Más de la mitad de los adultos españoles tiene sobrepeso y uno de cada seis sufre obesidad. Y el problema está afectando también a nuestros menores con severas consecuencias. El dato es contundente y los efectos en la salud mental y física de nuestra sociedad, así como los costes para nuestro sistema sanitario, son extraordinariamente importantes. El hecho es de una relevancia incuestionable, pero, sin embargo, está ausente del debate y de las propuestas en esta campaña electoral. La sensación de que la política no se ocupa de los nuevos problemas y ha dejado de resolver bien los antiguos se confirma en casos como este.
Si no me he equivocado en las búsquedas, las propuestas sobre “obesidad” o “trastornos alimentarios” no están presentes, de manera contundente, en los programas de las principales fuerzas políticas. Solo el PSOE propone, en la página 94 de su programa, “potenciar la función de la Agencia de Seguridad Alimentaria y Nutrición en especial en la lucha frente a la obesidad infantil y en el desarrollo de una línea de información y recomendaciones para favorecer el consumo informado” y el PP cita sucintamente que “promoveremos hábitos de vida saludables y pautas de consumo responsable, velando por los derechos de los consumidores.”
Decía el filósofo Jean Anthelme Brillat-Savarin, en 1825, “Dime lo que comes y te diré quien eres”. En esta línea, Hunch es un sitio donde miles de usuarios escriben y recomiendan sobre aquello que les gusta, como, por ejemplo, sus preferencias gastronómicas. Con los datos recopilados han elaborado una infografía donde se establecen las relaciones entre los gustos y el tipo de dieta y los niveles de afinidad política. Así, se observa que los liberales prefieren cenar con vino, suelen desayunar más y son más vegetarianos, y los conservadores prefieren cenar con gaseosa, comer pasta y los locales de comida rápida.
Ausente la alimentación del debate de fondo, lo que sí está muy presente es la comida en la acción y en la vida política. Analicemos las principales asociaciones.
1. Comidas políticas. Siguiendo el paso de los almuerzos de negocios, la costumbre de tratar temas de interés político y público en encuentros privados alrededor de una mesa está muy extendida entre nuestros representantes. La utilización de reservados en los restaurantes, y una propensión a la discreción, hacen de estos almuerzos políticos un espacio de intimidad, de negociación e incluso de conspiración. Comer con alguien es, a veces, mucho más relevante que reunirse con él.
2. Gustos gastronómicos. En las campañas electorales, los candidatos se ven sometidos a todo tipo de perfiles personales y de tests. Nos interesan los gustos culinarios de nuestros políticos y políticas o sus restaurantes preferidos. Así, sabemos que Rubalcaba suele comer solomillo y verduras, pero que -como padece anisakis- no come pescado ni marisco; y que a Rajoy le encantan los platos de cuchara, pero que desde hace algún tiempo no suele cenar o toma solo fruta o un yogurt.
3. Comidas populares. Caracoladas, paelladas, pulpadas, butifarradas, mongetades, calçotades… forman parte de las tradiciones culinarias populares con las que jalonamos la vida política. Es indiscutible el valor social y movilizador que tienen estas grandes concentraciones alrededor de la ración, pero lo cierto es que provocan imágenes de forzada proximidad, tienen algo de excesivo y reflejan antiguos tics feudales que desnaturalizan la acción política. Se instala la duda razonable sobre si los partidos, que gastan importantes sumas para organizar mítines con comida, podrían tener dificultades para garantizar la concurrida asistencia sin el estímulo del plato. Además, la ruta gastronómica de una campaña electoral es un auténtico calvario y pone a prueba la resistencia gástrica de nuestros candidatos.
4. Fotos típicas. Nada provoca más alborozo entre los electores y las bases políticas que ver como el líder degusta, disfruta y exterioriza su entusiasmo por los platos tradicionales. Y todos y todas sucumben a la foto en el límite. Ver, por ejemplo, a la canciller alemana Angela Merkel zampándose una salchicha tradicional en Turingia forma parte de estas liturgias gastronómicas a las que la política se ve abocada. Quizás para compensar esa imagen colesteroica Merkel recomienda comer manzanas para estar sanos.
5. Comida por votos. En otros contextos, la comida se utiliza, lamentablemente, para conseguir votos. Durante la reciente campaña electoral en Perú, los voluntarios de Keiko Fujimori se dedicaron a recolectar votos ofreciendo paquetes de arroz, lentejas, azúcar o leche, con la excusa del día de la madre. Y, en España, no estamos tan lejos de esto. En Canarias, por ejemplo, durante las pasadas elecciones de mayo de 2011 se produjeron denuncias por un supuesto reparto de votos y bolsas de comida.
6. La dieta de los políticos. Las dietas de nuestros candidatos y políticos despiertan un interés creciente. Perder peso está de moda, y, además, conviene a la mayoría. El presidente mexicano, Felipe Calderón, ha encabezado una campaña nacional para combatir la obesidad y, para ello, él y su gabinete pregonan con el ejemplo y se han puesto a dieta. El esfuerzo tiene su recompensa en forma de percepción de determinación y contención. Y forma parte de la preparación para una campaña electoral. La dieta del yogurt y los paseos de Mariano Rajoy le han dado un aspecto más jovial y, sin duda, le han favorecido en términos de imagen. Los saltitos que dio el pasado domingo en Valencia, no habrían sido posibles con el sobrepeso que le acompañaba. Además, diversas investigaciones afirman que los políticos obesos obtienen peor calificación en sus cualidades de liderazgo y que su peso, como su altura, puede influir en la decisión de voto de los electores.
7. La comida y las relaciones internacionales. Más allá de las comidas protocolarias que caracterizan buena parte de la agenda institucional de nuestros representantes, la comida forma parte de las estrategias de comunicación en las relaciones internacionales. Barack Obama, por ejemplo, ha llevado a cenar a diversos mandatarios en sus visitas a EEUU proyectando una imagen de acercamiento y complicidad. Las fotografías difundidas de Obama y el presidente ruso Dmitri Medvédev hablando de economía en una hamburguesería -claro icono de la comida americana-, o la cena íntima con la canciller alemana, en un elegante restaurante de corte europeo, responden a una intencionada estrategia.
8. Comida y lenguaje simbólico. La comida adquiere también, en diversas circunstancias, un alto potencial simbólico. Por ejemplo, la imagen de agencia difundida del encuentro del pasado mes de julio entre el Primer Ministro griego, Yorgos Papandreu, Nicolas Sarkozy y Angela Merkel, contiene un alto valor comunicativo. La fotografía, donde los mandatarios se sirven café de un termo y se reparten galletas y zumo en tetra-brik, no es casual, ni fruto de la austeridad germánica, sino que tiene un claro objetivo comunicativo en un contexto de profunda crisis.
El uso de frutas o verduras como poderosa metáfora en política tiene una larga tradición. Recordemos, por ejemplo, la manzana de Chirac o de Xavier Trias o los tomates del líder de los socialistas radicales holandeses, Jan Marijnissen.
9. Comida y crisis política. En ocasiones determinados gestos gastronómicos pueden contribuir a apagar una crisis. Así, ante los problemas surgidos con el pepino español, en entredicho por culpa de la bacteria E.Coli, nuestros políticos salieron en su defensa enviando un mensaje claro de apoyo y confianza. Para ello, tanto la Consejera andaluza de agricultura y pesca, Clara Aguilera, como Mariano Rajoy y sus barones, no dudaron en fotografiarse comiendo esta hortaliza para tranquilizar a la población y mostrar su apoyo al sector agrícola.
10. Un huerto en La Moncloa. No me imagino, aunque sería una gran noticia y muy positiva, que el próximo inquilino de La Moncloa plante un huerto, como sí lo han hecho los Obama. La Primera Dama de Estados Unidos ha creado un jardín orgánico en el ala sur de la Casa Blanca, con la ayuda de estudiantes de primaria y con el objetivo de que entiendan así la importancia de una alimentación sana. La iniciativa forma parte además de la importante implicación de Michelle Obama en una campaña contra la obesidad y la mejora de la alimentación en su país.