llamarles “sepulcros blanqueados”, antes de que maquinen intrigas contra él por ser sembrador de misericordia y no de condenas.

Jesus docet.

Papa-francisco (Deus)

(TRADUCCIÓN AL PORTUGUES_ Texto publicado en la Edición brasileña de EL PAÍS)

O teólogo alemão Hans Küng acabou de alertar neste jornal que a pedra no sapato do papa Francisco, em seu esforço por devolver a Igreja às suas origens, poderia estar escondida no lúgubre palácio Vaticano de triste memória, situado na praça de São Pedro, que abriga a poderosa Congregação para a Doutrina da Fé.

Trata-se do atual prefeito da dita Congregação, o alemão Ludwig Müller, colocado ali pelo pontífice anterior, Bento XVI. Não sei quantos cristãos tiveram conhecimento de um grave episódio recente no qual Müller chegou a admoestar o papa Francisco por suas declarações respeito da possibilidade de que os cristãos divorciados e casados pudessem ser readmitidos nos sacramentos.
O prefeito da Congregação para a Doutrina da Fé lembrou ao Papa que não se pode mudar a doutrina católica.

Há muitos anos acompanho o caminho em zig-zague da história do papado e da Igreja, que se movimenta entre o conservadorismo e alguns lampejos de renovação. E não me lembro de nada semelhante.
A gravidade de ter vindo ao público essa espécie de aviso ao papa Francisco sobre um possível desvio doutrinal seu é mais séria – se é que isso é possível – caso se leve em conta que poderia se coagular agora em torno de Müller todo o conservadorismo da Igreja, que não viu com bons olhos que o papa jesuíta e franciscano tenha querido desempoeirar a figura e a doutrina do Jesus histórico, preferindo esta às sutis teologias e áridos códigos de direito canônico.

A eles poderiam se unir também, aproveitando a oportunidade de ouro, todas as máfias ocultas no Vaticano, que andam às turras com Francisco, que os quer arrancar de seus nichos de poder.
Seria, como adverte Küng, o pior que poderia acontecer ao papa Francisco no momento em que, em seu último documento, acaba de declarar seu desejo de levar a cabo uma transformação da Igreja em todos os níveis para lhe devolver sua identidade original, depois de ter, século após século, se contaminado com os poderes mundanos.

A Igreja está numa encruzilhada difícil. Cristãos e fiéis de outras confissões, e até pessoas até ontem afastadas de qualquer credo, estão pondo olhos esperançosos na renovação trazida por Francisco – que parece viver mais em Nazaré do que em Roma –, uma renovação parecida, ou talvez maior, do que aquela promovida há 50 anos pelo Concílio Vaticano II, de João XXIII, talvez o papa mais parecido – em sua alma rica de misericórdia e ternura pelos mais desvalidos – com o papa Francisco.

Aqueles que conhecem de perto o papa argentino sabem que sob sua capa de humildade e bondade franciscana se esconde também um coração jesuíta, severo, inteligente, agudo. Firme, capaz de descobrir as armadilhas que vão lhe pondo pela frente.

Deveria, entretanto, ir desarmando algumas delas. Antes que o peguem.
A primeira seria a abolição da própria Congregação para a Doutrina da Fé que, incrivelmente, está teologicamente acima do próprio papa, podendo inclusive chegar a barrar seus projetos de reforma.

É uma Congregação de lúgubres lembranças. É a herdeira da Inquisição. Depois, passou a se chamar Congregação do Santo Ofício, e agora, eufemisticamente, aparece como a Congregação encarregada de defender a fé. O último prefeito do ex-Santo Ofício, o cardeal Alfredo Ottaviani, chamava a si mesmo de “leão de chácara da fé”.

Essa Congregação defendeu tanto a fé nas últimas décadas, que chegou a se impor acima dos próprios papas. Ela quis depor João XXIII por “incapacidade mental” quando ele convocou o Concílio Vaticano II.
Tanto defendeu a fé, que condenou ao silêncio e ao ostracismo metade da inteligência da Igreja, deixando de boca fechada mais de 500 teólogos que, como afirmou Francisco quando recebeu um desses condenados, são teólogos que nunca deixaram de ser cristãos sérios.

Talvez tenha sido o abraço no Vaticano de Francisco com o padre Gustavo Gutiérrez, criador da Teologia da Libertação, que fez ferver o sangue do atual prefeito, que ousou então advertir o papa Francisco: “Agora chega!”.

O papa tem todos os poderes para acabar com essa anomalia evangélica de um tribunal, filho da velha Inquisição, sempre disposto a condenar – ao contrário de Jesus, que perdoava todas as fraquezas dos sem-poder, para, ao contrário, fustigar os excessos dos poderosos.

E se ainda fosse arriscado e perigoso para ele abolir de uma só vez um bastião do conservadorismo católico como essa congregação, por seu alto valor simbólico, ele poderia transformá-la numa comissão de eclesiásticos e cristãos laicos que, em vez de serem juízes da doutrina, seriam um núcleo de diálogo para discutir, junto com o papa, as questões delicadas que possam surgir relacionadas à fé. Uma vez discutidas, poderiam levá-las ao conhecimento de todos os demais bispos do mundo e da comunidade cristã, em vez de trabalhar na escuridão daquele palácio, sempre manipulando intrigas e acusações anônimas.

Uma comissão desse tipo, que reunisse as diferentes tendências da Igreja, sem preconceitos e com espírito de diálogo, nunca teria condenado teólogos como Hans Küng ou Leonardo Boff. Ou talvez nenhum dos 500 lançados ao esquecimento, como se fossem a peste da fé.

Nem o drama dos escândalos de pedofilia da Igreja, conhecidos e ocultados durante décadas nos arquivos da Congregação, teriam chegada à impunidade que manchou gravemente a túnica da Igreja.
Uma comissão de diálogo aberta, alérgica a esconder a roupa suja e disposta a trabalhar com transparência evangélica, teria abortado desde o primeiro momento aquele drama, sem escondê-lo debaixo dos tapetes de cetim do palácio inquisitorial.

Se Francisco pretende mesmo, como parece, devolver-nos a Igreja do perdão, da liberdade e da preferência pelos mais fracos e desamparados, que comece por abrir as portas e as janelas da velha Inquisição. Que comece a era do perdão, e que voltem a ecoar na Igreja aquelas duras palavras de Jesus aos sacerdotes e fariseus do seu tempo, que pretendiam jogar nos ombros das pessoas “pesos que eles mesmos eram incapazes de suportar”.

E que volte a chamá-los de “sepulcros caiados”, antes que maquinem intrigas contra ele por ser semeador de misericórdia e não de condenações.

Jesus docet.


El País

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