Juan Arias

Sobre el autor

es periodista y escritor traducido en diez idiomas. Fue corresponsal de EL PAIS 18 años en Italia y en el Vaticano, director de BABELIA y Ombudsman del diario. Recibió en Italia el premio a la Cultura del Gobierno. En España fue condecorado con la Cruz al Mérito Civil por el rey Juan Carlos por el conjunto de su obra. Desde hace 12 años informa desde Brasil para este diario donde colabora tambien en la sección de Opinión.

Eskup

Polémica sobre los gorros en Brasil

Por: | 25 de abril de 2014

Bonés
Suerte que casi en todo Brasil no existen inviernos como en Europa,
ya que una ley aprobada por el gobierno de Río de Janeiro, prohíbe entrar con cualquier tipo de gorro o prenda sobre la cabeza que de algún modo impida ver bien la cara de las personas.

Será prohibido el gorro, el famoso boné brasileño y hasta un pañuelo en la cabeza a la entrada de bancos, tiendas, supermercados etc.

¿Eso por qué? Es un fruto de la esclavitud a la que están sometiendo cada día con mayor fuerza a los ciudadanos, los asaltadores y ladrones sean individuales que en grupo.

La ironía no ha tardado sin embargo, en aparecer. Hasta el serio diario O Globo titula así un análisis sobre el tema: "Contra la violencia un extraño strip-tease". Escribe: “Para combatir el crimen, quítese el gorro. Parece un chiste, pero no lo es”, y el artículo denuncia que la ley aprobada en Río hiere el principio de presunción de inocencia previsto en la Declaración Universal de Derechos Humanos.

El análisis, firmado por Flávia Oliveira, concluye: “La ley de Río segrega, estigmatiza. En tiempos de creciente intolerancia, la receta es contraindicada”.

Los gorros, en efecto,  de mil marcas, formas y colores son muy usados en Brasil por todos, pero sobretodo por las tribus urbanas, que les sirve como un uniforme. En muchos casos los gorros con visera o sin ella hacen parte del atuendo de una de esas tribus para distinguirse de las demás. No entrañan ningún tipo de violencia.

Esos gorros los usan la gente del asfalto para ir a la playa de Copacabana como los pobres de las favelas. Hacen casi parte del atuendo habitual de la gente tanto masculino como femenino.

Los políticos que han aprobado la ley alegan que el entrar sin gorro en locales públicos sirve como inhibidor para que en caso de una acción violenta, la policía y la gente puedan mejor identificar la cara del ladrón sin que se esconda bajo la visera de un gorro.

La multa a quién se niegue a quitarse el gorro al entrar en una agencia de banco o a un Shopping es de 500 reales (180 euros) y ha levantado enseguida un polvorín de protestas. El catedrático de la Universidad Federal de Río (UFRJ), Michel Mise ha calificado la ley de “histérica”. Según él se trata de una ley que discrimina a las personas decentes: “Es un absurdo, una cosa histérica. Hiere el derecho de la persona de vestirse como quiera”, ha afirmado.

Lo que nadie niega es que la ley acabará discriminando a las personas. Los vigilantes que deberán obligar en la puerta de los locales públicos a quitarse el gorro actuarán sobretodo con jóvenes con pinta de periferia, tatuados o vestidos con los atuendos de las tribus urbanas, no con los jóvenes bien vestidos, con gorro de marca y sobretodo de piel blanca.

Lo más grave quizás de esa ley de Río, que podría extenderse a otros Estados del país, es que es hija de la inseguridad que se respira en la calle, de los miles de asaltos y robos a las personas de las cuales de cada cinco, dos han sido ya asaltadas por lo menos una vez, a veces varias como algunos amigos mios.

Y sobretodo esa ley, impugnada ya como anticonstitucional, indica la incapacidad de las autoridades para poner un freno a esa violencia callejera sin caer en esas soluciones que acaban siendo motivo de mofa por la mayoría de la población.

Bonés (2)

La Copa quebrada

Por: | 23 de abril de 2014

 

Protestas contra el Mundial
A 50 días del Mundial de Futbol, Brasil ya ha perdido y ganado la Copa al mismo tiempo sin haber tocado aún  el balón,  lo que no supone una tragedia
. La ha ganado, fuera de los estadios, porque el país ha madurado y desea algo más que futbol. Quiere una vida mejor y más digna, con el Mundial o sin él.

La ha perdido porque ya no es un secreto que el país del fútbol ha llegado tarde, con estadios -además de millonarios- remendados en el último momento, con posible despilfarro de dinero público, cuando la promesa era que los gastos los sufragarían las empresas privadas. La población, además, no ha obtenido ventajas de las prometidas nuevas infraestructuras, sobre todo de transportes, llevadas a cabo en las ciudades sede de las competiciones. Y en los aeropuertos aún hay obras que deberán ser ocultadas a los turistas.

Protestas contra el Mundial (2)
Y por si fuera poco, como anota de manera aguda Vinicius Torres Freire en su columna del diario Folha de S. Paulo, el Mundial, que estaba llamado a ser una ocasión de fiesta, “está siendo tratado literalmente como una operación de guerra”. Se anuncia hasta el uso del Ejército en las calles por miedo a las protestas violentas y, según algunos, hasta una especie de “Estado de excepción blanco” durante el mes de la competición. ¿Puede la FIFA gobernar un país, aunque sea por unas semanas?

Brasil estaba predestinado a hacer la mejor de las Copas de la historia y le falta poco para que acabe siendo una de las peor organizadas y más criticadas, hasta por los anfitriones. Se ha perdido el Mundial antes de disputarlo, algo que, según escuché en un autobús donde viajaba gente de clase media, avergüenza a los brasileños. Sentí en el aire el eco del complejo de perro callejero que durante tanto tiempo sufrió este gran país, rico y de gentes envidiables por su capacidad de acogida y resistencia al dolor.

Pero Brasil también ha ganado el Mundial, haya o no manifestaciones callejeras en contra. Lo ha ganado por una razón muy simple y hasta paradójica: porque la mayoría de los brasileños ha revelado que, si pudieran decidir, no votaría para que el campeonato se celebrara aquí, 64 años después del de 1950, tristemente famoso por el gol con el que Uruguay ganó a Brasil en el Maracaná recién estrenado.

Protestas contra el Mundial (3)

El hecho de que los brasileños, sin renunciar a su pasión por el balón -que llevan impresa en su ADN, en su sangre y en su cultura- ya no se sientan solo hijos del futbol y sueñen más alto, es más que ganar el Mundial.

Es un país que ha crecido, ha madurado, se ha desarrollado económicamente desde aquel fatídico 1950, y ha tomado conciencia de que no debe ser amado y admirado en el mundo solo porque sabe chutar como pocos un balón, sino también porque es capaz de exigir lo que le pertenece y merece.

Aún hay familias pobres de las favelas que sueñan con la posibilidad de que alguno de sus hijos pueda ser un nuevo crack del fútbol para sacarlas de apuros económicos. La mayoría, sin embargo, tiene otros sueños para sus hijos. He escuchado incluso de gentes de familias sencillas que hay dos cosas que ya no querrían para sus hijos: que fueran policías o futbolistas. Es un cambio de paradigma que revela, más que muchos sondeos científicos, cómo ha cambiado este país.

Las autoridades están cada día más nerviosas por temor a las manifestaciones. Temen también los políticos que Brasil pueda, de nuevo, perder la Copa.
Ese miedo indica que no han entendido que para este país ya no es esa la mayor preocupación en la calle, donde un grupo de pescadores a los que les pregunté si estaban nerviosos por el campeonato me respondieron: “Aquí, señor periodista, esta vez no hay clima de Copa. Nos preocupan otras cosas”.

Seguro que esta vez, si Brasil vuelve a perder -y otra vez en el Maracaná- no veríamos a nadie tirarse desesperado de un puente. Brasil sufre hoy con la inflación disparada y la precariedad de los servicios públicos. Preocupa la barbarie de los linchamientos que revelan también una falta de credibilidad en las autoridades del Estado incapaces de proteger.

Los brasileños disfrutan hoy con el deseo de superarse, de ganar el tiempo perdido reciclándose profesionalmente para poder dar un salto social y, de ese modo, estimular a sus hijos a no perpetuar la fatalidad de la pobreza material y cultural de sus padres y abuelos.

Protestas contra el Mundial (4)Hoy, que se hacen sondeos sobre todo lo habido y por haber -hasta sobre las minifaldas de las mujeres que provocan a los hombres- sería interesante que preguntaran a los brasileños con qué sueñan despiertos, si es con ganar la Copa o con poder tener una vida sin agobios económicos, con un Gobierno que les devuelva en servicios decentes el sacrificio de tantos impuestos, un futuro con menos violencia, con menos desigualdades insultantes. O la posibilidad de poder disfrutar de algunas de las cosas materiales o espirituales que, hasta ahora, solo han visto aprovechar a un puñado de privilegiados.

En todo el mundo los dictadores, de derechas e izquierdas, han usado el deporte, y especialmente el fútbol, para emborrachar a la gente y distraerla de sus verdaderos problemas y anhelos.

Hoy los brasileños no cambiarían, sin embargo, ganar el Mundial a costa de seguir sufriendo las garras de la pobreza y la exclusión que los atenazaron tantos años. Prefieren perderlo si ello supusiera poder disfrutar de una mayor democracia.

¿Y si la ganara? Entonces la ganaría dos veces, pero la Copa no sería la razón principal de su felicidad. Sería solo un buen postre después del plato principal. Y ese plato es un Brasil que ya no aceptaría volver a perder su democracia para hundirse de nuevo en el túnel de la dictadura; un país que, a pesar de estar viviendo un momento difícil en su economía, sigue siendo uno de los países más ricos del planeta y aspira a ganar muchas otras batallas. Si fuera necesario, volvería a salir a la calle para hacerse escuchar.

(Texto publicado en las ediciones de Brasil y América)

Protestas contra el Mundial (5)

TEXTO EN PORTUGUÉS:

O Brasil ao mesmo tempo já perdeu e já ganhou a Copa, o que não é nenhuma tragédia. Ganhou-a, fora dos estádios, porque o país amadureceu e deseja algo mais do que futebol. Quer uma vida melhor e mais digna, com a Copa ou sem ela.

Perdeu-a porque já não é segredo que o país do futebol chegou tarde, com estádios, além de milionários, remendados na última hora, com possível esbanjamento de dinheiro público, quando a promessa era de que os gastos seriam bancados por empresas privadas. A população, além disso, não obteve vantagens das prometidas novas infraestruturas, sobretudo as de transportes, levadas a cabo nas cidades-sede das competições. E nos aeroportos ainda há obras que deverão ser ocultadas dos turistas.

E como se fosse pouco, observa agudamente Vinicius Torres Freire em sua coluna do jornal Folha de S.Paulo, a Copa, que estava destinada a ser uma ocasião de festa, “teve de ser tratada como operação literalmente de guerra”, já que se anuncia o uso do Exército nas ruas, por temor de protestos violentos, e, segundo alguns, poderá haver uma espécie de “estado de exceção branco” durante o mês da competição. Pode a FIFA governar um país, mesmo que seja só por algumas semanas?

O Brasil estava destinado a fazer a melhor Copa da história, e falta pouco para que acabe sendo uma das mais mal organizadas e mais criticadas até pelos anfitriões. Perdeu-se a Copa antes de disputá-la, algo que, conforme escutei em um ônibus onde viajava gente de classe média, envergonha os brasileiros. Senti no ar o eco da volta do complexo de vira-latas que durante tanto tempo assolou este país grande, rico e de gente invejável por sua capacidade de acolhimento e resistência à dor. A Copa, de certa forma, já foi perdida.

Mas o Brasil também já ganhou a Copa, haja ou não manifestações nas ruas contra o torneio. Ganhou-a por uma razão muito simples e até paradoxal: porque a maioria dos brasileiros revelou que, se pudessem decidir, não votaria para que a Copa fosse realizada aqui, 64 anos depois do Mundial de 1950, tristemente famoso pelo gol com o qual o Uruguai ganhou do Brasil no Maracanã recém-estreado.

O fato de os brasileiros –sem renunciarem a sua paixão pela bola, que levam impressa em seu DNA, em seu sangue e na sua cultura – já não se sentirem apenas filhos do futebol e sonharem mais alto significa mais do que ganhar a Copa.

É um país que cresceu, amadureceu, desenvolveu-se economicamente desde aquele fatídico 1950 e tomou consciência de que não deve ser amado e admirado no mundo só porque sabe chutar uma bola como poucos, mas também porque é capaz de exigir o que lhe pertence e o que merece.

Ainda há famílias pobres das favelas que sonham com a possibilidade de que algum de seus filhos possa virar um novo craque que tire seus parentes dos apuros econômicos. A maioria, entretanto, tem outros sonhos para seus filhos, longe dos gramados. Escutei inclusive de pessoas com origens modestas que há duas coisas que elas já não desejariam para seus filhos: que fossem policiais ou jogadores de futebol. É uma mudança de paradigma que revela, mais do que muitos levantamentos científicos, como este país mudou.

As autoridades governamentais estão a cada dia mais nervosas com as possíveis manifestações. Os políticos também temem que o Brasil possa, de novo, na segunda Copa com uma final no Maracanã, perder a taça.

Esse medo indica que eles não entenderam que, para este país, já não é essa a maior preocupação que se vive nas ruas, onde um grupo de pescadores aos quais perguntei se estavam nervosos com a Copa me respondeu: “Aqui, ‘seu’ jornalista, desta vez não há clima de Copa. Estamos preocupados com outras coisas.”

Claro que desta vez, se o Brasil voltar a perder a Copa, e outra vez no Maracanã, não veremos ninguém se atirar de uma ponte em desespero. O Brasil sofre hoje com outras coisas, como a inflação disparada e a precariedade dos serviços públicos. Preocupa a barbárie dos linchamentos, que revelam também uma falta de credibilidade em relação às autoridades do Estado, incapazes de proteger a população.

Os brasileiros desfrutam hoje de outras coisas além do futebol, como o desejo de se superar, de ganhar o tempo perdido reciclando-se profissionalmente para poder dar um salto social e, desse modo, estimular os seus filhos a não perpetuarem a fatalidade da pobreza material e cultural de seus pais e avós.

Hoje, quando são feitas pesquisas sobre tudo o que acontece e está por acontecer, até sobre as minissaias que provocam os homens, seria interessante que perguntassem aos brasileiros quais são seus sonhos com os olhos abertos, se é ganhar a Copa ou poder ter uma vida sem sofrimentos econômicos, com um Governo que lhes devolva em serviços decentes o sacrifício de tantos impostos, um futuro com menos violência, com menos desigualdades insultantes. Ou a possibilidade de poder desfrutar de algumas das coisas materiais e espirituais que, até agora, eles só viram um punhado de privilegiados aproveitar.

Em todo o mundo, os ditadores, de direita e de esquerda, usaram o esporte, e sobretudo o futebol, para embriagar as pessoas e distraí-las dos seus verdadeiros problemas e anseios.

Hoje, entretanto, os brasileiros não optariam por ganhar a Copa à custa de continuar sofrendo nas garras da pobreza e da exclusão, que durante tantos anos os atormentaram. Preferem perdê-la se isso significar poder desfrutar de uma maior democracia.

E se ganhar? Então ganharia duas vezes, mas a Copa não seria a razão principal da sua felicidade. Seria só uma boa sobremesa depois do prato principal. E esse prato é um Brasil que já não aceitaria voltar a perder sua democracia para afundar-se de novo no túnel da ditadura; um país que, apesar de estar vivendo um momento difícil em sua economia, continua sendo um dos países mais ricos do planeta e que aspira a ganhar muitas outras batalhas. Se fosse necessário, voltaria a sair à rua para se fazer escutar.

El corazón de Brasil

Por: | 16 de abril de 2014

Sociedad de Brasil
¿Quién es el corazón de Brasil?
¿El Gobierno? ¿Las fuerzas del orden? ¿La Bolsa o el capital? ¿El ejército de los violentos que nos atemorizan? No, el motor que mueve al país es la sociedad, lo somos todos, sin distinción. Y lo somos si ese corazón palpita al unísino.

Los Gobiernos pasan, pero la sociedad permanece y la sociedad somos todos, incluidos los políticos, aunque a veces ellos se olviden y crean vivir en otra galaxia, latiendo con un corazón privilegiado distinto al de la gente.

El Gobierno y las demás instituciones existen solo en función del corazón de la sociedad, para ayudarla a desarrollarse en libertad y con justicia. La sociedad existiría sin Gobierno, mientras que los políticos serían cañas burladas por el viento sin la sociedad y su apoyo.

Ha hecho bien el diario O Globo en crear una nueva sección bajo el epígrafe de Sociedad. Es a ella a la que deben dirigirse todos los apremios, el interés y el cariño de la información, porque en la sociedad y no en las intrigas del palacio se encuentran todos los dolores y alegrías del corazón del mundo.

Sociedad son todos los que luchan para abrir mayores espacios de libertad y democracia, los que se esfuerzan para ampliar los derechos humanos. Son todos los que habitan el país, sean nobles o plebeyos, sabios o analfabetos, artistas y creadores, famosos o anónimos.

Sociedad no son solo los que brillan en las pantallas de televisión. No lo son solo los fuertes sino también los débiles, los aplastados y sin voz. Lo son los millones de mujeres y varones, de madres y padres de familia que en el silencio, con honradez, sin dejarse vender por un plato de lentejas, van construyendo con sacrificio e ilusión un presente y un futuro mejor para sus hijos.

Lo son los segregados en las favelas y los blindados en el asfalto. Son la sociedad los millones de funcionarios públicos sin brillo, incapaces de corromperse, que llevan a cabo con ahínco un trabajo indispensable para que la máquina de la sociedad funcione.

Son sociedad no solo los sanos sino también los enfermos, sobre todo los abandonados en hospitales, a veces carentes de todo. Lo son no solo los atletas sino todos los minusválidos, los despojados de dignidad, los moradores de la calle.


Sociedad son no solo los empresarios, indispensables para crear riqueza para todos, sino también todos los trabajadores a sueldo que se sacrifican el mes entero, a veces en tareas duras, desagradables y hasta peligrosas, para poder llevar el pan a sus hijos.

Toda esa gente, la que disfruta y la que llora en público o en privado; los que acuden a las fiestas y los enfermos de soledad, los que tienen suerte y los que nunca la tuvieron.Los ocupados y los sin trabajo, todos son la sociedad.

Sociedad de brasil (2)Pertenecen a lo más íntimo de corazón de Brasil todos los olvidados y burlados por el poder, todas las mujeres que desean abortar en conciencia y que por ser pobres tienen que hacerlo en túneles de la ilegalidad arriesgando sus vidas. Los niños de escuelas precarias a quienes les espera un negro futuro.

Lo son también, tristemente, los saqueadores, los falsos, los especuladores, los sin escrúpulos, los que desprecian la vida de los otros, víctimas unas veces de su propia maldad y otras de una sociedad que acabó marginándolos sin abrirles caminos alternativos a su loca violencia. A ellos no les podemos, sin embargo, linchar a nuestro antojo. No son cucarachas, siguen siendo seres humanos con derecho.

Por esa sociedad, que es el corazón palpitante de Brasil, debemos interesarnos todos ya que nos salvamos o nos destruimos juntos.

En el bien y en el mal, la sociedad, compuesta por ese gran caleidoscopio humano, es todo lo que somos y tenemos. Todos somos responsables de sus luces y sus sombras.

Creerse por encima de esa sociedad, fuera de ella, o contra ella, es una vana ilusión. Somos muchos y diferentes y somos uno porque nos mantiene vivos un mismo corazón. Si falla el corazón de la sociedad infartamos todos.

¿Entienden eso los políticos que tantas veces se consideran ellos el corazón del mundo en lugar de estar al servicio de esa sociedad, para que su corazón pueda funcionar con más oxígeno, más justicia y mayores espacios de felicidad?

Cuando se den cuenta de que acabarían asfixiándose si se creyesen capaces de respirar sin sentirse parte del corazón del país, quizás se decidan a preguntar a la gente, escuhándola de cerca, cómo quiere vivir para sentirse menos infeliz, y dejarán de ofrecerles el plato ya cocinado según su propio gusto e interés.

Al final, la sociedad, en la que deben caber todos, cada uno con su propia identidad, su cordura o su locura, es la que hará que el país siga adelante ganando batallas, en vez de servir de peón para las guerras que ellos inventan y nadie les ha pedido.

(Publicado en la Edición de América)

 

TRADUCCIÓN AL PORTUGUÉS

Sociedad de brasil (3)
Quem é o coração do Brasil? O Governo? As forças da ordem? A Bolsa e o capital? O exército dos violentos que nos atemorizam? Não, o motor que move o país é a sociedade, somos todos, sem distinção. E o somos se esse coração palpita em uníssono.

Os Governos passam, mas a sociedade permanece, e a sociedade somos todos, incluídos os políticos, embora às vezes eles se esqueçam disso e creiam viver em outra galáxia, pulsando com um coração privilegiado, diferente do das pessoas.

O Governo e as demais instituições só existem em função do coração da sociedade, para ajudá-la a se desenvolver em liberdade e com justiça. A sociedade existiria sem Governo, ao passo que os políticos, sem a sociedade e seu apoio, seriam juncos soprados pelo vento.

Fez bem o jornal O Globo ao criar uma nova seção sob o título de Sociedade. É a ela a que devem se dirigir todos os cuidados, o interesse e o carinho da informação, porque na sociedade, e não nas intrigas do palácio, se encontram todas as dores e alegrias do coração do mundo.

Sociedade são todos os que lutam para abrir maiores espaços de liberdade e democracia, os que se esforçam para ampliar os direitos humanos. São todos os que habitam o país, sejam nobres ou plebeus, sábios ou analfabetos, artistas e criadores, famosos ou anônimos.

Sociedade não são só os que brilham nas telas de televisão. Não são só os fortes, mas também os fracos, os esmagados e sem voz. São os milhões de mulheres e homens, de mães e pais de família que em silêncio, com honradez, sem se deixarem vender por um prato de lentilhas, vão construindo com sacrifício e ilusão um presente e um futuro melhor para seus filhos.

São os segregados nas favelas e os blindados no asfalto. A sociedade são os milhões de funcionários públicos sem brilho, incapazes de se corromperem, que levam a cabo com esforço um trabalho indispensável para que a máquina da sociedade funcione.

A sociedade são não só os sãos, mas também os doentes, sobretudo os abandonados em hospitais, às vezes carentes de tudo. São não só os atletas, mas também todos os deficientes, os despojados de dignidade, os moradores de rua.

A sociedade são não só os empresários, indispensáveis para criar riqueza para todos, mas também todos os trabalhadores assalariados que se sacrificam o mês inteiro, às vezes em tarefas duras, desagradáveis e até perigosas, para poder levar o pão para seus filhos.

Toda essa gente, a que se diverte e a que chora em público ou em privado; os que vão às festas e os doentes de solidão, os que têm sorte e os que nunca a tiveram... Todos são a sociedade.

Pertencem ao mais íntimo do coração do Brasil todos os esquecidos e burlados pelo poder, todas as mulheres que desejam abortar com consciência e que, por serem pobres, precisam fazê-lo nos túneis da ilegalidade, arriscando suas vidas. As crianças das escolas precárias, a quem um negro futuro espera.

São também, tristemente, os saqueadores, os falsos, os especuladores, os sem-escrúpulos, os que desprezam a vida dos outros, vítimas algumas vezes da sua própria maldade, e outras de uma sociedade que acabou por marginalizá-los sem lhes abrir caminhos alternativos à sua louca violência. Não podemos, entretanto, linchá-los a nosso bel-prazer. Não são baratas, continuam sendo seres humanos com direitos.

Por essa sociedade, que é o coração palpitante do Brasil, devemos nos interessar todos, já que nos salvamos ou nos destruímos juntos.

No bem e no mal, a sociedade, composta por esse grande caleidoscópio humano, é tudo o que somos e temos. Todos somos responsáveis por suas luzes e suas sombras.

Acreditar-se acima dessa sociedade, fora dela, ou contra ela, é uma vã ilusão. Somos muitos e diferentes, e somos um porque nos mantém vivos um mesmo coração. Se o coração da sociedade falha, todos enfartamos.

Entendem isso os políticos que tantas vezes se consideram o coração do mundo, em vez de estarem a serviço dessa sociedade, para que seu coração possa funcionar com mais oxigênio, mais justiça e maiores espaços de felicidade?

Quando perceberem que acabariam se asfixiando se acreditassem ser capazes de respirar sem se sentir parte do coração do país, talvez se decidam a perguntar às pessoas, escutando-as de perto, como elas querem viver para se sentirem menos infelizes, e deixarão de lhes oferecer o prato já cozido segundo seu próprio gosto e interesse.

Ao final, a sociedade – na qual devem caber todos, cada um com sua própria identidade, sua prudência ou sua loucura – é que fará que o país siga adiante, ganhando batalhas, em vez de servir de peão para as guerras que eles inventam e ninguém lhes pediu.

Mujer en el barrio de Jardim Columbia
Si el marido es agresivo con la mujer y los hijos, será castigado con abstinencia de sexo y bebida.
Lo ha decidido la comunidad de mujeres del barrio pobre de Jardim Columbia de la rica ciudad de Campinas en el Estado de São Paulo.

Los maridos, sean agresores físicos o verbales de sus esposas, podrán ser castigados por la comunidad formada por más de 200 familias y cuya iniciativa podría ser copiada en otros lugares del país, sobretodo porque parece estar dando, según ellos, buenos resultados.

La historia la ha contado Giovanna Balogh, el diario Folha de São Paulo tras haber visitado a la aguerrida comunidad de mujeres. Esas esposas de maridos violentos ya no aceptan pasivamente ser maltratadas. Se han unido en una misma causa.

Se reúnen cada 15 días para analizar la conducta de sus maridos y para ver si están cumpliendo o no los castigos que han decidido infligirles. Aunque podría parecer que el más duro es la abstención sexual, en realidad el que más les duele, al parecer, es el no poder beber en el bar.

Lo más curioso es que las mujeres han conseguido la solidariedad del dueño del bar del barrio que podría ser el más perjudicado: “Yo nunca maltraté a mi mujer” dice orgulloso, y añade: “pero es verdad que las mujeres han sido siempre maltratadas por sus maridos”. Y confirma que la clientela de bebedores ha disminuido drásticamente, castigados por sus mujeres que vigilan si cumplen el castigo.


Campinas¿Y qué dicen los hombres castigados?
La mayoría esconde ser una de las víctimas de su mujer, pero curiosamente los más jóvenes, como Michel Nascimento Barbosa de 23 años, aprueba la iniciativa de castigar a los maridos violentos y confiesa que él también tuvo que pasar un buen periodo sin hacer sexo. “Fue horrible, pero ella llevaba razón”.

La iniciativa no se ha quedado restringida al barrio pobre de Campinas y ya ha tenido eco en la misma Universidad (Unicamp) de la ciudad, donde María do Carmo Pereira de Sousa de 44 años, líder de dicha comunidad discursó sobe la iniciativa en el “I Foro sobre Violencia contra la mujer”, al lado de catedráticos de renombre.

Las mujeres no se contentan, sin embargo, con castigar a los maridos violentos negándoles sexo y bebida. En caso de que uno de los maridos sea reincidente y vuelva a las mismas después de haber cumplido la penitencia impuesta, puede ser castigado públicamente. El marido es atado a un árbol y la mujer puede aporrearlo frente a las demás.

Y ha sido esta práctica la que ha creado el alarme de las autoridades, ya que justamente en Brasil se vive un momento delicado en el que las personas de la calle se están tomando, como en Argentina, la justicia por su cuenta llegando a ejecutar en público a quién es pescado, por ejemplo, asaltando a alguien.

De ahí que la Delegada de Policía María Cecilia Favero ha aconsejado a las esposas de maridos violentos que en vez de hacer ellas misma justicia, denuncien dichos atropellos a la fuerza pública que es la única con derecho para juzgar e imponer sanciones.

Brasil, en efecto cuenta con una de las legislaciones más duras contra los varones que ejercen cualquier tipo de violencia con las mujeres. Es la famosa Ley Maria da Penha, una de las más severas de América Latina.
Lo que, sin embargo, alegan las mujeres de la comunidad del barrio de Campinas es que dichas denuncias suelen acabar en nada; los maridos buscan la forma de burlar la ley y ellas continúan siendo objeto de nuevas y peores violencias.

¿Cuál sería entonces la forma mejor para defender a esas mujeres de las violencias del marido generalmente generadas por el exceso de bebida o por los celos enfermizos? Difícil hallar una solución, aunque es verdad que la de tomarse la justicia por su cuenta puede acabar como un boomerang contra la misma mujer. Es por lo menos lo que piensan los psicólogos y sociólogos consultados por este bloguero.

Ladrón lichado por la gente en BrasilLadrón lichado en la calle en Brasil

Activista brasileña se desnuda en la selva para Playboy

Por: | 09 de abril de 2014

Activista desnuda en la selva
La ambientalista brasileña de Greenpace, Ana Paula Maciel, de 32 años, fue conocida en todo el mundo por haber estado encarcelada en Rusia durante dos meses por sus protestas contra la exploración de petroleo en el mar Ártico.

Gracias a una intensa acción de la diplomacia brasileña, la activista consiguió recobrar su libertad y volver a su tierra natal en el Estado de Río Grande do Sul.

Su sueño había sido siempre poder cuidar de una reserva ecológica en la Amazonia. Para ello se ofreció a posar desnuda para la revista Playboy en medio de la selva. La recompensa la emplearía para su antiguo deseo.

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La revista quiso hacer antes una prueba: publicar a la ambientalista en biquini y tomar el pulso a las reacciones de los lectores. Ante la buena acogida de la treintañera, con fama de defensora de la naturaleza, le presentó el contrato a la firma que Ana Paula aceptó.

Los fotógrafos de la revista, se fueron con ella en medio de la selva y fue retratada en traje de Eva. La revista ahora es esperada con curiosidad en Brasil y sobretodo en tierras gauchas cuna natal de la aguerrida ecologista.

Es posible, que como todo lo que se refiere al desnudo femenino y a las decisiones de las mujeres al disponer de su cuerpo, el gesto de Ana Paula sea a la vez condenado y aplaudido. Pero ella no es mujer que se achique ante las críticas. Ella deseaba realizar un sueño y su piel aún joven se lo ha permitido.

Activista desnuda (4)
Otra actriz activista, antes que ella, se había hecho también fotografiar contra el uso de los abrigos de astracán  bajo el eslogna: “Yo uso sólo mi piel”.

Ana Paula ha usado también su piel como anzuelo para conseguir un puñado de dólares que le permita ahora disfrutar de un pedazo de tierra virgen de la Amazonia, un santuario ecológico, herido y humillado por las especulaciones de sus verdugos que, en vez de desnudarse, se ocultan bajo las sombras de la impunidad.

Activista desnuda (5)

Metro de São Paulo
En algunas ciudades de Brasil, como por ejemplo, la gran São Paulo, las mujeres se están organizando para defenderse del acoso sexual en los apretujones de las pocas lineas de metro existentes.

Los medios públicos de transporte que en las grandes ciudades brasileñas han sido calificados como peores “que para el ganado”, fueron uno de los motivos principales de las violentas protestas de junio pasado.

Organizado por un grupo de feministas, comenzarán a ser repartidas a las mujeres unos saquitos de plástico con gruesos alfileres para clavarlos en las partes íntimas de los llamados, en portugués informal "encoxadores".

La idea surgió con motivo de una infeliz publicidad del metro de la capital paulista que afirmaba que era una suerte para los hombres que los vagones del metro estuvieran abarrotados porque así podrìan “xavecar” a las mujeres. La publicidad fue retirada ante las iras femeninas, pero en lo que va de año, policías vestidos de paisano, han detenido ya a 23 personas que se aprovechaban de los apretones del metro, para disfrutar sexualmente de las mujeres.

Camila Lisboa, de 29 años, miembro del colectivo que está organizando la distribución de alfilares como defensa, aprueba la inicitiva alegando que una mujer tiene todo el derecho de autodefensa. Y asegura que los alfiletarazos en las piernas de los abusadores les “van a doler mucho”.

Las feministas aseguran que con esa iniciativa desean “abrir un debate sobre los abusos sexuales en los transportes pùblicos”, ya que según ellas “la mujer debe ser respetada en todas las circunstancias”, y tienen todo el derecho de defenderse por su cuenta cuando las autoridades públicas no consiguen hacerlo.

 Algunas mujeres han confesado que ya han usado con buenos resultados los alfileterazos “allí donde más duele”, y que enseguida han sido dejadas en paz.

Las autoridades públicas, preocupadas con las aglomeraciones en los metros y autobuses de las ciudades que empeorarán con motivo del Mundial de Futbol, están estudiando medidas urgentes para combatir esas molestias a las mujeres que se han multiplicado de forma alarmante.

Quedan pues aviados los hinchas extranjeros que al llegar a Brasil para disfrutar del Mundial pudieran caer en la tentación de querer disfrutar de algo más en los apretones de metros y autobuses. Las mujeres pueden pincharles de verdad y acabar viendo las estrellas en vez de las bellezas naturales de este maravilloso país.

EL SONDEO BRASILEÑO ESTABA EQUIVOCADO

Acaba de llegar la noticia de que el sondeo sobre la violación a las mujeres realizado por el prestigioso Instituto de Investigación Económica Aplicada (Ipea) que creó un verdadero terremoto en el país y que fue objeto del post anterior de este blog, ESTABA EQUIVOCADO. No era el 65% de los brasileños los que consideraban que una mujer en ropa corta podía ser violada, sino el 26%, algo bien distinto. 

El Ipea, cuyo director del área social ha pedido dejar el cargo, ha explicado que el error se debió a un cambio de los gráficos del resultado de la investigación realizada a nivel nacional con más de tres mil entrevistas. 

En verdad, el 70% de los brasileños se demostraba en contra de que una mujer por el simple hecho de estar vestida ligera pudiera ser violada. La cifra del 65% se refería a que las mujeres que reciben violencia por parte de los maridos y siguen con ellos, demuestran  por ello que les "gusta" dicha violencia.

Los brasileños, pues, no son tan machistas, como revelaba el sondeo de marras.

¿Y si se equivocaran también así los sondeos políticos? Toda prudencia es poca con esos bailes de cifras. Atentos a la próxima.

 

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El País

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