Walter Oppenheimer

Sobre el autor

es corresponsal de EL PAÍS en Londres y antes lo fue en Bruselas. Y antes de eso pasó bastantes años en la redacción de Barcelona, haciendo un poco de todo. Como tantos periodistas, no sabe de casi nada pero escribe de casi todo...

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Nick Clegg, un cadáver político con muy buena salud

Por: | 18 de septiembre de 2013

Nick Clegg 2
Los tradicionales congresos de otoño de los partidos políticos británicos ya no son lo que eran años atrás, cuando las resoluciones votadas por las bases eran de obligado cumplimiento para la dirección. Pero siguen haciendo y deshaciendo líderes. En 2007, por ejemplo, unas propuestas fiscales marcaron el renacer del alicaído liderazgo de David Cameron al frente del Partido Conservador hasta el punto de que el entonces recién nombrado primer ministro laborista, Gordon Brown, acabó danto marcha atrás en sus planes de convocar elecciones anticipadas y empezó así a cavar su tumba política.

Estos días, el líder de los liberales-demócratas, Nick Clegg, ha demostrado que, para estar considerado un cadáver político, da la impresión de gozar de muy buena salud. Contra el pronóstico de muchos, la coalición de liberales y conservadores sigue en pie y, para sorpresa de muchos más, Clegg sigue liderando a los liberales.

Esta semana, en el congreso de Glasgow, ha reafirmado su autoridad cortando de cuajo los coqueteos rebeldes del veterano y popular Vince Cable y ganando prácticamente todas las votaciones de las bases liberales. El congreso no solo parece marcar la resurrección política de Clegg sino la mayoría de edad de una militancia que parece empezar a entender los misterios y compensaciones de estar en el Gobierno, aunque sea como socio menor, frente al habitual papel, más confortable, de partido protesta.

Los liberal-demócratas tienen algo especial. Son el único partido nacional al que sigue sin darle vergüenza declararse europeísta e incluso de vez en cuando asegura que algún día veremos a la libra esterlina en el euro. Son también el único partido nacional del arco parlamentario británico que ha decidido celebrar su congreso en Escocia, sin duda con la vista puesta en el referéndum sobre la independencia convocado para dentro de un año, el 18 de septiembre de 2014. Los laboristas lo hicieron por última vez en 1935 y los conservadores no lo han hecho jamás. Y son también el único partido británico que asegura que ese vicio continental llamado coaliciones es una cosa buena.

Así lo ha reafirmado este miércoles 18 de septiembre Nick Clegg en el tradicional discurso del líder del partido. “No estamos aquí para consagrar el bipartidismo, sino para romper el bipartidismo”, proclamó ante las bases. Hacía años que no se veía a un Clegg tan relejado, tan seguro de si mismo. Por momentos llegó a recordar al jovial político que acaparó la atención de público y medios en el primer debate de la campaña electoral de 2010.

Quizás el hecho de que todos le den por muerto le ha ayudado a relajarse. Con los sondeos desde hace meses otorgando a los liberales entre el 8% y el 10% de los votos (obtuvieron el 23% en 2010), Clegg soltó un discurso casi bucólico. Con las elecciones a 20 meses vista, no es momento aún de promesas. Y lo que hizo fue explicar y defender el sentido que tiene un partido como el liberal-demócrata en la política británica. Para decirlo en pocas palabras: hacer de árbitros e introducir moderación.

Su objetivo no era tanto buscar votos sino hacer reflexionar a quienes se sintieron traicionados por el pacto con los conservadores. A los que ese día decidieron no volver a votarles y a quienes, manteniendo la fidelidad a la causa, creen que su destino es hacer ruido en la oposición en lugar de mancharse las manos en el Gobierno. “No queremos volver a la oposición. Queremos gobernar otros cinco años”, advirtió. Pero, ¿con quién? “Eso no lo puedo decidir yo ni lo podéis decidir vosotros. Eso lo decidirá la gente”, respondió. Es decir, con el partido que gane las elecciones de 2015 si la aritmética parlamentaria hace que necesite los escaños liberales para conseguir la mayoría.

Gobernar, sí, pero ¿para qué? Para conseguir cosas, como las comidas gratuitas en las escuelas primarias que el propio Clegg anunció la víspera de su discurso. Pero, casi más importante que eso, para impedir que los conservadores (o en su día los laboristas…) hagan lo que harían si pudieran, si no estuvieran atados a las servidumbres de una coalición. Y citó una larga lista de propuestas que él personalmente ha decidido frenar “porque a veces hay que decir que no”. No a recortar el impuesto de sucesiones a los millonarios, a fomentar los beneficios en las escuelas, a nuevos ratios en los cuidados infantiles, al despido porque sí, a penalizar a los trabajadores del norte, a dejar a los jóvenes sin ayuda a la vivienda, a suprimir la ley de Derechos Humanos, a cerrar el debate sobre el armamento nuclear, etcétera.

No, en definitiva, a eso tan británico que se llama gobernar con mayoría absoluta.

El País

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