El ejercicio es simple, basta con hacer una pregunta. ¿Quién es Samuel Joseph Wurzelbacher? En Holland, Ohio, le conocen bien. Al votante en Nueva York, a no ser que esté muy metido en política, se le escapa seguro ese nombre. Pero si se le habla de “Joe el fontanero”, la historia cambia. El senador republicano John McCain lo utilizó hace cuatro años en su campaña presidencial como ejemplo de las dificultades por las que atravesaba la clase media en EE UU.
Se convirtió en una especie de ídolo para los conservadores por una pregunta que hizo al entonces senador Barack Obama sobre su propuesta fiscal hacia la pequeña empresa, a pocas semanas de pasar por las urnas. El ahora presidente le dijo que no quería “castigar” el éxito de los pequeños empresarios, pero también quería asegurarse de que los de más abajo tenían una oportunidad.
Se trata de la secretaria de Warren Buffett. La utilizó para defender durante el discurso sobre el estado de la Unión su impuesto mínimo del 30% a los contribuyentes que ganan más de un millón de dólares al año, la conocida como la “Buffett rule”. Obama se ha ganado con ella el título de “tax-hiker-in-chief”, mientras se presenta como el que va a cortar las tasas a la masa.
El movimiento Ocupemos Wall Street ya sirvió para mostrar que hay una generación asustada por la economía, que ve el logro del sueño americano cada vez más lejos. Y con el debate sobre la desigualdad, emergió el de la riqueza. El inicio de una lucha de clases, como dice Jeffrey Sachs, que comenzó hace tres décadas, cuando Ronald Reagan estaba en la Casa Blanca.
Desde entonces, la riqueza del llamado 1% se triplicó mientras que la del 99% de los estadounidenses se estancó. Así no es de extrañar que los jóvenes que se echaron a la calle centraran su batalla en esa brecha y en sus daños colaterales. Y con ese telón de fondo, prende aún más la llama de un debate sobre el futuro de la fiscalidad lleno de reproches y sacado de contexto. Cuando en realidad todos coinciden en que el sistema está lleno de agujeros.
Los impuestos que paga Mitt Romney son el mejor ejemplo. El aspirante a hacerse con la candidatura para batir a Barack Obama en las presidenciales ganó 20,9 millones de dólares en 2011 y pagará un 15,4% al Tío Sam. Eso le puso en la diana dentro y fuera de su partido. Que un millonario pague tan poco suena fatal en un periodo de incertidumbre como el actual, y debe explicarse.
La cuestión es que esa imposición es muy similar, hasta incluso mayor, a la que se aplica a la gran mayoría. Es decir, no es exclusiva del 1%. Todo lo contrario. De acuerdo con los datos Tax Policy Center, al 80% de los estadounidenses se les aplica una imposición efectiva inferior al 15%. En el caso de los contribuyentes con una renta de entre los 40.000 y los 50.000 dólares, baja al 3,2%.
Son datos previos a la recesión.
Y si esos ingresos ascendieran a 100.000 dólares, el impuesto efectivo sube a entre el 17% y el 21% antes de deducciones, tampoco en este caso muy por encima del de Romney. ¿Pero por qué sucede esto? En el caso del exgobernador, como Buffett, se debe a que gran parte de lo que ingresa son beneficios generados por sus inversiones, tasadas al 15%. En los salarios, varía del 10% al 35%.
Por tanto, que Romney pague menos impuestos que la clase obrera no es tan cierto. Y en eso es lo que se sustentó Obama para apoyar la norma Buffett. Es más, ese 35% máximo solo se aplica a asalariados con unos ingresos superiores a los 388.350 dólares. Es decir, son muy pocos los que tienen una imposición efectiva tan alta. De hecho, al final resulta que Romney está en la franja alta.
John Kerry, cuando se vió las caras con George Bush en 2004, pagaba el 13%. La frustración está en todo caso justificada. Obama insiste que no tiene nada contra los ricos. Pero este debate tiene lugar en un país que lleva en sus genes asumir riesgos y que culturalmente tuvo un gran respeto por las fortunas. Y esa posibilidad de adquirir riqueza es lo que atrae a inmigrantes de todo el mundo.
Jamie Dimon, el jefe de JP Morgan Chase, reprocha a Obama y a otros políticos “actuar como si todo el que ha tenido éxito sea malo, o como todo el que es rico sea malo”. Dimon tiene razón en una cosa. Lo relevante del debate está siendo distorsionado por el populismo tanto del ala progresista como de la conservadora: no se trata de lo qué uno gana, sino de cómo se gana.
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