Como hoy se celebra el Día Internacional de los Museos, os invito a pasear por un rincón de Madrid que nadie debería perderse en primavera, la casa de Joaquín Sorolla. Aquí, junto a algunas de sus mejores obras, está su estudio y el entorno doméstico y familiar en el que transcurrieron sus últimos años: muebles, cerámica, fotografías, bocetos, cuadros sin terminar…, como si quisieran huir de la frialdad de los museos dándose calor unos a otros. Y está, sobre todo, el jardín, palpitante de vida, “a merced de la labor creadora, y siempre misteriosa, del tiempo” en palabras de Lucia Serredi, la paisajista que entre 1987 y 1990, dirigió su restauración.
Sorolla inició la construcción de esta casa, entonces en las afueras de Madrid, en 1910, a su vuelta de Nueva York. Él mismo se encargó de diseñar el jardín que más tarde recrearía una y otra vez en sus cuadros igual que Claude Monet hacía en Giverny. Porque aunque los jardines son muy diferentes, también tienen puntos en común. Resultado del éxito profesional de sus autores y de su interés por la naturaleza o, más concretamente, por la horticultura, ambos fueron modelo e inspiración constante de sus últimos cuadros. Los dos han logrado sobrevivir, Giverny atravesado por una carretera; oscurecido el Sorolla por los altos edificios que lo rodean. Y desde que en los ochenta fueran restaurados, los dos han resurgido como espléndidos testigos de otra época.
“El jardín es la superposición de diferentes períodos creativos, todos en marcha y ninguno terminado. Debe estar abierto tanto a las miradas sensibles como a las superficiales –comenta Serredi mientras supervisa con mirada perfeccionista cada detalle– no puede convertirse en un museo. Su transformación en espacio público tampoco tiene que significar una degradación de sus valores estéticos ni espirituales”.
Por eso, Consuelo Luca de Tena, actual directora del museo, estira cada año su escaso presupuesto para que no falten las flores. Rosas, lirios, alhelíes, rododendros, geranios, adelfas florecen de nuevo junto a los árboles y arrayanes plantados por el pintor, cautivado ya por el naciente estilo neoregionalista de Forestier.
“Restaurar significa revitalizar una idea más que acondicionar un monumento –prosigue Lucia Serredi–. Pasar por encima de esta realidad, como si el jardín fuera sólo un documento histórico, es una actitud puritana que destruye irremediablemente la sensualidad del lugar. Se trata más bien de trabajar con humildad al servicio de unos resquicios históricos, buscando lo auténtico en lugar de lo novedoso”.
Nacida en Toscana, Lucia Serredi vive en España desde 1965 y admira la riqueza de nuestro patrimonio: “Abarca todas las épocas y estilos, desde el jardín hispanoárabe al modernista, a través de un renacimiento originalísimo, un barroco brillante, un neoclasicismo muy peculiar y un romanticismo desbordante”. Aunque los que más le gustan son esos jardines sin jardinero que acumulan vivencias y recuerdos. Creo que debemos felicitarnos de que éste, tan especial y tan frágil, evolucione bajo la supervisión sutil y rigurosa de una gran profesional. “Como decía Goya, el tiempo también pinta”.