La semana política española ha acabado con el desaire mutuo y recíproco entre los presidentes Mariano Rajoy y Carles Puigdemont. El cruce de acusaciones, desmentidos y reproches es impropio en un escenario tan necesario de liderazgos políticos. Quizá ha llegado la hora, antes de hablar de los temas, de prestar atención a las condiciones que hacen posible hablar de cualquier agenda, incluso la más espinosa. Y trabajar, desde todas las partes y desde todos los ángulos, en crear la cultura y el clima que hagan posible que el diálogo (y el previsible pacto o acuerdo) sea siempre mejor que la ruptura del mismo. Cuando este se rompe, todo puede romperse.
¿Cuáles serían, a mi juicio, las claves que harían posible que el diálogo político avanzara?
Voluntad política. El diálogo entre opositores y adversarios siempre conlleva riesgos. La única manera de superarlos es con voluntad política y determinación. Sin voluntad, el diálogo —como método y objetivo— nunca tiene la fuerza decisiva para imponerse. Esta energía, la que impulsa a dar el paso decisivo, el apretón de manos o la firma de un compromiso, es imprescindible para superar las dificultades que, siempre, existen en un contexto adverso y complejo. La sabiduría popular dice que dos no se pelean si uno no quiere. Es, probablemente, cierto. Pero dos no acuerdan si ambos interlocutores no quieren.