No es un secreto. El actual sistema de patentes en EE UU está roto. Y eso afecta, sin duda, a la capacidad de las empresas más jóvenes o con menos recursos para innovar. Pero especialmente, tiene un impacto potencialmente negativo para el consumidor. Apple tiene todo el derecho del mundo al tratar de defender ante los tribunales lo que es de su propiedad, faltaría más. Pero cuando una empresa como Google no le que otra opción que comprar a la veterana Motorola Mobility para hacerse con su cartera de patentes tecnológicas y así evitar costosas batallas legales, es que algo no funciona.
Apple ganó a Samsung en el juicio que les enfrentó en San José (California). Al jurado le bastaron 22 horas para llegar al veredicto en un caso tan complejo y cuyas repercusiones pueden ser relevantes en el desarrollo de dispositivo móviles. Y está aún por ver si Tim Cook lanza con estos argumentos otra demanda contra Google, la que fuera su socia y a la que declaró la guerra Steve Jobs. Pero en este caso, la reacción de Samsung coincide con la de un clamor general entre la comunicad tecnológica cuando dice que estos veredictos no ayudan ni al mercado, ni a la innovación, ni al consumidor.
Los 1.050 millones de dólares con los que Samsung debe compensar a Apple es una cantidad insignificante comparada con su cifra de negocio: un 0,072% para ser precisos. Y esa suma casi no se notará tampoco en las ingentes arcas de la firma de Cupertino. Pero el derecho exclusivo para usar una determinada tecnología puede tener como efecto menos dispositivos en el mercado y precios menos competitivos. Es decir, Apple podrá seguir cobrando un dineral por sus aparatos electrónicos. Es algo similar a lo que sucede cuando hay un monopolio, en este caso tolerado por el sistema.
Desde el lado del que compra productos electrónicos, es frustrante ver como el avance tecnológico se juega en un tribunal. Vaya por delante que tengo varios de Apple y ninguno de Samsung. La opinión del veterano juez Richard Posner es mucho más válida que la mía. Considera que gigantes como el creado por Jobs no están haciendo otra cosa que explotar un sistema creado por el Gobierno que no es efectivo. Hasta el punto de que compara a los distintos actores en la batalla con animales en una jungla que luchan por sobrevivir, recurriendo a las armas que les permite el ecosistema.
Posner, profesor en Chicago, fue por cierto el que dio portazo a la primera tentativa de ataque de Apple contra Google, por la compra del fabricante de los dispositivos Motorola. Y con su negativa a dar vía libra a la causa, rechazó también una petición del equipo legal de Cook para que se prohibiera la venta de productos Motorola que usaban la tecnología del iPhone y del iPad. Lo curioso es que en los medios, en su entusiamos generalizado por Apple, casi nunca se cuenta cuando al fabricante de los Mac se le tuerce un caso o hay una voz crítica contra su agresiva estrategia comercial y de negocio.
Esencialmente, una patente tecnológica en EE UU tiene una protección legal de 20 años antes de que se libere el derecho. Ese plazo esta determinado para que la empresa propietaria pueda recuperar la inversión inicial. En la industria del silicio, el coste inicial no es tan grande como en el farmaceútico, por ejemplo. Posner llega a hacerse la pregunta incluso de si las patentes son realmente necesarias para todas las industrias. Lo dice por su proligeración, porque simplemente hay demasiadas. En EE UU se puede proteger incluso hasta la idea para hacer la O con un canuto y hay abogados para defenderla.
En el caso de la industria de los dispositivos móviles, se protege hasta el detalle más trivial. Y con la masa de efectivo que tiene Apple en reserva, de unos 110.000 millones, lanzarse a este tipo de litigios que parecen no tener fin no le cuesta nada. Google, que tampoco es una santa, hace presión para que se reforme el sistema. La última no afrontó el aspecto principal. No solo pretende conseguir que se reduzca el periodo en el que una patente está activa. También para que se penalice a los que abusan con reclamaciones que no son legítimas, los conocidos como trolls de las patentes.
Este último grupo lo integran empresas o individuos que no producen nada y que se dedican esencialmente a demandar a compañías como Apple, Google y Microsoft para sacarles algo de dinero antes de que el caso llegue a juicio. Es una forma de extorsión legal. Y estos dos extremos, el del ataque legítimo y el del ataque indiscriminado, provoca que en Silicon Valley todo el mundo se queje cuando sale el tema de las patentes a colación. Porque como dicen en la bahía de San Francisco, en el fondo son los abogados de chaqueta y corbata los que al final matan la creatividad.