Hay dos libros que hay que leer en paralelo, porque se complementan, y juntos sirven para explicar mejor los movimientos ciudadanos que hemos vivivido en el mundo los últimos dos años. Por una parte el del sociólogo Manuel Castells sobre las Redes de indignación y de esperanza. Por otro el del filósofo Ramin Jahanbegloo sobre La hora de Gandhi. Pues estos movimientos,desde las revueltas árabes –pese, tras la guerra de Irak, a la masacre en Siria,y a que los islamistas sean lo que hayan robado las revoluciones- a los indignados en España o Occupy Wall Street en Estados Unidos no se pueden entender sin la no violencia y ésta tampoco sin la referencia al gran líder indio.
Castells ha hecho un gran esfuerzo analítico en el estudio de esa “conexión entre redes sociales de Internet y redes sociales de la vida donde se forjó la protesta”. Pero al centrarse sobre las redes que suponen las conexiones tecnológicas, a veces parece olvidar no solo la no violencia que ha marcado estos movimientos (pese a algunos brotes de violencia) sino que otros similares se han dado en otros
momentos históricos y lugares geográficos con otros sistemas de comunicación. Ni Gandhi ni Martin Luther King y su campaña por los derechos civiles, ni Mandela frente al apartheid, contaron con Internet o con los móviles, sino con otros sistemas de difusión de las ideas y de la palabra.
Castells apunta acertadamente que estamos viviendo una “ocupación de espacios” que crean comunidad (basada en el compañerismo), están cargados con “el poder simbólico de loa invasión de los centros de poder del Estado o de las instituciones financieras”, y crean un espacio público.
La profunda reflexión sobre Gandhi de Janhanbegloo llega en un momento oportuno. Recuerda que el mahatma lanzó un sistema de acción política que no solo buscaba la independencia de la India del imperio británico, sino transformar a la propia sociedad india, transformar una civilización aquejada de un sistema de castas que, desgraciadamente, aún perdura, y lograr asentarla sobre bases multi-religiosas. Gandhi no fue todo éxito. Venció sin armas a los británicos, pero en parte fracasó ante los suyos. Aunque algo importante ha dejado más allá de la resistencia pacífica y la no violencia: la idea de que el verdadero sujeto de la política es el ciudadano y no el Estado, con una idea de la democracia profundamente participativa, que también reclaman los quincemayistas, aunque Gandhi ideó un cocepto de democracia basado en el deber, tanto o más que en el derecho.
El de los indignados ha sido -es- un movimiento de ciudadanos, no antipolítico, sino por otra política, aunque sin objetivos definidos, sin organización y sin líderes. Es difícil ser gandhianos sin Gandhis, especialmente, como señala Castells, cuando se trata de“movimientos emocionales”, sin programa
ni estrategia política.
Pero “la hora gandhiana”, apunta Janhabegloo, “empieza en los corazones y las mentes de los individuos que están reorientando su relación con el Estado y abriéndose a las posibilidades de la no violencia y a un compromiso profundo con los otros”.¿Será 2013 otro año gandhiano?