Jordi Casanovas es uno de los autores más prolíficos, imaginativos y sugerentes que ha dado la nueva dramaturgia catalana. Nacido en 1978, cuenta con una treintena de obras, entre las que destacan Tetris (2006), City/Sim City (2007), La ruina (2008), La revolución (2009), Un hombre con gafas de pasta (2010), Una historia catalana (2011), Patria (2012) y Ruz/Bárcenas (2014) (originalmente escritas en catalán, a excepción de la última).
Había visto casi todas sus comedias, pero no había cruzado nunca dos palabras con él.
La semana pasada, en la columna El hombre que fue jueves, publiqué Casanovas en Madrid, que venía a ser una síntesis (o una parte) de la larga conversación que tuvimos, en la que hablamos de temas muy diversos (y, creo, muy interesantes) y que aquí se amplía.
Parece que ésta ha sido para usted una temporada movida. En otoño abandona la sala Flyhard, uno de los centros neurálgicos del off barcelonés; estrena un encargo, Auca del Born, que no acabó de quedar como esperaba; en primavera abandona el proyecto de Una serie de teatro en el Lliure… e, inesperadamente, le surgen dos proyectos en Madrid, ya realizados: un nuevo montaje de Un hombre con gafas de pasta y Ruz/Bárcenas, que acaba de presentarse. ¿Empezamos por lo de la Flyhard, que es un triste asunto?
Desde luego que lo es, porque han sido bastantes años juntos. Yo empecé como fundador y director de la compañía Flyhard en 2005. Y luego fui fundador y director artístico de la sala Flyhard desde la temporada 2010/2011 hasta el pasado otoño. Es una sala muy pequeña, de cuarenta butacas, en la calle Alpens 13, en el barrio de Sants, y con localidades baratas, a diez euros. Me gustaba mucho rastrear nuevas obras, montarlas si podía, y al mismo tiempo dirigir las mías, allí o en otros teatros. Me parecía un trabajo duro pero me hacía muy feliz. No cobraba, pero me daba igual: el proyecto era estupendo. Tampoco tenía ningún interés en ser “la cara visible de la Flyhard”, como se ha dicho por ahí.
¿Qué pasó? Pues aún estoy tratando de averiguarlo. Éramos cinco amigos, cinco socios (aclaro que yo tenía tan solo el 20%), y se nos rompió esa amistad. Muchos asuntos personales, muchos malentendidos… Sin embargo, la sala estaba, creo yo, en su mejor momento, con éxitos como Smiley, de Guillem Clúa, El rey tuerto, de Marc Crehuet… A veces proponía textos que me habían llegado y me decían que eran demasiado comerciales. Yo no estoy en contra de eso. Ni del éxito. Una comedia como Burundanga puede dar de comer a unas cuantas familias. También creía que debíamos crecer, ser un poco más ambiciosos, conseguir que las funciones girasen y pasaran a otros teatros, y tal vez buscar otra sala con algo más de aforo. Primero se fue Blanca, mi mujer, que estaba en producción. En verano nos tomamos un descanso. Nos fuimos a Nueva York y a la vuelta la tensión había crecido y estalló. Esa es mi visión, muy resumida y, lógicamente, personal.
Casi por las mismas fechas estrena Auca del Born, que no pude ver, y de la que no parece muy satisfecho…
Fue un encargo muy interesante: un espectáculo “histórico”, sobre la vida en la Barcelona de finales del siglo XVII hasta asedio del once de septiembre de 1714. Estaba concebido para inaugurar el Born, que reabría sus puertas en septiembre de 2013 como centro cultural y yacimiento arqueológico. Me lo propuso Salvador Sunyer, porque la producción ejecutiva corría a cargo de Bitó. Era un reto, y a mí todo lo que sea un reto me seduce: si me proponen hacer ahora algo de circo, pongamos por caso, pues es muy probable que diga que sí. Auca del Born nació como una pieza coral, con 28 actores y 48 escenas. Algunas cosas salieron bien y otras no funcionaron en absoluto. Tuvimos que luchar contra los elementos, como suele decirse: el espacio, la burocracia… El proyecto original hubo de reducirse mucho, porque el yacimiento mandaba, y allí no se podía tocar absolutamente nada. Tenía que haber vídeo y no hubo, yo quería que el público fuera itinerante pero debía de estar fijo por razones de seguridad… cosas que fueron surgiendo. Y no puedes tener al público de pie durante tanto rato. En fin, que no fue una experiencia sensacional. Duró lo previsto: tres semanas.
¿Y qué pasó con Una serie de teatro, en el Lliure, uno de los proyectos más esperados de la temporada?
Estaba previsto para abril y mayo de este año. Era muy complicado de montar. Iba a ser, como su título indica, una serie, una función por episodios. Yo quería que se convirtiera en un acontecimiento, vincular a mucha gente, con cameos de actores invitados, un poco en la línea de lo que fue Bizarra, de Rafael Spregelburd, en Buenos Aires, pero requería, como mínimo, dos meses de ensayos. Y coincidió con el embarazo de Blanca, así que hubo que cancelarlo para mejor ocasión.
Volvamos atrás, al invierno del 2013, que es cuando se produce su “desembarco” en Madrid, con tres “escalas” sucesivas y muy fructíferas, de las que surgen Köttbulle, su primer texto en castellano, todavía inacabado, y los estrenos de Un hombre con gafas de pasta y Ruz/Bárcenas, así como su descubrimiento de la vitalidad de la escena off madrileña.
Bueno, “desembarco” es una palabra un poco excesiva. Ha sido una felicísima serie de azares que han llegado uno tras otro. Hacia mediados del pasado diciembre fui a Madrid para ver el estreno en La Trastienda de Las niñas no deberían jugar al fútbol, de Marta Buchaca. Marta es una gran amiga y había estrenado Litus en la Flyhard. Aproveché para ver otras obras, como Haz clic aquí, de José Padilla, que me gustó mucho, en la sala pequeña del María Guerrero. También me gustó mucho La Pensión de las Pulgas, y le dije a mi mujer: “Me encantaría hacer algo aquí”. En esos días me reencontré con Fefa Noia, que ha hecho muchas ayudantías en La Abadía y a la que había conocido en los talleres de la Bienal de Venecia. Fefa me pide un texto para una amiga suya, la actriz Inge Martín San Juan. Le paso Un hombre con gafas de pasta, una obra que nació como una nueva versión de Tetris y que había estrenado en catalán, y me dice “Vamos a hacerlo”. Fefa no podía dirigirlo y acabé montándolo en La Pensión, con un reparto espléndido: Inge, Olga Rodríguez, José Luis Alcobendas y Markos Marín. Tuvo muy buena acogida de público y crítica, y volverá a la Pensión a partir del 23 de junio, los lunes y martes, durante cuatro semanas.
¿Y cuando surge Ruz/Bárcenas?
Casi por las mismas fechas empiezo a armar una dramaturgia. Las transcripciones de las declaraciones de Bárcenas aparecieron, si no recuerdo mal, en julio de 2013. Fue entonces cuando tuve la idea. Llega un momento, por sobredosis, en que las noticias te suenan como ruido. Pensé: “¿Se percibiría esto de un modo distinto en teatro, con el silencio y la atención que se genera ante dos actores?”. El material, obviamente, era muy extenso: hubiera salido una obra de cinco horas. Decidí elegir y comprimir para que quedara en sesenta minutos, sin añadir ni cambiar una sola palabra. Llevaba meses dándole vueltas y al final, en diciembre, se me ocurrió el modo de contarlo. Me interesa mucho lo que podría llamarse “teatro documento”, y que en Inglaterra se hace muchísimo. Esa es una de las grandes bazas de la escena: tenemos la posibilidad de contar lo que está pasando y a menudo no lo hacemos porque no encontramos el espacio adecuado. Con Alberto San Juan todo fue insólitamente rápido, de modo que pudo montarse en la misma temporada, cosa que rara vez sucede: por lo general la programación de las salas impide esa inmediatez.
Hay muchas historias reales que me gustaría llevar al teatro. Una de ellas es teatralmente espectacular y daría mucho juego para dos actrices de comedia: la conversación entre Alicia Sánchez Camacho, la presidenta del PP catalán, y Maria Victoria Álvarez, ex amante de Jordi Pujol Jr. en el restaurante La Camarga de Barcelona, grabada en secreto, como se sabe, por unos detectives privados. El problema es que veo difícil que me permitieran, legalmente, utilizar la transcripción que corre por Internet.
¿Cómo eligió la parte del interrogatorio de Bárcenas que se ha estrenado en Teatro del Barrio?
Encontré lo que me pareció un punto de giro: Bárcenas ha estado mintiendo hasta entonces y de pronto se retracta y anuncia que va a decir la verdad, o al menos eso vende. Intenta contar el funcionamiento de las donaciones al partido, dejando limpio su nombre y salpicando a otros, sin demasiada suerte. La actitud de Ruz también es interesante dramáticamente, porque ya ha escuchado demasiadas mentiras y no está dispuesto a aguantar más. Como decía, ya con el título de Ruz/Bárcenas se lo envié a San Juan, que acababa de levantar, con una cooperativa de socios, el Teatro del Barrio. Me llamó en seguida y me propuso dirigirlo, para estrenarlo en primavera, pero pasaba lo mismo que con Una serie de teatro: nuestro hijo iba a nacer en mayo y me era imposible ocuparme de la puesta. Así que lo ha hecho él, con Pedro Casablanc y Manolo Soto, que están formidables. Veíamos muy claro a Casablanc para el papel de Bárcenas. Estaba de gira con Tirano Banderas y nos dijo que no acababa hasta abril, y que contáramos con él. Y así ha sido.
¿Qué presupuestos han tenido los dos montajes?
Mínimos. Para Un hombre con gafas de pasta solo les pedí que me pagaran los viajes del AVE. Luego cobraré lo que corresponda de derechos de autor. En cuanto a San Juan, me propuso que tanto él como yo esperásemos a ver como iba la función para cobrar algo, que era el modo de que los actores estuvieran cubiertos, y me pareció justo. Cuando el proyecto estaba ya en marcha entró el Lliure a coproducir, pero no sé en qué términos.
Si puedo sacar dinero de otros trabajos, como el del Born, o de la beca de la Fundación SGAE, puedo permitirme no cobrar o cobrar poco de los proyectos “difíciles”, a la manera argentina, por así decirlo. Cuando Javier Daulte aterrizó en España nos enseñó muchas cosas, y una de ellas era a trabajar con muy poco. No digo que eso sea lo deseable ni mucho menos, pero es mi opción, mi filosofía de trabajo. Ahora sé que va a ser algo más complicado con un hijo en casa, claro.
¿La beca surgió también ese invierno?
Sí, en enero. Yo quería entrar en el II Laboratorio de Escritura Teatral de la Fundación SGAE, dirigido por Alfredo Sanzol. Una beca muy bien remunerada, de cinco mil euros, pero que permite, sobre todo, el placer de poder trabajar con gente interesantísima. Es un proyecto un tanto inspirado en el T6 del TNC, con la diferencia de que las obras que surjan no se pondrán en escena, aunque sí se publicarán en un volumen conjunto. Allí estamos Denise Despeyroux, Irma Correa, Margarita Sánchez-Roldán, Alberto Conejero, Antonio Rojano y yo, tutelados por Sanzol. Se ha creado un grupo muy activo, que vamos a intentar que no se disgregue. Todos leemos y comentamos nuestros materiales, nos reunimos (una sesión al mes, de mañana y tarde) y nos enviamos correos continuamente.
¿Entonces Köttbulle, su primera obra en castellano, nace de ese laboratorio?
Bueno, no es exactamente la primera. Antes hice una pieza corta, inestrenada, que me pidió Fefa Noia en la Bienal de Venecia, que llevaba Rigola. Era una historia sobre el comienzo de los “años de plomo” en Italia, y giraba en torno a Giorgiana Masi, la estudiante a la que mataron a tiros en una manifestación en Roma, en mayo de 1977.
Köttbulle quiere decir “albóndiga” en sueco. Se inspira en la noticia de ese centro comercial donde aparecieron heces, para decirlo finamente, en las albóndigas que servían. Lo que me llamó la atención no fue tanto eso sino el hecho de que el restaurante se hubiera convertido en una especie de comedor social, porque el menú era muy barato. Mucha gente en el paro iba diariamente a comer allí. Y, todavía más curioso, el precio del menú subió a doce euros cuando se hizo pública la noticia. En junio he de presentar una primera escritura completa de la obra.
Ha vuelto usted entusiasmado de la escena off madrileña…
Mucho. Por lo generosamente que me han acogido, porque he podido conocer a gente a la que admiraba, como Sanzol, San Juan, Lima y muchos otros, por la inmediatez a la hora de levantar los proyectos, y porque me parece un movimiento vivísimo. Se están estrenando una cantidad increíble de textos. En condiciones precarias, desde luego, pero muchos jóvenes dramaturgos pueden foguearse y crecer en espacios singulares, que han convertido el hecho de ir al teatro en una experiencia: lo han puesto de moda y se han ganado a pulso al público joven. Locales como Casa de la Portera, la Pensión de las Pulgas, Teatro del Barrio o Kubik están generando muchísima actividad y poniendo en contacto a muchos profesionales. Notas enseguida cuando una persona joven y apasionada por el teatro está al frente.
En Barcelona estamos perdiendo un poco ese tren, porque hay una dificultad grande a la hora de abrir y mantener espacios y, sobre todo, dotarlos de personalidad. Faltan salas y faltan líneas definidas. En muchos lugares se programa un poco lo que llega. Soy consciente de que se hace con mucho esfuerzo y con la mejor intención, pero no basta. Lo importante para una sala es que tenga un discurso claro, para que la gente sepa lo que va a ir a ver. Otra cosa que me llamó mucho la atención de la escena de Madrid es la predisposición de actores conocidos (y a veces cargados de trabajo) que se apuntan a hacer funciones cobrando muy poco, por puro entusiasmo. En este sentido, la actitud de Casablanc ha sido ejemplar. Si los actores con nombre y prestigio trabajaran más en el off barcelonés todos ganaríamos: las salas alternativas ganarían público y ellos experimentarían en otros territorios y otras formas.
¿Cuáles son sus proyectos para la próxima temporada?
Para empezar, un thriller en clave de comedia, Idiota, sobre la relación entre un hombre que se presenta, por dinero, a unas misteriosas pruebas psicológicas, y la terapeuta que está a cargo del interrogatorio. Los protagonistas serán Ramon Madaula y Anna Sahun. Parece un cliché decir que estoy encantado con ese reparto, pero es verdad.
El siguiente proyecto es Vilafranca, la tercera y última parte de la trilogía formada por Una historia catalana (2009) y Patria (2012). Esta entrega transcurre durante una comida familiar, en agosto de 1999, cuando todavía no ha llegado el euro y comienzan a recalificarse los viñedos del Penedés para convertirlos en suelo industrial. Es un montaje complicado, para doce intérpretes.
Si todo va bien, Idiota se estrenaría en noviembre y Vilafranca en feberero de 2015.
También me gustaría mucho dirigir en Barcelona textos de autores castellanos y viceversa. Es muy importante trazar o reestablecer puentes entre ambas comunidades teatrales. Quisiera comenzar con uno de los textos del taller de Sanzol: Hombres que escriben en habitaciones pequeñas, la historia, ambientada en España, de una conspiración para un magnicidio, que está escribiendo Antonio Rojano.
La foto de Jordi Casanovas es de David Ruano
La foto de Auca del Born es de Josep Aznar
La foto de Un hombre con gafas de pasta es de Victor Medina
La foto de Ruz/Bárcenas es de Armando Vázquez