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“La gente buena es buena porque ha llegado
a la sabiduría a través del fracaso”
William Saroyan
“Tripulación, armen rampas y cross check. Pasajeros, preparados para el despegue…”. Así empezó este camino. Recuerdo ahora aquel cosquilleo en el estómago, la presión en los oídos y una desorientación mezclada con la falsa emoción de haber encontrado un agujero en la gruesa cortina de la obstinación.
Mientras paso por el aeropuerto, podía ver a través del cristal del coche el ajetreo de aeronaves despegando. Inevitablemente afloraron las sensaciones del primer y eterno minuto, el silencio era interrumpido por la grotesca voz del hombre que me había recogido en la gasolinera un rato antes. El coche se perdió entre caminos polvorientos, justo detrás de las pistas de despegue. Tal vez yo podría estar ahora mismo en uno de esos aviones si hubiera decidido renunciar, si el destino no me hubiera abocado a encontrar al jimagua aquel mediodía, si no hubieran cumplido la promesa de tender su mano.
El pesado utilitario se detuvo justo en medio de sendas montañas de gravilla. El señor me miró y me dijo: hemos llegado; y con pesado júbilo añadió que esa era su fábrica de arena. Yo no podía divisar nada, allí no había nada más que escombros y piedras de colores diversos y una casa abandonada de donde creí reconocer, a los lejos, a mi amigo.