DANIEL LEGUINA (*)
Un hombre pasea por las calles de Pekín (China) con una mascarilla. / HOW HWEE YOUNG (EFE)
Mientras la salud de la especie humana ha mejorado notablemente en las últimas décadas, la del planeta es cada vez peor. El ser humano está degradando ostensiblemente el entorno a costa de mejorar su bienestar. Pero los desastres naturales que se suceden por el cambio climático influyen negativamente a largo plazo en la salud de las personas. Así las cosas, la salud planetaria, una nueva disciplina, pretende ocuparse del problema de la sobreexplotación de la Tierra y sus consecuencias en los humanos, para alcanzar altas cotas de bienestar sin dañar los procesos naturales del planeta.
La huella ecológica va en aumento, consumimos cada vez más y más rápidamente, y la capacidad de la Tierra tanto para producir nuevos recursos como para absorber residuos, contaminación y emisiones es muy precaria. Esta sobreexplotación ya está arrojando efectos negativos sobre la salud de las personas, debido a la degradación de los sistemas naturales y la polución.
Según datos de la OMS, desde el año 2000 la mortalidad de la malaria ha descendido un 60% en el mundo, mientras que el sida ha quedado ya en una enfermedad crónica para los que consiguen acceso al tratamiento. Por el contrario, la polución provoca ya casi cinco veces más muertes que estas dos dolencias juntas.
Las emisiones de carbono siguen creciendo -con China y Estados Unidos a la cabeza-, los océanos están cada vez más contaminados -la previsión es que para 2050 haya más plásticos que peces-, el consumo de agua se dispara, los bosques están desapareciendo y los fenómenos climáticos extremos se suceden cada año con mayor frecuencia. Sin embargo, la esperanza de vida mejora ya que la pobreza cae, el hambre también baja poco a poco y la mortalidad materno infantil desciende.
Una de las consecuencias del cambio climático que afecta directamente al ser humano es el aumento de la frecuencia e intensidad de los desastres naturales. Inundaciones, sequías, ciclones y huracanes, olas de frío y calor o incendios están ya constantemente en las noticias, con un elevado número de víctimas de forma habitual.
Pero más allá de los daños inmediatos de un desastre natural (muertes, destrozos), la salud de las personas que sobreviven también se resiente a largo plazo, así como las economías y los medios de subsistencia. Las áreas afectadas por inundaciones pueden experimentar tasas de mortalidad más altas durante meses y también de enfermedades crónicas durante décadas. Por ejemplo, la tasa de mortalidad en Nueva Orleans fue un 47% superior a la normal hasta diez meses después del huracán Katrina, según un estudio de la Rockefeller Foundation.
Los desastres naturales también afectan a la infancia: la exposición de las mujeres embarazadas a las emisiones de incendios forestales resultó en un peso al nacer más bajo entre los bebés en comparación con los bebés no expuestos, según el mismo estudio.
Experimentar un desastre natural también puede agravar las enfermedades mentales existentes o contribuir a nuevos problemas de salud mental. Después del huracán Katrina, entre un 30% y un 50% de los supervivientes sufrieron de trastorno de estrés postraumático. En el caso del huracán Sandy, más del 20% de los damnificados se vieron afectado por esta patología, el 33% tuvo depresión y el 46% ansiedad.
En lo que se refiere al cambio climático provocado por los gases de efecto invernadero y la polución, el calentamiento de los océanos y su acidificación está acabando con los corales y alterando los patrones de vida de las especies acuáticas. Asimismo, la propagación del virus zika, que causó estragos en América Latina, está claramente relacionada con el incremento de las temperaturas.
La deforestación de los bosques y junglas también es responsable del desarrollo de algunas dolencias. Un artículo de los investigadores de la Universidad de Hawaii Bruce A. Wilcox y Brett Ellis, titulado ‘Los bosques y la aparición de nuevas enfermedades infecciosas en los seres humanos’, aclara que “un número cada vez mayor de estudios sobre las enfermedades infecciosas emergentes señala a las alteraciones producidas en la cubierta vegetal y en la utilización de la tierra, entre ellas, los cambios de la cubierta forestal (en particular, la deforestación y la parcelación de los bosques) junto con la urbanización y el aumento de la actividad agrícola, como principales factores contribuyentes a la aparición de enfermedades infecciosas”.
La transición a una economía verde es una necesidad de primer nivel para garantizar el futuro de la Humanidad. La contaminación por el uso de combustibles fósiles puede provocar un estado de invernadero irreversible y que la salud del planeta llegue a un punto de no retorno que fulmine a la mayor parte de la población mundial. No obstante, aún hay tiempo para revertir la situación: el mundo puede regenerarse transformando la economía y la forma de vivir a través de movimientos sociales que defiendan la sostenibilidad como única forma de desarrollo humano.
(*) Daniel Leguina es responsable de Comunicación de la Fundación Alternativas