10 marzo, 2008 - 18:09 - EL PAÍS
Estación término
No era la penúltima estación, como suponía la primera entrada de este blog. Era la última, el final de una etapa. En el País Vasco la cuestión central ha sido el refrendo que tendría el soberanismo. Un éxito del tripartito lo hubiera robustecido. Así lo hubieran señalado sus mentores en la noche electoral. Su fracaso lleva a la conclusión contraria. ¿Con estos resultados puede el PNV seguir con su plebiscito? Su caída en votos ha sido demoledora. También en representantes: cuatro senadores y un diputado menos, a lo que ha de agregarse el escaño que ha perdido EA.
Además, los resultados gravitan sobre las próximas autonómicas, no tan lejanas. Resulta inverosímil que, a la luz de los apoyos actuales, el tripartito sea la base del próximo Gobierno vasco. Ha terminado su tiempo. Tiene razón Madrazo en su primera reacción, no se pueden trasladar de forma matemática estos resultados a las autonómicas. Pero sí la tendencia. Sobre todo, porque es la que se viene apreciando – y agudizando – a partir las elecciones de 2001. El tripartido ha saldado todas las convocatorias, generales, autonómicas, municipales, con menos votos, mientras radicalizaba su soberanismo.
Por si fuera poco, en Madrid el margen de maniobra del nacionalismo disminuye. No sólo es que tenga menos diputados, con ser eso importante. Además, el Gobierno de ZP, con sus 169 diputados, apenas necesitará sus apoyos. La estrategia soberanista ha sufrido así una hecatombe seria, desde el momento en que el PSE es el partido más votado en Vizcaya, Guipúzcoa y Álava. Su victoria, nítida, contundente, tiene forzosamente bases profundas. No puede explicarse aludiendo al bipartidismo – otras veces lo ha habido -, pues decenas de miles de votantes nacionalistas han abandonado a sus partidos.
El ciclo soberanista ha terminado, diez años después de Lizarra. Lo ha hecho desde el punto de vista electoral. No puede concluirse, sin embargo, que lo haga en términos políticos. Los partidos suelen encontrar razones tácticas para explicar sus pérdidas y así sostenella y no enmendalla. El nacionalismo quizás concluya que todo se debe a azares internos o a no haber sido más radical. Los precedentes han ido en esta línea. El soberanismo tripartito se ha construido sobre sus convicciones doctrinales, insistiendo en ellas pese a las sucesivas hemorragias de votos, como si fuesen un factor marginal. Podría pasar ahora lo mismo y que todo lo saldase en un ajuste de cuentas interno para salvar la estrategia de la consulta.
Hay dos razones para suponer que esta vez no sucederá así. Primero, la posibilidad de que la vía del referéndum acabe en un fiasco, obvia a la luz de los sufragios. Segundo y principal, la estrategia actual amenaza al poder nacionalista en la autonomía, un riesgo que cuesta creer corra el PNV. En contra de la rectificación cuenta lo difícil que resulta cambiar la dirección, cuando ésta ha sido una y sólo una durante tantos años.
Después de la estación término suele haber vías muertas que no llevan a ninguna parte.