La peripecia olímpica está llena de grandes regatistas. Muchas bahías y costas del mundo han sido escenarios de hazañas náuticas, de ganadores que incluso han traspasado después su grandeza al mar abierto. Españoles incluidos, como Iker Martínez y Xabier Fernández, ahora en horas más bajas. También ha habido su toque monárquico, con éxitos incluso de oro, como los príncipes, futuros reyes, Olav de Noruega, en la clase ‘6 metros’ de Ámsterdam, en 1928, y Constantino de Grecia, en la clase ‘dragón’ de Roma 60.
El regatista danés Paul Elvstrom.
Pero en la vela ligera, como suele suceder en otros deportes, siempre hay privilegiados entre muchos. El británico Ben Ainslie logró el domingo el triunfo en la clase individual “finn” y sumó su cuarto oro olímpico desde Sidney 2000. Lo mismo que el danés Paul Elvstroem entre Londres 1948 y Roma 1960. Pero Ainslie empezó su gloriosa singladura olímpica con una plata en Atlanta 1996 y ya es el regatista más laureado . Un alumno aventajado del viejo lobo de mar, del maestro. Por algo fue todo un anticipo que se le eligiera para empezar el recorrido de la antorcha olímpica en suelo británico el pasado 19 de mayo. En el emblemático Land’s end, el extremo suroccidental de las islas, llevaba el número uno en el pecho. Sintomático.
Siempre hay coincidencias y detalles cruzados. Ainslie, la gran estrella y favorito pese a sus problemas de espalda, ganó su último oro frente a otro danés, Jonas Hogh-Christensen, discípulo directo de Elvstrom. El maestro empezó a completar su póker olímpico hace 64 años precisamente en aguas británicas. Fue en la bahía de Torbay, más al oeste de Londres que la actual de Weymouth. Con solo 20 años remontó su mal comienzo, pues no pudo terminar la primera regata. Después, ya empezó a arrollar en el Báltico, en Harmaja, al sur de Helsinki, durante los segundos Juegos finlandeses de 1952; o en la bahía de Port Philip, casi un lago interior al sur de Melbourne, en 1956, y en el golfo de Nápoles, escenario de la vela de los Juegos romanos. Allí, incluso pudo permitirse no regatear en la última prueba dada su ventaja. Se encontraba enfermo. Bien diferente al ajustado final de Ainslie esta vez. Llegaba por detrás del danés y se dedicó a marcarle. Le bastaba con terminar delante. Fueron noveno y décimo. Con ello empataban y decidía el mejor puesto en la última regata.
Ben Ainslie celebra su victoria en la clase 'finn'. / CLIVE MASON (GETTY)
Ainslie ya ha estado acostumbrado a finales de infarto. Por ejemplo, los dos primeros de sus medallas en “laser”, las únicas veces que la clase estuvo en el programa olímpico. El ilustre brasileño Robert Scheidt le quitó lo que hubiera sido su primer oro en Atlanta y el joven Ainslie, a sus 19 años, creyó que había perdido su gran oportunidad de ser campeón olímpico. Pero estaba muy equivocado. Se tomó inmediatamente la revancha ante el mismo rival en Sidney con otro enfrentamiento polémico, entre protestas y reclamaciones, y siguió una larga travesía hasta convertirse en el mejor regatista mundial de vela ligera.
Más coincidencias. A Elvstroem la salud le impidió seguir asombrando en los Juegos de Tokio. Ainslie, agobiado por su físico, ha declarado que ya no puede más a sus 35 años. Sólo con técnica, por muy exquisita que sea, resulta difícil estar en la cumbre. El futuro lo dirá. El maestro danés sí siguió. Se cambió a barcos con tripulación múltiple y ya no ganó medallas, pero se mantuvo en la élite demostrando una polivalencia excepcional. Llegó a navegar en ocho tipos distintos de barcos (Ainslie, solo en dos, de momento), y fue campeón mundial en seis. Más similitudes con el británico. Logró 11 títulos universales como él, entre 1957 y 1974. Sus alardes fueron del calibre de ganar en 1966 el Mundial de la clase 5,5 metros y un mes más tarde el de ‘star’. En esta clase rozó una nueva medalla, pero solo pudo ser cuarto en aguas de Acapulco, sede de los Juegos de México 68. Después, fue 13º en ‘soling’ en Kiel, subsede de Múnich 72, y su última presencia olímpica fue otra gesta, tal vez la mayor. Con 56 años, 36 después de su primer oro, se atrevió a participar con su hija Inge en la clase ‘tornado’, catamarán difícil de manejar y sólo asequible, en principio, a jóvenes. Volvió a ser cuarto. Frustrante, pero imponente. Ocho Juegos le contemplaron. Fue un maestro memorable. En su casa de Hellerup, cerca de Copenhague, más de una vez rompió el hielo del Báltico para poder navegar. Desayunaba incluso en posturas forzadas para preparar sus abdominales que le permitían las posturas acrobáticas habituales de los regatistas por fuera de sus barcos. Innovó toda la técnica de la vela con su talento.
Hijo de un capitán de la marina mercante, comenzó a navegar a los cinco años y a los 10 ya participaba en competiciones. Después, pareció dar clases a todos.
La vela ligera ha sido también vivero de las dos competiciones más emblemáticas, la Copa del América y las Vueltas al Mundo. Empezando por el propio Ainslie, el más reciente, pero con nombres legendarios como el neozelandés Rusell Coutts, oro en ‘finn’ en Los Ángeles 84, o los estadounidenses John Bertrand, segundo entonces, y Dennis Conner, bronce en la clase ‘tempest’ de Montreal 76; y el otro gran brasileño, curiosamente de origen danés, Torben Grael, con dos oros entre sus cinco medallas como su compatriota Scheidt.
La saga de los Doreste, Theresa Zabell, Iker y Xabi, encabeza el libro de oro español, que esta vez ha parecido bajar el pistón, como casi todos. Mañana, con todo, puede sumarse a las páginas doradas Marina Alabau. Son las principales firmas del deporte nodriza de medallas por excelencia y que ocupa un puesto destacado en la biblioteca histórica de la vela olímpica. No es fácil estar junto a otras grandes estrellas que encabezan dos triples oros: el soviético Valentin Mankin, ganador en tres clases distintas, y el alemán Jochen Schumann, en dos. Son los otros alumnos, tras Ainslie, que figuran en el lugar más destacado del cuadro de honor de la clase del maestro Elvstroem.