No son fotografías con épica, ni que retraten esfuerzos titánicos, pero sí tienen contenido, sí que cuentan mucho de la intrahistoria del deporte de la raqueta. La gira de arcilla premió a los fotógrafos que se alejaron de las centrales para adentrarse en las pistas de entrenamiento. Allí, en Zúrich, Suiza, pudieron capturar la esencia de quién es hoy Roger Federer, el genio de los genios, la leyenda que pisa la tierra, el hombre de los 17 grandes: un tenista que prepara Roland Garros jugando con dos de sus cuatro gemelos, un padre que acaba de celebrar la llegada de dos nuevos miembros de la familia, un competidor, finalmente, que ha alterado sus rutinas y sus ritos para que encajen en el nuevo escenario de su vida.
Federer, de 32 años, ha demostrado que se puede seguir compitiendo al más alto nivel aunque en la cabeza haya algo más que pelotas, cuerdas y zapatillas. Stanislas Wawrinka, de 29, ganó este año en Australia su primer grande y enseguida explicó que lo más duro era saber que su hija quería que perdiera cuanto más pronto mejor, para así verse las caras tras tantos días separados en dos esquinas opuestas del mundo. Kim Clijsters alcanzó sus mayores éxitos viajando con su hija, una niña que se montaba en el autobús de los periodistas con su niñera. Novak Djokovic, un hombre nacido por y para competir, con el éxito entre ceja y ceja, se enfrenta ahora a esa transición.
El serbio, de 27 años, anunció recientemente que va a ser padre. Antes, cuando ya él conocía la buena nueva y esta aún no era pública, ya deslizó que habría un cambio de prioridades en su vida, que ya no podría reservar el ciento por ciento de su corazón para la pista. Queda ahora por ver cómo maneja los finos equilibrios que requieren la paternidad y el deporte de alto nivel. Queda saber si alcanzará la armonía que vive Federer, un papá que se marcha las zapatillas de roja tierra y luego deja que sus hijas cojan el rastrillo y jueguen a limpiar la pista mientras él las observa.