Juan Arias

Sobre el autor

es periodista y escritor traducido en diez idiomas. Fue corresponsal de EL PAIS 18 años en Italia y en el Vaticano, director de BABELIA y Ombudsman del diario. Recibió en Italia el premio a la Cultura del Gobierno. En España fue condecorado con la Cruz al Mérito Civil por el rey Juan Carlos por el conjunto de su obra. Desde hace 12 años informa desde Brasil para este diario donde colabora tambien en la sección de Opinión.

Eskup

El helicóptero de Dios

Por: | 13 de mayo de 2014

Sergio Cabral y su helicóptro oficial
En Río de Janeiro un helicóptero le costó caro políticamente al gobernador Sérgio Cabral
, del partido conservador (PMDB). Era un helicóptero oficial, pero el político lo empleaba para ir a pasar el fin de semana a su finca a 80 kilómetros de la ciudad.

Primero llevaba al matrimonio a los hijos y después en otro viaje a las domésticas y a los perros. Y hacía un tercer viaje, al parecer, para hacer la compra. El fin de semana salía caro a los contribuyentes.

Era en junio pasado cuando Brasil se despertó y más de un millón de personas se echó a la calle para pedir, entre otras cosas transportes mejores para los ciudadanos.

Cabral tuvo que renunciar a sus viajes de placer en el helicóptero oficial pues un grupo de indignados vigilaba 24 horas su piso en el barrio de más prestigio de Río, el de Leblón, y ni siquiera podía ir a dormir en él.

También diputados, senadores y hasta ministros sufrieron presiones por usar helicópteros y aviones de empresarios que trabajaban en obras para el gobierno, para fines personales.

El gobernador Geraldo AlckminEn ese clima, el gobernador de São Paulo, Geraldo Alckmin (PSDB) anunció que vendería el helicóptero oficial y que iría en metro al trabajo. El precio del helicóptero en venta era de 850.000 dólares y curiosamente el gobernador no encontró comprador hasta ahora, después las manifestaciones de junio pasado. Es como si de repente los helicópteros oficiales de políticos y gobernantes se hubiesen vuelto malditos y gafados. Nadie los quería.

Por fin, día atrás salió un comprador especial que por su identidad no tenía miedos a maldiciones porque goza de las bendiciones divinas. Lo ha comprado el pastor evangélico, Marco Roberto Dias, de la Iglesia Asamblea de Dios. La suya fue la única puja y la cuarta tentativa por parte del gobernador para vender el helicóptero

Helicoptero-assembleia-de-deusQuizás lo más pintoresco de la compra del que ha sido llamado el “helicóptero de Dios” fuesen los comentarios de los lectores en los diarios en sus ediciones on line. Se podía leer de todo: desde la desilusión de algunos fieles que deben pagar a la Iglesia evangélica el diezmo de sus sueldos a la ironía de que la Asamblea de Dios necesitaría de un papa Francisco para poner en vereda a ciertos pastores, demasiado amigos del dinero, que viven en el lujo y que a veces hasta acaban en la cárcel por sus enjuagues mafiosos.

Hace algún tiempo la policía detuvo en un aeropuerto a unos pastores evangélicos que llevaban varias maletas de dinero vivo en una avioneta particular. Cogidos con la mano en la masa, inventaron convencer a la policía de que se trataba de dinero de las limosnas de los fieles generosos.

Sólo que cuando abrieron las maletas los varios millones de reales estaban bien empaquetados, en billetes altos, sin estrenar, recién sacados de algún banco. Para ellos era sólo dinero de Dios.

Dinero en maletas

¿Por qué los queman?

Por: | 07 de mayo de 2014

 

Autobuses incendiados (2)
Nunca habían sido incendiados tantos autobuses en Brasi
l: 43 en lo que va de año, con un pérdida de 14 millones de reales. ¿Por qué los queman? ¿Qué simbolismo esconde esa violencia? ¿Existirá algo de freudiano en esos incendios?

Aparentemente, los queman por rabia las personas airadas de los suburbios y favelas que nunca acaban de ser pacificadas del todo, ya que en ellas sigue vivo el rescoldo de la violencia del narcotráfico. Incendian los autobuses cuando en ellas muere a tiros alguien de la comunidad.

Los queman también en el asfalto de la ciudad por otros motivos, como protesta. Lo hace la gente de a pie, la que cada día pasa horas dentro de esas cajas de lata, apiñados, sudados, cansados, camino de un trabajo generalmente duro y monótono.

Los trabajadores brasileños sufren un plus de cansancio y degradación al no poder viajar, como en los países desarrollados, con un mínimo de comodidad

Alguien podría preguntarse por qué justamente son esos trabajadores y estudiantes que usan diariamente el transporte público quienes atentan contra ellos.

Quizás, en su subconsciente, los destruyan porque los medios de transporte, autobuses o metro, constituyen para ellos una especie de calvario, una pesadilla cotidiana, un peso añadido a la fatiga del trabajo.

No fue casualidad que las manifestaciones de junio pasado, que dividieron a Brasil entre un antes de resignación y un después de irritación colectiva, comenzaron por el tema del aumento de los precios de los transportes, sin que las mejoras de los mismos justificase el aumento de sus costes.

Autobuses incendiados (3)
Los trabajadores brasileños -sobre todo de las grandes urbes, donde las distancias para ir al trabajo son mayores- sufren un plus de cansancio y degradación humana al no poder viajar, como en los países desarrollados, con un mínimo de comodidad. Sentados, en autobuses limpios, que se muevan con fluidez en el tráfico, que lleguen y salgan con puntualidad.

He leído en la prensa brasileña que los trabajadores, especialmente de los suburbios distantes del centro, son tratados en los transportes colectivos “peor que ganado”, ya que los dueños de vacas y corderos se preocupan de que los animales no se hieran, no enfermen o incluso que no se mareen al viajar. Son preciosos.

En los autobuses públicos, dado que la gente que en ellos viaja no es propiedad de nadie, a pocos les preocupa, por ejemplo, que los ancianos vayan de pie, que madres con hijos pequeños se vean aplastadas, que el calor les haga a veces desmayarse o que no consigan bajarse al llegar a su parada porque viajan como en una caja de sardinas y ni a empujones consiguen salir.

Yo, que viajo con frecuencia en autobús para poder escuchar y observar de cerca a la gente como periodista, he oído de todo, tanto haciendo filas para subir como dentro de ellos: desde el desespero por los atrasos hasta los insultos al conductor por sus frenazos o por no dar tiempo para que los mayores puedan bajarse sin miedo a caerse. He oído hasta decir: “Tendríamos que prenderles fuego a estos autobuses para que los políticos aprendieran de una vez”.

Autobuses incendiados (4)
Y no eran marginales los que lo decían
. Era gente que iba a trabajar nueve horas y aún tenía que afrontar al acabar, cansados, la vuelta en otros autobuses a veces aún más abarrotados.

¿Será quizás por eso que los ciudadanos no pierden el sueño cuando leen en los periódicos que en una noche han sido quemados 30 autobuses, o cuando los ven arder en las pantallas de la televisión?

Por eso y porque hasta los menos informados saben o intuyen que si los medios públicos de transporte son lo que son, y además caros, es porque detrás de esas empresas se esconden mafias varias, connivencias inconfesables con los poderes públicos

¿Por qué si no ese rechazo a instaurar una Comisión Parlamentar de Investigación (CPI) sobre la corrupción de las empresas de autobuses? Quizás porque la temen políticos de todos los colores acostumbrados a que los dueños de esas empresas les echen una mano generosa para sufragar sus campañas electorales.

Autobuses incendiados
He notado hasta ahora sin embargo, entre los precandidatos a la presidencia de la República, poco entusiasmo y énfasis en prometer mejoras claras en los transportes públicos para hacerlos más modernos, más cómodos y más baratos en un país rico y en algunos aspectos moderno y avanzado. Que tengan cuidado dichos candidatos, porque los mismos que incendian autobuses podrían acabar apagando sus nombres en las urnas.

En las democracias desarrolladas y modernas los ciudadanos ya no aceptan viajar como ganado, y Brasil ya no es un país del tercer mundo aunque a veces sus gentes más humildes sufran el azote de los países aún no desarrollados del Planeta.

¿Es que los políticos brasileños no ven, cuando van a los países desarrollados, a la gente (incluidos los ricos) viajar en medios públicos dignos y no notan la diferencia con los de aquí?

La campaña electoral está a las puertas. Y también junio, aniversario de las manifestaciones de protestas callejeras. Y en un clima de Copa, que no aparece exactamente risueño y pacificador. Los brasileños exigen medios de transporte públicos a la altura del “padrón Fifa”.

¿Por qué, desde ahora hasta las elecciones, los candidatos no viajan en los medios de transportes públicos para ver de primera mano lo maravillosos que son y lo feliz y cómoda que la gente viaja en ellos? ¿Sería una mala idea?

Desde los coches blindados es difícil oír los lamentos de la gente común para quienes viajar para llegar al trabajo supone un martirio mayor a veces que la fatiga de la jornada laboral.

La vida de los no privilegiados, que son la gran mayoría en estos países, gira en torno de ese día a día, tantas veces duro y hasta cruel, de despertarse pensando en afrontar horas de viaje en situaciones que rayan la falta de dignidad humana. Y se acuestan exhaustos de una doble fatiga cotidiana.

¿Que por qué queman los autobuses? Mejor que los políticos no se lo pregunten. Podrían sonrojarles sus respuestas.

¿Qué hacen bien en quemarlos? NO. Toda violencia acaba aplastando aún más la ya dura vida de los más desfavorecidos.

Pero ¿cómo convencer de que la violencia no mejora las cosas a esas personas que desde que abren los ojos, son sujeto y objeto de violencias varias, marcadas cada hora por el reloj del dolor que acumulan de padres a hijos?

(Publicado en la Edición de Brasil de EL PAÍS)

Autobus en Salvador de Bahia

TEXTO EN PORTUGUÉS

Por que os queimam?

Nunca tantos ônibus haviam sido incendiados no Brasil, 43 desde o começo do ano, com um prejuízo de 14 milhões de reais nos últimos tempos. Por que os queimam? Que simbolismo essa violência esconde? Existirá algo de freudiano nesses incêndios?

Aparentemente, são queimados por pessoas enfurecidas, moradores dos subúrbios e favelas que nunca acabam de ser totalmente pacificadas, já que nelas continua vivo o rescaldo da violência do narcotráfico. Incendeiam os ônibus quando alguém da comunidade morre baleado.

Queimam-nos também no asfalto da cidade por outros motivos, como protesto. Quem faz isso é gente comum, que todos os dias passa horas dentro dessas caixas de lata, apinhados, suados, cansados, a caminho de um trabalho geralmente duro e monótono.

Os trabalhadores brasileiros sofrem um adicional de cansaço e degradação ao não poderem viajar, como nos países desenvolvidos, com um mínimo de comodidade

Alguém poderia se perguntar por que são justamente esses trabalhadores e estudantes, usuários diários dos transportes públicos, que atentam contra eles.

Possivelmente, em seu subconsciente, destroem-nos porque os meios de transporte, ônibus e metrô, constituem para eles uma espécie de calvário, um pesadelo cotidiano, um peso agregado à fadiga do trabalho.

Não foi por acaso que as manifestações de junho passado, que dividiram o Brasil entre um antes de resignação e um depois de irritação coletiva, começaram pelo tema do aumento dos preços dos transportes, sem melhorias que justificassem o aumento dos seus preços.

Os trabalhadores brasileiros – sobretudo das grandes cidades, onde as distâncias para ir ao trabalho são maiores – sofrem um adicional de cansaço e degradação humana ao não poderem viajar, como nos países desenvolvidos, com um mínimo de comodidade: sentados, em ônibus limpos, que se desloquem com fluidez no tráfego, que cheguem e saiam com pontualidade.

Tenho lido na imprensa brasileira que os trabalhadores, especialmente dos subúrbios distantes do centro, são tratados nos transportes coletivos “pior que gado”, já que os donos de vacas e cordeiros se preocupam em evitar que os animais se machuquem, adoeçam ou mesmo que fiquem mareados ao viajar. São preciosos.

Nos ônibus públicos, já que os passageiros não são propriedade de ninguém, poucos se preocupam, por exemplo, com o fato de idosos viajarem em pé, que mães com filhos pequenos se vejam esmagadas, que o calor as faça eventualmente desmaiar e não conseguir descer no seu ponto, porque viajam como em uma lata de sardinhas, e nem a empurrões conseguem sair.

Eu, que como jornalista ando com frequência de ônibus para poder escutar e observar de perto as pessoas, já ouvi de tudo, tanto fazendo fila para subir como dentro deles: do desespero pelos atrasos aos insultos ao motorista por suas freadas bruscas ou por não dar tempo para que os mais velhos possam descer sem terem medo de cair. Ouvi até dizerem: “Precisávamos botar fogo nestes ônibus para que os políticos aprendam de uma vez por todas”.

E não eram marginais que diziam isso. Era gente que ia trabalhar durante nove horas e ainda tinha que enfrentar, ao encerrar a jornada, cansados, a volta em outros ônibus às vezes ainda mais abarrotados.

Será talvez por isso que os cidadãos não perdem o sono quando leem nos jornais que em uma noite foram queimados 30 ônibus, ou quando os veem arder nas telas da televisão?

Por isso e porque até os menos informados sabem ou intuem que, se os meios de transporte público são desse jeito, e ainda por cima caros, é porque detrás dessas empresas se escondem várias máfias, em conivências inconfessáveis com os poderes públicos.

Que outro motivo haveria para a recusa em instalar uma comissão parlamentar de inquérito (CPI) sobre a corrupção das empresas de ônibus? Possivelmente porque a temem políticos de todos os matizes, acostumados a que os donos dessas empresas lhes deem uma mão generosa para ajudar as suas campanhas eleitorais.

Entretanto, notei até agora entre os pré-candidatos à presidência da República pouco entusiasmo e ênfase em prometer melhoras claras nos transportes públicos, de modo a torná-los mais modernos, mais cômodos e mais baratos em um país rico e em alguns aspectos moderno e avançado. É bom esses candidatos terem cuidado, porque os mesmos que incendeiam ônibus podem acabar apagando seus nomes nas urnas.

Nas democracias desenvolvidas e modernas, os cidadãos já não aceitam viajar como gado, e o Brasil já não é um país do Terceiro Mundo, embora às vezes suas pessoas mais humildes sofram os flagelos dos países ainda não desenvolvidos do planeta.

Será que os políticos brasileiros não veem, quando vão aos países desenvolvidos, às pessoas (inclusive os ricos) andando em meios de transporte públicos dignos, e não notam a diferença com os daqui?

A campanha eleitoral está às portas. E também junho, aniversário das manifestações das ruas. E em um clima de Copa que não aparece exatamente risonho e pacificador. Os brasileiros exigem meios de transporte público à altura do “padrão FIFA”.

Por que, de agora até as eleições, os candidatos não andam de transporte público para ver de perto como são maravilhosos e como as pessoas viajam felizes e cômodas? Seria uma má ideia?

Dos carros blindados é difícil ouvir os lamentos das pessoas comuns, para quem a ida ao trabalho significa um martírio às vezes maior que a fadiga da jornada trabalhista.

A vida dos não privilegiados, que são a grande maioria nestes países, gira em torno desse dia a dia, tantas vezes duro e até cruel, de acordar pensando em enfrentar horas de viagem em situações que raiam a falta de dignidade humana. E se recolhem exaustos, por uma dupla fadiga cotidiana.

Que por que queimam os ônibus? Melhor que os políticos não perguntem. Poderiam ruborizar com as respostas.

Se fazem bem em queimá-los? Não. Toda violência acaba esmagando ainda mais a já dura vida dos mais desfavorecidos.

Mas como convencer de que a violência não melhora as coisas essas pessoas que, desde que abrem os olhos, são sujeito e objeto de violências várias, marcadas a cada hora pelo relógio da dor que acumulam de pai para filho?


 

¿Existen sentimientos en la política?

Por: | 01 de mayo de 2014

Politica y sentimientos
¿Son los políticos capaces de tener sentimientos?
¿Y los corruptos? La política debería ser una de las artes más nobles ya que su finalidad es la búsqueda de la felicidad de los ciudadanos que colocan su confianza en sus representantes. ¿Lo es así? ¿Existen en ella  sentimientos o está solo amasada de frías negociaciones, compromisos, intrigas y corrupciones ?

 Con motivo de las últimas denuncias contra la empresa brasileña Petrobrás, que ya fue orgullo mundial, hemos visto en los medios de comunicación una verdadera danza de cifras de millones de dólares que podrían haber acabado en buena parte en el bolsillo de quienes deberían haber vigilado a una empresa, creada con el esfuerzo de miles de ciudadanos.

Es una danza de ceros que se repite cada vez en las ya rutinarias acusaciones de corrupción política. Una danza  melancóliica  que revela el poco aprecio que existe por el dinero público, fruto del esfuerzo cotidiano de tantos trabajadores o de pequeños empresarios que trabajan cuatro meses gratis  para pagar impuestos. ¿Para recibir qué a cambio?

Bastaría usar esas cifras estelares de la corrupción, que se mide ya en miles de millones y que un simple trabajador ni consigue calcular, para que Brasil pudiera ser un país con una mejor calidad de vida sin aparecer siempre en el furgón de cola en las encuestas mundiales en educación, violencia y calidad de vida.

¿Qué sienten de sus gobernantes esos millones de hombres y mujeres, que luchan para que no les falte a sus hijos lo necesario al toparse con esa danza de los guarismos de la corrupción que acaba perdiéndose casi siempre en el pozo de la impunidad?

Politica y sentimientos (3)
En ese macabro baile de cifras, un millón de reales (340.000 euros) ya es considerado un pecado venial. Y sin embargo, para ganar ese millón, una profesora de escuela primaria, con el sueldo medio  de 1.500 reales mensuales, ¿saben cuanto años debería trabajar? Exactamente, 70, es decir,  dos vidas laborales.

Pienso también en tantos trabajadores a sueldo, que se dejan en su tarea su salud y a veces hasta  su vida, como lo hemos visto en las muertes de la construcción de los nuevos estadios de la Copa. (Por Dios, Pelé, que la vida de una persona vale más que todos los estadios y las Copas del mundo juntas)

Pienso en los millones de funcionarios anónimos de los hospitales, del campo, de los servicios públicos de limpieza, de las  trabajadoras del hogar que realizan un trabajo oscuro a favor de todos nosotros con un sueldo que les da justo para vivir en estrechez.

 Me pregunto lo que deben sentir íntimamente todos los que necesitan usar diariamente dos o tres medios públicos de locomoción para ir al trabajo y que a veces hacen kilómetros a pie para ahorrarse unas monedas, cuando ven a algunos políticos usando, sin necesidad,  aviones y helicópteros del ejército o de empresarios muchas veces corruptos,  por pura comodidad o porque se consideran disminuidos viajando como todos los mortales.

Nadie, ni siquiera los trabajadores más humildes, exigen a sus políticos que hagan voto de pobreza o que dejen de usar los medios que necesitan para ejercer con eficacia su trabajo. Lo que piden y exigen es que los impuestos que cargan sobre ellos revierta en beneficio de todos. Y no sólo de unos pocos. Y que no les roben.

 ¿Y qué sienten los corruptos? ¿ Sentirán por lo menos un mínimo de desasosiego sabiendo que ese dinero que les enriquece ilícitamente y que ellos despilfarran, a veces  hasta con descaro,  lo substraen a la fatiga de los demás?

¿Conseguirán sentir como un lamento en sus conciencias,  que ese dinero de la corrupción, está amasado con las lágrimas de tanto trabajo duro de gentes que tienen que hacer fila para todo, que sufren la violencia institucional cada vez que piden lo que les pertenece por ley y por justicia? Y no estoy hablando de los más pobres ni de los negros o de color, sino hasta de una cierta clase media blanca, cada vez más sacrificada.

Politica y sentimientos (2)
Hay quién asegura que esos corruptos no sólo no albergan esos sentimientos de vergüenza,  sino que hasta piensan que la gente  “vive demasiado bien”,  ya que “nunca tuvieron tanto como hoy”. Se refieren a la gente de a pie, a la de los sin privilegios, a la que le producen vértigo las cifras astronómicas de la corrupción.

Cuando en una sociedad acaban borrándose los sentimientos sin que el crimen de la ilegalidad llegue a quitar a nadie el sueño, todo el resto, desde las CPIs del Congreso a las  posibles reformas políticas, serán tristemente inútiles y fácilmente burladas.

La primera gran reforma política debería iniciar con el apremio de ciertos sentimientos básicos de decencia de los que rigen los destinos de la comunidad. Ese pudor que deberían albergar los que la sociedad elige con su voto para que cuiden del bienestar de todos, y no para que se conviertan en peligrosos asaltadores del gallinero.

Cuando en la política los sentimientos de compasión se apagan y se ignora el dolor del mundo para dar paso al cinismo, estamos abriendo peligrosamente las puertas a la barbarie.

Politica y zsentimientos (4)

TEXTO EN PORTUGUÉS (Publicado en la Edición de Brasil)

Os corruptos sentem alguma coisa?

Juan Arias

Os políticos são capazes de ter sentimentos? E os corruptos? A política deveria ser uma das artes mais nobres, já que sua finalidade é a busca da felicidade dos cidadãos que depositam sua confiança em seus representantes. É assim? Existe nela sentimentos ou só é feita de negociações frias, compromissos, intrigas e corrupções?

Em razão das últimas denúncias contra a empresa brasileira Petrobras, que foi orgulho mundial, temos visto nos meios de comunicação uma verdadeira dança de cifras de milhões de dólares que em boa parte poderiam ter acabado no bolso de quem deveria ter protegido uma empresa criada com o esforço de milhares de cidadãos.

É uma dança de zeros que se repete a cada vez nas já rotineiras acusações de corrupção política. Uma dança que revela o pouco apreço que existe pelo dinheiro público, fruto do esforço cotidiano de tantos trabalhadores e de pequenos empresários que trabalham quatro meses de graça para o Estado para pagar impostos. Para receber o quê em troca?

Bastaria usar essas cifras estelares da corrupção, que se avalia já em bilhões e que um simples trabalhador nem consegue calcular, para que o Brasil pudesse ser um país com melhor qualidade de vida sem aparecer sempre no final da fila nas pesquisas mundiais sobre educação, violência e qualidade de vida.

O que sentem em relação a seus governantes esses milhões de homens e mulheres que lutam para que não falte a seus filhos o necessário, ao se depararem com essa dança dos algarismos da corrupção que acaba se perdendo quase sempre no poço da impunidade?

Nesse macabro baile de cifras, um milhão de reais já é considerado um pecado venial. E, no entanto, para uma professora de escola primária com o salário médio de 1.500 reais mensais ganhar esse milhão, sabem quantos anos deveria trabalhar? Exatamente 70, quer dizer, duas vidas de trabalho.

Penso também em tantos trabalhadores assalariados, que deixam em suas tarefas sua saúde e às vezes até a vida, como vimos nas mortes na construção dos novos estádios da Copa (por Deus, Pelé, a vida de uma pessoa vale mais que todos os estádios e os Mundiais do mundo juntos).

Penso nos milhões de funcionários anônimos dos hospitais, do campo, dos serviços públicos de limpeza, nas empregadas domésticas que realizam um trabalho obscuro em favor de todos nós com um salário que lhes dá, justo, para viver no aperto.

Eu me pergunto o que devem sentir intimamente todos os que necessitam usar diariamente dois ou três meios públicos de transporte para ir ao trabalho, e que às vezes percorrem quilômetros a pé para poupar algumas moedas, quando veem alguns políticos usando, sem necessidade, aviões, helicópteros do Exército ou de empresários – às vezes corruptos – por pura comodidade ou porque se consideram diminuídos viajando como todos os mortais.

Ninguém, nem sequer os trabalhadores mais humildes, exige de seus políticos que façam voto de pobreza ou que deixem de usar os meios que necessitam para exercer com eficácia seu trabalho. O que pedem e exigem é que os impostos cobrados deles revertam em benefício de todos. E não só de uns poucos. E que não os roubem.

E o que sentem os corruptos? Sentirão pelo menos um mínimo de desassossego sabendo que esse dinheiro que os enriquece ilicitamente e que eles esbanjam, às vezes até com descaramento, é subtraído da fadiga dos demais?

Conseguirão sentir, como um lamento em suas consciências, que esse dinheiro da corrupção está feito com as lágrimas de tanto trabalho duro de pessoas que têm de fazer fila para tudo, que sofrem a violência institucional cada vez que pedem o que lhes pertence por lei e por justiça? E não estou falando dos mais pobres nem dos negros, mas também da classe média branca, cada vez mais sacrificada.

Há quem garanta que esses corruptos não só não abrigam esses sentimentos de vergonha como também até pensam que as pessoas “vivem bastante bem”, já que “nunca tiveram tanto como hoje”. Referem-se às pessoas a pé, às pessoas sem privilégios, às quais as cifras astronômicas da corrupção produzem vertigem.

Quando em uma sociedade acabam desaparecendo os sentimentos, sem que a ilegalidade chegue a tirar o sono de ninguém, todo o resto (desde as comissões de investigação do Congresso às possíveis reformas políticas) será tristemente inútil e facilmente burlado.

A primeira grande reforma deveria começar compelindo certos sentimentos básicos de decência aos que regem o destino da comunidade. Esse pudor que deveriam ter aqueles que a sociedade elege com seu voto para que cuidem do bem-estar de todos, e não para que se transformem em perigosos ladrões do galinheiro.

Quando na política os sentimentos de compaixão se apagam e se ignora a dor do mundo para dar lugar ao cinismo, estamos abrindo perigosamente as portas à barbárie.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal