Juan Sebastián Verón ha ingresado en la galería de los venerados, de los hombres reconocidos por todo el pueblo futbolístico argentino. Por diferentes motivos, su trayectoria recuerda a la de Riquelme. Ambos han ido pasando por diversas etapas y nunca, hasta ahora, tuvieron el reconocimiento generalizado de la gente. Este caso es especialmente notable con Verón, que anunció su retirada del fútbol a los 39 años.
Verón es sinónimo de Estudiantes de la Plata. Él prolonga el legado de su padre, Juan Ramón, La Bruja, que ganó tres Copas Libertadores entre 1968 y 1970. Es una saga familiar que transmite de generación en generación el gen del club. En Estudiantes y en el fútbol argentino dejará una gran huella porque su estirpe escasea.
Lo más difícil de construir para un jugador es la trayectoria, sobre todo en Argentina, en donde los chicos van y vienen y se les pierde el rastro. Se ha perdido la identidad del juego y el sentido de pertenencia. Todo es difuso. En los vestuarios los pibes son irreverentes, todos se creen con el derecho a la igualdad de trato, nadie marca el camino porque la trayectoria está infravalorada. El caso de Verón simboliza todo aquello que caracterizó a los jugadores hasta hace 20 años, la lealtad, el cariño por los colores, la fidelidad, y todos esos ingredientes primitivos que resultaban ejemplares. También el regreso. Verón volvió a Estudiantes en 2006 y levantó la Copa Libertadores en 2009. Y decidió retirarse en el club de sus amores después de convertirse en la fuerza motora de toda la institución, influyendo como lo haría un director deportivo, recomendando fichajes y entrenadores. También dio el visto bueno a la contratación de Mauricio Pellegrino, el técnico que ha conducido a Estudiantes a la cabeza del campeonato.
Verón, en su despedida de Estudiantes de la Plata. / GETTY
Verón fue muy resistido en Argentina tras la derrota (1-0) de la selección ante Inglaterra en el Mundial de 2002. Despiadado como pocos cuando identifica el fracaso, el público argentino se ensañó con Verón durante años. En todas las canchas, las distintas aficiones le llamaban, despectivamente, El Inglés.
Fue conmovedor verle bajo esa presión cuando regresó de la Premier para ponerse la camiseta de Estudiantes. Nunca se dejó afectar. Jugó sin justificarse, con madurez y personalidad. Destacó por la visión, las luces altas y cortas, una comprensión del partido que le permitía acomodarse para jugar de primera anticipándose y dándole continuidad a las maniobras.
Una y otra vez los críticos destacaron su elegancia de movimientos. Pero su mayor legado es la lealtad a un escudo.