La imagen de dos atletas abrazados, exhaustos, la noche del 6 de septiembre de 1960 en el Estadio Olímpico de Roma es uno de los símbolos del deporte universal. Rafer Johnson, estadounidense, y Yan Chuan-kwang, taiwanés. Rivales, pero amigos, estudiantes en la UCLA (Universidad de California Los Ángeles). Acababan de correr los 1.500 metros que cerraban el decatlón, más de medio siglo después. Serán otros protagonistas, otra imagen, pero la misma sensación de estar ante los atletas más completos, los hombres totales.
El estadounidense Rafer Johnson resistió en la calurosa noche romana al taiwanés Yan Chuan-kwang, mejor especialista en la carrera, rebajando su marca personal por casi cinco segundos. Cedió sólo uno, suficiente para ganar la medalla de oro que acariciaba después de las nueve primeras pruebas. Johnson, ya recordman mundial, alcanzó así la gloria del atleta más completo que le había arrebatado su compatriota Milton Campbell en los anteriores Juegos de Melbourne 56. En ellos fue plata y se quedó sin el honor de ser el primer afroamericano en conseguirlo. Claramente le afectó una lesión que ya le impidió días antes saltar longitud, prueba para la que también se había clasificado.
Ashton Eaton, durante estos Juegos. / DYLAN MARTÍNEZ (REUTERS)
Pero cuatro años después su pugna con Yang agrandó aún más su triunfo con sabor a revancha. Fueron dos estrellas más de aquellos memorables Juegos con nombres legendarios como su compatriota Wilma Rudolph, la velocista que superó la poliomelitis, o el maratoniano etíope de los pies descalzos, Abebe Bikila.
Por algo Johnson, californiano de adopción, fue el escogido para encender el pebetero olímpico de Los Ángeles 84 como último portador de la antorcha. El decatlón era mucho más venerado en tiempos pasados. Se valoraba enormemente al atleta global del que llegaban noticias más maduradas, sin el impacto televisivo de ahora con las explosiones puntuales por muy imponentes que sean. Porque dominar 10 pruebas distintas sólo está al alcance de unos privilegiados. Johnson fue muy valorado, incluido su país, trato que no parece tener ahora el reciente plusmarquista mundial, Ashton Eaton, favorito también hoy para el oro. Ser el segundo hombre en superar los 9.000 puntos parece mucho menos valioso que las piruetas de las gimnastas o los récords en las piscinas. El título olímpico, al menos, le servirá para paliarlo. En la primera jornada apenas bajó un poco el nivel de la conseguida el día del récord, hace poco más de un mes, pero ya ha declarado que lo único que quiere ahora es ganar la medalla dorada. Lógico. Eso le dará fama, dinero y tiempo para volver a pensar en récords.
Fama y dinero, ambas cosas se unieron, para bien y para mal, en el primer hombre total, su legendario precursor y compatriota, James Francis Thorpe. Fue el primero reconocido y quizá el más grande. Idolatrado desde principios del siglo pasado y mucho más después. Sus proezas y las vejaciones que sufrió se extendieron mucho más allá del decatlón.
Wa Tho Huk, Sendero Luminoso, fue el nombre que le puso a Thorpe su madre, mitad francesa, mitad india potawatomi y kikapú. Su padre también era una mezcla de irlandés y de los sac y meskwaki. El rostro de aquel superdotado, en todo caso, parecía mucho menos irlandés que su apellido, y bastante más identificable con las praderas de Oklahoma donde se crió. Curiosamente, bien distinto al Ian australiano, el rubio nadador que también tiene James de segundo nombre y que asombró en las piscinas un siglo después. De hecho, Wa Tho Huk es considerado el gran héroe de la nación Sac y Meskwaki.
Desde bien pequeño admiró por su capacidad para cualquier deporte. Empezó jugando al fútbol americano y al béisbol, algo que le pasaría una tremenda factura. Llegó al atletismo, como ha sucedido muchas veces en la historia, porque un entrenador se fijó en sus cualidades excepcionales. Eran tantas y tan variadas que para los Juegos Olímpicos de Estocolmo, en 1912, hace un siglo, no sabían bien los técnicos en qué pruebas era mejor inscribirle. No tenía mucha experiencia, pero le prepararon un programa ‘estilo Phelps’. Empezó ganando el pentatlón el 7 de julio. Era un decatlón de un día, repetitivo, por lo que sólo duró dos Juegos más, hasta París, en 1924. Se disputaba con la longitud (Thorpe saltó 7,07 metros), lanzamiento de jabalina (46,71 con sólo dos meses de entrenamiento), disco (35,75), 200, la única prueba diferente (22,9s) y 1.500 metros (4m 44,8s). Al día siguiente, como si ya fuera un sextatlón, fue cuarto en el concurso individual de altura con 1,87 metros, a seis centímetros del oro. Después, tuvo cuatro días para descansar hasta que el 12 volvió a saltar la longitud individual. Hubiese vuelto a ser cuarto de repetir la marca del pentatlón, pero con 6,89 acabó séptimo. No era genial en ninguna prueba, pero sí magnífico en todas y así lo demostró a partir del día siguiente en el decatlón. Hizo 11,2s en 100 metros; 6,61 metros en longitud; 13,04 en peso; 1,86 en altura; 51,7s en 400; 15,7s en 110 vallas; 44 metros en disco; 3,50 en pértiga; 50,32 en jabalina y 5m 11s, agotado, en los 1500. Todo, conviene no olvidarlo, en 1912, hace 100 años.
El decatlón en aquellos Juegos suecos se disputó en tres días por el gran número de participantes. No le vino mal a Thorpe, que iba a sumar 17 pruebas en el plazo de nueve días, seis en los dos primeros y 11 en los cuatro últimos. Su último alarde de polivalencia se saldó con récord del mundo y una marca que aún hubiera sido plata 36 años más tarde en los Juegos de Londres. Allí ganó su compatriota Robert Mathias. Ambos se parecieron en que su calidad superó sobradamente a su inexperiencia. Mathias logró su primer oro con unos increíbles 17, pero repetir en Helsinki 52 y convertirse en el primer doble oro olímpico. A Thorpe, en cambio, se le acabó todo. No sólo por la I Guerra Mundial. Perdió su guerra particular un año antes, en 1913, cuando le acusaron de profesional por sus partidos de fútbol americano y béisbol y le quitaron las medallas como si fuera un apestado. Pasó de héroe a villano. Sólo a iniciativa de Juan Antonio Samaranch, muchos años más tarde, se las devolvieron a su familia. Pero el daño ya era irreparable. Vivió y murió suspirando siempre por sus medallas.
La historia olímpica ha dado otros decatlonianos extraordinarios, pero ninguno pudo hacerle olvidar. Al igual que ocurrió con Owens, siempre quedará la incógnita de cuánto más pudo asombrar sin hipocresías amateurs ni guerras. El británico Daley Thompson, por ejemplo, venció en los dos Juegos del desencuentro, Moscú 80 y Los Ángeles 84. El checo Roman Sbrle plata en Sidney 2000, ganó en Atenas 2004 y fue el primer atleta en superar los 9.000 puntos. Pero siempre quedará Thorpe. Allá por principios del siglo XX.