Por Kevin Watkins (@KevinAtSave), que en octubre se hace cargo de la Dirección Ejecutiva de Save the Children Reino Unido.
Una niña en la guerra de Siria. Imagen de Save the Children.
En este mes, hace 20 años, la Asamblea General de las Naciones Unidas recibió un informe de la ex ministra de educación de Mozambique Graça Machel, que detallaba los efectos de los conflictos armados sobre los niños. En la documentación de un patrón de ataques sistemáticos e intencionales que incluían asesinatos, violaciones y reclutamiento forzado en grupos armados, Machel concluía: "Este es un espacio carente de los valores humanos más básicos... Hay pocos abismos más profundos a los que puede caer la humanidad".
Machel estaba equivocada: una generación más tarde, la humanidad se desploma aún más profundamente en la depravación moral. Los niños que viven en las zonas de conflicto son blanco de la violencia a una escala sin precedentes y el elaborado sistema de las disposiciones de la ONU sobre los derechos humanos, diseñado para protegerlos, es violado con impunidad.
En el 20.º aniversario del informe de Machel, la comunidad internacional debe trazar una línea y detener la guerra contra los niños.
Esa guerra asume diversas formas. En algunos casos, los niños son objetivos en la primera línea: las violaciones, los casamientos forzados, la esclavización y el rapto se han convertido en tácticas estándar para grupos como el Estado Islámico en Irak y Siria, Boko Haram al norte de Nigeria, y sus contrapartes en Afganistán, Pakistán y Somalia. Matar niños por asistir a la escuela se considera una estrategia militar legítima.