Alexandr Solzhenitsin regresó a su patria el 27 de mayo de 1994 tras un exilio que comenzó en 1974. Hoy se cumplen 20 años de aquel acontecimiento. EL PAÍS otorgó mucha relevancia a su regreso, informando en portada con la crónica de Pilar Bonet, enviada especial a Vladivostok, acompañada de la fotografía que encabeza esta entrada del blog. El escritor llegó a Magadán, una desangelada ciudad que fue capital de una de las peores secciones del gulag estalinista, tocó tierra con una mano, se la llevó a los labios y habló: "Me inclino ante la tierra de Kollmá, que conserva muchos centenares de miles e incluso millones de nuestros compatriotas ejecutados. Hoy, en las pasiones de la política, se olvidan con ligereza de estos millones de víctimas. Se olvidan quienes no se vieron afectados por este exterminio y mucho más los que lo ejecutaron. Los orígenes de nuestro hundimiento actual están aquí. Según las antiguas tradiciones cristianas, la tierra que alberga a los mártires inocentes es sagrada, y así la vamos a considerar".
Tras una parada técnica más, aterrizó en Vladoviskok, relajado y de buen humor. Volvió a hablar: "Nunca dudé de que el comunismo estaba condenado y se hundiría, pero siempre tuve miedo sobre cuál sería la salida del comunismo y el precio que pagaríamos cuando esto sucediera". Trazó la visión que tenía de su país sin complacencias: "Sé que vuelvo a una Rusia torturada, desalentada, perpleja, que cambió hasta lo irreconocible y que no se gusta a sí misma."