Juan Arias

Sobre el autor

es periodista y escritor traducido en diez idiomas. Fue corresponsal de EL PAIS 18 años en Italia y en el Vaticano, director de BABELIA y Ombudsman del diario. Recibió en Italia el premio a la Cultura del Gobierno. En España fue condecorado con la Cruz al Mérito Civil por el rey Juan Carlos por el conjunto de su obra. Desde hace 12 años informa desde Brasil para este diario donde colabora tambien en la sección de Opinión.

Eskup

Poco entusiasmo en Brasil con el Mundial de Fútbol

Por: | 30 de enero de 2014

Manifestaciones contra la Copa en São Paulo
Entre incrédulo y atónito, el mundo se pregunta por qué Brasil, la meca del fútbol, un país cuyos ciudadanos llevan en el ADN la pasión por el balón que ha contagiado al planeta, se muestra contra la celebración de la Copa, un acontecimiento que tantos hubieran ansiado. Y la respuesta quizá entrañe una sorpresa inesperada.

Las imágenes de la primera manifestación callejera contra la Copa, ocurrida el sábado en São Paulo, ciudad donde arrancaron también las primeras protestas masivas en junio pasado -cuando se dijo que el gigante Brasil "se había despertado" - han recorrido las primeras páginas internacionales tanto por la violencia de los manifestantes como por la de la policía que disparó a un joven de 22 años, algo impensable en un régimen democrático porque evoca los fantasmas de la dictadura.

Existe un suspense general sobre lo que ocurrirá dentro de cinco meses. Quizá no pase nada o quizá sí. El lema de los manifestantes, Não vai ter Copa (No va a haber Mundial), ha movilizado hasta a la presidenta de la República, Dilma Rousseff, que se ha tomado en serio la amenaza y ha colocado enseguida en las redes sociales su hastag: VaiterCopa (Va a haber Copa).

La perplejidad dentro y fuera del país frente a este rechazo de la celebración de la Copa y la consecuente pregunta: "¿Cómo es esto posible en Brasil?" es de difícil respuesta. Me atrevería a decir que el resultado final podría sorprender positivamente al mundo. Y eso, independientemente de que haya o no Copa (que la habrá) y no tendrá que ver con que Brasil gane por sexta vez (ojalá) el precioso trofeo o repita la dolorosa hazaña del último Mundial celebrado aquí en 1950 en aquel aciago partido contra Uruguay en el mítico Maracanã de Río.

No importa en este punto si habrá o no nuevas y violentas manifestaciones como las que se registraron durante la Copa de las Confederaciones, cuando en los alrededores del nuevo y millonario estadio de Brasilia había más gente protestando fuera que dentro viendo el partido.

Las fichas del juego ya están echadas. Brasil ha sido capaz de crear un estado de conciencia crítica, más allá de las motivaciones concretas que han podido despertar las protestas que son, en muchos casos reales, como el despilfarro de dinero público, el descuido en la creación de infraestructuras o el temor de que Brasil pueda "hacer el ridículo" ante los extranjeros que podrían encontrarse un país con unos servicios ineficaces. Hasta la FIFA, en efecto, llegó a poner en tela de juicio la capacidad brasileña para organizar tal acontecimiento ante el retraso de los preparativos.

El fútbol, y el deporte en general, han sido siempre usados y abusados por el poder en las dictaduras y en las democracias como opio del pueblo o como "hipnotismo" que decía el gran Sócrates. En las dictaduras de forma descarada y zafia, como cuando durante el franquismo, el feroz dictador Franco asistió al partido España-Rusia para recibir de pie el grito del estadio: "!Franco, Franco, Franco!" como si hubiera sido el generalísimo y no el jugador del Zaragoza, Marcelino, el que marcó un gol contra la Rusia "comunista". El agudo periodista e historiador, Elio Gaspari, acaba de recordar que durante la Copa de 1970, "cuando la dictadura afianzaba su popularidad con los éxitos de la selección", hubo días en que los militantes de Alianza Libertadora Nacional (de izquierda) celebraban los goles "con los tiros de Winchester".

Que Rousseff, responsable de presidir un Gobierno en una democracia consolidada, se preocupe por la imagen negativa que posibles protestas contra la Copa pueda ofrecer al exterior, es justo y normal. Y ha acuñado el eslógan de que Brasil va a realizar la "Copa de las Copas", superando a todas las celebradas hasta ahora.

Se me ocurre, a la luz de todo lo que está ocurriendo, con las protestas contra el Mundial, que la presidenta ha podido ser profeta sin quererlo. Es posible que esa sorpresa, que dije podría dar este país al mundo con la Copa, se refiera al hecho de que este Mundial sea quizás el último. Y podría ser Brasil, que conserva intacta en sus entrañas, a pesar de todo, la pasión del fútbol, el que obligue a una FIFA desprestigiada, involucrada en sospechas de escándalos de corrupción, movida por el peor de los capitalismos, a mudar de piel.

Brasil podría estar enviando un mensaje al mundo para ponerlo en guardia sobre la degeneración de ese evento mundial que se ha convertido en objeto de sospechas y amenaza al verdadero fútbol, un deporte que está conquistando hasta a Estados Unidos.

Es como si Brasil estuviera diciendo que tal y como van las cosas en este campo, no le interesa la Copa, ni jugarla ni ganarla. Que la pasión por el deporte se está cambiando por una operación capitalista cuya máxima expresión son los enjuagues de la FIFA que está matando al verdadero fútbol.

Existe, sobre todo entre los jóvenes, y más entre los que llegan hasta el centro rico de las ciudades desde los guetos excluidos del festín - de donde proviene buena parte de los astros mundiales del balón - la convicción, quizá ni siquiera explícita, de que el fútbol, esa pasión colectiva, debe volver a los orígenes, aquellos en los que los jugadores daban el alma y el corazón en el campo, no tanto por dinero cuanto por el placer de vencer y de hacer vibrar a la afición.

Esos jóvenes intuyen que el mundo del fútbol se ha convertido en el gran mercado de las vacas, donde los jugadores son objetos de disputa entre las grandes financieras y a cuyas espaldas hasta los funcionarios de los clubes se enriquecen ilícitamente, como parece ocurrir con el triste y emblemático caso de la "venta" de Neymar que ha obligado a dimitir al presidente del Barcelona.

Como me ha recordado el mallorquín afianzado en Brasil, Saturnino Pesquero, que enseñó en la Universidad Federal de Goiás y es uno de los grandes expertos en Leonardo da Vinci, si es cierto que el hombre creó el lenguaje, no es menos cierto que el lenguaje acaba marcando al hombre. Basta leer un artículo sobre la economía del fútbol para que aparezcan, refiriéndose a los jugadores, palabras emblemáticas como comprar, vender, revender, inversores, dueños de los jugadores cuyos derechos acaban siendo "propiedad de terceros". Una verdadera feria de estrellas cuyo valor humano, artístico y hasta cultural se ha cambiado por un frío guarismo de millones de dólares.

Se ha dicho, con razón, que el fútbol y, en general, las grandes manifestaciones deportivas se han convertido en un sustituto de la guerra. Se enfrentan España y Francia o Brasil y Argentina, no con la fuerza de los cañones y los ejércitos, sino en los estadios, donde se intercambian las antiguas banderas de conquista, ahora como trofeos de paz.

Hoy, la violencia en los estadios entre adversarios acaba con frecuencia, también aquí en Brasil, en vandalismo y violencia con muertos y heridos. Vuelve la guerra a las gradas. ¿No tendrá que ver esa triste metamorfosis con la degeneración general de un deporte que ha acabado aprisionado en manos del gran capital especulativo mundial tras habérselo robado a los verdaderos aficionados?

Es posible que Brasil que, en estos últimos 20 años, ha dado muestras de un elogiable progreso no sólo económico, sino también democrático, salga crecido, más maduro hasta en sus valores de libertad y humanidad justamente con su rechazo a la Copa. Hizo bien, por ejemplo, la presidenta Dilma al despreciar el caviar y champagne que le ofrecía la FIFA en el palco de honor desde el que presenciaba un partido de la Copa de las Confederaciones. "!Pero qué es esto en un estadio de futbol!" y pidió una cerveza, como los simples aficionados.

Brasil, más maduro hoy que durante el último Mundial celebrado en su suelo, se hace la misma pregunta, que es casi natural entre los jóvenes: "¿Pero qué es esto?". Como si dijeran: "No queremos una Copa así. Queremos que nos devuelvan el futbol"

Brasil ha desnudado a la Copa ante el mundo. El rey se ha quedado desnudo y es muy probable que un día las crónicas recuerden que fueron los magos del balón los que tuvieron la osadía de decir NO a su prostitución.

Quizá el mundo, ahora perplejo ante esa postura brasileña inesperada, acabe mañana aplaudiendo a este país del fútbol para concederle otro galardón más precioso: el de haber arrancado al gran deporte de las garras de los verdugos que lo estaban sacrificando en el altar del nuevo becerro de oro.

Algo que no deberían olvidar los políticos ni del Gobierno ni de la oposición porque está en juego algo mucho más importante que las próximas elecciones. Las protestas contra la Copa habían empezado ya en 2009. Que no caigan en la tentación de jugar a reprimir las manifestaciones con métodos de antiguas dictaduras; que no minimicen una protesta que ya ha alcanzado interés y expectativa internacional, y menos aún que no pretendan usar una protesta llamada quizás a ennoblecer a este país en pro de sus pequeños intereses electorales.

La apuesta es mucho mayor y más importante. Para todos. Equivocarse podría llevar a la sorpresa de que salga el tiro por la culata. Está en juego una apuesta arriesgada, creativa, valiente, sobre todo de los jóvenes excluidos de los suburbios de las grandes urbes que hoy estudian y que han sido siempre, curiosamente, los que más pasión han manifestado por la magia y el misterio del balón, que es parte ya de la cultura popular de este pueblo privilegiado. Y quizás, por ello lo defienda con mayor ahínco.

(Publicado en la Edición de Brasil)

Brasil y sus mil tipos de cerveza

Por: | 25 de enero de 2014

Cerveza
Brasil es el tercer mayor productor de cerveza del mundo con un total anual de 14.000 millones de litros y un consumo de 65 litros por persona. En el país están registrados 1.100 tipos diferentes de cerveza.

Para salir al encuentro de la competencia, el Ministerio de Agricultura acaba de crear nuevas normas para la producción cervecera en Brasil y en el Mercosur con las que pretende hacer más competitivo el delicioso elixir que es consumido en todo el país a la par de la famosa caipirinha.

Allí donde un grupo de amigos se reune en aledgría sea para el clásico churrasco, para asistir a un partido de futbol o para pasar unas horas de tranquilidad en el bar, la cervez es indispensable.

En las nuevas normas aque pretenden potecializar la calidad de la cerveza brasileña, el Ministerio de Agricultura prohibe añadir cualquier tipo de alcohol que no sea originado por el proceso de fermentación. Queda también prohibida el agua fuera de las fábricas autorizadas de embotellamiento de la cerveza.

Cerveza brasileña
Lo que sí va a ser permitido es el añadido de miel, leche, frutas y hierbas, al mismo tiempo que la substitución de la malta por  productos como maíz, arroz u otros, no podrá superar en un 45% al extracto primitivo.

El gobierno  brasileño pretende, con las nuevas normas, hacer frente en calidad a la competencia actual de cientos de tipos de cervezas importados.

A ello hay que añadir que la cerveza, como la mayoría de productos alimentarios y bebidas de todo tipo ha aumentado considerablemente de precio en este país, lo que ha hecho disminuir el conusmo en un 6% el año pasado.

Hoy en Río un botellín de cerveza se está pagando a 15 reales , unos cinco euros. Ello está llevando a los consumidores a refugiarse en la cachaça, más barata pero muy superior en contenido alcohólico, lo que empieza a preocupar a las auroridades sanitarias.

Cachaça

 

No son pobres, son los excluidos del festin

Por: | 17 de enero de 2014

Rico x pobre - 5

A los pobres deberíamos dejar de llamarles así. No son pobres, en el sentido etimólógico latino que ha mantenido el poder, es decir, los “estériles”. Son más bien los excluidos del festín, los sin oportunidades para ser como nosotros.

¿Deberiamos abolir de nuestro lenguaje la palabra “pobre”?  El tema es delicado y podría ser mal interpretado.  Sin embargo, quizás sean los pobres los más interesados en que no les llame más de tales. Deberíamos llamarle los excluidos de la cultura y del consumo.

Como muchas otras palabras del diccionario, la palabra “pobre” ha perdido su fuerza y hoy es usada y abusada  por el poder. Es un vocablo gastado, manido, explotado, pero que rinde beneficios, por ejemplo, electorales.

¿Quiénes serían hoy los pobres de verdad?

A quienes interesa que siga habiendo pobres, contentos con los restos de nuestro banquete es al poder porque no existiría si no hubiese quienes pueden ser dominados y por ellos servidos.

Los quieren pobres, pero no rebeldes, ya que entonces les llaman vándalos.

¿Qué sería de los  gobernantes, sobretodo en los países con masas de desheredados, sin los pobres? Ellos son un material de primera para asegurarse su apoyo y benevolencia hacia ellos.

Cuanto más populistas son los gobernantes más se les hincha la boca con la palabra pobre. Todos se vuelcan en promesas hacia ellos y se convierten encantados en sus defensores. Son el oxígeno que respiran, mientras no pretendan ser como nosotros.

Nadie va a ser capaz nunca de acabar con los pobres del mundo que ya superan los mil millones, ya que  todos los demás,  necesitamos de ellos  y nadie quiere renunciar a sus privilegios para mejorar su condición.

Aboliendo la palabra pobre no por ello acabaríamos con los que sufren hambre y sed, o carecen de educación y de medios para curarse. Y sobretodo de dignidad. Y, sin embargo, quizás muchas cosas cambiarían con sólo dejar de llamar pobres a esas personas.

Es algo muy subliminal, pero todos necesitamos de esa categoría que entraña hasta etimológicamente una connotación negativa.

En su origen latina, pobre no es el que sufre alguna injusticia o discriminación. La paupertas latina, o pobreza, significaba “parir o engendrar poco”, y se aplicaba al ganado. Pobre era el que carecía de fertilidad. Se aplicaba también a la tierra estéril. De ahí también el peyorativo “!pobre hombre!”, ya que nada es más bochornoso que aparecer incapaz de engendrar. Hasta la Biblia estigmatiza a las mujeres estériles.

Llamémosles los excluidos de los bienes de la tierra o de la cultura o de la medicina o de la libertad. Digamos que hay  18 millones de personas, es decir 50.000 que mueren  diariamente de hambre a los que una injusta repartición de la riqueza les impide de seguir viviendo, pero no les llamemos pobres. Son nuestras víctimas.

Digamos que hay millones de niños aún sin acceso a la educación, sin familia, sin casa. Son niños como nuestros hijos. Nacieron igual que los nuestros del vientre de sus madres. Les gusta aprender y jugar como a los nuestros, vestirse con dignidad, poder alimentarse y sentirse libres, pero no les llamemos pobres.

La palabra pobre, que ha sido prostituida por el poder y por los privilegiados, evoca, en efecto, compasión, no anhelos de justicia e igualdad. Nos sirven para sentirnos mejores si les ayudamos en sus necesidades.

La palabra pobre, aunque muy sutilmente, nos arrastra a un sentimiento de superioridad ante los menos afortunados que nosotros. A veces hasta nos conduce inconscientemente a pensar que son pobres porque no tienen la inteligencia suficiente para superarse, para triunfar. Les llamamos “pobrecitos” (coitados), como si se tratara de personas condenadas a una cierta e ineluctable fatalidad y no al fruto de nuestras tiranías hacia ellos.

Hay hasta quien defiende la ecuación de que pobre y sin cultura equivalen a violento, a bandido y, generalmente a negro o de color. Las grandes violencias del mundo no provienen, sin embargo, de los incultos sino de los que han frecuentado las mejores Universidades y manejan las grandes financias del Planeta. No conozco a ningún gran dictador o especulador financiero analfabeto. Y existen millones de analfabetos pacíficos y cargados de honestidad, por ejemplo, en todas las favelas del mundo. Y miles de talentos perdidos en las periferías de las grandes urbes.

Vivimos en un momento y en un continente como el de América Latina en el que la palabra pobre se ha convertido en un comodín que exime a los poderes de llevar a cabo las grandes reformas, las que evitarían que no existieran marginados y explotados. Los pobres sirven hoy a todos. Todos los gobernantes prometen acabar con la pobreza mientras tiemblan solo con pensar que puedan acabarse los pobres, porque sería en ese momento en el que tendrían que abordar otros temas más peliagudos que siempre se les quedan en el tintero bajo el pretexto de que tienen que preocuparse de los pobres.

Nunca se acabarán las diferencias entre los mortales. El comunismo, que predicaba la igualdad total ya fracasó hace tiempo y eran sus jerifaltes los primeros a no ser pobres.  Pero una cosa es que no sea posible que todos sean iguales y otra que sigan existiendo diferencias abismales que deberían avergonzarnos.

Es muy común escuchar que se debe “cuidar de los pobres”. No. Se debe cuidar de los enfermos, de los lisiados, de los abandonados, no de los pobres. A ellos hay que darles la posibilidad de que salgan de su esclavitud ayudados por ellos mismos y no creer que siempre serán tales porque son inferiores a nosotros, cuando lo único que nos separa de ellos es la falta de oportunidades, la segregación a la que los hemos relegado.

Los pobres no necesitan de las migajas que les arroje nuestra benevolencia, ni siquiera de nuestra compasión y generosidad. Necesitan sólo que se les permita acceder por derecho a nuestro festín de gentes satisfechas, sin cerrarles las puertas y sin llamar a la policía para que aleje su presencia incómocda.

 Necesitan sólo que les demos lo que les hemos robado y les pertenece por el simple hecho de que son como nosotros, de carne y hueso, de corazón e inteligencia, esta última, superior a la nuestra en muchos casos.

Necesitan  que les ofrezcamos la posibilidad de acceder a lo que a nosotros nos ha permitido ser lo que somos y a ellos se les ha siempre negado.

Por eso, cuando se cruzan en nuestro camino y hasta pretenden ser como nosotros, preferiríamos no verles de cerca. Nos dan hasta miedo. Nos sirven mejor perdidos en la niebla de los guetos.

Recuerdo un dibujo del viñetista  El Roto en este diario. Eran los tiempos en que en Madrid, los emigrantes más pobres, se acercaban a los coches parados en los semáforos para limpiarles los parabrisas y recibir así unas monedas. A un coche de lujo con el parabrisas empañado se acercó uno de aquellos “pobres”. El conductor le hizo un gesto de protesta pidiendo que se apartara. Y el limpiador le explicó “No quiero que me de nada, pretendo sólo que me vea”. Le bastaba que supiera que existía.

El papa Francisco está pidiendo a los católicos que no se conformen con “ayudar” a los pobres, sino que deben ir hasta ellos, para verles, tocarles y mezclarse con ellos para escuchar sus reivindicaciones

Ellos quieren que “les miremos”. Mirándoles , escuchándoles  sin prejuicios, perderíamos el miedo que tantas veces nos infunden aunque podríamos acabar conociendo de ellos lo que prefeririamos no saber.

Quizás al escucharles en vez de rechazarles, no les llamaríamos más pobres. Descubriríamos,  que en el mejor de los casos,  pobres de muchas otras cosas que no son dinero,  lo somos también nosotros, los satisfechos. Quizás descubririamos que los verdaderos excluidos y solitarios somos nosotros, no ellos, que saben vivir y disfrutar juntos.

Y ellos descubrirían que no serán más ricos sólo por poder comprar objetos de lujo en nuestros shopins exclusivos, sino que lo serán sobretodo si saben conservar su espìritu de solidariedad, de grupo, su capacidad de saber disfrutar de la vida y de haecerlo juntos, algo que a nosotros, que nos creemos ricos y privilegiados, nos resulta cada vez más difícil.

TEXTO PUBLICADO EN LA EDICIÓN DE BRAIL EN PORTUGUÉS.

(Sigue la traducción en portugués)

Não são pobres, são os excluídos da festa

Os pobres são, talvez, os mais interessados em que não os chamemos mais como tal. Deveríamos chamá-los de excluídos da cultura e do consumo.

 Deveríamos abolir da nossa língua a palavra “pobre”? O tema é delicado e poderia ser mal interpretado. No entanto, os pobres são, talvez, os mais interessados em que não os chamemos mais como tal. Deveríamos chamá-los de excluídos da cultura e do consumo.

 

Como muitas outras palavras no dicionário, a palavra “pobre” perdeu sua força e é usada e abusada hoje pelo poder. É um vocábulo gasto, batido, explorado, mas que rende benefícios, por exemplo, eleitorais.

 Quem seriam os pobres de verdade hoje?

 Quem interessa que continue havendo pobres, contentes com os restos de nosso banquete, é o poder, porque ele não existiria se não houvesse aqueles que poderiam ser dominados e servidos por ele.

 Querem pobres, mas não rebeldes, e que então são chamados de vândalos.

 O que seria dos governantes, especialmente em países com massas deserdadas, sem os pobres? Eles são um material de primeira para garantir o seu apoio e carinho. Quanto mais populistas os governantes são, mas enchem a boca com a palavra pobre. Todos se iludem com promessas e ficam encantados com seus defensores. É o oxigênio que respiram, enquanto não pretendem ser como nós.

Ninguém nunca será capaz de acabar com os pobres do mundo, que já superam o bilhão, já que todos os demais precisamos deles e ninguém quer abrir mão de seus privilégios para melhorar sua condição.

 Eliminar a palavra pobre não acabaria com os que sofrem com a fome e a sede, ou carecem de educação e de meios para se tratar. E, acima de tudo, de dignidade. E, contudo, talvez muitas coisas mudariam se deixássemos de chamar essas pessoas de pobres. É algo muito subliminar, mas todos nós precisamos dessa categoria que etimologicamente tem até uma conotação negativa.

 Em sua origem latina, o pobre não é aquele que sofre alguma injustiça ou discriminação. A pobreza latina significava “parir ou gerar pouco” e se aplicava à pecuária. Pobre era o que carecia de fertilidade. Também se aplicava à terra estéril. Daí, também, a expressão pejorativa “Pobre homem”, porque nada é mais vergonhoso do que parecer incapaz de ser pai. Até mesmo a Bíblia estigmatiza mulheres estéreis.

 Vamos chamá-los de excluídos dos bens da terra, ou da cultura, ou da medicina, ou da liberdade. Digamos que haja 18 milhões de pessoas, ou seja, 50.000 que morrem todos os dias de fome e a quem uma injusta distribuição da riqueza impede de continuar a viver, mas não chamemos essas pessoas de pobres. São nossas vítimas.

 Digamos que ainda haja milhões de crianças sem acesso à educação, sem família, sem casa. São crianças como nossos filhos. Eles nasceram da mesma forma que os nossos, do ventre de suas mães. Gostam de aprender e brincar como os nossos, de se vestirem com dignidade, de poderem se alimentar e se sentirem livres, mas os chamemos de pobres. A palavra pobre, que foi prostituída pelo poder e os privilegiados, evoca, de fato, compaixão, não anseio por justiça e igualdade. Eles nos ajudam a nos sentir melhores se nós os ajudamos em suas necessidades.

 A palavra pobre, embora muito sutilmente, nos leva a um sentimento de superioridade em relação aos menos afortunados do que nós. Às vezes, até nos conduz inconscientemente a pensar que são pobres porque não têm a inteligência suficiente para se superar, para triunfar. Nós os chamamos de “pobrezinhos” (coitados) como se fossem pessoas condenadas a uma certa e inevitável desgraça, e não ao fruto de nossas tiranias para com eles.

 Há até quem defenda a equação de que pobre e sem cultura equivalem a violento, a bandido e, geralmente, a negro ou de cor. As grandes violências do mundo não vêm, contudo, dos ignorantes, mas daqueles que frequentam as melhores universidades e gerenciam as grandes finanças do planeta. Não conheço nenhum grande ditador ou especulador financeiro analfabeto. E há milhões de analfabetos pacíficos e cheios de honestidade, por exemplo, em todas as favelas do mundo. E milhares de talentos perdidos nas periferias das grandes cidades.

 Vivemos em um momento e em um continente como a América Latina em que a palavra pobre se converteu em um curinga que exime os poderes de realizar grandes reformas que evitariam a existência de marginalizados e explorados. Atualmente os pobres servem a todos. Todos os governantes prometem acabar com a pobreza, enquanto tremem só de pensar que os pobres podem acabar, porque seria neste momento que teriam que abordar outros temas mais espinhosos que sempre ficam à margem sob o pretexto de terem que se preocupar com os pobres.

 As diferenças entre os mortais nunca acabarão. O comunismo, que pregava a igualdade total já fracassou há muito tempo e seus líderes eram os primeiros a não serem pobres. Mas uma coisa é não ser possível que todos sejam iguais e outra é que continuem existindo grandes diferenças das quais deveríamos nos envergonhar.

 É muito comum ouvir que se deve “cuidar dos pobres”. Não. Deve-se cuidar dos doentes, dos deficientes, dos abandonados, não dos pobres. É preciso dar aos pobres a possibilidade de que saiam de sua escravidão por eles mesmos e não acreditar que sempre serão assim porque são inferiores a nós, quando tudo o que nos separa deles é a falta de oportunidades, a segregação que relegamos a eles.

 Os pobres não precisam das migalhas que nossa benevolência joga a eles, nem sequer de nossa compaixão e generosidade. Eles só precisam ter a permissão de ter acesso por direito à nossa festa de pessoas satisfeitas, sem fechar a porta na cara deles e sem chamar a polícia para que sua presença incômoda seja mantida à distância.

Precisam apenas que possamos dar o que roubamos deles e pertence a eles pelo simples fato de que são como nós, de carne e osso, de coração e inteligência, esta última superior à nossa em muitos casos.

 Eles precisam que nós ofereçamos a possibilidade de ter acesso ao que nos permitiu ser o que somos e que sempre foi negado a eles. Por isso, quando cruzam nosso caminho e até pretendem ser como nós, preferiríamos não vê-los de perto. Eles nos dão até medo. Para nós, é melhor que fiquem perdidos no nevoeiro dos guetos.

 Lembro-me de uma imagem do cartunista El Roto neste jornal. Era o tempo que em Madri os imigrantes mais pobres se aproximavam dos carros parados nos semáforos para limpar os para-brisas e receber algumas moedas por isso. Um daqueles “pobres” se aproximou de um carro de luxo com o para-brisa embaçado. O motorista fez um gesto de protesto pedindo que ele se afastasse. E o limpador explicou: “Eu não quero que me dê nada, quero apenas que me veja”. Era o suficiente saber que existia.

 O papa Francisco está pedindo os católicos que não se conformem com “ajudar” aos pobres, mas que as pessoas vão até eles para vê-los, tocá-los e conviver com eles para ouvir suas demandas. Eles querem o “seu olhar”. Ao observá-los e ouvi-los sem preconceito, perderíamos o medo que tantas vezes nos inspiram, embora poderíamos acabar conhecendo o que preferiríamos não saber.

 Talvez ouvi-los em vez de rejeitá-los faria com que não os chamássemos mais de pobres. Descobriríamos, no melhor dos casos, pobres de muitas outras coisas que não o dinheiro, assim como também somos, os satisfeitos. Talvez descobriríamos que os verdadeiros excluídos e solitários somos nós, não eles, que sabem viver e desfrutar juntos.

 E eles descobririam que não serão mais ricos apenas por poder comprar objetos de luxo em nossos shoppings exclusivos, mas que serão, sobretudo, se souberem conservar seu espírito de solidariedade de grupo, sua capacidade de aproveitar a vida e de compartilhar, algo que para nós, que acreditamos ser ricos e privilegiados, parece cada vez mais difícil.

 

 






 

Los nuevos pobres y excluidos del Planeta

Por: | 13 de enero de 2014

Familia de cavallos
Cuando hablamos de defender el medio ambiente lo hacemos, sobretodo, en clave egoísta
: debemos defender la naturaleza para que no acabemos destruyéndonos a nosotros mismos.

Animales, plantas, florestas, deben ser respetados y defendidos para mantener el equilibrio del Planeta si queremos que siga siendo un centro de vida y habitable.

Pensamos sólo en nosotros. ¿Quién piensa en los animales y en las plantas por sí mismas? ¿No son ellas dignas de ser protegidas porque tienen su dignidad, su vida propia y no sólo en función de nuestra sobrevivencia?

Familia_osos_polares
Es un tema difícil de digerir, lo se, pero no por ello menos digno de ser analizado.
Sabemos muy poco del universo animal y vegetal que nos rodea. Un amigo me dijo un día: “Me gustaría ser por un día gato o perro o delfín para saber cómo ellos nos ven a nosotros, qué somos para ellos”.

La zoología ha hecho grandes avances, pero aún estamos en pañales en lo que se refiere a conocer el mundo interior de los animales y hasta de las plantas.

Que los animales, por ejemplo, se aman como nosotros o más, que son capaces de sentimientos tiernos, altruistas, a veces admirables y que llegan a avergonzarnos, ya no tenemos duda. Todos hemos visto escenas como las de estas fotos que acompañan al blog, de primates, perros, gatos, caballos, pájaros etc. que manifiestan sus sentimientos más tiernos entre ellos o con sus pequeños.

Familia de elefantes
Y aún así sabemos aún muy poco de su psicología profunda
, de sus sentimientos más íntimos, de lo que sufren o gozan, aunque cada vez nos lo imaginamos mejor.

¿Y las plantas? ¿Podemos asegurar que ellas no se aman entre sí? ¿Y los árboles? Es cierto que se aman, se abrazan y se comunican en los versos de los poetas, pero es muy posible que lo hagan también en la realidad.

Si todo ello es cierto; si animales y plantas llegan a comunicar y amarse entre ellos como nosotros, nos veremos un día obligados a revisar nuestro concepto de ecología, de defensa de la naturaleza porque no podemos hacer discriminaciones.

Famili-a de perro y gato
Existen humanos pobres, esclavizados, niños violentados, abandonados a su destino. Y también animales y plantas algunas de cuyas especies podrían desaparecer para siempre. Son los nuevos pobres y excluidos del Planeta. Ya exsiste hasta una "ecoteología" en el mundo cristiano.

Quizás ni podamos seguir creyendo y defendiendo que sólo el Homo Sapiens es sujeto de derechos, o que sigue siendo el “rey de la creación” ante cuyo altar todo puede ser sacrificado.

Deberemos ser más conscientes de que es necesario defender la naturaleza como un todo,  globalmente, con todos sus habitantes, no sólo en función de nuestro interés sino porque ellos son también seres vivos, dignos de respeto, diferentes de nosotros quizás en el modo de penar y de vivir los sentimientos, pero no por ello inferiores a nosotros.

Pajaros amándose
No estoy haciendo filosfía ni teología. Estoy constatando que en la naturaleza también se ama fuera de la especie humana. Y el amor, sea el que sea, es la expresión máxima de la vida, y por ello debe ser respetado, defendido y protegido allí donde se encuentre.

Somos todos, humanos o no, hijos de un mismo misterio y de una misma familia universal.

¿A alguien le gustaría vivir en un Planeta sin niños? ¿y sin animales y sin plantas? ¿sin más amor que el nuestro, tantas veces, tantas veces interesado y contaminado por bastardos intereses más que que por el placer de amar y ser amados?

A mi, ciertamente, no. Me sentiría asfixiado. Necesito hasta de la presencia de los pájaros a los que envidio cada vez que los veo alzarse en vuelo con esa facilidad y elegancia que me produce tanta envidia.

Gato-escondido

 

Sin palabras

Por: | 09 de enero de 2014

Niña pinta a la madre
Encontré por casualidad este dibujo en el blog brasileño Alerta Total, que deseo transmitir a mis lectores sin palabras, pues habla por sí solo. Infunde una inmensa ternura. Me limito a traducir libremente el texto en portugués que acompaña al diseño: cuenta que una niña que ha perdido a su madre en la guerra, la diseña con tiza en el suelo del patio del internado para huérfanos donde ha sido acogida. Ella se coloca en el diseño dentro del cuerpo de su madre como para sentirse protegida. La niña es oriental y ellos, cuando entran en un lugar santo, dejan a la puerta las sandalias en señal de respeto. Es lo que hace la niña en el dibujo como para indicar que el cuerpo de su madre y el amor que nutre por ella, es también algo sagrado, un templo.

Cualquier otro comentario lo dejo a los lectores. Para mi basta el silencio frente a ese dibujo que entraña el amor de todas las niñas y niños que en el mundo han perdido en flor, el amor de sus madres. Aquí, en Brasil, suelen ser las madres, sobretodo las más pobres, las que pierden cada día a sus pequeños, víctimas de las balas perdidas en las refriegas entre traficantes de drogas y policías. Víctimas los pequeños y víctimas las madres. Y los responsables de tanto dolor y violencia ni siquiera pierden el sueño.

 

 

El calor humano del suburbio fascina a la gente bien de Río

Por: | 07 de enero de 2014

Barrio del centro rico de Río

Casas blindadas en el centro rico de Río

El periodista Ancelmo Gois en su columna del diario O Globo, una de las más leídas de la prensa, daba días atrás una noticia que él mismo calificaba de “maravilla”.

Se refiere a que en los suburbios de Río, apartados del centro turístico de fama mundial como los barrios nobles de Leblón, Ipanema o Gavia, ya no viven sólo personas pobres sino también gente que gana hasta 15.000 reales (5.000 euros) y que además allí se encuentran muy a gusto.

Y ofrece una explicación: “Para esas personas el calor humano es fundamental”. Y ese calor humano los ricos lo encuentran cada vez menos en sus casas de los barrios famosos pero blindados fuera y dentro, por miedo a la violencia.

Esos lugares considerados privilegiados, meta de los extranjeros que llegan a visitar a la “Ciudad maravillosa”, aparecen en sus edificios de precios millonarios, enrejados como cárceles, protegidos por ojos invisibles y protegidos por hombres armados, donde cualquier desconocido es visto como un potencial asaltador.

Ahora los “no pobres”, los que podrían vivir incluso en un barrio noble se sienten bien viviendo, sin rejas, en el bullicio de los barrios de los suburbios donde nunca llegan los turistas y donde ellos, aseguran, encuentrran “más humanidad”, porque allí, a pesar de que la violencia sigue estando presente, el miedo queda compensado por el hecho de que todos se conocen, todos se ayudan y allí nadie se siente solo.

Artista en suburbio de RioRenata Frisson Melão en un suburbio de Río

Incluso artistas conocidos se están trasladando a los suburbios. Es el caso, por ejemplo, de la joven funkera, Renata Frisson Melão, que pagaba una fortuna por el alquiler de un piso de lujo en el barrio rico de Barra da Tijuca y que se ha ido a vivir al suburbio pobre de Vila Valqueire a las afueras de Río. “Se ha tratado de un cambio de vida” explica la joven artista que cuenta así su nueva experiencia: “Estoy viendo que aquí es una maravilla, hago amistad con todos los del mercado, palpo el cariño del público hasta en la panadería”. Y añade la funkera: “Además en el suburbio se aprecia más el sexo. Los ricos sólo piensan en dinero”.

Huele peor en los suburbios pobres que en los lugares nobles históricos, hay más ruido, se escuchan de noche más los tiros de las ametralladoras de los traficantes de droga, pero corre más la alegría y de cierta forma te sientes más protegido.

Es una experiencia que ya viví tres años con mi familia a las faldas de la favela de Turano. Los que viviamos allí nos sentiamos más seguros que en el centro. Podíamos dormir con las puertas abiertas. Los traficantes daban órdenes para que nadie tocara a los moradores del lugar porque no querían que tuviera que ir la policía si ocurría algo.

Y es verdad que allí nos conociamos todos. Un guardador de coches venía cada mañana a ayudarme a sacar en brazos desde el tercer piso en que vivía a mi perro Rex ya viejecito con una artrosis que le impedía caminar con sus propias piernas.

Y los vecinos nos intercambiamos algún plato gustoso o llamábamos a la puerta de uno de ellos cuando nos faltaba una cebolla o un ramillete de peregil, como ocurría en mi Andalucía cuando era niño.

¿Se imaginan algo semejante en el barrio de Leblón o Ipanema, en el barrio de São Corrado antes de llegar a Barra, en cuyos edificios para visitar a un amigo hay que pasar por varios controles?

Lleva razón, Gois, en calificar de “maravillosa” esa novedad de que gentes de la clase media bien quieran vivir en el suburbio para sentirse más arropados humanamente.

Y si eso acontece ya en los suburbios apartados del centro es aún más evidente dentro de las favelas, y más hoy en las ya pacificadas. Allí la vida de aquellas gentes, se parecen mucho a los viejos pueblos del sur de España en los tiempos de la guerra, donde la convivencia y la solidariedad eran algo natural.

Como era natural que cuando aterrizaba una familia de turistas extranjeros en vez de tratar de esaquilmarles como ocurre hoy con tanta frecuencia, se volvían cargados de regalos y golosinas que los mismos tenderos les regalaban para que pudieran decir “en el extranjero”, que los españoles eran gente acogedora y generosa.

De eso no han pasado siglos, sólo un puñado de años. Y hoy, con toda la modernidad, con toda la tecnología, con tanto derroche de comunicación, la gente en las grandes urbes, aún las con dinero, empiezan a entender que el calor humano, la amistad y la solidariedad es más fácil encontrarla codo a codo con los más desposeidos.

En las casas de los pobres, en efecto, hay siempre lugar para dormir uno más o un plato más de sopa que en las de tanta gente bien donde nunca hay sitio para los otros.

Recuerdo, hace ya muchos años, cuando en Barcelona existía la favela de la Bomba, cerca del aeropuerto, donde solía ir los domingos con un grupo de jóvenes universitarios de familias bien para dar clases a los niños. Cuando nos encontrábamos con alguien que no tenía donde dormir, nunca encontrábamos una cama en las casas del centro. Y entonces nos íbamos de noche a la favela y en alguna familia, generalmente numerosa,  se estrechaban un poco para que cupiera el desconocido al que ni le preguntaban quién era.

El mundo da muchas vueltas, pero al final, ciertos valores y ciertos sentimientos acaban siendo eternos y universales y son la verdadera sal de la vida.

Bueno es recordarlo, como ha hecho mi amigo periodista brasileño Gois, al iniciar un año nuevo.

Vila Valquiere en RíoSuburbio pobre de Vila Valquiere en Río

Ese anhelo escondido

Por: | 03 de enero de 2014

He vivido las fiestas de Navidad y de Fin de Año con un calor de 35 grados y las playas de Brasil, donde vivo, abarrotadas como pocas veces se ven. Corrieron ríos de cerveza y caipirinhas. Vistas desde cerca estas gentes, pobres o no, rebosaban alegría, esperanza y confianza en el 2014.

Parecían haberse olvidado de los pesares cotidianos y de la crisis que asoma sus sombras con una inflación que no consigue ser domada. Los mercados hoy, día tres de enero, estaban desprovistos de casi todo. “Se lo ha comido todo estos días”, me dijo el gerente de una tienda.

He observado esa especie de euforia que contagia en estos días a la gente y no sólo en Brasil. Nadie se atreve a hablar de tristezas, de profecías apocalípticas. La consigna es disfrutar del momento, olvidar y respirar hondo. Después vendrá la cuesta de enero, a nivel personal y político.

Aquí en Brasil el año para la presidenta Dilma no ha comenzado con optimismo: la bolsa de São Paulo ,que en 2013 ha sido una de las que más han perdido de los países en desarrollo, ha abierto el año en baja; el dólar en alta y la balanza comercial ha sido la peor en los últimos 12 años. Y el país crece poco.
La inflación, el azote de los más pobres, se ha acercado al límite de guardia del 6%. La oficial. La real, no se sabe. Por ejemplo, en Río, un agua de coco que valía 3 reales ( un euro) ha pasado a cinco y en general todo se ha triplicado estos días. Y esos precios difícilmente  bajarán.

Sin embargo, en la forma de felicitarse la gente, personal, por internet o teléfono, lo que se advertía en estos días es una especie de anhelo escondido de ser felices, de disfrutar de la existencia. Todos se desean “lo mejor”, un año más rico de todo. Les ha sido a muchos más fácil perdonar viejas rencillas, olvidarse de viejas ofensas.

Y me preguntaba, junto con un amigo, qué sentimiento es el real, el más genuino del Homo Sapiens, si el pesimismo de la razón, la convicción de que el mundo se se desmorona, se deshumaniza cada día más y es derrotado en sus valores mejores, laconvicción sartriana de que el infierno es el prójimo, o si lo que en lo más profundo anhelamos es ese sentimiento que sólo expresamos sin pudor en estas fiestas y que nos arrastra a la bondad, al perdón, a sentimientos de paz, a desear, de corazón a los otros que sufran menos y puedan disfrutar un poco más y mejor de la vida.

Difícil saberlo. Y de poco nos sirven los estudios sesudos de psicólogos y psiquiatras ya que ellos están acostumbrados a hurgar en la cloaca de nuestros sentimientos más peligrosos, más violentos, más egoístas y paradojales, contradictorios. Sentimientos que son también nuestros y que conviven, no se si en paz o en guerra, con ese otro anhelo que aflora con tanta fuerza, hasta parecer real, lo más genuino de nuestro ser en estos días de alegrías, nostalgias y ganas de bucear en lo mejor de nosotros mismos.

Y eso nos pasa cada año, cada Navidad, cada vez que despedimos un año viejo y estrenamos año nuevo. Es como una estrella fugaz que nos asombra y consuela por unos días.

A mi puñado de lectores, sin más análisis, sin querer especular demasiado para no estropear la magia feliz de estos días, un felicísimo 2014, donde la violencia y los fríos egoísmos puedan quedarse por un tiempo enterrados y superados por lo mejor de nosotros mismos, por nuestros ángeles, mejor que por nuestros demonios, que de estos últimos, el mundo está ya demasiado lleno. 

Y como dice la sabia Mafalda, el que tiene que ser diferente no es el 2014. Somos nosotros. ¿Lo queremos ser de verdad?

MAFALDA 2014

El País

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