John McCoy
es recordado en Wall Street como uno de sus grandes innovadores. Con su
visión del negocio y ansias por crecer transformó el City National
Bank & Trust, un banco familiar de Columbus (Ohio), en una firma
que acabaría siendo conocida en todo el país como Bank One. Fue
también un gran mentor. Para la entidad trabajó Jamie
Dimon, quien se puso a su frente cuando era ya el quinto más
importante de EE UU. Eso fue en 2000.
Cuatro años después, orquestó una operación que pondría la firma bajo el control de JP Morgan Chase. A cambio, el ambicioso y arrogante banquero neoyorquino se hizo con el doble casco de presidente y
consejero delegado. Doble casco que sigue manteniendo hoy en el mayor banco de EE UU por volumen de activos y
cifra de negocios.
Nadie discute que
Jamie Dimon fue uno de los salvadores del sistema financiero. Hace cinco años salió al rescate
del banco de inversión Bear Stearns. Pagó por la firma neoyorquina
menos de lo que valía su rascacielos con forma de octágono en
Manhattan. Unos meses después volvería a tirar el flotador con la asistencia del Tesoro de EE UU, esta
vez para salvar a Washington Mutual. JP Morgan emergió
así mucho más fuerte y grande de la crisis. McCoy, sin embargo, era contrario a
que se diseñaran complejos productos financieros opacos para
maximizar el beneficio a costa del cliente. Y fue precisamente una
compleja cartera con deuda europea gestionada desde Londres la que
estuvo a punto de derrumbar la imagen impoluta de la estrella de la
America Corp.
Dimon ya no se deja
ver tan fácil en público. En plena crisis financiera explotó como
nadie los medios de comunicación para criticar los excesos de Wall
Street y defender el modelo supuestamente limpio de negocio de JP
Morgan Chase. Esa arrogancia no gustó a sus pares, mientras los
políticos en Washington resaltaban su figura en un momento de
confrontación, incluido el propio presidente Barack Obama. Ahora, sin embargo,
Dimon se muerde la lengua para evitar que vaya más rápido que su
cabeza. El rey de Wall Street quedó hace un año literalmente al
desnudo, tras conocerse que su poderosa oficina de inversión en
Londres hizo una arriesgada apuesta en deuda europea que le salió
mal. El daño para la imagen del banquero menos
odiado en EE UU fue enorme.
Visto por muchos como
el banquero
irremplazable, Jamie Dimon vive un verdadero asedio legal. Ni la maquinaría de lobby de Wall Street ni la influencia
del banquero en la Casa Blanca impiden que la entidad se
esté convirtiendo en el principal objetivo de la vendetta de
Washington por los excesos que están detrás de la crisis
financiera hace cinco años. Viendo la progresión de su vida, la tendencia es clara: no hay pasos atrás o en falso cuando se habla del ejecutivo, que ya tuvo que marcar la diferencia de pequeño. Tenía un hermano gemelo, Ted. De criarse en el seno de una familia modesta de inmigrantes en Long Island a barajarse su nombre para secretario del Tesoro.
Dimon, de 57 años,
lleva el negocio de la banca en la sangre. Su abuelo ya fue banquero
en Atenas, antes de emigrar hacia EE UU y dedicarse al corretaje
bursátil. También trabajó en Wall Street su padre, Theodore.
La primera incursión en el mundo de las finanzas la hizo en la firma
de corretaje para la que trabajaron su padre y su abuelo. Y
antes de graduarse por la escuela de negocios de Harvard, donde tuvo
entre sus compañeros a Jeffrey Inmmelt, actual consejero
delegado del conglomerado General Electric, pasó algún verano en
Goldman Sachs. Su
primer gran mentor fue Sandy Weill, que logró llevárselo hacia
American Express, donde su padre ejercía de vicepresidente.
Juntos
abandonaron hace tres décadas AmEx para
dirigir el Commercial Credit, el germen del conglomerado financiero Citigroup. El primer revés a su carrera llegó
del que fuera precisamente su protector, que le despidió. De ese
primer bache emergió más fuerte. Algo que, sin embargo, está por ver en el caso de la "ballena de Londres". Reflejo de este
vuelco, la revista Times no le ya incluyó en
su última edición entre las 100 personas más influyentes del
mundo. La tensión fue evidente de cara a la última
junta general de accionistas de JP Morgan, con influyentes inversores
presionando para que se le quitara el poder pleno en la entidad. Los
más críticos consideraron que el escándalo es motivo suficiente para
que el consejo de administración de la entidad fuera presidido por
una persona independiente. El ejecutivo respondió en su línea, con la amenaza de que se iría.
Esa firmeza y audacia le convirtió en una de las personas de confianza de Bill
Clinton. Jamie Dimon se declara en público como un demócrata. Sin embargo, su relación personal
con Barack Obama no le impide cargar contra Washington, por sus ataques
contra el éxito empresarial. El choque con las decisiones del
presidente también son sonadas. Criticó de viva voz que se regulara
la pagas a los ejecutivos de Wall Street y se opone a que se imponga
a la banca más regulación y a que se partan las grandes entidades. Es
cierto que JP Morgan fue de los bancos que menos daños
crearon. Dimon se define como a un gran patriota, por haber
ayudado a evitar el colapso bancario. Lo que está por ver es si la
estructura financiera que defiende ahora será el epicentro de una
nueva crisis.