Memorias Olímpicas

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Juan-José Fernández ha estado en 13 Juegos Olímpicos, seis de verano, desde Los Ángeles 84 hasta Atenas 2004, y siete de invierno, desde Sarajevo 84 a Turín 2006. Pero le ha interesado el deporte y el olimpismo desde mucho antes de ver por televisión las imágenes de Tokio 64. Ha escrito en EL PAÍS desde su fundación, en 1976.

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El asombro de correr descalzo 42,195 kilómetros

Por: | 12 de agosto de 2012

Correr un maratón no está al alcance de cualquiera, pero se puede conseguir. Se requieren unas mínimas cualidades atléticas, buena salud, preparación adecuada, constancia y también bastante capacidad de sufrimiento. Lo que se da por descontado es calzar unas buenas zapatillas. Muchas de las lesiones deportivas se producen por usar mal el cuerpo, pero también por no usar buen material. Por eso, cuando se recuerda la historia olímpica de esta carrera legendaria que vuelve a disputarse hoy, último día de los Juegos, todo parece reducirse a un mito: Abebe Bikila, el impresionante etíope ganador descalzo en los Juegos de Roma 60. Fue verdad, y además con una marca aún al alcance de pocos: 2h 15m 16,2s. Asombroso.

El maratón ha ofrecido todo tipo de historias. No podía ser de otra manera en una prueba que empezó desde la épica y que lleva el esfuerzo humano a sus límites. Ha habido finales dramáticos, retiradas dolorosas y hasta trampas. También se han reunido entre los ganadores nombres famosos por sus éxitos anteriores en las pistas de los estadios, como el caso del checo Emil Zatopek,  y a auténticos desconocidos. Bikila, sin duda, pertenecía a este último grupo. Aún eran tiempos en que ser etíope no garantizaba ser un gran fondista. Él fue el primero en demostrarlo. Y de una forma impactante. La idea de los organizadores romanos de que la carrera se disputara de noche por primera vez fue extraordinaria. Al igual que aprovecharon escenarios de la Roma antigua para acoger deportes, el maratón discurrió por la Via Appia, entre otras sendas del Imperio Romano y acabó en el Arco de Constantino, al lado del Coliseo. Con el recorrido iluminado por antorchas, hasta pudo parecer normal que ganara descalzo alguien salido del túnel del tiempo. A Bikila, más impresionante aún, no le afectaron ni los terribles adoquinados. Sólo le resistió hasta cerca de la meta el marroquí Abdesselem Rhadi, un fondista ya contrastado especialmente en el campo a través. Pero a aquel etíope que apenas corría su tercer maratón y logró el pasaporte incluso por un favor, aún le quedaban más hazañas.

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El etíope Bikila, en el maratón de Roma 60.

Cuatro años después, en los Juegos de Tokio, volvió a ganar. Esta vez ya calzado, con unos calcetines muy largos, muy blancos, que resaltaban aún más en sus delgadísimas pantorrillas. Ya en la modernidad, arrasó. Con 2h 12m 11,2s hizo la mejor marca mundial de la época y sacó casi cuatro minutos al medalla de plata, el británico Basil Heatley. Bikila no sólo fue un extraordinario maratoniano, sino un tipo muy singular. Si en Roma admiró con los pies descalzos, en Tokio, nada más llegar, fresquísimo, sin el menor síntoma de cansancio, se tumbó en la hierba y comenzó a hacer estiramientos de piernas. Como demostrando que podía con bastante más. De hecho incluso había sido operado de apendicitis unas semanas antes y salido de la cárcel  por verse implicado en una conspiración. Él pertenecía a la Guardia Imperial del Negus, Haile Selassie, y las revueltas que acabarían con  su poder 10 años después ya estaban en marcha.

Pero Tokio fue su despedida real. Ya no podría ir más allá. En México 68 se retiró a los 17 kilómetros, acabó su carrera deportiva, y casi su vida. Al año siguiente tuvo un accidente de coche que le dejó paralítico y en silla de ruedas. Viviría cuatro años más. No se desesperó y hasta siguió en el deporte paralímpico como tirador de arco. Pero murió de una hemorragia cerebral en 1973. Tenía sólo 41 años.

Bikila fue el primer atleta en ganar dos maratones olímpicos seguidos. Después, sólo lo consiguió el alemán oriental Waldemar Cierpinski, vencedor en Montreal 76 y Moscú 80. Antes, su compatriota y sucesor, Mamo Wolde, se impuso en México 68, pero después sólo pudo ser bronce en Múnich 72. Wolde, que tuvo siempre a Bikila como su modelo a seguir, incluso se pareció a él en que acabó en la cárcel, fruto de las tensiones vividas en su convulso país.  El último gran etíope, Haile Gebreselassie, se fue con récord del mundo de maratón, pero no con un título que también merecía. Sí lo ganó su compatriota Gezahenge Abera en Sidney 2000.

Una lástima española toca de cerca. Abel Antón, nada menos que doble campeón del mundo en Atenas 1987 y Sevilla 1999 nunca lo fue olímpico. Debería haber tenido esa gloria como su cercano Fermín Cacho. Un día como hoy que finalizan otros Juegos y España ha “sprintado” al final para volver a las mejores cosechas mejores después de Barcelona 92 se echa especialmente de menos que el atletismo se haya ido de vacío. Cualquier tiempo pasado a veces si es mejor. Se falla en unos deportes y se acierta en otros, suele ocurrir, pero hay errores especialmente dolorosos. Importantes.

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Aberta, tras ganar el maratón de Sidney 2000.

Emil Zatopek fue el oro olímpico más famoso llegado desde la pista al maratón. Él sí puso la guinda del excelso pastel de sus Juegos de Helsinki en 1952 y de toda su deslumbrante carrera. Realmente hizo lo que no pudo Paavo  Nurmi en Los Ángeles 1932, porque el puritano amateurismo le impidió demostrar la supremacía que tenía en todos los fondos de aquellos primeros años. Dos compatriotas suyos sí lo consiguieron. El primero, el más importante, Hannes Kolehmainen, otro ilustre de aquella “armada” nórdica en la que también se incluyó Ville Ritola. Ganó en Amberes 1920. El segundo, Albin Stenroos, bronce en los 10.000 metros de Estocolmo 1912, se impuso en París, 1924 ya con 35 años. El último gran fondista finlandés, Lasse Viren, fracasó en el maratón. Le pudo una diarrea en Moscú 80. Con sus coqueteos sanguíneos todo sobre él eran sospechas.

Los triunfos en el maratón olímpico, tal vez por su planteamiento extremo, han estado muy repartidos desde el primero de Spiridon Louis hasta que el dominio africano parece ya un hecho. Pero no ha estado tan claro como en el fondo de la pista. La etapa  de Bikila y Wolde se cortó con victorias de europeos en cinco ediciones y hasta de un surcoreano en Barcelona 92. Después, el surafricano Thugwane, en Atlanta 96,  y Abera, parecían cerrar el coto, pero lo desmintió el italiano Stefano Baldini en Atenas 2004. Hoy se puede confirmar lo que es ya norma habitual en los grandes maratones, la aplastante superioridad keniana y etíope. El éxito de Samuel Wangiru en Beijing 2008, el primer keniano ganador del maratón olímpico, fue sintomático.

Al parecer, todo cabe en la carrera más larga. Incluso casos chocantes dentro del dominio general de países contrastados en el atletismo. No ya que Francia empezara muy pronto a sacar partido colonial con las victorias de Boughera El Ouafi, en Amsterdam 1928, y Alain Mimoun, en Melbourne 56, oros de origen argelino. Lo más exótico fueron las victorias de los argentinos Juan Carlos Zabala, en Los Ángeles 1932, y Delfo Cabrera, en Londres 1948. No han vuelto a existir maratonianos de ese nivel por el Río de la Plata. Ni descalzos de ningún lugar.

El País

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