Memorias Olímpicas

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Juan-José Fernández ha estado en 13 Juegos Olímpicos, seis de verano, desde Los Ángeles 84 hasta Atenas 2004, y siete de invierno, desde Sarajevo 84 a Turín 2006. Pero le ha interesado el deporte y el olimpismo desde mucho antes de ver por televisión las imágenes de Tokio 64. Ha escrito en EL PAÍS desde su fundación, en 1976.

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La niña 10 y la mujer inquebrantable

Por: | 02 de agosto de 2012

La leyenda olímpica se ha escrito con medallas, pero también con momentos y conductas. Los calificativos de reyes y reinas de los Juegos no siempre se han otorgado por el mayor número de subidas a los podios, sino también por calidad en los detalles y las conductas. Muchas veces han sido gestos, formas de alcanzar el éxito, los que han pasado a la historia. Y vidas. Hazañas puntuales y perennes. Encantos y comportamientos. Dos gimnastas, Nadia Comaneci, la niña 10, y Vera Caslavska, la mujer inquebrantable, fueron dos ejemplos excepcionales.

El hechizo de Nadia Comaneci ha quedado como uno de los más grandes de la historia. El concurso general individual de la gimnasia femenina es uno de los deportes básicos. El 21 de julio de 1976, en Montreal, la pequeña rumana de apenas 1,50 metros de estatura y 40 kilos de peso, una niña que no cumpliría los 15 años hasta el 12 de noviembre, asombró aún más con su triunfo en la prueba. Ya lo había hecho dos días antes en el concurso por equipos y lo haría uno después, en las finales por aparatos. En tres jornadas maravilló a los técnicos, llevó al límite a los jueces y fascinó al mundo entero. Fue única frente al modelo más actual de muñecas potentes, casi de serie, y especialmente estadounidenses.

Nadia
Nadia Comaneci

La intocable URSS, oro fijo desde su vuelta al olimpismo en 1952, volvió a dominar el primer día de la gimnasia en Montreal, pero algo se salió del guion. Cumplieron las soviéticas Nelly Kim, la revelación; Olga Korbut, la otra niña genial desde Múnich 72, y Ludmila Turischeva, la última gran gimnasta con cuerpo de  mujer, casada después con Valery Borzov, el doble ganador en la velocidad de Múnich. Pero la mejor puntuación fue la de Nadia. Y, además, empezó a lograr lo que jamás nadie había sido capaz antes: volver locos a los marcadores electrónicos. En paralelas asimétricas, su aparato estrella, y en la barra de equilibrios, obtuvo dos dieces, la máxima puntuación. Las pantallas de los resultados, programados hasta entonces para límites de 9,95 puntos, registraron un extraño 1,00. Entre el concurso individual y los aparatos, sumó cinco más. Siete prodigios en total que el gran escaparate de los Juegos catapultó a la eternidad.

Porque no era la primera vez, algo que solo se sabía en el mundillo de la gimnasia. Ese mismo año 1976, por ejemplo, en la American Cup disputada en el Madison Square Garden de Nueva York, ya había conseguido puntuaciones de 10 en caballo y en suelo. Y en la Chunichi Cup de Japón, después, lo repitió en suelo y en las paralelas asimétricas, su territorio mágico. Los cambios de barras de aquella niña con sonrisa casi entristecida fascinaron a entendidos y profanos. “Entonces no comprendí todo lo que pasaba, era demasiado niña”, ha declarado muchas veces. Era normal. Agobiada por el impacto mediático quería desaparecer y recordaba que solo tenía 14 años.

Quedó ya para siempre como la campeona de gimnasia más joven de la historia. El límite de edad para participar se subió a 16 años. El resto de su historia, más medallas en Moscú 1980, polémicas, maltratos, su escapada rocambolesca para acabar en Estados Unidos, como Bela Karoly, el hombre que la forjó, solo aumentaron el morbo de su leyenda. La seducción quedó en Montreal para siempre. Incluso dos dieces más que logró Kim pasaron inadvertidos. Todo cambió después del fenómeno Comaneci. También para ella, pero no con glorias y parabienes. Suele ocurrir. La percepción personal de cada uno, no tiene por qué coincidir con la inmensa mayoría. Nadia acabó  encauzando su vida hacia la estabilidad, pero pudo convertirse en un juguete roto. Lo fue un tiempo, pero toda su vida se convirtió en una paradoja. Sin un régimen estricto como el de su país, uno de los que usaban el deporte como campo de concentración propagandístico, difícilmente hubiera encantado.

La huida de Comaneci de Rumania en 1989 casi coincidió con la caída de todos los muros del Este. Poco después fusilaron al que fue su presidente,  Nicolae Ceaucescu, y a su mujer, que tanto la habían manipulado.

A Vera Caslavska le llegó la libertad sin marcharse de su país. La habían manipulado mucho más, pero no tenía 27 años, sino 47. Demasiadas veces la política ha añadido sin remedio tremendas peripecias personales a grandes campeones. La checoslovaca, gimnasta aún con más cuerpo de mujer que Turischeva, fue la sucesora de Larisa Latyninina, la también soviética destronada por Michael Phelps en su récord de 18 medallas en la historia. Latynina ganó las últimas en Tokio 1964, pero ya no el concurso individual porque surgió Caslavska, con 22 años. Fue el prólogo de su mayor éxito en México 1968, donde se coronó como la reina indiscutible entre tanto rey. Y ya no solo por sus medallas, sino por su militancia y por su boda con otro atleta, el mediofondista Jozef Odlozil. La historia de amor deportivo continuó con dos hijos, Martin y Radka, pero acabó en divorcio en 1987.

Veracaslavska
Vera Caslavska

Ya en un año 1968 clave para su país no corrían buenos tiempos. De hecho, estuvo a punto de que no la dejaran participar en los Juegos. En abril, seis meses antes, firmó el “Manifiesto de las 2.000 palabras” en el que se criticaba al régimen corrupto prosoviético. Fue un activa militante de la Primavera de Praga, otra reina de la disidencia. La invasión soviética de agosto puso a muchos participantes checoslovacos en la misma posición que los húngaros en Melbourne 1956 tras la entrada de los tanques en Budapest. En México no hubo sangre en la piscina como en el partido de waterpolo URSS-Hungría 12 años antes, pero sí detalles significativos. Por ejemplo, los claros desaires a la Internacional que hizo una valiente Caslavska mientras la tenía que escuchar en los podios. Sentenciada ya antes de los Juegos por su oposición al régimen comunista, de poco le sirvieron las medallas después. Sufrió la marginación absoluta, pero resistió firme en sus convicciones. Juan Antonio Samaranch, que siempre mantuvo buenas relaciones con los países del Este europeo, ampliadas después mucho más con China, le echó bastantes manos con su astuta diplomacia antes de la llegada de la democracia. La premió, junto a Emil Zatopek, otro gran represaliado, con la Orden Olímpica, y la promovió como merecido miembro del COI. Después, ya en la nueva República Checa con Vaclav Havel en la presidencia, la reina de México (país en el que pudo trabajar un tiempo), fue, definitivamente valorada. Al fin.

Pero no terminaron sus desgracias. Pasada la política le llegó una gran tragedia personal. En 1992 murió Jozef Odlozil tras una pelea con su hijo, al que reprendía en una discoteca. Martin fue condenado a cuatro años de cárcel y la suma del disgusto y la reacción general ante el indulto concedido por Havel a petición de su amiga Caslavska la llevaron a retirarse de todo. Solo entonces fue quebrantable. 

El País

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